“Que te tocaran el culo era una fija”, dice Elena al recordar sus experiencias cuando iba a bailar durante la adolescencia. “Siempre había uno que te agarraba del pelito”, agrega Adriana. Consciente de que en esa época estaba “normalizado”, Gael recuerda, casi con terror, que “había que armarse de valor para pasar por los pasillos [del boliche] porque era obvio que se venía el manoseo masivo”. Mariana, por su parte, cuenta que hace no mucho tuvo que irse de una fiesta en un balneario durante la semana de Carnaval porque el “manoseo” era “aterrador”.

Alcanza con sacar el tema y hacer un poco de memoria en una charla con amigas para ver que los espacios de ocio nocturno, diseñados para la diversión y el disfrute, son también escenarios propicios para la violencia sexual. De hecho, es muy posible que todas las mujeres hayamos atravesado alguna situación de este tipo en un boliche o una fiesta, incluso muchas veces sin haberla identificado como tal.

Son violencias que pueden adoptar distintas formas y grados: algunas quizás más sutiles, porque están naturalizadas en estos contextos, como los tocamientos no consentidos, los besos forzados o el acoso verbal, y otras más graves, como las violaciones.

A veces, la violencia no es ejercida dentro de los mismos locales, pero el encuentro allí funciona de antesala para luego cometer los abusos en otro lugar.

Especialistas en violencia de género, consultadas por la diaria, aseguran que existen lógicas específicas que operan en los bares, discotecas, fiestas o festivales que contribuyen a que estas situaciones de violencia contra las mujeres puedan ocurrir.

Uno de esos factores es que se trata de espacios en los que se asume que hay cierta predisposición a vincularse sexoafectivamente con otros y por eso, muchas veces, se ignora la posibilidad de que la otra persona diga que no o que directamente no dé su consentimiento ante determinadas conductas.

“Pareciera que son espacios en donde no importa el consentimiento”, enfatizó Victoria Marichal, psicóloga especializada en violencia sexual. “Si vos sos una mujer y estás ahí, y además estás bajo el efecto de sustancias, te estás moviendo y mostrando libremente, se entiende que estás disponible para lo que sea en términos de lo sexual, y que pueden hacer lo que tengan ganas contigo, sin mediar consentimiento”, apuntó la profesional.

Esto pasa porque son contextos donde se entrecruzan “cuestiones de género que todavía están socialmente muy arraigadas”, señaló por su parte Mariana Echeverri, psicóloga especializada en violencia de género y coordinadora del servicio de atención en violencia a niñas, niños y adolescentes de la asociación civil El Paso. “Si una mujer sale de noche, si se maquilla y se viste de determinada forma, es porque está dando un indicio o está diciendo de alguna manera que está queriendo determinadas cosas, en un contexto donde la palabra tiene un lugar totalmente relegado en relación a lo que se puede dar en un proceso de encuentro”, analizó.

En el mismo sentido, Marichal consideró que son ámbitos donde las mujeres rompen con las “reglas establecidas por la sociedad para su género asignado”, al apropiarse del espacio público (abandonando el privado, al que históricamente estuvieron relegadas), entregarse al disfrute (un derecho que se les sigue negando y que se contrapone con la imagen de “mesura” y “cuidado” estipulada) y, en definitiva, hacer, decir y actuar con libertad. Frente a eso, la violencia sexual aparece como un mecanismo “moralizador”, señaló la especialista, en palabras de la antropóloga Rita Segato, que define la violación como un crimen de poder.

A la vez, son lugares donde existe consumo de alcohol y de otras sustancias, algo que pueden utilizar los agresores como estrategia para “bajar las barreras de conciencia” de la otra persona y hacer que sea “más accesible”. “Si ese varón identifica que esa chica no está en condiciones de poder elegir y entiende que eso es un facilitador para el encuentro sexual, entonces entiende que hay determinados mecanismos de censura que deberían no existir para poder avanzar en un encuentro sexual con alguien. De alguna manera, hay una intencionalidad de bajar la barrera en la otra persona y de que no tenga todas las condiciones para poder elegir la situación”, explicó Echeverri.

Por otra parte, la psicóloga dijo que “tenemos muy poco problematizadas desde la adolescencia las dimensiones de lo que tiene que ver con la demostración del interés hacia el otro”, lo que habilita conductas que terminan siendo violentas. “Si yo me tiro arriba, te ‘robo’ un beso o te toco, este es mi código de demostrarte que me interesás, que sos parte de mi elección, y no está problematizado que esos no son los mecanismos por los cuales alguien puede demostrar interés hacia otra persona”, puntualizó.

