Clara Serra es feminista, filósofa, escritora, investigadora y fue diputada en España: de 2015 a febrero de 2019 por Podemos y durante los ocho meses siguientes por Más Madrid. En octubre de ese año dejó la política y retomó su vida académica como investigadora en la Universidad de Barcelona.

Esta semana llegó a Montevideo, invitada por la organización Mujer y Salud en Uruguay, para participar de distintas actividades con organizaciones sociales y la academia: expuso en el conversatorio “Pueblo feminista”, organizado por la Intersocial en la sede del PIT-CNT, y en una mesa sobre “Cuerpos, géneros y sexualidades”, coordinado por el Instituto Psicología de la Salud de la Facultad de Psicología (Universidad de la República). También formó parte de un conversatorio sobre feminismo e izquierda en la sede del Frente Amplio.

En el medio de todo eso, Serra habló con la diaria sobre los debates que se viven hoy a la interna del movimiento feminista español, los riesgos de las derivas “esencialistas” e “identitarias”, y los vínculos entre feminismo e izquierda, entre otros temas.

En tu libro Leonas y zorras: estrategias políticas feministas (2018), abordás la temática de las mujeres en la política. Hoy estás alejada de ese terreno, pero viviste la experiencia en carne propia. ¿Qué se juegan las mujeres en política?

Considero que partimos en situación de desventaja en la disputa por el poder y eso también hace que nos podamos jugar más cosas, en realidad, porque las desventajas se corrigen poniendo un extra. Es importante analizar estas desventajas y dediqué el libro Leonas y zorras a darnos herramientas para permitirnos a nosotras mismas abordar esa llegada a la política, a los partidos, a las instituciones, sin tener que partir de una situación de desventaja. Lo otro que nos jugamos es la posibilidad de perdernos un poco en esa disputa por el poder, en el sentido de que el fin acabe siendo la disputa misma por el poder, que es uno de los riesgos de la política.

Yo no quiero que los riesgos del poder nos lleven a decir que las mujeres no queremos ni siquiera permitirnos dar la disputa por él, pero tampoco querría subestimar los riesgos del poder, del narcisismo que acompaña al poder, del cinismo que puede conllevar llegar a espacios de poder, y sobre todo los riesgos de no llegar al poder para transformarlo y para hacer cosas con él. Que tener, conquistar o conseguir poder sea siempre para ponerlo al servicio de otras cosas, si no, se acaba convirtiendo en una carrera por el poder. Entonces, defender nuestro derecho al poder tiene que ir inseparablemente unido de una perspectiva crítica y vigilante con respecto a qué hacemos con él.

En la charla en el PIT-CNT, dijiste que el feminismo “presenta hoy la posibilidad de encadenar luchas” que no tienen que ver únicamente con los derechos de las mujeres. ¿Qué es lo que aporta incluir la mirada feminista en todos los proyectos que apuntan a transformaciones y mejoras sociales?

Aporta en la medida en que el feminismo no puede dejar de revelar una sociedad organizada de determinada manera, porque al final esto que llamamos patriarcado es una determinada forma de organización social, una determinada forma de separar el trabajo o de diferenciar distintos trabajos y de asignar diferentes lugares y tareas en la sociedad a unos individuos y a otros. Pero no afecta solamente a las mujeres. Por ejemplo, la distribución del mercado laboral, tal y como está engranada con el sistema patriarcal, lleva a una determinada cultura del trabajo ligada a la masculinidad, así como a una determinada asociación de la feminidad con el ámbito privado y los cuidados. Esto afecta al conjunto de la sociedad. Afecta a las personas que requieren cuidados y que serán cuidadas por las familias –y, por lo tanto, por las mujeres- o probablemente, si no hay un Estado fuerte y servicios públicos, quedarán desatendidas.

