Después de una gira por Argentina, donde recorrió distintas ciudades para presentar su último libro, Imbricación. Más allá de la interseccionalidad, la socióloga feminista francesa Jules Falquet aterrizó esta semana en Montevideo. La docente e investigadora brindará este miércoles una conferencia en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, bajo el título “El feminismo materialista francés en diálogo con las perspectivas decoloniales de Abya Yala”, en la que analizará justamente cómo se expresa la imbricación de las relaciones sociales de poder de sexo, de raza y de clase en varios movimientos sociales de América Latina. Además, está previsto que el jueves participe en la actividad “Feminismos interseccionales: género, raza y clase”, una charla que mantendrá en Escaramuza con Tania Ramírez, integrante del colectivo de mujeres afrodescendientes Mizangas.

Falquet nació en Francia, pero conoce de cerca varios rincones de nuestra región. En los 90 vivió en Chiapas, México, donde realizó investigaciones sobre la escolarización de las mujeres indígenas y, más tarde, en el movimiento zapatista. También estudió sobre la participación de las mujeres en el proceso revolucionario armado del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador.

Sus principales temas de investigación tienen que ver con los movimientos sociales de resistencia a la “globalización neoliberal” –con un fuerte énfasis en experiencias latinoamericanas–, los femicidios y la “reorganización neoliberal de la violencia”, y la epistemología feminista, con la imbricación de las relaciones sociales de sexo, raza y clase en el centro. Su análisis se teje desde una perspectiva feminista materialista, antirracista y decolonial.

Unos días antes de su visita a Uruguay, la académica repasó con la diaria los principales planteos de su publicación más reciente y expuso por qué, a su entender, el feminismo de Abya Yala “es una propuesta de lucha y de resistencia a la globalización neoliberal”. También ahondó en los vínculos entre esta globalización neoliberal y la violencia contra las mujeres.

En tu último trabajo proponés ir más allá de la interseccionalidad para hablar de la “imbricación” de las relaciones sociales de raza, sexo y clase. ¿Cuál es la diferencia?

Primero quiero decir que reconozco, admiro y respeto totalmente a las feministas afro de Estados Unidos y de otras partes que han formulado la idea de la interseccionalidad. Segundo, que si la meta de la interseccionalidad es la lucha por la justicia social, contra el racismo y contra el patriarcado, obviamente estoy totalmente en esa línea. Sin embargo, creo que puede haber otras perspectivas teóricas que a mí se me hacen más convincentes, con el mismo objetivo y tal vez otros. Entonces, me apego a una propuesta que es la del trabajo colectivo del grupo militante de Boston que es el Combahee River Collective, cofundado entre otras por Barbara Smith y en el que participó Audre Lorde, entre muchas mujeres y feministas afro que tenían una visión de clase bastante pronunciada y que también, aunque no eran todas lesbianas, discutieron bastante la cuestión del lesbianismo y la heterosexualidad.

Pero no es sólo eso lo que me interesa de su propuesta, sino que ellas desarrollan esa idea de interlocking systems of oppression, imbricación de sistemas de opresión, y de eso yo me quedo con interlocking, es decir, imbricación, pero en vez de sistemas de opresión, retomo en el materialismo francófono la idea de las relaciones sociales estructurales de clase, de sexo y de raza, porque eso de los sistemas de opresión se me hace algo que se desdibuja, que no está muy claro qué es un sistema, cómo se maneja. De hecho, hubo debates muy fuertes en los años 80 para saber, por ejemplo, si el sistema patriarcal y el sistema capitalista eran una cosa dual, articulada, y precisamente cuando estaban pensando en términos de sistemas creo que no consiguieron dar una respuesta fehaciente. En cambio, pensar en términos de relaciones sociales estructurales de poder que se van entrecruzando, interinfluyendo, coconstruyendo de diferentes maneras, imbricando –como yo digo apoyándome en el Combahee– te permite entender mejor las dinámicas, las contradicciones, las transformaciones y el funcionamiento conjunto y simultáneo de esas diferentes lógicas.

