Ese día entré a una reunión a eso de las 16.00. Desde el lunes, las jornadas habían estado marcadas por movilizaciones autoconvocadas de estudiantes secundarios que rechazaban el alza de la tarifa del transporte público aplicada por el gobierno. La imagen que tengo trazada en mi mente es de un grupo de mujeres estudiantes de liceo público intentando entrar por una puerta del metro que había sido cerrada, gritando consignas de justicia y saltando torniquetes. En los medios de comunicación, los panelistas cuestionaban la protesta porque al estudiantado no se le aumentaba el pasaje, sólo a los adultos. Las estudiantes respondían que ellas lo hacían por sus mamás, por sus abuelas, por sus familias. Porque, simplemente, no alcanza.

Cuando salí de mi reunión, a eso de las 18.00, el metro estaba cerrado y las calles tomadas por manifestaciones. Todos y todas tuvimos que caminar a nuestros hogares, en muchos casos varias horas. Más que enojo o resignación había una complicidad, había una conversación, había un sentimiento de justicia. Nos mirábamos entre desconocidos y poníamos en común nuestras historias. Y parecía que sí había comunidad, que sí había pueblo, que sí había futuro. Cuando salí de mi reunión entendí que Chile no era el mismo que en la mañana. Chile despertó y, rápidamente, los muros de las calles comenzaron a hablar: no son 30 pesos, son 30 años.

Para las mujeres ya son varios siglos, así que en verdad este nuevo Chile será con nosotras o no será. Y así se viene sintiendo esta antesala del #8M2020. Partimos este “superlunes” promulgando la denominada Ley Gabriela, que amplía la tipificación penal actual del femicidio. Hasta hoy sólo se consideraba el femicidio íntimo, es decir, aquel que es perpetrado por el cónyuge o conviviente de la víctima. Pero desde ahora el femicidio abarcará todos aquellos casos en que se dé muerte a una mujer por razones de género. Esto significa un avance sustantivo en el reconocimiento y la sanción de la violencia machista. Ahora toca ponerle empeño y presupuesto a la prevención, a pesar de que nunca ha sido una real prioridad por parte del gobierno.

El martes fue el día de la interpelación a la ministra de la Mujer y Equidad de Género, Isabel Plá, quien se ha caracterizado por un silencio cómplice ante el aumento de casos de violencia policial –en particular de violencia policial sexual– que hemos visto desde el 18 de octubre contra nosotras, así como por sumir en la irrelevancia a un ministerio por cuya existencia luchamos mucho tiempo.

Lamentablemente, lo que vimos fueron respuestas vacías, faltas a la verdad y una soberbia envuelta de carencia de empatía con la situación de las mujeres en Chile. No sólo fue capaz de negar la responsabilidad del gobierno en las graves y masivas violaciones a los derechos humanos que ya han reconocido y denunciado cuatro informes internacionales, sino que además respaldó los dichos del presidente Sebastián Piñera, quien dijo el día anterior: “A veces no es sólo la voluntad de los hombres de abusar, sino también la posición de las mujeres de ser abusadas”. La triste conclusión es que la ministra está con el gobierno antes que con las mujeres, y ante esa situación nos toca cuidarnos el doble.

Paridad constituyente

El miércoles estuvimos presentes en el Congreso Nacional. La razón: se sometía a votación definitiva la paridad de género en el proceso constituyente. Hace cinco meses atrás parecía imposible tener una nueva constitución política que reemplazara aquella dictada a punta de sangre, fuego y fraudes el año 1980 bajo la dictadura de Augusto Pinochet. Pero más imposible aun parecía que fuera redactada por un órgano integrado de manera paritaria por hombres y mujeres.

Y esta semana celebramos paridad. En una votación que requería no sólo votos de la oposición, sino también de la derecha, logramos convertirnos en el primer país del mundo que tendrá un proceso constituyente con un mecanismo de paridad de entrada y de integración que nos dará una proporción de entre 45% y 55% de hombres y mujeres. Una constitución escrita con nosotras hoy es posible por primera vez en la historia constitucional de Chile. Y sé que lo haremos realidad a pesar de los esfuerzos de sectores de derecha de suspender el plebiscito del 26 de abril.

Con todo, al día siguiente la marraqueta estaba más crujiente y el tecito estaba más dulce, como decimos acá. Y es que cada una en lo suyo, pero juntas en todo, vamos cuidándonos del patriarcado y vamos moviendo los cercos de lo posible. Desde los espacios sociales y políticos, desde la calle y la institucionalidad, a nivel local y global, aprendiendo y enseñando, probando y errando, pero, en todos lo casos, sorororeando.

Este 8M sabe distinto. Y es que es nuestro primer 8M con un Chile despierto, con un Chile que hace posible la primera constituyente paritaria del mundo, con un Chile que pone en cuestión el depredador modelo neoliberal que nos rige, con un Chile que se siente poderoso ante los poderosos de siempre. Con un Chile que, también, se ha hecho famoso por las violaciones a los derechos humanos. Este 8M sabe a cuidarse, a lacrimógena, pero también a unidad, fuerza y esperanza, sabe constituyente, sabe a nuevo Chile.

Compañeras latinoamericanas, aquí en Chile nos inspiran y espero que podamos inspirarles el corazón y las ideas también. Aquí en Chile no es posible sin nosotras y en Latinoamérica tampoco. En momentos en los que ni la democracia ni los derechos humanos están asegurados, en los que el capital y el patriarcado se ponen bravos, trenzar nuestras luchas, acuerparnos en los procesos, aprender de nuestras trayectorias, avanzar codo a codo son imprescindibles para mantener el norte en este sur, para que este mundo no se construya nunca más sin nosotras.

Y hoy, más que nunca, es preciso soñar. Soñar, juntas, sueños que se desensueñen y en materia mortal encarnen. EG

Constanza Schönhaut Soto es militante feminista y del Frente Amplio de Chile.

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