Catalina Ruiz-Navarro llega a la mesa de un bar con un vestido rojo. No llega: reluce. Es una mujer plantada en hacer de su presencia un destello, en no diluirse para que no la miren, sino en multiplicar su desfile de carnaval en La Puntica (de Barranquilla), una fiesta que pasea por donde camina. Se pone el vestido rojo que alguna vez dijo que se iba a poner para presentar su libro y se la puede reconocer a leguas por su paso. En la pandemia no eran sus piernas las que la mostraban tan alta como altiva en la vida en el Zoom que cortaba los cuerpos en el rectángulo de las pantallas. Ella encontró su modo de no perderse tampoco en ese marco minimizado. Los aros made in su tierra –donde los pájaros y las frutas tropicales, las dálmatas (que son y fueron parte de su vida) dan vuelta la invisibilización y la demonización de las mujeres– se convirtieron en su marca registrada. Los tucanes que le cuelgan como de una rama de un árbol se hamacan en la selva de su brillo. Si le quisieron poner nombre de villana o hacerla sentir vergüenza por ser flaca y alta, ella construye en su imagen un estandarte de orgullo. Su tono tampoco es un localismo. Nació en Barranquilla, Colombia. Vive en México. Es más que las fronteras del idioma, es una poesía picante, que se posa sin pasar inadvertida. Alguien tiene la osadía de pedirle que baje la voz. A ella. Por Dios. Si, Catalina, por Dios. Si la quieren bajar, sólo la suben.

Catalina Ruiz-Navarro es @Catalinapordios en Twitter e Instagram, porque así le decía su madre, porque así le decía su abuela, porque así le decían siempre que ella sobrepasaba su rebeldía con lo que decía y sólo quedaba hacer de su nombre un endiosamiento para medirla. Ella subió la apuesta. Es la autora del libro Las mujeres que luchan se encuentran, de Penguin Libros, y directora de la revista de periodismo feminista Volcánicas. Ella sostiene sus palabras con su cuerpo como si fuera un atril en donde se plantan las notas musicales que dirige entre su voz y sus piernas, en una arenga política de diva pop que convence multitudes. Ella viene del carnaval de Barranquilla, su cita más importante del año, y piensa cada detalle: su pollera multicolor ploteada para brillar, sus tetas sostenidas en su desnudo después de dar de amamantar y el tocado en el que no quiere llevar –como le pasó otros años– tanto peso en la cabeza. Tal vez la mejor definición del nuevo reto del feminismo: cómo hacer de la inteligencia un arma de lucha que pese menos.

Su espalda también sufrió las consecuencias de tanto peso. Tiene una alarma que la ayuda a darse cuenta cuando se está quebrando. Porque eso es lo que pasa: animarse a hablar y darle voz a las otras para que hablen quiebra y pesa. Catalina propone corresponsabilidad en los cuidados feministas y un secreto, andar cómodas, como con sus zapatillas rojas, que tampoco la dejan pasar inadvertida, pero que alivianan sus plantas. Su voz, que no se deja hacer silencio, es un imán. Su tatuaje resalta sus brazos como flores. Y, en este 2023, en la era declarada del post #MeToo y el retroceso fascista, ella ganó una sentencia constitucional en Colombia, que es un precedente regional para defender la liberación de las mujeres contra la violencia sexual y otorgarle jerarquía al periodismo feminista.

¿Cuáles son los retos del feminismo para cuidar a las líderes que ponen el cuerpo en un momento de tantos ataques?

Hemos hecho un activismo muy pasional porque a las feministas esto nos apasiona y lo hacemos desde el corazón y las entrañas. Pero eso implica desgastes emocionales. Tenemos que aprender a poner límites con las compañeras y a tener corresponsabilidad en el cuidado. No me gusta la idea del autocuidado porque entonces queda una responsable de cuidarse una sola, pero tampoco delegar la idea en el cuidado colectivo porque parece que la responsabilidad de cuidarte a ti es de tus compañeras y tú no estás haciendo nada. Se necesita corresponsabilidad. Hasta cierto lugar llegan tus compañeras y hasta cierto lugar tú. Esto es una carrera de largo aliento –nos faltan 30 o 50 años más– y tenemos que ser resistentes para poder continuar y generar herramientas emocionales. Tenemos que lograr resiliencia colectiva.

