En El Salvador está prohibido el aborto en todos los casos y por cualquier razón. No importa si una mujer se va a morir. Debe morir, pero no puede abortar. No importa si fue violada, tiene que continuar con la violación en su cuerpo, pero no puede abortar. No importa si el embarazo es inviable, tiene que transportar el ataúd con ella, pero no puede abortar. El aborto está prohibido. Siempre. Pero en El Salvador pasa algo más grave todavía que la gravedad de la prohibición total del aborto. También están penadas las mujeres que sufren abortos espontáneos -que pierden un hijo o una hija que querían tener- porque la prohibición extrema del aborto lo que busca es castigar a las mujeres, no importa qué quieran, no importa qué hagan, no importa cómo, si deciden, si fallan, si están solas, si son atacadas, si son abandonadas. Y son encarceladas las que tienen un parto difícil, en condiciones hostiles, con complicaciones, y el bebé nace sin vida. Son culpables por portación de vientre.
¿Hay algo peor que la clandestinidad? Si, la cárcel. En El Salvador las mujeres fueron encarceladas por abortar o por eventos obstétricos (una definición que busca englobar los abortos espontáneos, los partos con duelo y otras situaciones que los médicos empezaron a denunciar por miedo a ser procesados como encubridores de abortos) como si fueran asesinas. La trama no es aislada. Es una advertencia, desde Centroamérica para el mundo (y muy especialmente para Estados Unidos; para Europa del Este -donde hay países que quieren volver a prohibir totalmente el aborto-; para Francia que se negó a poner el derecho al aborto en la Constitución; para Chile que perdió con la negativa al apruebo la instancia de jerarquizar el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo; para Brasil en donde en el debate presidencial se disputaban entre Jair Bolsonaro y Lula Da Silva quién era abortista como un pecado y quién estaba en contra del derecho a decidir como un espanta-votos) que la prohibición no es solo para interrumpir un embarazo sino que puede abrir la persecución a las mujeres que quieren ser madres y no pueden, a las que ven morir a los hijos que nacen o que llevan en su cuerpo un corazón que no late.
La sistematicidad del encarcelamiento de las mujeres en El Salvador no estaba a la vista, hasta que Morena Herrera empezó a escuchar, a hilar, a ayudar a las mujeres, a generar estrategias jurídicas, políticas, diplomáticas, y logró la libertad de una, de algunas, de muchas, de 65; logró, además, mostrarle al mundo que había un plan, que no era un error, un mal fallo, una tragedia personal, sino que se trataba de un castigo sistemático a las mujeres por no ser madres o por serlo pero no todas las veces tal como les pedían. Incluso por sangrar o desmayarse. Por ser madres falladas. La garra, la inteligencia, la estrategia de Morena Herrera llevaron a la liberación de 65 presas por la persecución del aborto y a mostrarle al mundo que la prohibición es una persecución sistemática de las mujeres.
Morena Herrera nació en 1960, en El Salvador. Es feminista y activista por los derechos humanos. En el documental Cuerpos Juzgados, de la periodista argentina Mariana Carbajal sobre la lucha contra la penalización de las mujeres por abortar, se la muestra en su cocina, hablando por teléfono, trabajando, pensando, organizando, la cocina literal de la política de derechos sexuales y reproductivos, y la cocina de la militancia de izquierda que se tuvo que enfrentar al machismo para defender a las mujeres de las causas que siempre las dejaban atrás. En 1990 fue socia fundadora de la organización feminista Las Dignas y actualmente es presidenta de la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto y forma parte de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local.
¿Cómo se llega a la criminalización de las mujeres por abortar o sufrir episodios obstétricos y cómo se organizan para liberarlas?
