Las mujeres no nacemos feministas: llegamos a serlo después de un proceso que en principio es personal pero que se convierte en colectivo en el momento en el que se revela que los desafíos que enfrentamos todos los días por nuestra condición de género no son hechos aislados. Es decir, cuando caemos en la cuenta de que, en esta lucha contra el sistema patriarcal, lo personal siempre es político.

Esta reflexión disparó la semana pasada el debate “Feminismos y Futuro”, que tuvo como protagonistas a diez mujeres referentes de distintos ámbitos académicos, profesionales, políticos y sociales. El intercambio, que se hizo en el marco del mes del Día del Futuro, empezó como una forma de compartir las experiencias comunes en torno a ese hacerse feminista pero fue mutando en una discusión sobre los desafíos actuales de la lucha en un momento de efervescencia en el que las mujeres organizadas cobran protagonismo en distintas partes del mundo.

“¿Cómo el feminismo no nos va a cambiar la vida si, justamente, hace que nuestras vidas sean viables y posibles?”, lanzó la psicóloga trans Marcela Pini e inauguró así, sin necesidad de decir más, el debate en la sala Zavala Muniz del Teatro Solís.

La investigadora social Ana Laura de Giorgi contó que el feminismo le permitió liberarse “de situaciones patriarcales, de violencia simbólica, de menosprecio”. Pero no sólo liberarse de esas situaciones: también contestarlas. “Fue un proceso muy liberador pero también doloroso. Es un camino de ida hacia el reconocimiento del patriarcado en su mayor expresión y de decisiones que una después no puede revertir”, consideró.

En el caso de la sindicalista Tamara García, el feminismo le dio respuestas: “Tenés bronca porque hay algo que ves que es desigual y te molesta, pero no sabés bien por qué. Cuando empezás a leer sobre lucha de clases, racismo y feminismo te vuela la cabeza. Y entendés. Eso te da las herramientas y el marco teórico para ver cómo cambiar las cosas”.

Para la politóloga y actual directora de la Asesoría para la Igualdad de Género de Montevideo, Patricia González Viñoly, volverse feminista fue darse cuenta de que había vivido “estafada”. “Es terrible porque esa estafa que sentís es sobre tu vida misma. Es hacer la construcción de todas las cosas que te pasaron a vos, darte cuenta que viviste situaciones de violencia, y ver cómo a partir de ahí sanás y reconstruís. Ese proceso es re doloroso”, reconoció. Pero es más que eso, agregó. Es ver que esas situaciones no suceden por tu culpa y que no te pasa sólo a vos. “Es eso de que lo personal es político. Si nos pasa a todas, no soy sólo yo la que tiene el problema, y el tener compañeras feministas en todas partes del mundo también te construye”.

“Nadie nace feminista”, dijo por su parte la diseñadora gráfica y tuitera Camila Espínola, “y el reconocerte a vos misma como feminista en un momento de tu vida habla de todo un proceso que hiciste de aprendizaje y de poder entender la realidad de otra forma. Me parece que cuando llegás ahí no hay vuelta atrás, a todas nos cambia y nos sigue cambiando”.

Las diez mujeres coincidieron en que el feminismo es un golpe de lucidez, un despertar doloroso y un proceso irreversible. Pero también insistieron en que ese recorrido nunca se camina en soledad. “Lo que más me ha aportado el feminismo ha sido compañeras y sentirme mucho menos sola de lo que me sentía antes”, dijo De Giorgi, y sintetizó lo que sus compañeras de panel de alguna u otra forma también expresaron.

¿Una lucha sólo de ellas?

La dinámica del debate era la siguiente: las expositoras tenían que colocarse en círculo alrededor de un centro imaginario al que tenían que pasar si estaban de acuerdo con las consignas que proponía la periodista Cecilia Olivera, quien ofició de moderadora. Una de las preguntas que generó más discrepancias fue: ¿el feminismo es una lucha sólo de mujeres?

La modelo y activista de Jóvenes Afro Romina di Bartolomeo fue la primera en pasar al medio y aseguró que, al menos en este momento, la lucha es de las mujeres. “Un problema que tenemos las mujeres feministas, y también las negras y los negros en general, es el de la apropiación de nuestras luchas. Eso es algo que siempre termina pasando cuando le damos el espacio a la hegemonía, en este caso hombres y blancos. Ellos terminan opinando y yo no quiero su opinión”, afirmó.