Afecta al cuidado de las infancias. Entonces, poner en cuestión una determinada forma de organización social, que es esta forma patriarcal en un determinado sistema capitalista y en una sociedad de mercado, acaba hablando de transformaciones que afectan al bienestar de distintos sujetos y, al final, de la mayoría. Eso es lo que tiene que aportar el feminismo, y demostrar con ello que la lucha por las libertades y los derechos de las mujeres no sólo no se opone al bienestar o a la libertad de otros sujetos, sino que se coimplica, y que luchar por las libertades de unos es luchar por el derecho al cuidado de otros, por el derecho al tiempo libre de otros, por el derecho a una jornada laboral limitada para todos. Este tipo de conexión de demandas es lo que tiene que hacer un discurso feminista hoy en día, porque es la manera de salir de la lógica en la que parece que, si las mujeres conquistan o ganan derechos, entonces otros los tienen que perder.

¿Cómo es el vínculo hoy entre los feminismos y la izquierda en España?

Creo que, a veces, hay en la izquierda una falta de interés y una falta de convicción de que el feminismo sea un proyecto que tenga que ser asumido por el conjunto de la izquierda. Es una cosa que a veces se relega a una cuestión secundaria o subalterna, a una pequeña parcela, a algo que forma parte de la izquierda pero como una comisión aparte. Hoy en día, el reto del feminismo en las izquierdas es demostrar que es una lucha clave, que puede ser vertebradora de un montón de demandas, y un potenciador de otras. Es decir, que las puede hacer más fuertes, que las puede multiplicar. Y, en ese sentido, que implicarse en el feminismo es implicarse en muchas más cosas. Ese desinterés o esa desafección de parte de la izquierda hacia el feminismo tiene también algo que ver con no tomarse en serio sus diferencias internas.

Aquí es súper importante distinguir la diferencia interna en el feminismo de la bronca, de la ruptura y de la escisión radical. Porque es verdad que, por ejemplo, los últimos debates que están pasando en el feminismo español –que en realidad no son debates sino enfrentamientos brutales–, fundamentalmente a raíz del caso de la cuestión trans, han debilitado al feminismo. Ahora bien, me parece que también debilita al feminismo una especie de exigencia de unidad y de homogeneidad que, en realidad, pasa por no recorrer sus propios debates y asuntos. Entonces, la unidad del feminismo como respuesta a lo que estamos viendo no sé si me convence, creo que puede generar una lógica excluyente, porque quienes se pelean en el feminismo de forma más frontal y radical suelen apelar a la unidad en plan “tú no eres feminista, yo soy feminista, tú no formas parte de mi unidad, de mi mismidad, de mi identidad”. La única salida a esa situación tan dogmática es el reconocimiento de la pluralidad del feminismo y la posibilidad de gestionarla, asumirla y saber convivir con ella.

La izquierda, para implicarse en el feminismo, tiene que recorrer esa pluralidad, es decir, tiene que saber que hay distintos feminismos, distintas perspectivas, distintas propuestas, que hay debates en juego y que, en esos debates en juego, la izquierda, en su conjunto, se juega cosas. Es decir, que en el debate sobre la cuestión del trabajo sexual o sobre la cuestión trans, la izquierda se juega cosas, y que, por tanto, tiene que implicarse. Esto quiere decir que, al final, tiene que tomar partido. Me parece que este es el reto, porque esta especie de “bueno, lo que digan las feministas es lo que los hombres de izquierdas tenemos que asumir”, es una actitud que a veces parece revelar mucho respeto, pero en el fondo me parece cómoda, porque si todo es “lo que digan las compañeras”, entonces no te implicas ahí.

Mencionabas la ley trans, que parece haber profundizado una brecha en el movimiento feminista español, entre una corriente transincluyente y otra transexcluyente, que gana fuerza. ¿A qué atribuís este repliegue identitario?

Efectivamente hoy es ese el elemento vertebrador de la ruptura. En nuestro país, ha habido un latente debate sobre la cuestión del trabajo sexual, que siempre ha dividido un poco al feminismo, pero nunca ha llegado a tener este nivel de virulencia. En los últimos tres años, ha habido una fractura profunda en el feminismo español y ha sido a través de la cuestión trans. El debate sobre la ley sólo lo ha profundizado muchísimo. Una parte de lo que lo explica, y creo que es compartido por muchos contextos, es que hay una izquierda conservadora hoy en día, con posiciones muy esencialistas y muy identitarias que, en un momento de crisis de cierta precariedad vital o pérdida de algunos horizontes o inseguridad, prometen identidades claras y fuertes, con un discurso de “yo te voy a decir lo que eres y cuál es tu proyecto político”, de una manera muy dogmática, pero también muy tranquilizadora en algún sentido. Estas derivas esencialistas y conservadoras no solamente ocurren en el feminismo. Hay también una izquierda que vuelve de una manera súper nostálgica y esencialista a la cuestión de la clase, como una cosa que promete –de nuevo– identidad segura, firme, que te dice quién eres en el mundo, y que es en parte esa izquierda que está en guerra con el feminismo, con la cuestión LGBTI+, el ecologismo, y que las considera luchas menores o no tan importantes como la lucha de clases. Entonces, en nuestra época hay la emergencia de repliegues identitarios que cruzan la frontera entre la izquierda y la derecha, es decir, que existen en la derecha y que existen en la izquierda.

