Cuando se habla de los problemas de ausentismo estudiantil que enfrenta la educación uruguaya se suele pensar en lo que ocurre en jardines y escuelas. Con más fuerza en la pospandemia, cuando los problemas se agravaron, en los últimos años se divulgaron datos y estudios que daban cuenta de su magnitud, desde el Monitor Educativo de Educación Inicial y Primaria hasta informes del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed).
No obstante, la educación media no está exenta del problema y, de hecho, el ausentismo en ciclo básico presenta un impacto similar al de algunos niveles de la educación inicial, según muestra un estudio elaborado por Unicef y el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) presentado esta semana. El libro Ausentismo en educación secundaria básica. Un problema que compromete las trayectorias educativas puntualiza que en 2023 en noveno grado los liceales faltaron en promedio a 23% de las clases, porcentaje muy similar al de faltas en nivel 4 (27%) y nivel 5 (24%).
Si bien el Monitor Educativo Liceal presentado el año pasado ya mostró algún avance sobre el tema, el informe publicado esta semana es el primer estudio en profundidad sobre el ausentismo en la educación media. Entre sus principales hallazgos está que, en promedio, los estudiantes de ciclo básico de liceos públicos faltaron cerca de 38 días en 2023, y uno de cada cuatro perdió 47 clases o más durante el año. En tanto, tres de cada cuatro adolescentes faltaron a, por lo menos, 10% de las clases y cuatro de diez estudiantes tuvieron 20% o más de faltas.
En diálogo con la diaria, Alejandro Retamoso, oficial de Educación de Unicef Uruguay, y Santiago Cardozo, docente de la FCS a cargo del estudio, señalaron que la falta de análisis en profundidad sobre el tema motivó la alianza entre ambos organismos. En particular, se propusieron enfocar el tema a partir de las particularidades que tiene el ausentismo para los liceales, más allá de que alcance también a la educación inicial y primaria. En ese sentido, Retamoso planteó que el régimen de pasaje de grado es distinto, los adolescentes van adquiriendo autonomía progresivamente y las familias operan de forma distinta que cuando los niños están en la escuela.
En tanto, Cardozo, quien se ha especializado en el estudio de las trayectorias educativas de los estudiantes, indicó que, precisamente, la publicación también apuntó a mostrar el impacto del ausentismo en el tránsito de los alumnos por el sistema. Al respecto, dijo que habitualmente se ve el número de inasistencias de forma anual, pero, aunque aborda el tema lateralmente, el estudio del que fue parte muestra que, “en general, los alumnos que faltan en algún momento de su trayectoria suelen reincidir en el comportamiento”.
Cardozo planteó que los niños van acumulando inasistencias en primaria de forma que, en promedio, pierden 180 días de clase en sus seis años de escolarización. Ahora se muestra que “los chiquilines que faltan mucho en primaria faltan también en educación media básica”. En ese sentido, sostuvo que contar con esa evidencia permite pensar estrategias para identificar estudiantes con un riesgo alto de ausentismo y generar “acciones un poco más preventivas”.
El ausentismo, un fenómeno multicausal
Retamoso planteó que, en los últimos años, de distintas maneras se ha intentado fortalecer la asistencia a los centros educativos y que, para ello, los distintos gobiernos han planteado diferentes incentivos. No obstante, más allá del efecto de cada uno, el saldo luego de la pandemia marca que es necesario reforzar medidas ya implementadas o pensar nuevas acciones para atender el problema.
El estudio afirma que el ausentismo es un fenómeno multicausal y, por ello, Retamoso dice que no puede ser atendido por sólo un tipo de medidas, ya que entre las causas puede haber motivos que van desde la salud a situaciones de violencia que viven los niños y adolescentes, pasando por mudanzas o desmotivación con la currícula. “Todo eso exige que uno tenga que tener respuestas que no son únicas”, sostuvo.
Más allá de que hay causas que vienen de afuera del liceo, el integrante de Unicef aseguró que el sistema educativo también tiene cartas en el asunto. Sobre cómo opera en las inasistencias la educación media en particular, aclaró que hay que considerar “cómo es el régimen de faltas, cómo se realiza el trabajo por asignaturas y de qué manera se personaliza la educación” para conocer mejor la realidad de cada estudiante.
Consultado sobre la importancia de los mensajes simbólicos que da el sistema educativo, por ejemplo, cuando por distintos motivos se suspenden las clases o no se da importancia a la inasistencia, Cardozo señaló que es razonable pensar que, al menos, ese tipo de aspectos “no refuerzan el afán por asistir a los estudiantes”. Entre estos aspectos pueden entrar suspensiones de clases por motivos climáticos, licencias médicas o medidas sindicales que, más allá de que sean por motivos justificados, terminan haciendo que la asistencia de los niños al centro educativo se reduzca.
