Tras la reciente aprobación de la Ley 19.978 que regula el teletrabajo, aprobada en agosto, la reflexión sobre las condiciones de trabajo de las mujeres se hace necesaria, en tanto el proyecto, el debate y la propia ley se presentan como ciegas al género. ¿Quiénes han realizado más teletrabajo durante 2020, un año marcado por la ausencia de centros de cuidados debido a su cierre? ¿Qué consecuencias podría tener el teletrabajo sobre la vida de las mujeres y su desvinculación con el ámbito público? ¿En qué condiciones se realiza el teletrabajo? ¿Qué aprendizajes ha dejado la crisis económica por covid-19 sobre las desigualdades de género en el mercado laboral para orientar normativas laborales?

Desde el Grupo de Investigación de Sociología de Género1 (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República), a partir de antecedentes internacionales y los datos de la Encuesta Continua de Hogares (ECH) de 2020, analizamos la probabilidad de teletrabajar según diferentes variables relevantes para poder aportar una mirada sociológica, ante un proceso jurídico que regula el mundo del trabajo, que se presenta como neutro, y mediante el cual se reproducen las desigualdades de género.

El debate

Si bien el teletrabajo era una modalidad existente antes de la pandemia, se produjo un aumento de las personas que recurrieron a él debido a la necesidad de mantenerse en el hogar para prevenir los contagios. Existe un debate en torno a la modalidad de teletrabajo como oportunidad para la autonomía económica de las mujeres. El debate se sitúa entre quienes afirman que permite a las mujeres articular con menores tensiones los cuidados familiares y el trabajo remunerado, que genera posibilidades de mantener el empleo y la autonomía económica; y quienes afirman que, al igual que el empleo a tiempo parcial, el teletrabajo es una “trampa” para las mujeres ya que reproduce la división sexual del trabajo ubicando a las mujeres en los hogares y sobrecargándolas de las exigencias de las tareas que demandan el hogar y el empleo (Moreno y Borras, 2021).

Desde la segunda perspectiva, y en contextos de confinamientos impuestos por la pandemia, la modalidad del teletrabajo conllevó importantes retos y demandas de articulación, en particular, a las mujeres, con una alta carga de cuidados a personas en situación de dependencia (Peiró y Soler, 2020). Esto se acentúa en un contexto de distanciamiento social, marcado por la suspensión de actividades en centros educativos y de cuidados y con la dificultad de contratación de personas para realizar tareas de cuidados en domicilio o la colaboración de familiares que no cohabitan (Espino y De los Santos, 2020).

Contexto uruguayo: medidas homogéneas para poblaciones heterogéneas

La medida de teletrabajo ha sido ampliamente recomendada desde las autoridades sanitarias para evitar la aceleración en la propagación del virus. Sin embargo, no todas las personas presentaban (ni presentan) las mismas posibilidades de optar por esta modalidad de trabajo en Uruguay.

Además de la compatibilidad de la ocupación con el teletrabajo, existen otros factores que pueden obstaculizar esta modalidad, tanto relativos a la organización de la empresa como a las condiciones de infraestructura de trabajadoras y trabajadores. Cabe mencionar que 13% de las personas que trabajan en ocupaciones compatibles con el teletrabajo no tienen acceso a internet en su hogar y 17% no tienen computadora personal. A su vez, 74% de las y los trabajadores informales trabaja en ocupaciones incompatibles con el teletrabajo (Espino y De los Santos, 2020).

Esto ha dependido de las características del sector de actividad y de la ocupación y se encuentra marcado por diferencias de género (Gómez y Ramos, 2020).

En el análisis de los datos de la ECH 2020, se observa que en las ramas de actividad masculinizadas (agricultura, industria y construcción) disminuye la probabilidad de teletrabajar, salvo en transporte y almacenamiento, que aumenta. En cuanto a las ramas feminizadas, en los servicios de salud y hogares la probabilidad de teletrabajar disminuye respecto de sectores de actividad donde hay mayor paridad de género en la participación. En este último, la probabilidad de teletrabajo para las mujeres disminuye en 14% respecto de las ramas en las que la proporción de mujeres y varones es similar.

Contrariamente, trabajar en la enseñanza aumenta en 15,4% las chances de teletrabajar en relación a las ramas balanceadas, lo cual coincide con los antecedentes y presenta múltiples desafíos a la hora de pensar en las cargas de trabajo de cuidado para las docentes y maestras que se confinaron junto a sus hijas e hijos pequeños, teniendo que atender a sus estudiantes, apoyando a sus hijos en la escuela o liceo virtual y atendiendo el resto de las tareas domésticas y de cuidados que exceden a la enseñanza.