Ahora bien, se dan más factores. Evidentemente, en el caso español, la pelea interna al gobierno ha acentuado esto, y por otro lado creo que también estamos en un momento en el que ciertos feminismos están contribuyendo –a veces sabiéndolo más, a veces ignorándolo más– a una extrapolación de los debates norteamericanos, que a mi juicio no es nada positivo. Las feministas españolas transexcluyentes, por ejemplo, invitan a sus propias jornadas a portavoces del feminismo radical norteamericano. Me parece que tenemos que cuestionar este tipo de alianzas teóricas y políticas que después se imponen de forma invisible en otros contextos.

Otro tema que en estos meses ha generado polémica en España es la ley de “sólo sí es sí” sobre libertad sexual.

Lo que ha pasado con esta ley es muy buen laboratorio para pensar algunos de los peligros a los que los feminismos estamos obligados a enfrentarnos. Uno de esos peligros es que el contexto de pobreza, de crisis económica, de retirada del Estado a la hora de garantizar servicios públicos y derechos –por la vía de poner presupuestariamente la garantía de esos derechos–, genera en las sociedades neoliberales un aumento del Estado en su forma castigadora y punitiva. Es decir, cuando el Estado, en vez de ampliar derechos, se pone a ampliar delitos, es un Estado que no se está haciendo cargo de sus responsabilidades, porque las izquierdas tienen que abordar la inseguridad, la delincuencia, etcétera, ampliando derechos, combatiendo la pobreza y la exclusión, y eso conlleva implicación del Estado. Cuando eso no pasa, lo que tenemos son estados cada vez más punitivos.

En España, ahora tenemos un Código Penal más duro que el del fin de la dictadura de Franco, lo cual es gravísimo. Es decir, el Código Penal español sólo se ha ido reforzando, nunca ha llegado un momento en el que la izquierda haya dicho “hay que ir hacia atrás en algunas cuestiones”. Y, en la penalización de delitos sexuales, es de los más duros de Europa. Tenemos penas de cárcel para delitos de agresión sexual que superan los de asesinato, lo cual es injustificable en términos jurídicos y de un Derecho que busca la proporcionalidad. Entonces, soy súper crítica con una deriva –que no solamente ocurre en España– de un feminismo que está dejándose seducir por ciertas recetas punitivas y de política rápida. Un Estado que, por ejemplo, en la cuestión de la prostitución, en vez de abordar qué herramientas, derechos y medios tienen que tener las trabajadoras para dejar la prostitución si quieren, empieza a poner policías que las persigan.

En el caso de la violencia sexual, está habiendo una deriva muy preocupante de traducción de un problema que inmediatamente parece tener como respuesta hacer reformas penales. Algunas feministas somos críticas en el sentido en que creemos que el Código Penal español es suficientemente fuerte y que, si algo falta para atender a las víctimas de agresiones sexuales, es medios materiales, más allá de la cuestión penal, y evidentemente un trabajo cultural con el conjunto de la sociedad, con los hombres, de transformar nuestros sentidos comunes machistas. Pero no se cambia el sentido común machista con cárcel. Ahora estamos entrando en un debate muy complejo jurídicamente, muy de detalles del articulado de la ley, que tiene que ver también con este debate sobre el consentimiento, y vuelvo a lo mismo: estas leyes llamadas del “sólo sí es sí” son una doctrina jurídica importada del contexto norteamericano. Creo que entre nosotras, las feministas, deberíamos parar un momento a reflexionar si estas son las recetas que más nos parecen que avanzan en la emancipación sexual de las mujeres, porque esta doctrina sobre el consentimiento tiene mucho de una sociedad norteamericana muy temerosa del sexo y más puritana de lo que son nuestras propias sociedades.