El especialista señaló que algo similar ocurre con las disposiciones de asistencia fijadas en los reglamentos de evaluación. En ese sentido, el estudio marca que desde la recuperación democrática y de forma progresiva los distintos reglamentos elaborados por la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) han ido quitando peso a las asistencias para la aprobación de los grados y los cursos, hasta llegar a la transformación curricular, que explícitamente establece que “las inasistencias no constituyen una causal directa de repetición”. “El Reglamento de Evaluación del Estudiante 2023 no prevé la repetición automática por inasistencias”, sostiene el informe, más allá de que la normativa define la importancia de la asistencia a clases.
Según Cardozo, en Uruguay existe “una falta de eficacia normativa del sistema educativo para regular” la asistencia a clase, a la que definió como “el punto cero de todo el resto de la escolarización”. De hecho, Retamoso consideró que, cuando se habla de extensión del tiempo pedagógico, la primera medida, y que está “al alcance de la mano”, debería ser la mejora de la asistencia diaria. En ese sentido, señaló que otra parte del tiempo pedagógico se pierde por la duración de los calendarios escolares, que, además, en educación media es más corta que en primaria. Si a ello se suman otros factores como el ausentismo docente y la pérdida de clases por motivos climáticos, el problema se profundiza.
Sistemas de información y de alerta
Tanto Retamoso como Cardozo coincidieron en que Uruguay tiene un buen nivel de generación de información, más allá de que existen algunos problemas. Por ejemplo, se sospecha que hay un subregistro del ausentismo, ya que no se sabe si el registro de asistencia que hacen los docentes es completo, y, además, en Secundaria se cuenta como falta del día la inasistencia a una materia, independientemente de si el estudiante concurrió a las demás.
“Es una actividad administrativa, no es la principal de los docentes, pero tenemos que saber quién va y quién no para hacer algo al respecto. Si no lo sabemos, obviamente no vamos a poder dar respuestas oportunas y eficaces”, dijo Cardozo sobre el pasaje de lista. No obstante, valoró que, más allá del posible subregistro, “los sistemas de información son buenos”, ya que, por ejemplo, se pasa la lista a través de un sistema informático que almacena la información en tiempo real.
Sin embargo, entendió que lo que sí falta es “una cultura de trabajar con esa información”, sobre todo en el caso de la educación media, más allá del reporte agregado que se hace en la entrega de boletines o las estadísticas que se presentan a fin de año. Cardozo consideró que “existe la capacidad tecnológica” para trabajar con la información para que genere un impacto en la mejora del ausentismo y “la información está”, por lo que se trataría de “reordenar las prioridades” del sistema.
De acuerdo al especialista, otro de los debes en el manejo de los datos sobre asistencia consiste en hacer dialogar mejor los sistemas de información con el sistema de alertas que tiene la ANEP. En la misma línea de una evaluación sobre dicho sistema que meses atrás realizó el Ineed, Cardozo planteó que las alertas que se generan en el marco del sistema de protección de trayectorias educativas deberían dialogar más y mejor “con las estadísticas más regulares de contabilización de la asistencia”.
Por su parte, Retamoso entendió que hay una necesidad de que los sistemas de información “superen” concepciones más tradicionales por las que se entiende que su objetivo principal es producir datos, y que se pueda acordar que en realidad deben apuntar a incidir en acciones concretas que toma el centro educativo, o el sistema, de manera más general, también en vínculo con otros organismos del Estado. En esa misma línea, planteó que los sistemas deberían apuntar más a aportar hacia acciones preventivas que a generar alertas para que los problemas se atiendan una vez que se manifiestan.
“Hay mucho para avanzar, porque necesitamos que el docente, el adscripto, los distintos referentes que están en los centros educativos se apropien de la información, y si no se apropiaron, no es que no quieran hacerlo. Hay algo que no estamos haciendo bien para que les sea útil en su función, que es trabajar con los alumnos”, resumió.
Según Retamoso, algo similar puede analizarse para otros sistemas de información con los que cuenta el Estado, como el sistema de información del área social. Según dijo, dicho sistema genera información de calidad que, previa definición de protocolos claros, puede ser operable por múltiples organismos, pero está subutilizada.
En 2023 sólo se pudo dar respuesta a 54% de las alertas generadas en la educación media
Consultado sobre algunas acciones que podrían contribuir a mejorar los sistemas de alerta, que en la educación media actualmente se aplican mayormente en ciclo básico, Cardozo señaló que, en primer lugar, es necesario señalar que contar con dichos sistemas “es una muy buena noticia”, dado que hasta hace algunos años no existían.
También planteó que los problemas no están tan presentes en el sistema de alertas sino en la respuesta que se puede dar cuando se genera una alerta. En ese sentido, el estudio refiere a datos de 2023 de la Dirección Sectorial de Integración Educativa de la ANEP, que muestran que ese año “se registraron más de 61.000 alertas, que involucraron a 41.143 estudiantes” de secundaria y UTU, lo que implica cerca de 40% de la matrícula. Sin embargo, sólo 54% de las alertas generadas pudieron ser respondidas, lo que “incluye aquellas alertas resueltas positivamente (41%) y las que no pudieron resolverse (13%)”.
