En 1971, el economista trotskista Ernest Mandel dio una conferencia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El evento convocó a muchas personas, entre ellas a la antropóloga mexicana Marta Lamas, quien en ese entonces tenía 24 años pero militaba en el trotskismo desde los 16. Ese día fue especial para ella no sólo por la oportunidad de escuchar a uno de los referentes del movimiento al que pertenecía, sino porque fue ahí que se descubrió feminista. No fue por Mandel: ese mismo día también brindó una charla en la UNAM la novelista y filósofa estadounidense Susan Sontag.

Lamas no sabía “muy bien” quién era aquella mujer, pero, de todas formas, decidió quedarse a escucharla. “Sontag reflexionó sobre cómo lo personal es político, el uso del poder en los vínculos personales entre varones y mujeres, habló sobre política sexual y del movimiento de liberación de la mujer”, contó Lamas en entrevista con la diaria. “Al escucharla sentí como que un chip se conectó en mí y trasladé mi activismo trostko a un campo en donde había otras mujeres que también venían de la izquierda, mujeres universitarias, que leíamos mucho, leíamos en inglés y empezamos a ver qué era lo que estaba pasando en ese momento es Estados Unidos”, recordó.

Si bien fue a partir de ese día que Lamas comenzó a autopercibirse como feminista, en su vida hubo un antecedente importante: el rol de su madre. “Yo tuve mamá feminista. Una madre psicoanalizada, muy lectora, que había estudiado letras francesas, que leía a Simone de Beauvoir”, relató. Además, señaló que sus padres la educaron “muy igualitariamente” en relación con su hermano. “Antes de escuchar a Sontag, el feminismo me parecía un tema de mi mamá”, resaltó, pero a partir de ese momento se volvió también algo suyo, que marcó su vida y trayectoria.

Lamas es doctora en Antropología por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM e investigadora titular del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la misma institución. En sus décadas de trayectoria como militante se interesó por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, en particular sobre el aborto y también sobre el trabajo sexual, y por estudiar la genealogía del género. Además, fundó la revista Debate Feminista en 1990, la Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer en 1991, el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) en 1992, y el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir en el año 2000.

Es autora de más de diez libros, así como de centenares de ensayos y artículos académicos y periodísticos. Su último libro es Dimensiones de la diferencia. Género y política, editado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) en 2022, en el que a lo largo de 35 artículos intenta responder la pregunta: “¿Qué son, exactamente, la masculinidad y la feminidad?”. “Es un libro nuevo con artículos viejos. Es el desarrollo de un proceso intelectual y político de Marta Lamas en tres campos: género, trabajo sexual y aborto”, describió sobre su propia publicación. Lamas conversó con la diaria sobre su nuevo libro y su trayectoria como militante feminista e investigadora en temas relacionados con el género.

¿Cómo era militar el feminismo en la década de 1970?

Cuando terminó la conferencia de Sontag, pasó una mujer, que es todavía una de mis mejores amigas, Marta Acevedo, con una libreta que decía: “Si quieres asistir a una reunión feminista, apúntate”, y lo hice y fui convocada. Marta [Acevedo] había vivido en Estados Unidos y trajo este modelo del pequeño grupo de toma de conciencia. Nos empezamos a reunir unas diez mujeres para hablar, por un lado, sobre todo de lo que estaba pasando en ese entonces en Estados Unidos y, por otro lado, de qué nos pasaba como mujeres, algo que nunca habíamos podido hacer en nuestros grupos mixtos de militancia. Hablábamos sobre cómo cogíamos, si cogíamos bien o no, los celos, todo eso muy personal. También conversábamos sobre cómo transmitir esta nueva perspectiva política a las mujeres.

Desde muy temprano trabajé el tema del aborto. Para mí era muy importante. Además, vengo de una familia muy liberal, en la que no había conflicto con que yo me peleara con la iglesia y con los curas. Otras compañeras del grupo venían de familias muy católicas y para ellas era un conflicto frente a sus familias asumir esto. En 1976 éramos seis grupos feministas organizados en Ciudad de México y decidimos unirnos en una coalición de mujeres feministas que tenía tres objetivos: luchar contra la violencia hacia las mujeres, defender la libre opción sexual y defender la maternidad voluntaria. Este último punto incluía promover la educación sexual, anticonceptivos seguros y baratos, aborto libre y gratuito, y un rechazo a la esterilización sin el consentimiento de la mujer. A partir de allí, la cosa fue creciendo.