En el caso de las trabajadoras domésticas y de la salud, el teletrabajo no fue posible y eso implicó o bien la pérdida de empleo, o bien un colapso de sus estrategias de cuidados, que aún no se ha estudiado cómo las han resuelto ante la necesidad de salir de los hogares a trabajar y no contar con servicios de cuidados presenciales.

En base a la ECH 2020, observamos algunas alertas rojas en relación a las desigualdades de género. Respecto de quienes declararon haber teletrabajado la semana anterior, lo hicieron 8,6% de los varones y 14,5% de las mujeres, un punto de partida para comprender el posible vínculo entre teletrabajo y cuidados.

Las mujeres con hijas e hijos teletrabajaron más que las mujeres que viven solas o en parejas sin hijos.

Considerando la población que teletrabajó la semana anterior, en los hogares con hijos de ambos, por cada 100 varones que teletrabajaron lo hicieron 194 mujeres, y en los hogares en donde hay presencia de al menos un hijo o de la pareja o de la persona referente en la encuesta (y, quizá, de ambos) 220 mujeres teletrabajaron por cada 100 varones que lo hicieron (ECH, 2020).

La presencia de demandas de cuidados en el hogar y su relación con el teletrabajo en el caso de las mujeres se confirma cuando miramos a los hogares con presencia de al menos una niña o niño de cuatro años, de cinco o seis y de seis a 12, en los que por cada 100 varones teletrabajaron 205, 217 y 198 mujeres, respectivamente.

Si bien es en los hogares de los quintiles 4 y 5 (de más altos ingresos) en los que las mujeres teletrabajaron en mayor proporción, es importante mencionar que las pocas mujeres de los quintiles más bajos y medios de ingresos que accedieron a teletrabajar es significativamente más alta que en el caso de los varones.

Cuidados y teletrabajo

Durante el confinamiento voluntario el promedio de horas semanales dedicado por las mujeres al trabajo no remunerado en hogares particulares con niños de cero a 12 años a cargo era de 6,9 horas diarias, aumentando a 8,1 poscovid-19. En el caso de los varones, pasaron de 3,9 horas promedio precovid-19 a 4,6 horas. La pandemia acentuó las cargas de trabajo no remunerado de las mujeres y de los varones, y la brecha de género principalmente en los sectores con menos recursos económicos y en relación a la tarea concreta de apoyar en actividades escolares, según mostró una encuesta de ONU Mujeres y Unicef de 2020.

En todos los hogares con presencia de niñas y niños hubo que lidiar con el aumento del trabajo no remunerado de cuidados, las actividades educativas, las tareas domésticas y el trabajo remunerado. El cierre de los centros educativos y el aislamiento social afectó fuertemente las dinámicas de cuidados que eran previsibles. Esto en el marco de un Estado que asumió en 2015 los cuidados como una actividad social que requiere el ejercicio de la corresponsabilidad entre Estado, familia, comunidad y mercado, y para la cual avanzó en asumir mayores responsabilidades en su provisión.

Es de suponer que las trabajadoras presenciales, además de su exposición al contagio, tuvieron serios problemas para resolver los cuidados de sus hijas e hijos pequeños al no contar con el funcionamiento de centros de cuidados y educativos, ni con las abuelas, quienes sistemáticamente colaboran con el cuidado infantil de nietos y nietas de manera no remunerada, siguiendo mandatos de género que colocan a las mujeres como cuidadoras durante todo el curso de vida.

El tiempo y su uso sufrieron un cimbronazo marcado por la imprevisibilidad y necesidad de dar respuesta a los cuidados sin contar con los recursos con los que se organizaba la vida cotidiana antes de la pandemia. En los escasos hogares que contaban con trabajo remunerado doméstico o de cuidados (niñeras, cuidadoras), este también desapareció de la escena (en 80% de los casos se redujeron las horas contratadas o se recurrió a despidos, licencias o seguros de paro, según la encuesta de ONU Mujeres y Unicef). Esta situación, además de mostrar las tensiones de las mujeres que quedaron a cargo del cuidado, muestra la precarización laboral y el desempleo en las trabajadoras domésticas.

“Quedate en casa”: mandato y costos asumidos por las mujeres

Ya en 1997, la socióloga estadounidense Arlie Russel Hochschild señalaba en The Time Bind: When Work becomes Home and Home Becomes Work las tensiones emocionales de madres y padres trabajadores y el escaso tiempo que tenían disponible para el cuidado. Mediante su investigación, dio cuenta de que para ciertas trabajadoras y trabajadores el hogar está siendo invadido por las presiones de tiempo y eficiencia del mundo del trabajo, mientras que el lugar de trabajo se está transformando en un tipo de hogar sustituto. Así como el hogar alguna vez fue un refugio para el trabajador cansado al cual volver al final del día, el lugar de trabajo se ha convertido en un refugio de una vida familiar exigente para muchas madres y padres trabajadores.

