“Yo soy una luchadora de siempre, desde que tengo conciencia, por los derechos de las mujeres y de las personas”. Eso es lo primero que responde Elvira Lutz al enfrentarse a un pedido que, según confiesa, no le han hecho muchas veces en sus 87 años: presentarse. No debe ser fácil hacerlo cuando sos parte viva de la memoria feminista de tu país.
En entrevista con la diaria, dijo que siempre fue “una desobediente de las normas, de las pautas, de los criterios convencionales” y que eso de “ponerse en los zapatos de la otra” lo vivió toda la vida como un imperativo. “Primero, para entender, y, luego, para ayudar a buscar caminos”, explicó. Es por eso que se involucró “muy intensamente en todo el tema del feminismo y la lucha por los derechos”.
Elvira también contó que estudió obstetricia en la Escuela de Parteras de la Facultad de Medicina (Universidad de la República), se recibió en 1964 y ejerció durante 11 años, aunque “muy desconforme con una serie de aspectos circundantes en relación con el tema y sintiendo además las carencias”. Por eso, eventualmente, se dedicó a trabajar en el área de derechos sexuales y reproductivos. Se formó como educadora sexual y docente en el Comité Regional de Educación Sexual para América Latina y el Caribe (Cresalc), integró la Asociación Uruguaya de Planificación Familiar y llegó a presidir la Sociedad Uruguaya de Sexología. Todo esto en una larga lista de organizaciones que integró y que integra hasta el día de hoy.
Aunque le cueste reconocerlo, fue pionera en muchas luchas que buscaron ampliar derechos para las mujeres: en materia de anticoncepción, en el acceso al aborto legal y, sobre todo, en reivindicar el derecho de las mujeres al placer y al autoplacer sexual. Esta última cruzada la lideró especialmente con la promoción del autoexamen vaginal en talleres y cursos. Es autora, además, de muchísimos textos sobre sexualidad femenina, educación sexual, parto humanizado e incluso violencia sexual. Una de sus publicaciones más recientes es Provocaciones de una partera: pasado, presente y futuro, que presentó en 2018.
Elvira también fue una de las 3.000 mujeres latinoamericanas que se juntaron en la ciudad argentina de San Bernardo en 1990, en el Quinto Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe, y lanzaron lo que más tarde se convirtió en el Día de Acción Global por el Acceso al Aborto Legal y Seguro, que se conmemora cada 28 de setiembre.
“Pero, además, soy madre, tengo cinco hijos, tengo nietas, me he vinculado con redes y con grupos interesantísimos, y siempre estoy creciendo, aprendiendo, transmitiendo, que es lo que a mí me interesa: el juego ese de dar y recibir, eso me ha enriquecido muchísimo y es lo que cultivo permanentemente”, aseguró, como si su trayectoria, por sí sola, ya no lo dejara claro.
¿Cómo iniciás el camino para ser educadora sexual?
Lo que pasó fue que cuando me recibí, en 1964, y empecé a ir al Hospital Pereira Rossell como partera, descubrí la Asociación Uruguaya de Planificación Familiar, que funcionaba ahí. Era una organización no gubernamental, pero era admitida, tenía convenios con el Ministerio de Salud Pública [MSP] y funcionaba en una de las salas del hospital. Yo ingresé como partera colaboradora en el consultorio médico, por mi especialidad. Entonces, en la actividad que desarrollábamos en policlínica teníamos que darles charlas a las mujeres que venían a solicitar métodos anticonceptivos, y las charlas estaban muy vinculadas con lo reproductivo y con la información sobre la genitalidad, el útero, los ovarios. Pero cuando terminábamos de dar esas charlas, las mujeres salían y nos preguntaban otras cosas que no tenían nada que ver ni con el útero ni con los ovarios. Nos hacían preguntas relacionadas con su sexualidad, con la sexualidad que estaban viviendo con sus parejas, sobre lo que les pasaba, las que estaban bien, las que estaban mal, las que estaban dudando, las que tenían desconocimiento, y una cantidad de aspectos vinculados con la excitación, con el orgasmo. Eso no tenía nada que ver con lo que nosotras teníamos que hacer. Y yo, tan crítica siempre, pensé: no podemos trabajar en planificación familiar, es decir, transmitirles a las mujeres conocimientos sobre los métodos anticonceptivos que van a utilizar en sus relaciones sexuales, si no trabajamos el tema de la sexualidad. Noté que había un divorcio muy grande en todo eso y me vinculé –junto con mi compañero [Arnaldo Gomensoro], que también trabajaba en planificación familiar– a la Sociedad Uruguaya de Sexología. Paralelamente, empecé a participar de encuentros, de seminarios, y estuve haciendo mi formación también en Colombia, en el Cresalc, un centro de educación sexual para América Latina y el Caribe donde hice mi aprendizaje como educadora sexual. A partir de ahí, empecé a tener muchísima más fuerza y a vincularme con gente, no solamente a nivel de educación sexual, sino a nivel de planificación familiar en general. Empecé también a observar que la mayoría de los eventos que estaban relacionados con estos temas estaban todos dominados por la masculinidad, eran totalmente androcéntricos. Mi lucha del feminismo un poco empieza ahí. Milité mucho en la Federación Anarquista Uruguaya y había un compañero que me decía que yo había salido de la vagina de mi mamá con un puño así [alza el puño para arriba] porque siempre sentí la necesidad de luchar por la libertad y por la autonomía, y sabía que las mujeres teníamos la sartén por el mango y el mango también si queríamos, pero no si nos quedábamos esperando que otros hagan y decidan por nosotras.