En 1976 formaste parte de la creación de Fem, la primera revista feminista de México.

La fundaron [las activistas feministas] Alaíde Foppa y Margarita García Flores, que me invitaron a la fundación. Era un momento de mucha ebullición. En la frontera con Estados Unidos había una porosidad en cuanto a las ideas, los libros, a las entrevistas y a lo que estaba pasando del otro lado. Foppa y García Flores eran mujeres muy potentes e intelectuales, y las que formamos el primer consejo de la revista también teníamos ese perfil. Yo era la más activista de calle. Había un espacio intelectual y de escucha a estas feministas. De a poco, los diarios empezaron a tener espacios para que intelectuales feministas escribieran algo. Mucho tiempo después, en 1990, fundé Debate Feminista, una revista académica con un formato libro y que conecta la teoría feminista con las prácticas activistas.

¿Cómo ves hoy esa unión entre teoría feminista y la masividad que ha adquirido el movimiento?

No está muy fuerte. En las décadas de 1970 y 1980 no había internet ni teléfonos celulares. Para convocar a una marcha había que pasarse dos semanas marcando en el teléfono con disco y, si estaba ocupado, volvías a llamar luego. Todo el activismo tenía un ritmo distinto. A partir de la masificación de internet, de las redes sociales y del uso de celulares inteligentes que permiten convocar una marcha de un día para el otro, cambiaron muchas formas de la militancia. Además, diría que desde la década de 1990 en adelante el tema de la lectura también cambió, sobre todo con las redes sociales. Ahora es un tuit; antes tenías que leer un libro para llegar a una reunión a discutir algo. Tenías que llegar preparada, tenías que tener claro cuáles eran los puntos que ibas a defender y cómo los ibas a sustentar. Hoy hay otro tipo de dinámica política. Una frase, un tuit o un eslogan generan un nivel de movilización que tiene la ventaja de llegar a muchísima gente con una idea, pero la desventaja de que a veces eso no está sustentado. Veo, en algunos espacios, un nivel de activismo muy de piel, esto de “yo asumo que estoy subordinada, discriminada y salgo a la calle a protestar”, pero cuando se necesita el siguiente paso de qué se pide, de cómo se construye una agenda que tenga equilibrio entre aquello a lo que tú aspiras y lo que sí te puede dar la sociedad o el gobierno, allí falta formación y organización. Creo que esa es una gran diferencia con las feministas de la segunda ola: para nosotras la organización era fundamental y para las chicas de ahora la organización es un tema mucho más espontáneo. Además, excepto en algunos grupos, no hay una cosa de reflexión de lo que es un programa político.

Una de tus principales áreas de trabajo ha sido la de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, específicamente, sobre el aborto.

Empecé con el tema del aborto en 1972. Recuerdo que en 1973 fui a un debate en la Escuela de Medicina y por poco me linchan. Me decían que a un feto le late el corazón a partir de la primera semana y yo no tenía ni idea de en qué momento empieza a latir el corazón. Tuve que hacer todo un proceso, educarme, y empecé a tener la idea de que había que tener una forma de organización para poder impulsar ciertas demandas. A finales de 1990, en el estado de Chiapas, que es uno de los más pobres [de México] y en donde las mujeres tenían en promedio entre seis y ocho hijos, se hizo una causal para que se pudiera abortar por el número de hijos. Hubo toda una campaña en contra. Ante eso, las feministas de todo el país armamos un Frente Nacional de Lucha por la Maternidad Voluntaria. Nos pasamos varios meses intentando discutir, pero no podíamos avanzar. Entonces, decidí hacer una palanca para poder hacer intervenciones de otro orden y fundé GIRE en 1992. Luego vinieron la conferencia de El Cairo en 1994 y la Conferencia de Pekín en 1995. Todo eso fue armando un entretejido para poder cambiar la forma en que se hablaba de aborto. La discusión era: “¿Estás a favor o en contra?”, y había que cambiar esa pregunta por: “¿Quién debe tomar la decisión del aborto?”. Luego empezamos a capacitar a las y los periodistas para que hablaran del tema de otra forma en sus notas. Así, fuimos armando una estrategia con respecto al aborto.

