El jueves 24 de enero de 2002 Maldonado fue testigo de la marcha-caravana más grande que ha tenido el departamento. Entre calor, pancartas y banderas se respiraba un ambiente tranquilo, de “calma absoluta”, pero de lucha y resistencia. Se respiraba injusticia, reclamo y esperanza. Organizada por el PIT-CNT, partió desde Montevideo con la intención de llegar hasta la plaza Artigas, en la avenida Juan Gorlero, la calle principal de Punta del Este, porque era el único lugar del país donde una marcha de esa dimensión podía impactar. Sin embargo, llegó hasta donde “la democracia lo permitió”, según rememora una placa ubicada sobre el cantero central de la avenida José Joaquín de Viana, en la intersección de la calle Florida, en Maldonado ciudad.
El entonces presidente Jorge Batlle prohibió que la caravana ingrese a Punta del Este con el argumento de que se molestaría a los turistas; pero en el balneario también descansaban “grandes evasores como los Peirano”, manifestó en diálogo con la diaria Walter Venturino, entonces integrante del sindicato de la Federación de Obreros y Empleados de la Bebida (FOEB) y dirigente de la Intersindical Maldonado. “A los trabajadores se nos quería prohibir ir a Punta del Este para realizar reclamos, pero sí se nos abría la puerta para que muchos fueran explotados en el balneario”, sostuvo.
Esa negación a que la marcha llegara a su destino generó una reacción por parte del pueblo. Con una alegría “impresionante”, la gente se unió caminando y marchando, dijo a la diaria Óscar Andino, actual secretario departamental del Sindicato Único de Hoteleros y Gastronómicos del Uruguay, quien estimó que participaron unas 100.000 personas de varios departamentos del país, mientras que otros dicen que fueron 15 kilómetros de gente. “Para muchos de nosotros fue la primera vez que vimos una marcha de esa magnitud”, indicó a la diaria Silvia Pérez, quien en 2002 era presidenta de la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU) y delegada del sindicato bancario en la mesa Intersindical.
La previa
La crisis estalló en 2002, pero desde hacía tiempo en Uruguay había un sistema financiero permisivo con libertad bancaria y sin controles, sustentado por el dinero de muchos argentinos que “cruzaban plata con bolsos llenos, la contábamos y entraba para adentro. No había preguntas, ni controles, ni nada”, aseguró Pérez. “Era un mundo muy distinto”, agregó, y apuntó que en Maldonado ciudad y en Punta del Este había 29 sucursales bancarias de “todo tipo de bancos, extranjeros, agencias, que hoy son impensables”.
Según recuerda Carlos Etcheverry, electo edil por el Frente Amplio (FA) en el 2000, además de lo permisivo del sistema bancario, el actual intendente de Maldonado que también estaba al mando en ese entonces, el nacionalista Enrique Antía, en esos años “se apuró” a votar excepciones en la construcción “a toda velocidad” que mejoraban las posibilidades de los empresarios con la excusa de la falta de trabajo a causa de la crisis.
Al comenzar 2002, la situación del balneario era muy crítica. El turismo decayó al punto de que muchos trabajadores, a mitad de enero, eran enviados al seguro de paro, y sin un respaldo, porque las organizaciones sindicales no tenían la fuerza que poseen actualmente, al tiempo que el sindicato de la construcción en Maldonado venía “cascado” por la huelga general de 1993, recordó Andino. Sindicalizarse implicaba perder el empleo: “si decías que pertenecías a un sindicato, las empresas te despedían”, sostuvo.
Sin disturbios
Una semana antes de la marcha, la organización sindical supo que llegar a Punta del Este no iba a ser posible y el recorrido padeció varias negociaciones. Desde la Policía y el Ministerio del Interior se ofrecieron lugares alternativos para realizar la oratoria final, como el predio ferial o la plaza principal de Maldonado, pero “no nos convenía”, dijo Venturino. “Si llevábamos la marcha al centro y un infiltrado rompía una vidriera, qué lío se arma”, apuntó. En esa línea, Pérez manifestó que se respiraba cierto temor ante la reacción de algún posible provocador, “alguien que se desmadre”, pero la marcha durante todo el recorrido se dio de forma “pacífica”.
Encabezada por el sindicato de la FOEB, llegó a Maldonado por la ruta 39 y avanzó por un recorrido de unas 20 cuadras que siguieron por camino Velázquez (actual avenida José Batlle y Ordóñez), la avenida Juan Antonio Lavalleja y la avenida José Artigas (actual José Joaquín de Viana), hasta la calle Florida, donde se armó el estrado con parlantes y una gran pancarta que versaba: “Hasta aquí llega la democracia”.
A 300 metros, sobre la fuente de los lobos, la Guardia de Coraceros, con decenas de efectivos de la Republicana y otros cientos de la Metropolitana, custodiaba la organización. “Pensaban que nosotros nos íbamos a enfrentar con ellos”, recuerda el dirigente de la Intersindical, que en su discurso recalcó las agresiones que, entiende, recibían del intendente de Maldonado, Enrique Antía, electo por primera vez en el 2000, y del senador Wilson Sanabria, que inducían a la represión de la gente contra la marcha, “llamaban a que nos abuchearan e instigaban a circunstancias fuera de lugar”. La provocación fue tal que, en pleno acto, de un edificio tiraron cascotes y un “naranjazo” que le dio a un periodista, cuenta Venturino, pero “nosotros no queríamos ningún roce ni enfrentamiento con la Policía”.
La falta de derechos y las trabas para llegar a Punta del Este, los bajos salarios y altos niveles de desocupación, la lucha por las privatizaciones y la represión a algunos trabajadores por sindicalizarse fueron algunos de los reclamos que Venturino, primer orador del acto, previo a Gustavo González de Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (Fucvam) y a Juan Castillo del PIT-CNT, enfatizó en su discurso frente a muchas personas que mantenían esperanzas de mejoras económicas y sociales, de derechos y libertades.
A Pérez le queda la sensación de que la marcha-caravana fue clave para poder salir adelante, de que si no se hubiera hecho muchas cosas no habrían pasado y que al movimiento sindical le sirvió para rearmarse, porque colectivamente “nos dio esa sensación de organización”.
Para muchos, la marcha significó un antes y un después. Una marcha que tuvo su “épica” y quedó marcada como un tatuaje en la piel, un momento “bisagra”, un “sacudón” para el país, pero especialmente para el pueblo fernandino que no había tenido un movimiento de tal magnitud. “Hacemos muchas cosas que no tienen resonancia, pero esa la tuvo”, dijo Ecteverry.