Otro elemento en el que me parece importante insistir es en que las del Combahee plantearon que ningún sistema –y yo digo que ninguna relación estructural de poder– es permanentemente dominante sobre los otros. Es decir, ellas dijeron que esos sistemas actúan simultáneamente y con el mismo peso, que son igual de importantes. Yo me apego a esa propuesta, que es una posición política, que puede ser discutida y lo es, y considero que a nivel general las relaciones estructurales de poder de sexo, de raza y de clase tienen el mismo nivel de importancia y deben ser combatidas simultáneamente con la misma energía. Quiero decir que, en última instancia, no creo que sea la clase social lo que prime, ni que sea el sexo, ni que sea la raza. Esto no quiere decir que en determinado momento una cosa no puede pesar más que otra para una persona dada en una circunstancia dada, pero a nivel general, desde mi perspectiva de imbricación, esas tres cosas van totalmente a la par y se tienen que combatir simultáneamente y con la misma dedicación.

La conferencia que vas a brindar en Uruguay se titula “El feminismo materialista francés en diálogo con las perspectivas decoloniales de Abya Yala”. ¿Cómo dialogan las dos cosas?

Primero, entiendo que perspectivas decoloniales hay muchas, pero yo sitúo a las feministas decoloniales, en parte, basadas en el trabajo de [la filósofa argentina] María Lugones, y, en parte, basadas en un trabajo mucho más antiguo, difuso e importante que viene del movimiento de mujeres de clase popular, afro, indígenas, antirracistas en general, lesbianas, que empieza alrededor del movimiento que se formó de los 500 años de resistencia indígena, negra y popular en 1992, y ahí es donde empiezan a articular los cuestionamientos a la colonización. Ahí ya se está gestando el movimiento zapatista –todavía de forma subterránea–, se da el primer encuentro continental de mujeres afro en 1992 en República Dominicana, se van creando redes. Y luego el movimiento zapatista se da a conocer públicamente en 1994.

También la reflexión de las chicanas, que es todavía anterior, con [Gloria] Anzaldúa y la publicación de Este puente en mi espalda en 1988. Todo eso va confluyendo y contribuyendo a un clima intelectual y político en el que se va cuestionando toda la historia de la colonización, es decir, se profundizan los cuestionamientos, se rearticulan las luchas y se da esa crítica también en la confluencia de la Teología de la Liberación. Eso, para mí, es toda una reflexión crítica sobre el capitalismo, su origen colonial y su profunda vinculación con las dinámicas de racialización de los pueblos indígenas en su enorme diversidad, de la gente afro traída a la fuerza y de sus descendientes, y toda la cuestión del mestizaje forzado, la ideología del blancamiento, las violaciones sistemáticas de las mujeres racializadas y con obligación de quedarse con los productos de la violación, es decir, con embarazos forzosos, crianzas forzadas de niñas y niños, y demás.

Todo eso, en la perspectiva de la imbricación de las relaciones sociales de poder, permite también analizarlo en la perspectiva histórica de cómo las relaciones de raza, históricamente, se fueron intermezclando con las relaciones de sexo –expresamente en eso de las violaciones, por ejemplo– y con las relaciones de clase. Entonces, creo que permite reflexionar sobre lo que [el sociólogo peruano Aníbal] Quijano dice de la historia del sistema-mundo moderno/colonial, que precisamente pienso que se puede pensar como un resultado de la dinámica de las relaciones imbricadas de poder de sexo, de raza y de clase, poniendo el centro en el proceso que se da desde 1492 en Abya Yala con el genocidio y la racialización de los pueblos indígenas, la trata y la esclavización, en vez de como lo pensó el marxismo tradicional, que dice que es a partir de 1919 y la revolución industrial inglesa. Para decirlo de forma sintética, creo que un elemento del diálogo [entre el feminismo materialista francés y las perspectivas decoloniales de Abya Yala] va en eso de poder pensar y analizar todo ese proceso colonial y sus consecuencias actuales, y todo el proceso también de recolonización extractivista y de despojo, que hoy, todavía, tiene lógicas de violencia contra los mismos grupos sociales y en especial contra las mujeres del campo y racializadas, entre otras cosas. Esos son los elementos que contribuyen a esta discusión y a esas resistencias, luchas y propuestas alternativas.