¿Fue en ese momento que empezaste a autopercibirte feminista?
Cuando estudiaba en el pueblo donde nací, en Trinidad [Flores], tuve un profesor de Filosofía que despertó en mí tremenda inquietud sobre el conocimiento, la reflexión, el análisis. Por ese profesor yo descubrí a [Jean-Paul] Sartre y, siguiendo ese rastro, descubrí a la Simone de Beauvoir, como nombre, como autora, como pensadora, sin profundizar demasiado. En 1966, en uno de mis cumpleaños, el que después fue mi compañero de vida por 50 años me regaló El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, que yo me lo quería comprar y no había podido porque en esa época eran dos tomos bastante caros. Entonces, empecé a leerlo y a identificarme en una cantidad de cosas con esta mujer europea, y yo decía “entonces yo no estaba tan loca”. Porque en algún momento sentía que me percibían como que era bastante chiflada, por las cosas que planteaba, que eran totalmente fuera de lugar, y me fui acostumbrando a eso. Pero eso para nada me bloqueó, yo seguí para adelante, pensando y estudiando. Fue a partir de mi lectura con la Simone de Beauvoir que empiezo con el tema del feminismo, y de ahí no tuve retroceso; si en algún momento retrocedí, fue para tomar impulso. Entonces, seguí trabajando todo el tema de la sexualidad y de la educación sexual. Porque además en mi formación de partera sentí otro bache brutal, que es que no había en ese momento formación en sexualidad y en educación sexual, cuando la concepción de un ser humano es –en términos generales– a partir de la relación de dos personas en un vínculo sexual. ¿Cómo era que no teníamos nosotras ninguna formación en ese sentido? Fue mi primer quiebre con la formación que tenía. Después las compañeras me citaron, me pidieron un programa para la escuela [de parteras] y lo hice.
¿Cómo era hablar de sexualidad femenina en esos años? ¿Había resistencias?
Por parte de las mujeres, no; porque también tuve una oportunidad bien interesante cuando tuve que coordinar un proyecto sobre la condición de la mujer en la Asociación Uruguaya de Planificación Familiar. Empezamos a hacer talleres y encuentros, y muchísimas de las mujeres que participaron ya estaban con la sensibilidad del tema del feminismo. Cantidad de amigas mías en esa época formaron grupos y organizaciones no gubernamentales, empezaron a trabajar en el tema del feminismo, sobre todo en derechos sexuales y reproductivos y en la lucha por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, que estaba en el marco de la ilegalidad y del circuito clandestino en esas épocas.
Te preguntaba lo de las resistencias porque hoy en día el debate sobre la educación sexual en los centros educativos genera la oposición en ciertos sectores conservadores y fundamentalistas.
Nosotros tenemos muchos trabajos sobre eso y estudiamos mucho, porque cuando nos enfrentamos con toda la temática desde la Sociedad de Sexología y desde la Asociación Uruguaya de Planificación Familiar, con mi compañero empezamos a investigar qué pasaba en los demás países, en América Latina y en Europa, y descubrimos que en la mayoría de los países no existía la educación sexual estatal, formal. También descubrimos que los únicos países donde se hacía verdadera educación sexual era donde los gobiernos estaban en la línea esa de “open mind”, de enseñar y hablar de todo desde la escuela. ¿Qué países eran? Suecia y Holanda. Conseguimos material sobre lo que se puede enseñar en la escuela a los niños abiertamente, no de los genitales, sino de la otra cantidad de cosas que tienen que ver con la sexualidad como la actuación, el sentir, la diversidad, y temas como la anticoncepción y el aborto. Pero acá no querían nada de eso. En la época que empezamos a trabajar se hablaba sólo de homosexualidad masculina, de lesbianismo no se hablaba nada; se hablaba de la masturbación masculina, pero no de la masturbación femenina. Todas esas cosas eran puro tabú. Yo empecé a sacar todo para afuera y, con mi compañero, que escribía como loco siempre, abrimos camino tremendamente.