La ley que penaliza de forma absoluta el aborto tiene las penas más altas de ocho años, por eso no entendíamos cómo podían condenar a mujeres a 30 años de prisión. En el 2006 nos encontramos con un magazine del The New York Times que hablaba de una mujer condenada a 30 años de cárcel y empezamos a investigar. Ahí nos damos cuenta de que ella no estaba condenada por aborto, sino por homicidio agravado, el agravamiento está derivado del vínculo materno. Yo fui a conocer a esta muchacha a la cárcel, conocí su historia, estudiamos el caso y ahí me di cuenta cómo la perversión del sistema judicial era que esta mujer había acudido al hospital y la llevaron porque tenía un sangrado, en estado de shock, y la acusaron de haberse provocado un aborto, pero después, cuando se dieron cuenta que no era un embarazo de 20 semanas o menos (porque la ley en El Salvador no define exactamente en qué momento se considera aborto), pasan a tipificar el delito de manera más grave.
¿Las condenaban por abortar pero después subían la calificación a homicidio para que tengan penas más altas?
Primero eran acusadas por aborto, pero luego fueron procesadas y condenadas por homicidio agravado.
¿Cómo empiezan a ayudar a las condenadas como asesinas?
Nos decían: “No se puede hacer nada, es cosa juzgada”. Contamos con asesoramiento jurídico desde Argentina y logramos sacar a la primera mujer, Karina, de la cárcel. Cuando salió de la cárcel estábamos felices, “se ha podido”, yo viví aquello como que me he sacado una espinita del corazón, pero recuerdo que en las primeras conversaciones con ella nos dijo “miren, yo no soy la única, ahí hay otras mujeres en la cárcel por estas condiciones, pero no se atreven a hablar porque incluso las otras mujeres privadas de libertad las atacan”. Ahí empezó un proceso de investigación que se llama “Del hospital a la cárcel”, porque identificamos que esa persecución fue contras mujeres jóvenes, empobrecidas, en condiciones de vulnerabilidad.
¿Cómo era el proceso para encarcelarlas?
Las jóvenes llegaban al hospital para buscar auxilio a su situación de salud y ahí se encontraban con un personal de salud que se sentía presionado para denunciar a sus pacientes, con una práctica hospitalaria de vigilancia mutua, de “si no denunciás sos cómplice y si sos cómplice también podés ser procesado, no sólo porque hayas hecho un aborto, sino procesado por encubrimiento”. Las consecuencias de la legislación no eran solo directas, también se daban de manera subterránea.
¿Cuántas mujeres fueron encarceladas a raíz de la persecución a las que abortan?
Son alrededor de 200 mujeres que han hecho ese tránsito, pero muchas llegaron a la cárcel sin comprender qué les había pasado, por factores de vulnerabilidad, bajo nivel educativo y poca información. El 8 de junio celebramos la libertad a 65 mujeres; 65 se dice rápido, pero cada proceso judicial es un laberinto particular, cada mujer plantea diferentes desafíos y hemos utilizado todos los recursos legales que tiene el sistema jurídico y político salvadoreño (especialmente el pedido de revisión de sentencia, conmutación de pena e indulto) para lograr la libertad de esas mujeres. Todavía no hemos logrado reparación judicial, ni económica, ni social.
¿Cómo demostraron que no eran casos aislados sino sistematizados por una persecución a las mujeres que abortaron?