¿El feminismo comunitario o de Abya Yala puede ser una alternativa para resistir a lo que denominás “globalización neoliberal”?

El feminismo comunitario de Abya Yala y el feminismo de Abya Yala que no es comunitario –hay feminismo antirracista, feminismo anticapitalista, lesbianismo antirracista y anticapitalista– claro que es una propuesta de lucha y de resistencia a la globalización neoliberal. Creo que todo el tiempo lo han comprobado y sobre todo lo han comprobado las mujeres indígenas del campo que muy fuertemente han resistido a los proyectos extractivistas, poniendo el cuerpo por delante. Eso lo he visto más en Guatemala y en Chiapas con las mujeres zapatistas, aunque no se llamen y no sean necesariamente feministas decoloniales, pero sí son mujeres indígenas que tienen sus demandas como mujeres indígenas y zapatistas. Su papel teórico y político ha sido central. Entonces, Mesoamérica –que es tal vez lo que conozco más– es claramente una resistencia súper importante y precursora a la mundialización neoliberal. Es decir, el movimiento zapatista fue el primero en evidenciar el neoliberalismo como adversario en 1996, cuando todavía la mayoría de la gente estaba sin identificar eso.

Obviamente también las feministas comunitarias y las lesbianas del Cono Sur, de los Andes en especial pero también de la Amazonia, de la Patagonia; es un continuo de luchas no necesariamente todas articuladas, pero que tienen elementos convergentes y muy interesantes tanto política como teóricamente, para subrayar las continuidades del proceso de colonización, de despojo, de genocidio y de acumulación primitiva permanente. Considero que constituye totalmente una alternativa de resistencia muy significativa, a la que le debemos mucho en diferentes partes del mundo, y le debemos mucho por su resistencia práctica y por su producción teórica.

¿Qué movimientos latinoamericanos considerás buenos ejemplos de esta resistencia?

No me toca decir “ese es bueno, ese es malo”, pero sí me han impactado mucho y me parecen centrales los movimientos campesinos, que muchas veces son indígenas y/o afrodescendientes, pero no únicamente. La lucha por la tierra, en definitiva, se me hace totalmente central; la tierra siendo una base para vivir y para producir, siendo un elemento cosmogónico, y la tierra con todo lo que tiene, el agua, las plantas, los animales. Entonces, las luchas territoriales, como se les dice ahora, tienen una larga lucha por la reforma agraria. Es muy significativo que la primera revolución victoriosa del siglo XX fue la revolución zapatista en México, que fue zapatista y fue campesina, y [Emiliano] Zapata era indígena. También recordar que la primera república victoriosa y de autoliberación de pueblos esclavizados reciente, después de Espartaco, fue la gente de Haití, y la memoria histórica y las raíces que nacen de ahí son un ejemplo muy fuerte de resistencia. Y no voy a dejar de mencionar todas las luchas lésbicas.

En una entrevista reciente dijiste que “es necesario ver la violencia como algo eminentemente relacionado con cuestiones económicas”. Esto puede parecer más evidente cuando se trata, por ejemplo, de guerras, pero ¿cómo se refleja en el caso de la violencia basada en género?

También es muy evidente en la violencia de género. Es decir, la violencia de género y la guerra no se pueden deslindar; una cosa y la otra están vinculadas. En las guerras sabemos que hay mucha violencia contra las mujeres de parte de hombres, tanto violaciones como obligarlas a huir, a perder su trabajo, a perder su tierra, etcétera. Y la violencia basada en género, que va mucho más allá de la violencia doméstica o de la violación sexual, tiene muchísimo que ver con la economía. Un elemento es, por ejemplo, cómo todos los efectos traumáticos, los efectos psicodinámicos a mediano plazo en cada mujer individual tienen que ver con poca confianza en sí mismas, falta de horizonte, depresión, entre otras cosas, por decirlo de manera simplificada. Eso les impide proyectarse en su vida profesional y, por tanto, en su posibilidad de ganar dinero, que no es todo en la vida pero es muy importante. El hostigamiento sexual es una forma muy fuerte de obligar a las mujeres a salir de profesiones que podrían ser más beneficiosas política y económicamente. El hostigamiento sexual también es una forma radical de impedir que las mujeres sigan estudiando. ¿Cuántas mujeres han dejado de hacer una tesis o incluso de pasar pruebas porque las están hostigando sexualmente, tanto otros alumnos como, sobre todo, profesores? También en la pareja la violencia doméstica hace que muchas mujeres se tengan que separar perdiendo todo, o que estén tan disgustadas que ya ni quieran hablar con el marido y aunque la Justicia tal vez, al cabo de largos años, podría darles la razón, abandonan todos sus derechos, ni les pagan la pensión. Son tantísimas maneras en que la violencia tiene impactos económicos, sólo estoy comentando algunas.