¿Cómo llegan a una sentencia a favor de la investigación periodística sobre abuso sexual del Tribunal Constitucional de Colombia, que es un nuevo paradigma para todo el periodismo feminista de América Latina?

Yo realicé una investigación sobre presuntos abusos sexuales en otros países, como Brasil o Alemania, en donde las mujeres no querían denunciar porque era imposible denunciar en Brasil y Alemania y no querían quedar amarradas a esa denuncia por el resto de sus vidas. Las mujeres que fueron víctimas de acoso tienen que poder tener la libertad que eso no sea lo que va a marcar sus vidas y por lo que las van a conocer por siempre. Y que, además, no las acusen de problemáticas y pierdan sus trabajos. Muchas se tienen que dedicar al activismo no voluntariamente. Hasta ese momento, las investigaciones sobre acoso se habían hecho sobre la base de una denuncia legal y la investigación giraba alrededor de la denuncia legal, pero, ahí, el reportaje era la pieza de denuncia. Y eso implica unos riesgos porque te pueden demandar por calumnias e injurias. No pasó en ese momento. Pero pensamos cómo usar las herramientas de periodismo. Ese reportaje salió y tuvo un impacto muy fuerte. Hay algo importante: el impacto devastador que tienen las acciones de los acosadores en las mujeres que están a su alrededor. Luego de eso, en pandemia, nos llegó una denuncia.

¿Cómo era esa denuncia?

Ciro Guerra fue el primer cineasta que tuvo una película nominada al Oscar en Colombia. Varias mujeres dijeron haber sido acosadas. Era un star en el mundo de la cultura progre. Usé el mismo método: corroborar en tiempos, modos y circunstancia. Tuvimos información y refundamos la revista Volcánicas. Tomamos el riesgo porque no había denuncia legal. Ciro Guerra nos puso tres acciones legales y la Corte, en este fallo, tipifica el acoso judicial.

¿Cómo las denunciaron?

Él nos puso una denuncia penal para que nos pongan en la cárcel, una tutela para defender su buen nombre (pero el buen nombre no se lo dañamos nosotras sino él con sus acciones) y una acción civil por un millón y medio de dólares por los daños que supuestamente le creamos. Yo podía terminar presa y esclava porque cómo le voy a pagar un millón y medio de dólares.

¿Qué dictaminó el Tribunal Constitucional?

Sólo hay uno de los tres juicios que llegó al final con el fallo del Tribunal Constitucional; los otros siguen su curso. En tutela se miran derechos fundamentales, en derecho penal que no hayas hecho ningún acto criminal y en la demanda civil se evalúa cuál es el daño y se establece una reparación. La demanda civil por un millón y medio de dólares es la más peligrosa porque no están mirando derechos fundamentales, ni libertad de expresión. Tenemos menos garantías que en otros escenarios.

¿Cómo respalda al periodismo feminista la sentencia?

La Corte Constitucional legitima y defiende el derecho al escrache y diferencia el escrache del periodismo feminista. Explica la función social del periodismo feminista y que es una piedra angular de la democracia.

¿Por qué es diferente el periodismo feminista del escrache?

Porque hay estándares de verificación que son distintos a los que necesita una mujer para contarle a quien se le dé la gana las experiencias de su vida. El periodismo no tiene por qué mantenerse neutral y puede tomar partido a favor de los derechos humanos. Es una pelea anacrónica y ridícula que teníamos en el periodismo. La Corte Constitucional tomó partido a favor de nosotras. El periodista que cree que no toma partido está defendiendo el statu quo y el statu quo no es más que el patriarcado. El periodismo es un trabajo muy precarizado para que apoyemos a una corporación. Quienes trabajamos de periodistas no esperamos hacernos millonarias y, si vamos a hacer ese trabajo por pasión, que sirva para construir un mundo mejor. El periodismo feminista hace que esa postura, que tienen todos los medios, sea transparente, sin manipular a las personas.

¿Qué pasa con la estrategia de los varones señalados como violentos o abusivos en denunciar a quienes los denuncian?