También señaló que en estos espacios existen otras “formas solapadas de violentar” que pasan incluso de manera más “desapercibida”, como “los roces en lugares donde hay mucha gente”, y que exponen una lógica “del cuerpo del otro como un territorio posible a ser dominado, a ser tocado, donde no necesariamente tiene por qué haber un permiso y una habilitación para el varón”.

“Necesitamos un compromiso activo de los varones”

Frente a estas situaciones, en los últimos años las mujeres hemos tejido estrategias, tanto individuales como colectivas, para cuidarnos, protegernos entre nosotras, estar alerta. Ya no dejamos sola a la chica que vemos en el baño del boliche sin poder mantenerse en pie. Le preguntamos si está acompañada, si precisa que la llevemos a su casa. Intervenimos cuando vemos que alguna está siendo incomodada o violentada. Les pedimos a nuestras amigas que nos avisen cuando lleguen. Mandamos direcciones, nombres, ubicación en tiempo real.

Estas estrategias quizás nos ayudan a prevenir situaciones de violencia o nos salvan. Sin embargo, implican que las mujeres limitemos nuestros movimientos y, una vez más, la responsabilidad sigue recayendo en nosotras. ¿Cómo prevenir este tipo de situaciones sin que el resultado sea, al fin y al cabo, restringir la libertad de las mujeres?

Para Echeverri, el primer paso es “empezar a enunciarlo”, porque hay una sensación de que “sabemos que sucede pero no está dicho”, y así “poner en evidencia que estamos teniendo formas de relacionamiento que son abusivas”. En ese sentido, abogó por la necesidad de que el tema se discuta “mucho más” en el marco de la educación sexual integral, que también tiene que abordar “lo vincular, lo relacional, y la posibilidad de elegir, decidir y preguntar sobre lo que el otro quiere”.

Por su parte, Marichal dijo que hay que “empezar a hablar con los varones de que las personas bajo efecto de sustancias no pueden dar consentimiento, de los límites de mi cuerpo y el cuerpo de la otra persona, de qué es lo que puedo hacer y qué es lo que no”. También llamó a los varones a que “dejen de ser cómplices”, porque, “muchas veces, en las situaciones de acoso y violencia sexual en los boliches hay un grupo de amigos de ese varón que está violentando” que a veces “festeja” y que, si no festeja, “se llama a silencio”.

“Necesitamos un compromiso activo de los varones”, apuntó. “Hasta que no hagan un reconocimiento de cuáles fueron sus conductas abusivas en su propia historia y hasta que no se comprometan con dejar de hacerlo, no va a dejar de pasar”.

El panorama en Uruguay

Más allá de que todas conocemos a mujeres que vivieron este tipo de situaciones en espacios de ocio nocturno –y que muchos de los recientes casos de violencia sexual que se hicieron mediáticos en el país ocurrieron en estos ámbitos–, son pocos los datos que existen al respecto en Uruguay.

Hasta ahora, el único registro que da algunas pistas sobre el tema es la Segunda Encuesta Nacional de Prevalencia de Violencia Basada en Género, de 2019, que revela que 54,4% de las mujeres uruguayas vivieron a lo largo de su vida algún episodio de violencia en el “ámbito social”, que incluye “la calle, el transporte público, lugares de diversión o fiesta, boliches, bares, parques, clubes deportivos, iglesias y servicios de salud, así como las redes sociales”. La mayoría de las encuestadas (50%) señaló que la principal forma de violencia ejercida en esos contextos fue la sexual. El espacio donde más ocurrieron estos episodios fue la calle o la vereda, según señaló un tercio de las consultadas, seguido por el transporte público (13,1%) y en tercer lugar las “fiestas, boliches, bares, pubs y conciertos” (9,6%).

Pese a este panorama, los establecimientos de ocio nocturno no están obligados a adoptar protocolos que orienten sobre cómo tiene que actuar el personal ante un caso de acoso o abuso sexual –como existen en otros países–, por lo que el abordaje depende de cada local. “Esto no implica de por sí que la mujer que sufre una situación en ese ámbito no tenga respaldo, pero lo cierto es que, en el lugar en sí en donde está transcurriendo [la situación de violencia], no tiene por qué tener una respuesta”, explicó a la diaria Ivana Manzolido, abogada de la División de Violencia Basada en Género del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres).