“Los feminicidios que vemos ahora en el continente tienen muchísimo que ver con diferentes elementos de la globalización neoliberal”.

¿Cuál es el vínculo entre la globalización neoliberal y los femicidios, específicamente?

En mi trabajo lo desarrollo en torno a la cuestión de los feminicidios sexuales sistémicos que se dieron a partir de los 90 en Ciudad Juárez, México. Ahí mi interpretación, que también la comparte otra gente, es que asesinan a mujeres que son centrales en los procesos de acumulación de ganancia y de acumulación de los nuevos procesos neoliberales organizados en la frontera en torno a la sobreexplotación o la explotación de la mano de obra en las maquilas y en la industria del divertimento masculina. Quiero decir: trabajadoras sexuales, trabajadoras en los bares, etcétera, y obreras de las maquilas. Ellas fueron el blanco principal de esos feminicidios sexuales sistémicos y, para mí, no es casual. Y no sólo las mataron por ser mujeres; las mataron por ser sujetas que son muy importantes de mantener a raya, de atemorizar para que no tengan ni un segundo para pensar en la lucha por un aumento de sueldo o mejores condiciones de trabajo. Esa es la interpretación que propongo, y propongo ampliar la visión de que son mujeres asesinadas: son mujeres, son trabajadoras y son migrantes, que son asesinadas con tanta crueldad y tanta visibilidad como una forma de dar un mensaje a las propias mujeres, las propias obreras y las propias migrantes. Por esto, la violencia de los hombres contra las mujeres tiene todo que ver con cuestiones económicas. Todo esto es lo que desarrollo en mi segundo libro, que se llama Pax Neoliberalia. Perspectivas feministas sobre la (reorganización de la) violencia.

Agrego que también hay feminicidios y violencia extrema contra las mujeres en todo lo que es el extractivismo transnacional. Esa violencia impacta especialmente en mujeres afrodescendientes y mujeres de los pueblos originarios. De eso hablo en los capítulos 3 y 4 de Pax neoliberalia. El tercero es sobre feminicidios en Ciudad Juárez y el cuarto es sobre las luchas de las mujeres en Guatemala y en especial de las mujeres de pueblos originarios. Allí intento entender la continuidad entre la violencia de los primeros siglos de la colonia, la violencia de los años 80, durante la política de “tierra arrasada” en la dictadura de Guatemala, y los procesos extractivistas a partir de 2008, cuando se da la nueva ola de extractivismo y la subida de los precios de materia prima. Esto se da en los mismos lugares, a veces en las mismísimas comunidades y tal vez las mismísimas mujeres o sus hijas son las que están en la lucha ahora en contra del extractivismo y enfrentan la violación como una forma de intentar sacarlas a ellas y a sus comunidades de los lugares de extractivismo. Entonces, los feminicidios que vemos ahora en el continente tienen muchísimo que ver con diferentes elementos de la globalización neoliberal.

  • Miércoles 12 de abril a las 18.30: conferencia “El feminismo materialista francés en diálogo con las perspectivas decoloniales de Abya Yala”, en la sala Luisa Cuesta de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Organiza Centro de Estudios Interdisciplinarios Feministas de la Udelar, con el apoyo de la Embajada de Francia.
  • Jueves 13 de abril a las 21.00: charla “Feminismos interseccionales: género, raza y clase”, con Tania Ramírez, de Mizangas, en Escaramuza. Modera: Denise Mota. Organizan Escaramuza, Madreselva y Embajada de Francia.

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