Para Cardozo, en ese aspecto hay “un desafío grande” en lograr una mejor respuesta, porque, justamente, el sentido de tener un sistema de alertas es poder hacer algo al respecto cuando se genera un aviso. También sería deseable una mayor articulación entre el sistema de alertas que se genera en primaria, a través de la plataforma Gurí, y las que se generan en los centros de educación media. Precisamente, saber qué vínculo tuvo el estudiante con la asistencia en la escuela permite pensar mejores estrategias de prevención en media.
Para que ello ocurra, el especialista planteó que el sistema, que hasta hace poco se activaba cuando se registraban tres faltas seguidas sin justificación y ahora “bajó un poco el umbral” justamente por la dificultad para dar respuestas, no debería incluir solamente alertas de acción inmediata. “Si hay alumnos que vienen faltando desde primero de escuela, tal vez no necesito la alerta de saber que ahora en marzo faltaron tres veces seguidas para dar una respuesta institucional, porque ese alumno viene con una historia de ausentismo muy grande y es altamente probable que vuelva a tenerla; capaz se pueden pensar acciones más de mediano plazo, más preventivas”, ilustró. Eso se lograría si, por ejemplo, el sistema informara a los equipos técnicos y de docentes la cantidad de alertas que disparó el estudiante el año anterior.
Entre las varias líneas de acción para generar mejores respuestas al ausentismo, en el libro se plantea la necesidad de contar con más personas encargadas de atender y dar seguimiento a los problemas de asistencia a los estudiantes y, justamente, Cardozo entendió necesario “encontrar el equilibrio entre los recursos y las capacidades de respuesta”.
En ese sentido, dijo que se debe apuntar a que no queden alertas sin saltar cuando deberían haberse disparado y, al mismo tiempo, que “cuando salga una alerta haya capacidad instalada para responder”. “Obviamente, no es razonable encender alertas a las que no podemos dar respuesta, pero tampoco es razonable no encenderlas si el caso lo amerita”, completó.
Por su parte, Retamoso afirmó que, más allá de los sistemas de alerta, lo importante es “definir una estrategia de acompañamiento educativo en términos generales”. Según explicó, el sistema de alertas con un enfoque más preventivo sería “el primer componente” de la estrategia, pero también debe ir acompañado de otras herramientas y recursos. En ese sentido, el integrante de Unicef valoró que el siguiente paso es generar buenos protocolos que identifiquen distintos tipos de situaciones, entre ellas cuándo es necesaria la intervención de otros organismos externos al sistema educativo.
Como un siguiente paso, en la misma línea que Cardozo, Retamoso señaló que es necesario “tener acompañamiento efectivo en el territorio por parte de personas de carne y hueso que trabajan este tema”. Según dijo, lo diverso de las causas hace que, por ejemplo, deba trabajarse en el acompañamiento a nivel académico, si el problema es educativo; psicosocial, si se detectan situaciones de violencia; o también financiero. Por tanto, consideró que es necesaria “una amplia gama de acompañamientos que implican intervenir en territorio”.
Ausentismo también está atravesado por la desigualdad socioeconómica, aunque está presente en todos los quintiles
El estudio muestra que los liceos de nivel socioeconómico más vulnerable –concretamente los que pertenecen al quintil 1 de ingresos– “registraron 41 inasistencias en el promedio de los grados primero a tercero”, en comparación con 27 faltas en los liceos del quintil superior”, una diferencia de 14 días. “El ausentismo crónico alcanzó el 75% y el 58% de los estudiantes de los liceos de los quintiles inferior y superior, respectivamente”, se completa.
Consultado sobre si el origen socioeconómico, que tiene un fuerte impacto en casi todos los indicadores educativos, es un poco menor en la no asistencia a clases, Cardozo entendió que, más allá de que el ausentismo está presente en todos los quintiles, igualmente tiene una incidencia más importante en los centros de contextos más vulnerables.
Si bien planteó que se trata de un problema “estructural” de todo el sistema, en el que también inciden otros factores como la extraedad de los estudiantes, indicó que “los muchachos de contextos más vulnerables no sólo faltan más, sino que, además, el impacto de faltar sobre sus resultados educativos es mayor”. Al respecto, sostuvo que la asistencia es un fin en sí mismo porque se parte de la base de que es mejor que los estudiantes concurran a los centros educativos, incluso aunque repitan, ya que ello tiene directa incidencia en la mejora de los resultados educativos, lo que es especialmente importante en contextos más desfavorables.
En adición, consideró que si el tema se mira comparativamente con otros países similares, por ejemplo, Uruguay tiene la mitad de asistencia que Chile, un país “más grande, con montañas, con un clima distinto, que tiene desigualdad socioeconómica igual o mayor que la de Uruguay”.