Es bien importante el tema, porque la gente a la que le parece importantísima la educación sexual cree que se puede hacer educación sexual a nivel formal, pero no se puede. ¿Sabés por qué? Porque la mayoría de las personas que están en los niveles de decisión son conservadoras, retardatarias, y no admiten un montón de aspectos que se deben trabajar en la educación sexual. Porque no es hablar de los genitales, hablar de anatomía y fisiología, eso está en los libros; la educación sexual tiene que ver con otra cosa: con la actitud, con los vínculos, con el desarrollo de la sensibilidad, del placer, de la sexualidad, del erotismo, con las formas diferentes, la diversidad. Tengo testimonio de proyectos que se frenaron por la actitud de los directivos de los centros de enseñanza o del Ministerio de Educación y Cultura en nuestro país. Por ejemplo, en el 2000, se editó en el MSP una revista interesantísima que hacía una introducción sobre la sexualidad, la educación sexual, y también se insinuaba el tema del aborto, la homosexualidad masculina, el lesbianismo. Nada del otro mundo, pero era interesante y se iba a distribuir a todos los liceos. El ministerio hizo miles de ejemplares, pero pasó por la censura de un director de Salud, no me acuerdo ahora quién, que dijo que esto no podía salir, entonces lo archivaron.
¿Qué enseñabas en aquellos talleres de sexualidad femenina?
Yo fui cofundadora de Cotidiano Mujer con otras compañeras y ahí fue que hicimos el primer taller de autoconocimiento genital, con una médica que vino de España. Hablábamos de la importancia que tenía el conocimiento del cuerpo para sacarlo del dominio del patriarcado y del falocentrismo de los médicos. Lo primero es la aceptación de nuestro cuerpo como mujeres y el conocimiento de todo nuestro cuerpo, pero básicamente de nuestra genitalidad y esto de no entregársela al enemigo –el médico ginecólogo, el marido, el novio, el amante–. ¿Tú qué sabés de tu cuerpo? ¿Te conocés, no te conocés? Empecemos por ahí. Esa es la herramienta más importante del feminismo. ¿Para qué sirve el autoexamen genital femenino? Para conocernos, para saber cómo somos, para no esperar que la otra persona nos descubra; para saber qué tenemos, dónde está el orificio, si tenemos un orificio, dos o tres. Hay gente que sigue pensando que orinás por la vagina, no saben que tenemos el meato urinario arriba, no saben que tenemos el clítoris, para qué es o cómo es la verdadera formación, porque no es esa cosita que vemos ahí, es un órgano que tiene dos ramas internas y que tiene una enervación increíble. Pero, además, cada vez tenemos más información y más elementos como para saber cómo nuestro cuerpo sexual es impresionante, porque el útero es un órgano sexual impresionante, por ahí empieza el orgasmo, eso que sentimos imponente que no sabemos cómo frenarlo hasta que llegamos al clímax. Y no se habla de eso. Mismo en el tema de la formación de las parteras no se hablaba de que el útero era un órgano sexual.
¿Cómo ves el hecho de que hoy en día los feminismos estén poniendo el tema del goce, el placer, el deseo de las mujeres, en el centro de la agenda?
Antes no se hablaba casi de esos temas, pero fueron entrando, y en la medida que se fueron incorporando mujeres con otra mirada, estos temas empezaron a salir y me parece que es importantísimo.
En 1985, en el primer número de Cotidiano Mujer, escribiste una página entera sobre el aborto.