En la misma línea, Pini dijo que le resultaba “muy difícil” pensar en que un hombre pueda encabezar la lucha feminista. “Puede acompañar o ser parte del movimiento feminista, pero la lucha feminista, que tiene que ver con el sentir de un patriarcado que recae todo su poder sobre el cuerpo vulnerado de las mujeres y que ubica a las mujeres en un lugar de exclusión y fuera de los privilegios de la masculinidad, es de las mujeres”, precisó. “Yo no quiero que un hombre luche por mis derechos, porque el patriarcado tiene los mecanismos recontra aceitados para que esos varones se apoderen de mi voz. Yo quiero mujeres, mujeres trans, feministas que hablen por mí. No quiero hombres que hablen por mí”, agregó.

Para García, es importante marcar la diferencia entre los roles que a cada persona le toca en las luchas. “Capaz que la lucha es de toda la sociedad, pero el tema es, varón: ¿cuál es tu lugar en esa lucha? ¿Tu lugar es protagónico, es estar al frente en la movilización? No. En este caso, sos aliado y como varón podés abrir la puerta y entrar en un montón de ámbitos. Entonces tratá de incidir en esos ámbitos y tratá de eliminar todas las conductas machistas que hay en tu entorno y que tenés vos dentro de tus privilegios. Acompañá, pero nuestros espacios respetalos”, dijo.

Aquellas que no pasaron al centro consideraron que la revolución política, social y cultural por la que aboga el feminismo en términos de igualdad tiene que implicar a todos los actores de la sociedad. Varones incluidos. “Creo que el feminismo no se vive en soledad y que es una marea viva, por lo tanto no importa si estás adelante, en el medio o atrás. En ese sentido, creo que si no se implican los varones o las otras identidades en esta lucha, es difícil pensar una transformación”, opinó la abogada, investigadora y docente Valeria España.

Por su parte, González Viñoly aseguró que la lucha feminista es “de las mujeres, de los hombres y de todos los que quieran participar”, porque el feminismo viene a cuestionar la manera en la que existimos y nos relacionamos. “Tenemos que vincularnos de otra forma y eso nos implica a nosotras, en cuanto a cómo salimos de la opresión, pero también te implica a vos, hombre, que no elegiste nacer con tus privilegios y querés salir de ahí”, argumentó. Y agregó: “Estoy convencida de que vamos a lograr transformar las cosas cuando los hombres también empiecen a dar batallas en los lugares en los que están y a los que las mujeres no llegamos”.

La violencia machista, ese hilo conductor

Olivera pidió que se ubicaran en el centro imaginario aquellas mujeres que hayan atravesado situaciones de violencia machista. El paso al frente fue unánime. El silencio también. González Viñoly agarró el micrófono y dijo de manera contundente: “Yo me volví feminista y me separé”. La politóloga afirmó que el feminismo fue una herramienta con la que pudo interpretar “un montón de cosas” que en una relación pueden estar naturalizadas pero que en realidad son situaciones de violencia. “Esto no sólo implica el ejercicio de la violencia física, también implica las limitaciones de tu proyecto, el control o que te revisen el celular”, ilustró. Para ella, ver el “golpe” es más fácil, lo difícil es detectar lo otro, eso que no deja marcas en el cuerpo pero que “te va construyendo”. “Verte en el lugar de víctima es horrible, porque no querés estar ahí. Pero también está bueno verse, porque es sanarse, es saber que no tenemos la culpa, que es el sistema y no somos nosotras, que no fue que no nos dimos cuenta antes, que lo vimos cuando pudimos”, opinó.

La rapera y actriz Eli Almic eligió como ejemplo de violencia machista lo que vivió en su casa mientras crecía. “Mi madre era la ama de casa tipo esclava con cuatro hijos, mientras mi padre iba a trabajar y era el que traía la plata y el que tenía siempre la última palabra. Mi padre nunca me pegó, pero nunca necesitó hacerlo porque él ya imponía una autoridad y nadie hablaba. Ese miedo es re peligroso porque es una violencia naturalizada enorme”, reflexionó la artista. “Aprendí que a mi madre se la destrataba pero a mi padre no. Ese es el ejemplo más claro que tuve de violencia machista”, compartió.