La especialista recordó que Inmujeres brinda atención “a todas las manifestaciones de violencia de género”, tal como establece la Ley 19.580, “incluida la que se da en ámbitos nocturnos”. Sin embargo, aclaró que, en esos casos específicos, el organismo “puede orientar y ofrecer una respuesta, pero tiene que efectuar una derivación responsable, porque la atención y el seguimiento de los servicios de atención de Inmujeres, hoy en día, están enfocados en mujeres que viven o han vivido situaciones de violencia doméstica por parte de su pareja o expareja”, entre otras cosas porque “son las principales situaciones que llegan”.

Montevideo a la vanguardia

En los últimos años, y especialmente después de que la cuenta de Instagram Varones Carnaval desatara una ola de denuncias de violencia sexual en ese y otros ámbitos, la Intendencia de Montevideo (IM) puso en funcionamiento algunas iniciativas para abordar el problema.

Una es la de los “puntos violetas”, inicialmente instalados en eventos de carnaval y hoy presentes en otras actividades culturales, deportivas y territoriales, que tienen como objetivo informar y asesorar sobre los servicios especializados en violencia de género que tiene la comuna, y, a su vez, atender situaciones de violencia que se ejerzan durante los espectáculos.

Este año la IM dio un paso más y actualmente trabaja en el diseño de una nueva política que busca abordar la violencia de género específicamente en los locales de ocio y recreación nocturna. En este momento los tres establecimientos que participan en el proyecto piloto –Doña Marta, Il Tempo y Plaza Mateo– están haciendo capacitaciones sobre el tema. La iniciativa implica que, además de tener personal formado, los locales cuenten con una guía para saber qué pasos seguir cuando se enfrenten a una situación de violencia en el recinto.

Otra medida que contempla es que se coloque cartelería en las distintas áreas de los boliches (como los baños y las barras, por ejemplo) “para que quede claro que es un lugar libre de violencia y acoso, y que, si te pasa algo, podés accionar y concurrir a determinado personal especializado”, explicó a la diaria la directora de la Asesoría para la Igualdad de Género de la IM, Solana Quesada. Adherir a la iniciativa también implica que el local tenga que contar con un espacio “más reservado” que esté disponible en estos casos para que la víctima pueda tener allí “una primera contención y un primer espacio de cuidado”, agregó.

“Si querés dar una seguridad completa para la gente que va a tu establecimiento, tenés que abarcar todas las causas generadoras de problemas, y la violencia de género y el acoso están dentro de eso”, dijo por su parte a la diaria Renzo Gatto, asesor del grupo Plaza Mateo (que incluye los boliches Casa Uma y Volvé Mi Negra), consultado sobre por qué decidieron participar en el proyecto. Resaltó que “hay una sensación a nivel de los encargados y de quienes dirigen el establecimiento de la necesidad de establecer políticas claras respecto a eso y poder cortar de raíz cuando comienza a gestarse un problema de estas características”.

Gatto señaló que las situaciones más usuales tienen que ver con “el tipo que se pone pesado con la mujer, que no la deja en paz, o el que directamente la tocó, y ese obviamente termina de patitas en la calle si es visto por el personal de seguridad”. El asesor de Plaza Mateo explicó que, por lo general, los responsables de los establecimientos toman conocimiento de estos casos “cuando la afectada se apersona con el personal de seguridad y manifiesta su incomodidad frente a una situación de abuso o de acoso”, porque muchas veces son episodios que “pasan inadvertidos, ya sea por una conformación cultural de la sociedad o porque hay mecanismos de parte de los acosadores que a veces lo hacen imperceptible”. Por eso, hasta ahora, la intervención por parte del personal “depende un poco de la reacción de la víctima”, aunque aseguró que “eso va a cambiar con estas políticas de la intendencia”.

Si bien quedan detalles por ultimar y todavía no hay una fecha confirmada, Quesada aseguró que la idea es que el proyecto se ponga en marcha “a la mayor brevedad posible”.

Respecto a la posibilidad de que alguna de estas iniciativas trascienda la capital y se instale en el resto del país, la directora resaltó que, por ejemplo, la Intendencia de Canelones ha replicado los puntos violetas en distintos “eventos masivos” organizados en el departamento, lo que muestra que es una experiencia que puede adoptarse “sin ningún problema” y que “es sólo cuestión de tomar la decisión” de hacerlo.