En setiembre, los docentes que trabajamos en el Consejo de Formación en Educación (CFE) comenzamos a recibir los primeros borradores de reglamentos de elección de horas; las direcciones comienzan el armado de horarios, y para todos circula activamente la preocupación por ajustar nuestras vidas a las previsiones y a las realidades cambiantes. Es el momento en que todo parece estar abierto a nuevos acuerdos, y en el que el presupuesto prima por sobre lo educativo y las negociaciones se hacen urgentes sin aparecer mediadas por la pregunta “¿Para qué futuro educamos?” que nos dejara Reina Reyes hace ya 55 años. ¡55 años!

Este año, llega cargado de la discusión presupuestal que, como cada quinquenio, marca en dinero contante y sonante la intencionalidad política del gobierno, que con recursos que siempre son escasos organiza sus prioridades. Elegir, en suma, a qué santo se desviste para que los mismos de siempre sigan vestidos. Esos son intocables, más en una situación financiera como la que vive la educación, en la que la anterior administración dejó un déficit millonario solamente en CFE. Barbaridad que pone en aprietos la formación profesional de los maestros, profesores y educadores de todo el país.

Como -además- cambiamos de signo político, la CFE se ha abocado a convocar y escuchar planteos de los docentes a través de diversas comisiones y también a través de reuniones con representantes de cada departamento académico. Estos departamentos habían sido formalmente eliminados por el gobierno anterior, pero se mantuvieron funcionando de manera autoconvocada, resistiendo de todas las formas posibles los embates de una administración ensañada con la educación pública y especialmente con el departamento pedagógico de la formación en educación.

Entre las variadas formas de ataque, el nuevo plan propuesto incluyó una serie de detalles que deberían modificarse de forma urgente. Una formación operativa que ofrece técnicas de actuación competentes y funcionales no profesionaliza a los docentes que necesitamos hoy. Las autoridades nuevas, que hasta ayer nomás participaron de las discusiones y las propuestas de las Asambleas Técnico Docentes (ATD) de formación docente, saben que los colectivos han rechazado una y mil veces este enfoque.

La semestralización —llegada de la mano de esa “panacea” que es la nueva propuesta de formación docente— ha provocado estragos, amontonando cursos anuales en maratones semestrales en las que no hay tiempo real para que los estudiantes puedan organizarse y disponerse para su formación profesional. Durante la carrera es necesario que los futuros docentes puedan reunirse, leer, estudiar, reflexionar sobre las prácticas, trabajar en diálogo entre pares y con sus profesores, de modo que formarse como educador sea realmente una oportunidad para construir pensamiento propio a partir de categorías, conceptos y nociones básicas e integrales.

El plan del anterior gobierno y que -al parecer- deberemos sostener un año más “por falta de tiempo” para diseñar una propuesta acorde a lo que está en juego, ha logrado que cada año, a tan sólo dos meses de iniciados los cursos, tanto los profesores como los estudiantes estemos absolutamente agotados. Este agotamiento lo genera el diseño de una “carrera” (nunca mejor dicho) demencial que, como un jueguito online, va recogiendo puntos y créditos por cursos y seminarios que no significan absolutamente nada, porque no hay tiempos para madurar, comprender y llegar al territorio de la práctica reflexivamente.

A nadie le sirve este plan de acumulación de asignaturas —ahora llamadas unidades curriculares— porque, si bien este nombre condensa mejor el sentido “unitario y aislado” de lo curricular en este nuevo plan, hemos perdido la formación pedagógica y la perspectiva académica e integral.

¿Cómo es posible que nos asombremos de la baja matrícula o de los altos niveles de deserción si parece que los provocamos con cada una de las decisiones que estamos tomando? ¿Para quién puede tener sentido este plan? ¿Cómo fue que en un organismo de formación en educación se han desnudado nuestras carreras de las asignaturas que proponen la reflexión pedagógica? ¿A qué horizonte nos lleva sostener este proceso de desmantelamiento pedagógico-reflexivo?

El anterior gobierno orientó los planes de la formación docente hacia una posición tecnocrática y de eficiencia metodológica. Abundaron los modelos, las rúbricas y las pautas, todo medible en resultados y evidencias, eficacias y en grados de eficiencias. Olvidó la esencia humana de los procesos educativos; una de las decisiones más contundentes fue el vaciamiento conceptual de la formación en educación: quitándole la formación en pedagogía, anularon lo reflexivo.

Veamos: en planes anteriores se formaba a los docentes desde el primer año de la carrera partiendo de la observación y análisis pedagógico institucional; luego tenían un primer curso de pedagogía y al año siguiente un curso adicional. Ya vamos en tres cursos anuales completos. Además, los maestros terminaban su formación realizando un trabajo final de grado orientado por profesores de pedagogía para construir un ensayo volcado a realizar un análisis pedagógico de la práctica docente.