Cuando hay un uso excesivo de los tribunales para generar censura o pedir indemnizaciones absurdas e impagables, la Corte lo tipifica como acoso judicial. También dijeron que van a mandar esta sentencia a los tribunales donde están los otros procesos, pero continúan la demanda civil por un millón y medio de dólares y la denuncia penal que nos puede meter en la cárcel. El fallo de la Corte Constitucional es un apoyo muy grande, pero es sólo uno de tres. Mientras que hay sólo 2% de justicia en América Latina en materia de violencia sexual.

¿El escenario post #MeToo es de acorralar a las periodistas para que dejen de escribir sobre abuso sexual?

Contar estas historias vía periodismo es una forma alternativa de acceder a la Justicia. Cuando sacamos este reportaje, nos dijeron que tomábamos justicia por nuestras propias manos. Tenemos una idea que la única forma de tener acceso a la Justicia es en los estrados judiciales y no. Las víctimas no se reparan mandando al agresor en la cárcel. Muchas quieren tener un efecto preventivo y que no le vuelva a pasar a otra mujer y necesitamos métodos de justicia restaurativa.

¿Cómo se garantiza el derecho a poder relatar los abusos sexuales?

Nosotras protegimos a nuestras fuentes. No las demandaron a ellas, pero sí a nosotras. En el mundo macho latinoamericano, era un motivo de orgullo estar demandado. Para mí no es un motivo de orgullo; el nivel de daño, angustia, ansiedad y estrés emocional es horrible. La demanda llegó cuando yo tenía siete meses de embarazo y mi ginecóloga pensó que tenía una falla cardíaca, pero era por estar sometida a estas demandas. Es algo que me ha quitado tiempo de mi vida, tiempo para mi hija, tiempo para descansar con mi familia. Hay que hablar del impacto emocional que tienen estas demandas en las periodistas. El peso de poner en riesgo a mi familia y su bienestar es una cosa muy grande.

¿Cómo fue la defensa?

Tuvimos suerte de contar con abogadas brillantes como Ana Bejarano y María Camila Correa. Tenemos un caso paradigmático y financian nuestras defensas, si no estaríamos jodidas, se nos habría acabado la carrera. Es un privilegio que podamos dar esta pelea, pero es de todas las periodistas. Si en Colombia sólo pudieras decir algo vía judicial, no podrías decir que Álvaro Uribe está acusado de paramilitarismo porque no hay ningún fallo sobre eso. Se acaba y colapsa el periodismo. Mucha gente vio esto como un ataque a las cositas que hacen las feministas, pero en realidad está atacando a todo el periodismo.

¿Cuál es su método de verificación?

Nosotras verificamos tiempo, modo, lugar y circunstancia. Se corrobora con otras personas, correos y chats. Otra cosa importante es si una denunciante tiene un círculo de apoyo, una red, gente que la apoya y le crea, para tener una fuente sólida para contar su historia. Hay que dar tiempo y espacio para tomar esa decisión. Y explicarle los riesgos. Si haces una denuncia legal va a tener un costo: plata, tiempo, exposición del nombre. Y si haces una denuncia periodística también vas a tener a la gente hablando alrededor, aunque sean testigos protegidas. Recomendamos que haya gente mirando si comen o duermen para estar alertas a los grandes daños emocionales que sufren las víctimas. Quedarte callada también tiene un costo porque cargas con esta injusticia y tienes que tragártelo sin contárselo a nadie. Cualquier camino es difícil e injusto.

¿Cómo empezó la liberación de la palabra de las mujeres?

En Brasil, en 2015, se hizo el hashtag #MiPrimerAsedio y, en 2016, #MiPrimerAcoso, que lo lancé yo y hubo una ola de denuncias. Recién en 2017 vino el #MeToo. Pero en ese momento no estaban tomando acciones judiciales ni contra las periodistas ni las denunciantes. Ahora, esa es la nueva estrategia de los agresores, igual que [el actor] Johnny Depp, y puede ser una estrategia muy exitosa, ya que si el agresor abusó de su poder lo hizo porque tiene más poder, no te estás metiendo con cualquiera, sino con quien puede pagar abogados millonarios. Estamos en una desigualdad muy grande y los agresores se han dado cuenta que el acoso judicial es una vía legítima para callar periodistas. Ya no te amenazan con matarte, no te mandan al de la moto o a madrearte, te hacen una demanda, que es socialmente aceptable. Por eso, es importante que la Corte tipifique el acoso judicial.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.