¿Cuál es la situación actual con respecto al aborto en México?

En México, cada uno de los 32 estados tiene su propio código penal. En 2007 conseguimos [legalizar] el aborto para la Ciudad de México y luego nos tardamos 11 años, hasta 2018, para conseguirlo en Oaxaca. Cuando inició el gobierno de [el presidente] Andrés Manuel López Obrador, en diciembre de 2018, yo tenía mucho miedo porque cuando le preguntaban por el aborto él siempre decía que había que ponerlo a debate y yo decía: “No, si se pone a debate, perdemos”. Sin embargo, en el Movimiento Regeneración Nacional [Morena, el partido de López Obrador] había muchas feministas, que empezaron a impulsar la interrupción legal del embarazo [ILE] en los congresos locales de ocho estados. Ahora tenemos la ILE en diez estados hasta las 12 semanas de embarazo y después de ese período [el aborto es legal] por riesgo de la vida de la mujer, por violación o por ciertas causales. Hay un movimiento de marea verde fuerte desde 2018, que prendió desde Argentina, y hay todo un proceso de las ONG. Pero también hay una disputa y hay estados donde Morena no tiene la mayoría en el Congreso, la tiene el partido conservador, y ha sido difícil. También, en setiembre de 2021, la Suprema Corte de Justicia hizo tres resoluciones a favor del aborto. La primera fue decir que no se puede criminalizar a las mujeres por aborto, la segunda fue establecer que los congresos locales no pueden definir en qué momento empieza la vida, y la tercera fue señalar que la objeción de conciencia es un derecho individual de los médicos que hacen aborto, pero no de la institución. Esas tres resoluciones son hoy en día el marco jurídico que están aplicando los grupos feministas en los 22 estados en donde el aborto todavía no es legal.

¿Cómo evaluás lo que está sucediendo en Estados Unidos desde la derogación del fallo Roe vs Wade? ¿Ha impactado en los estados fronterizos con México?

Ha tenido un impacto muy interesante porque las estadounidenses, de alguna forma, se habían confiado en que existía Roe vs Wade y habían dejado el activismo en el sentido de ayudar y acompañar a las mujeres en los estados en donde había dificultades para abortar. Ahora se estableció una conexión de las activistas en Estados Unidos con las de México. Las mexicanas les están mandando la píldora abortiva a su país. Hay un grupo feminista en Guanajuato que, además, les habla sobre cómo se acompañan estos procesos de aborto con pastilla. También es interesante lo que ha producido este hecho en Francia. Las feministas francesas, cuando vieron lo que pasó en Estados Unidos, sobre todo las del partido Francia Insumisa, plantearon que hay que incluir el derecho al aborto en la Constitución para que el cambio de gobierno –considerando el avance de la derecha en Europa– no vaya a cancelar [este derecho]. En noviembre de 2022, en la Asamblea Nacional [de Francia] se aprobó la iniciativa para poner el derecho al acceso a un aborto libre y seguro en la sanidad pública dentro de la Constitución. El Senado la aprobó [el 1º de febrero], pero con una diferencia: el texto dice “la libertad de abortar” y los diputados dijeron “no, no es la libertad, es el derecho. Si es un derecho, se tiene que garantizar”. Ahora falta que la Asamblea Nacional vuelva a votar.

¿Considerás que hay un backlash antifeminista en la región?