Durante la llamada “transformación educativa”, todo lo anterior fue arrasado; ahora los futuros maestros, profesores y educadores tienen un único curso de pedagogía, llamado “Teorías pedagógicas”, y este se desarrolla durante el primer año de la carrera. Eso es todo. Llegarán a las aulas escolares y liceales desprovistos de formación pedagógica, habiendo realizado solamente un curso de cinco o de seis horas semanales en toda la carrera. Parece poco, demasiado poco; no parece ser un olvido, ni un error ni una casualidad.

El problema es formativo, por eso nos preguntamos cómo es posible sostener durante un año, todo 2026, una formación en educación carente de formación pedagógica a estos extremos. ¿Qué tipo de docentes queremos? ¿Qué argumentos permiten sostener que un docente egrese de formación en educación con tan pocas herramientas para la toma de decisiones en relación con la praxis de educar?

Mientras creció la formación teórica en otras áreas y la formación práctica-metodológica, nos encontraremos con egresados que no pueden pensar autónoma y problemáticamente la institución educativa, ni las infancias, ni la autonomía de los estudiantes. No pueden fundamentar sus decisiones pedagógicas, ética y políticamente, y no están pudiendo obtener claridad a la hora de reflexionar sobre para qué y por qué enseñar un determinado tema; sólo por enunciar algunos de los problemas que el vaciamiento pedagógico formativo genera.

Es necesario cambiar urgentemente el plan de la formación en educación, la enseñanza toda no soporta un año más, porque significa una nueva generación que egresará con una formación carente.

Las autoridades anteriores llegaron incluso a trasladar cursos desde el área pedagógica al área de la didáctica y al departamento de Sociología y Derecho. Es decir, se dejó un campo de saber pedagógico en manos de docentes muy bien calificados, pero de otro campo.

Porque en definitiva ese fue el espíritu, no solo desmantelar colectivos, y en lo posible, dividir para reinar, sino también arrasar con toda especificidad. Eso es la enseñanza competencial, una propuesta grandilocuente que licúa el conocimiento especialmente construido por unos modos de pensar la educación característicos de cada campo formativo.

¿Está mal que se haya colocado una nueva opción formativa dentro del Departamento de Sociología y Derecho? ¡Claro que no! Lo que está mal y es un error insostenible es que se desmantele la formación pedagógica y este es un emergente que requiere urgente atención.

Por esas razones —entre otras— es necesario cambiar urgentemente el plan de la formación en educación; la enseñanza toda no soporta un año más, porque significa una nueva generación que egresará con una formación carente. Lo que estamos observando genera una nueva urgencia: el consejo tendrá que generar una propuesta con el objetivo de nivelar la formación pedagógica. Es urgente, porque lo contrario es un enorme disparate y significa mantener la eliminación de las bases pedagógicas de la formación docente y que muchos profesores y maestros lleguen a las aulas de primaria y de educación media sin este componente formativo nodal, esencial y fundamental. No estamos abundando en sinónimos; es que todos los matices que podamos remarcar son escasos para señalar lo que está pasando.

Nuestra formación debiera recuperar algunas tradiciones e innovar en otras, pero sin olvidar que es urgente y necesaria una mirada radicalmente pedagógica. Una mirada que haga valer el necesario equilibrio entre el saber a ser enseñado, el sujeto al cual se le está enseñando y aquel otro sujeto (docente, educador, educador social, según cada caso) dispuesto a hacer circular ese don precioso de la humanidad que es la cultura que hemos ido construyendo durante milenios.

En Formación en Educación hay una emergencia nacional, por eso es urgente que a partir de marzo de 2026 se restituya la formación pedagógica a los maestros y profesores, para poder restituirles una escuela con sentido a los niños y una educación media valiosa a nuestros jóvenes.

Entendemos que, en ese sentido, es tiempo de que la pedagogía vuelva a la currícula formativa y también que se implementen cursos de nivelación a los estudiantes próximos a egresar, permitiendo que los nuevos profesores, educadores y maestros adquieran los saberes necesarios de los que han sido privados.

Una formación pausada, mediada por el tiempo y la maduración cognitiva, es la que nos hace mejores profesionales; no hay razones para permitir que egresen con una formación pedagógica menor a la del resto de los egresados del país. Les debemos, al menos, eso.

Edh Rodríguez es licenciado en Educación, escritor y docente efectivo de Pedagogía y Pedagogía Social en CFE y Laura Curbelo Varela es magíster en Educación y en Filosofía 3/18, doctoranda en Educación, docente efectiva de Pedagogía en CFE y escritora.