En 2014 nos habían aparecido muchos casos, queríamos lograr la libertad, pero teníamos que demostrar que no eran hechos aislados sino que eran parte de una violación sistemática de derechos humanos de las mujeres en El Salvador. Pero no se quería reconocer eso, incluso cuando gobernó la izquierda, presentamos el caso de Karina y la persona que representó al gobierno de El Salvador en esa reunión dijo: “Sí, ese es un hecho real, pero es un caso aislado”. Nuestra respuesta fue que eran casos aislados como se producen, pero responden a una tendencia política que criminaliza a las mujeres. Costó muchos años que se reconozca internacionalmente, con el caso de Manuela, otra mujer empobrecida, rural, que tuvo un parto extra hospitalario, sufrió una emergencia obstétrica, llegó con preeclampsia, con problemas de salud al hospital, pero en vez de atenderla inmediatamente la ubicaron como sospechosa de haberse provocado un aborto y, a partir de ahí, iniciaron el proceso de criminalización y la terminaron acusando de asesinar a su hijo y la condenaron a 30 años de cárcel. En ese proceso, la Fiscalía obligó al papá de Manuela, un señor que no sabía leer ni escribir, a poner las huellas dactilares en un documento que le sirvió para inculpar a la hija, y ese señor vivía con la angustia de decir “a mí me dijeron que la iba a ayudar a mi hija” e impulsaron una campaña de desprestigio contra Manuela que la lleva a la cárcel. Poco tiempo después de estar en la cárcel, a ella se le deterioró mucho la salud y allí se dieron cuenta de que padecía de un cáncer linfático, que la llevó a la muerte en un pabellón de reos de un hospital, en soledad y lejos de su familia.
¿Cómo empezó tu lucha política y cómo pasaste de la lucha política a la lucha feminista?
Yo me inicié muy jovencita participando en el movimiento estudiantil de secundaria en luchas que eran por cosas muy básicas: para que el aumento del pasaje de los buses no subiera para los estudiantes. Recuerdo que en una movilización que hicimos para que el Ministerio de Educación nos ayudara a que nuestras familias no tuvieran que pagar esa alza del pasaje de los buses eso se transformó en una gran represión y tres de mis compañeros fueron capturados, reprimidos y los fuimos a encontrar en un hospital después de torturas. Así fue el comienzo, en el movimiento estudiantil, entre 1975 y 1976.
¿Cómo pasás de la militancia estudiantil a la militancia juvenil?
Yo formé parte de las comunidades eclesiales de base que están inspiradas en la Teología de la Liberación y tuvieron mucha fuerza en Centroamérica, en Nicaragua y en El Salvador, y desde allí hacíamos relecturas a la luz de la Biblia de las realidades que vivían las comunidades empobrecidas. Esa realidad me fue llevando a tomar una posición política y, un poco más tarde, me involucré en las milicias populares. A los 18 años estuve coordinando los comités de barrios y colonias del área metropolitana de San Salvador, y en 1981, que empezó la guerra de manera más abierta y en las ciudades se desató una enorme represión, me fui a la guerrilla rural, donde estuve diez años y salí en los 90.
¿Cómo te hiciste feminista?
En ese tiempo, durante la guerra, no era feminista. Yo me hice feminista en Argentina, en el quinto Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, desarrollado en San Bernardo, Argentina, del 18 al 24 de noviembre de 1990. Descubrí el feminismo y me enamoré de esa propuesta de vida tan libre que nos permitía comunicarnos de manera directa y expresar lo que queríamos sin pedir permiso.
¿Cómo fue la convivencia con el machismo de izquierda en los 70?
En ese momento no era feminista, pero sí era consciente de la discriminación hacia las mujeres. Yo compartía afanes de liberación nacional, del establecimiento de la democracia para que hubiera justicia social en El Salvador, pero fui identificando manifestaciones de machismo, incluso de violencia en el entorno en el que vivía que era la guerrilla rural, entonces cuando salí de la guerrilla, en el 90, me junté con un grupo de mujeres y teníamos un mandato, una orientación partidaria, para crear un gremio de mujeres que luchara por la paz. Así nos convertimos en las fundadoras de “Las Dignas”, que cumplió 32 años. Lo fundamos el 14 de julio de 1990.
¿Qué se proponían?
Nuestro lema fue “rompamos el silencio”: hablemos de lo que ha significado ser mujeres para nosotras, no queremos seguir postergando la lucha por nuestros derechos, queremos seguir luchando (algunas veníamos de la guerrilla, otras venían del movimiento popular urbano), pero todas compartíamos ese ideal de justicia social, de democracia, de cambios estructurales. Nos empezamos a dar cuenta de que si nosotras no hacíamos nada, los derechos de las mujeres iban a quedar postergados.
Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.