Una reciente nota de la BBC presenta los resultados de dos investigaciones sobre la carga mental del trabajo doméstico y de cuidados. Cuidar implica, además de realizar tareas concretas y destinar tiempo a ellas, un trabajo cognitivo (pensar en elementos prácticos de la responsabilidad del hogar, citas al médico, comida para la escuela, compras, planificación de actividades) y emocional (mediar entre niños si hay enojos, frustraciones; reprimir las emociones propias). La carga mental surge de la intersección del trabajo emocional y cognitivo y se ha reconocido la existencia del “síndrome de la cuidadora o el cuidador”, como una expresión del estrés que caracteriza la realización de tareas de cuidados. El estudio destaca que estos trabajos son realizados por mujeres y las afectan a ellas principalmente.

Así, es posible suponer que esta carga mental sumada al teletrabajo puede generar más daños en la salud mental de las mujeres, quienes tienen dos veces más chances que los varones de sufrir depresión y están recibiendo cada vez más medicación psiquiátrica, según la Organización Mundial de la Salud.

Como se evidenció, en Uruguay, de alguna forma, los hombres con capacidad de teletrabajar optaron por no hacerlo, o hacerlo menos que las mujeres, es decir, por estar menos presentes en el hogar, donde los cuidados, las tareas escolares y el trabajo confluyen en un mismo espacio. Este espacio fue mayormente asumido por las mujeres.

El confinamiento doméstico tiene múltiples repercusiones en las relaciones de género y se presenta como una reinvención de formatos tradicionales de la división del trabajo, de lo que particularmente llamamos división sexual del trabajo, o división generizada del trabajo. Como quiera que se nombre, el fenómeno es el mismo: al no existir medidas ni mensajes claros desde las políticas públicas para redistribuir el cuidado (como sucedió durante las respuestas públicas a la pandemia), las mujeres siempre son las que están más en casa, organizando las jornadas de todas y todos, cuidando, realizando tareas domésticas, trabajando y ahora, sumado a todo esto, en un mismo espacio por medio del teletrabajo.

¿Qué consecuencias tiene teletrabajar sin servicios de cuidados que cubran una jornada laboral completa, en un formato que evaluará la calidad del producto y no los aspectos del proceso para la inserción laboral, calificación y desarrollo de trayectorias laborales en el caso de las mujeres? ¿Qué consecuencias tiene esto en el desarrollo de las redes sociales, o capital social, la habitación del espacio público y el derecho de las mujeres a tener trayectorias laborales en igualdad de condiciones en relación a los varones? ¿Qué costos en términos de la salud de las mujeres implicará esta coexistencia de múltiples trabajos a la interna del hogar?

¿Es posible garantizar el derecho al empleo a mujeres y varones sin un sistema de cuidados extendido? ¿Cómo garantizar que la reciente ley no se transforme en la contribución a la generación de nuevas trampas para las mujeres, reproduciendo la división sexual del trabajo? Esta es una pregunta que aplica para el trabajo en general y para las propuestas de teletrabajo en particular, que tal como venimos evidenciando, afecta a las mujeres que conviven con niñas y niños de cero a 12 años en mayor medida que a los varones.

La recientemente aprobada ley de teletrabajo deja abiertas a la negociación individual varias condiciones laborales, negociación individual que siempre supone una situación de desventaja para las y los trabajadores y en mayor medida para las mujeres, que ya arrastran una posición de desventaja en el mercado laboral. Particularmente, no considera que probablemente este fue y sea utilizado como una estrategia de cuidados.

La superposición entre teletrabajo y cuidados puede perjudicar las dinámicas de estrés en las mujeres, de carga global del trabajo, de interrupciones en la concentración y realización de las actividades laborales. Además, si bien la ley sostiene que se garantizará la igualdad de derechos entre trabajadores presenciales y no presenciales, no deja claro bajo qué mecanismos ni cómo se garantizará la igualdad de género y la no afectación de las trayectorias laborales de las mujeres que teletrabajan y tienen hijas e hijos a cargo.


  1. El Grupo de Investigación de Sociología de Género existe desde 1993, creado e impulsado por Rosario Aguirre y posteriormente coordinado e impulsado por la doctora Karina Batthyány. Ha trabajado sobre las mujeres, la ciudadanía y el trabajo, la división sexual del trabajo y, en los últimos años, ha desarrollado una agenda de investigación en torno a los cuidados como nodo central de las desigualdades de género.