Sí, hay un avance de grupos evangélicos. Antes, el adversario era el Vaticano. Pero el Vaticano en este momento ha estado bastante tranquilo y el que está muy agresivo es el discurso de los evangélicos. También creo que la izquierda se tiene que hacer una autocrítica. Santiago Alba Rico, un filósofo español que me gusta mucho, dice que hay que ser revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico. Pienso que mucho de lo que ha pasado tiene que ver con que la derecha, en el sentido antropológico, tiene la bandera de la familia y del afecto y ha posicionado a la izquierda como una amenaza frente a esas cosas. Creo que la derecha ya aprendió que no puede seguir usando cierto tipo de discurso muy religioso y tiene que usar otro. En su discurso actual, la derecha plantea esto de lo “humanitario”, las relaciones, la familia. Eso a la gente le toca y la izquierda no ha sabido cómo reformular su discurso para que las personas no sientan que estar por nuestras causas implica romper con la familia y toda una serie de cosas. Lo que ha logrado la derecha es tocar el centro del miedo de muchas personas, y es muy difícil luchar contra el miedo, porque allí hay una parte irracional. Esto me remite a una de mis preocupaciones, que tiene que ver con la psicopolítica y la pregunta de por qué desde la política de izquierda –para mí el feminismo emancipador o crítico es una política de izquierda– no logra entender la parte que existe inconsciente en el psiquismo de los seres humanos y no hemos podido diseñar líneas argumentativas que tranquilicen esos miedos, que pongan un horizonte de llegada que resulte aceptable para la mayoría de las personas que no comparten nuestra posición política. Tenemos que diseñar estrategias discursivas y narrativas que nos permitan hacerle frente a lo que se está viviendo como “ideología de género”, que parece una locura, pero está siendo muy eficaz.

Después de décadas de activismo feminista, ¿cuáles considerás que han sido los principales avances y conquistas de los feminismos? ¿Qué desafíos quedan?

Hablaré de México, no podría hablar del resto de los países de América Latina. Se ha logrado instalar en el imaginario social una cierta igualdad ciudadana entre hombres y mujeres, y la paridad en los espacios legislativos. De la paridad en la casa y en la educación estamos lejos. De todas formas, todos los avances traen consigo una parte de retroceso. Este avance en el imaginario de la igualdad de las mujeres y el tema de la paridad ha traído lo que yo llamo “mujerismo”, que no es feminismo, es una reivindicación de las mujeres un tanto esencialista, como decir “hay que tener mujeres en política porque son menos corruptas” o porque “las mujeres se van a ocupar mejor de ciertos temas”. Entonces, la representación descriptiva de que hay que tener mujeres en los lugares también está teniendo su backlash. Eso lo veo de la mano de la política identitaria que sostiene que sólo las mujeres representan a las mujeres. Creo que las representaciones tienen que ser de posiciones políticas. Veo que la política identitaria tuvo su razón de ser, y que fue muy importante que se reconociera la diferencia de ciertos colectivos y que había una problemática de las mujeres, pero hoy esta política identitaria rompe el horizonte de emancipación colectiva y el regreso a la comunidad y a lo común.

Entonces, ¿cuáles son los avances? Ha habido un cambio de leyes más igualitarias. Por ejemplo, antes, cuando un mexicano se casaba con una extranjera, la mujer recibía la nacionalidad mexicana en automático, pero no era así cuando una mexicana se casaba con un extranjero. Muchas cosas de este tipo ya se han eliminado. Se ha ido emparejando una legislación más igualitaria. Ahora tenemos, en términos de representación política, mitad hombres y mitad mujeres, aunque los cónclaves en donde verdaderamente se toman las decisiones siguen siendo ocupados por hombres. En términos del movimiento, desde 2014 se ha producido un boom gigantesco, un estallido del feminismo joven, de chicas que salen a la calle a manifestarse. Ha sido verdaderamente reconfortante sentir que el movimiento no se estaba acabando. A finales de la década de 1990 y principios de los 2000, mis alumnas me decían “el feminismo ya fue, nosotras ya estamos liberadas”, y yo pensaba “cómo es posible que no vean todo lo que falta”. Nadie se llamaba feminista en ese entonces, era una mala palabra. Y de repente, desde 2014, todas las chicas, en escuelas públicas y privadas, liceos y universidades, se ponen la medalla de que son feministas. Pero es un feminismo muy light y muy reivindicativo en lo personal, con una ausencia de visión política más amplia.

¿Te considerás una voz representativa de los feminismos y de la lucha por los derechos de las mujeres en México?

No soy representativa. Sí me considero una voz reconocida, pero creo que tengo posturas minoritarias. Soy una voz minoritaria, pero tengo una voz potente. Llevo 51 años en el movimiento y ocupo un espacio. Pionera, sí.