Sí, se llamaba “¿Por qué sólo los hombres tienen la palabra?”, porque me daba una rabia. ¿Quiénes eran “los hombres”? Los médicos y los curas, que eran los que opinaban sobre esto. Y yo pensando siempre en el derecho que tenemos de ejercer, de decidir, de hacer, de vivir, de gozar, de disfrutar, y pensaba: no puede ser. Y me encontré en muchos lugares que había mujeres, por ejemplo, que no tomaban decisiones, pudiéndolas tomar y pudiendo participar, pero los que tomaban las decisiones eran los hombres, eran los que dirigían, como directores, integrantes de comisiones directivas. En la Sociedad de Sexología, empecé a vincularme en las actividades que se hacían, muy prontamente pasé a integrar la Comisión Directiva, en un momento determinado fui secretaria, en otro momento fui presidenta, y cuando fui presidenta me tocó presidir el Tercer Congreso Uruguayo de Sexología. Para mí y para muchísimas compañeras fue tremenda experiencia, porque lo di vuelta. Los congresos eran todos académicos, con muchos doctores que venían, médicos de acá, de allá, del otro lado, y yo dije: no, este congreso tiene que abordar la condición de la mujer y vamos a invitar a todos los grupos de mujeres feministas que están trabajando sobre el tema de la mujer acá y en América Latina. Y vinieron muchas de Argentina, de Ecuador, de Venezuela, de Colombia. Fue impresionante.
Volviendo al aborto: en 2022 se cumplieron diez años de la aprobación de la ley en Uruguay. ¿Te parece una buena ley?
Me parece que no sé hasta dónde se está implementando como se debería implementar, por una cantidad de razones. Hay grupos acá que están trabajando mucho más intensamente que lo que puede ser mi opinión, como MYSU [Mujer y Salud en Uruguay]. A mí pareció que estaba buenísima [cuando se aprobó] porque, con toda la experiencia que yo tenía, de años de vivir lo que era el circuito clandestino, de toda la problemática de las mujeres, de ir a los consultorios de los médicos que hacían abortos y cantidad de mujeres esperando para ser atendidas, era muy doloroso y muy complicado. Para mí fue muy importante porque además yo he vivido situaciones personalmente con el tema del aborto, viví experiencias, porque empecé a tener vida sexual muy tempranamente en mi vida y tuve embarazos que tuve que interrumpir, entonces yo sabía de qué se trataba, y ahí me puse en los zapatos de la otra, y acompañé también a mujeres que necesitaban asistencia en el circuito clandestino. En muchísimas circunstancias, resolver ese tema es una liberación. Entonces, me pareció que estaba buenísima la ley. Ahora, cuando empiezan a actuar los actores, empezamos a encontrar una cantidad de cosas, como los famosos objetores que empiezan a negarse a atender a las mujeres o la cadena de información y de atención a la mujer, que a veces se va complicando, porque no es tan fluida como debería ser.
Pienso que no podemos quedarnos en que tenemos la ley; hay que seguir observando y seguir viendo qué es lo que está pasando, qué es lo que se cumple, qué es lo que no se cumple, y por dónde están los huecos, las fallas. El trabajo en el feminismo y vinculado con los derechos sexuales y reproductivos es permanente, no podemos dormirnos en los laureles; no te podés conformar, siempre hay que estar atentas y hay que hacer un seguimiento. Ese es el papel del feminismo, el de enfrentar, cuestionar, exigir que se garanticen los derechos, que se cumplan las leyes, y de denunciar.
¿Te considerás pionera?
Yo pionera, no; con muchas de mis compañeras y amigas, que somos una banda. Ahora formo parte de un grupo que se llama Mujeres con Historia: somos esas las pioneras. Somos cerca de 30 y estamos trabajando para hacer cohousing, para vivir juntas. La intendencia [de Montevideo] nos dio una casa que era de Pacheco, que está en la calle Buenos Aires y Brecha. Es una casa antiquísima, pero está en ruinas, así que hay que ver cómo sigue la cosa.
¿Qué consejo le darías a las chiquilinas que están empezando a transitar el camino del feminismo?
Puedo mostrar el camino, puedo dar algunas ideas, pero no doy consejos.
En la pantalla
Por su trayectoria y por las luchas que ha liderado, Elvira Lutz fue protagonista de varios homenajes, incluido el de Ciudadana Ilustre en 2019. El más reciente es el documental Elvira Lutz, una iniciativa del grupo de Memoria y Feminismos del Sur del Centro de Estudios Interdisciplinarios Feministas (Ceifem) de la Universidad de la República, realizado por Ernestina Vidal y Romina Bentancur, estudiantes de la Facultad de Información y Comunicación. La pieza audiovisual fue presentada por primera vez en octubre, en el marco de las Jornadas de Estudios Feministas que organizó el Ceifem en Salto, y la idea es que se presente públicamente en los próximos meses.