¿Cuál es tu visión sobre las luchas, las conquistas y los aportes de los feminismos latinoamericanos?

La organización de trabajadoras sexuales argentina Ammar [Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina] y Georgina Orellano son, para mí, un ejemplo de un feminismo que se ha conseguido organizar y con un discurso muy interesante. Las luchas travestis de América Latina en general también son interesantes en la medida en la que, defendiendo la pluralidad de identidades en el ámbito de la diversidad sexual, han sido mucho menos esencialistas que algunos de los discursos trans más hegemónicos en el contexto europeo. Por ejemplo, esta reivindicación de que “nosotras no tenemos por qué ser mujeres, somos travestis”, ese orgullo travesti, ese no querer mimetizarse y, por lo tanto, esa distancia crítica con la noción de mujer. Esto de decir “nuestra lucha es por los derechos, pero no necesariamente nos peleamos por que se nos incluya en eso de la mujer”. Me parece interesantísimo y mucho más transformador políticamente. Creo que, en esa medida, ese activismo travesti es también transformador o emancipador para las propias mujeres, y esa puesta en cuestión del género es lo que más me interesa precisamente de los movimientos queer o LGBTI+. En este contexto europeo en el que los discursos trans más oídos en respuesta al feminismo transexcluyente son un poco esencialistas, me parece muy interesante que se entre en contacto con los activismos queer latinoamericanos y, en este caso, travestis, mucho menos esencialistas y críticos. Si no hay ese diálogo, si siempre somos Europa y España las que exportamos, muchas veces puede pasar que exportamos feminismos no tan buenos y nos perdemos feminismos muy buenos de esta región.

¿Qué preguntas urgentes nos tenemos que hacer las feministas hoy?

La cuestión de los hombres y la cuestión de lo trans nos van a plantear preguntas urgentes. Respecto a lo de los hombres, me refiero a por una parte qué rol tienen ellos y cuál es su papel en esto, pero también pienso en un feminismo que apueste por escapar a un sujeto del feminismo súper nítido y súper claro, como es la mujer biológica, y que sea inclusivo con las personas trans, con las personas LGBTI+, con los hombres. Es una excelente ocasión para poner en cuestión o reflexionar sobre algunos marcos muy clásicos en el feminismo, como el de la violencia. En mi país, por ejemplo, en el preámbulo de la ley de violencia, dice que la violencia de género es la que se ejerce contra las mujeres por el hecho de ser mujeres, y eso lo repetimos todo el rato. Lo mismo con el concepto de feminicidio, que limita claramente quiénes son las personas que reciben la violencia. En realidad, el tema es más complejo y hay sujetos expuestos a una violencia patriarcal y masculina que no son mujeres.

No hemos tenido herramientas para politizar esa violencia, siempre ha estado un poco escorada y en los márgenes, como la cuestión de la violencia entre parejas de mismo sexo. Me parece que poner en cuestión al sujeto mujer biológica va a hacer emerger estas preguntas y me parece que vamos a tener que repensar algunas cosas, como quién es el sujeto de ciertas leyes. Una de las preguntas urgentes que tiene que hacerse el feminismo –que esto también lo dice Rita Segato y me parece muy interesante– es la de si va a politizar en clave feminista la violencia entre los propios hombres. Porque un mundo donde el patriarcado genera relaciones violentas entre los hombres, en el que cuando eres un chico de 14 años aprendes que “o pegas o te pegan”, es un mundo violento para las mujeres. Si las feministas no politizamos esa violencia –le ponemos nombre, la iluminamos, hablamos de ella, damos herramientas para los hombres–, va a seguir existiendo y va a recaer al final sobre nosotras. Un hombre maltratado por su jefe o humillado por una masculinidad agresiva, es un hombre que puede maltratar a las mujeres. Entonces, para mí eso es un reto y es un reto muy pendiente, desde luego ahora mismo alejado de cualquier política pública que aborde el tema de la violencia.