“No hay una reparación que cubra el daño que ha causado el patriarcado en la historia de la humanidad”, aseguró España, mientras hacía eco de todas las historias de mujeres que vivieron situaciones de violencia de género y se quedaron a la espera de una justicia que nunca llegó.

En su turno, De Georgi hizo un énfasis especial en el miedo que empieza a crecer una vez que se atraviesa una situación de violencia. “Todas tenemos un cúmulo de violencia machista y hasta estos momentos tengo miedo de ciertas situaciones que ya viví y que no quiero contar para no revivirlas”, afirmó.

Pini aseguró sin titubear: “Toda la vida de una mujer trans está transversalizada por la violencia machista”. El ejemplo más emblemático, dijo, fue cuando decidió “transitar en el género” y se dio cuenta de que a partir de ese momento no le quedaba otra alternativa que estar en situación de trabajo sexual. Esa decisión le valió tener que abandonar durante muchos años la carrera universitaria que estaba cursando. Finalmente, resumió: “No sé desde qué otro lugar vivir si no es desde la violencia machista”.

El derecho a ser

En momentos en que se discute en el Parlamento la ley integral para personas trans y que la campaña a favor de su aprobación gana fuerza en las calles, se imponía como necesario debatir también sobre este tema. Particularmente, la discusión se abordó en torno a uno de los puntos del proyecto que más ha generado resistencias dentro y fuera del Palacio Legislativo: la inclusión en la normativa de niñas, niños y adolescentes.

“¿Por qué hay que incluirlos? Yo me preguntaría por qué no tendrían que estar, si los derechos son para todas las personas, independientemente de cuál sea la franja etaria”, afirmó Pini y rompió el hielo. Para la psicóloga, “si los derechos son para todas las personas, son para todas las personas cis y para todas las personas trans”. También se refirió a los artículos de la ley que más han generado críticas, que son el derecho al cambio de nombre y el derecho a poder transitar esa identidad conforme a su sentir. Al respecto, Pini dijo que “el principal derecho de una persona es poder decirse y que otro la reconozca en ese decirse de sí mismo o de sí misma. No hay sujeto, no hay persona, si no se puede decir, si no se puede nominar, si no puede enunciar: ‘Esta persona soy yo’. No hay una construcción de un yo. Entonces, en la medida en que no existe un yo, no hay alguien que se pueda relacionar con otro yo, y eso es la base del vínculo”, defendió.

Por su parte, la artista y activista trans Delfina Martínez argumentó que la infancia y la adolescencia tienen que estar contempladas en la ley en cuanto las personas trans “no nacen a partir de la mayoría de edad”. “Hay una construcción que empieza a partir del momento en el que podemos expresar quiénes somos y hacia dónde vamos. Se trata de habilitar ese derecho y ese reconocimiento en los documentos de identidad”, manifestó.

Por otro lado, Martínez destacó que hay una diferencia entre lo que implica ese derecho a transitar la identidad trans en la infancia y en la adolescencia. En el caso de las infancias, “se trata de habilitar el derecho a ser y el derecho a poder expresarse de la manera que quieran sin tener el peso de la violencia de esta sociedad, de que se rían o que te caguen a palos y te griten ‘puto’”. Pero en la adolescencia, que es cuando empiezan los cambios biológicos en el cuerpo, “hay personas trans que deciden empezar un tratamiento hormonal” y “la idea es que eso pueda hacerse desde un sistema de salud cuidado y no desde la clandestinidad, como nos hemos construido históricamente”. Pero a su entender, todavía la sociedad se resiste a entender y piensa que las personas trans son “el monstruo que quiere destruir la familia”. Puso como ejemplo de doble discurso el hecho de que “nadie cuestione” a las adolescentes cis “que toman pastillas anticonceptivas antes de los 18 años”.

De Giorgi fue la única que no pasó al frente. Antes que nada, advirtió que está a favor de la ley trans. Pero dijo que tiene algunas “desconfianzas”, sobre todo en cuanto a “cómo hacer para que en situaciones concretas niñas y niños no sean más vulnerabilizados” de lo que están, especialmente “desde el poder médico”.

Pini contestó: “Si en realidad lo que quiere la sociedad es que sus hijas e hijos puedan transitar en un modo de igualdad, también tiene que habilitar las vulnerabilidades comunes, porque es lo que implica ser parte de esa sociedad”.