La provocación está en la tapa del libro. Literalmente. Antes de abrirlo, el título ya advierte, en letras grandes y negras, junto con la imagen de un Cupido caído en el piso y atravesado por lo que podría ser su propia flecha, que El amor es imposible. En las 371 páginas siguientes, el filósofo y divulgador argentino Darío Sztajnszrajber desarrolla ese postulado por medio de ocho tesis filosóficas que lo que proponen, en definitiva, es la deconstrucción o el desarme radical del “sentido común amoroso” o las “formas dominantes y hegemónicas del amor”.

En cada una de las tesis el autor plantea que el amor es imposible porque “es inefable”, porque “siempre es a destiempo”, porque “es incalculable”, porque “todo amor siempre es un desamor”, porque “el amor es el otro”. En la primera, incluso, dice que es imposible porque “todos los amores no son más que una copia del único amor verdadero, que es el primer amor y que además nunca existió”. Dice o provoca. También propone discutir lo imposible y cuestiona “los condicionamientos institucionales del amor”.

Sztajnszrajber presentó el libro la semana pasada en Montevideo y, en ese marco, habló con la diaria. Lo que hay a continuación es apenas un resumen de la entrevista, porque, si hay un tema que da para hablar largo y tendido, es el del amor.

¿Por qué nos interesa tanto pensar, debatir y saber sobre el amor?

Porque lo propio del amor es, justamente, su imposibilidad de alcanzar un cierre. Hay una gran paradoja en el amor, que es que se presenta como la búsqueda de una plenitud que, en el fondo, es imposible. Entonces, queda un estado abierto de sensación de que hay algo que no cierra, de que hay algo que nos falta, y se provoca permanentemente esa necesidad de ir por más. Uno entra en un vínculo amoroso y, desde el momento en que entra, lo vive de manera problemática. Vivirlo de manera problemática, para la filosofía, no es algo malo; es lo que dota a esa experiencia amorosa de una diferencia, de que no sea una cuestión cerrada y definitiva. Si no, el amor se reduciría simplemente a tomarse una pastilla que causa un efecto químico enzimático y se terminó el problema. Pero justamente hay algo de la incertidumbre, de la fluctuación, que hace que el amor esté siempre como intentando encontrar algo más de lo que hasta ese momento alcanzó. Cuando amamos, tratamos de encontrar algo que no sabemos qué es y que sabemos en algún punto que nunca vamos a terminar de comprender. Sin embargo, lo seguimos buscando. A tu pregunta sobre por qué queremos saber tanto del amor le agregaría: ¿por qué queremos saber tanto de algo que, al mismo tiempo, sabemos que nunca nos va a cerrar y, sin embargo, lo seguimos intentando? Desde el saber y desde la práctica misma. Nadie que entra en un vínculo amoroso sabe que va a alcanzar la plenitud, aunque la fórmula tienda hacia eso. Pero no desistimos. Entramos igual. Uno dice: ¿para qué nos enamoramos si entramos en ese vínculo amoroso pensando que entramos en una especie de carrera hacia una plenitud y, sin embargo, sabemos que esa plenitud es imposible? Sincerarse y amigarse con ese costado más de falta, más doloroso, te coloca en otro lado. En el libro voy un poco por ahí.

¿Qué es el amor? ¿Lo podemos definir?

Lo que pasa es que, como en todas estas grandes categorías –el amor, la amistad, la verdad, la justicia, la felicidad–, no hay una definición unívoca. Obviamente uno puede tomar partido por ciertas definiciones. El tipo de filosofía que a mí me gusta hacer, que es una filosofía de la deconstrucción, básicamente es un intento por desarmar el monopolio que ciertas definiciones hacen de un concepto. A mí, como boceto, como ensayo –y no como una certeza ni una fórmula–, me gusta cada vez más la idea del amor como el encuentro con un otro, entendiendo que el encuentro con un otro, que es a lo que tiende el amor, es imposible, porque el otro es la figura de lo imposible. Porque el encuentro con el otro, si se plasma, ya no es un otro. Aquel con quien te encontrás, si finalmente creés que lo alcanzaste, deja de ser un otro para pasar a ser alguien que ya tiene un nombre, que ya tiene un sentido, entonces ya no es un encuentro con el otro. O sea que el encuentro con el otro, para darse, tiene que ser un desencuentro. Es aporético el encuentro con el otro. Esto, dicho en criollo, sería como que el otro nunca te termina de cerrar y en la práctica cotidiana está siempre como buscándole nuevas aperturas. Me parece que los vínculos más interesantes son aquellos que no alcanzan un estatus definitivo. En la tesis 1 trabajo esta idea de que el amor está siempre por venir.

“Nadie que entra en un vínculo amoroso sabe que va a alcanzar la plenitud. Pero no desistimos”.

¿Qué quiere decir que el amor está siempre “por venir”?

Es una fórmula de [el filósofo francés Jacques] Derrida; él dice que la democracia está siempre por venir, que nunca puede sustanciarse como algo definitivo porque siempre hay alguien que queda afuera. Esa idea de lo por venir es una idea que se pelea contra lo cerrado. Que el amor esté siempre por venir significa que nunca alcanzás en el amor un estadío final. Pobre amor aquel en el que decís “bueno, ya está, alcancé mi otra mitad” y te cerraste, sos plena. ¿Qué hacés a la mañana siguiente? Porque hay algo que se coartó ahí. Lo propio del amor es que no cierre y que ese encuentro nunca se termine de cuajar. Lo que pasa es que eso va en contra de lo que el sentido común amoroso o el ideal romántico del amor sostienen, que es que uno está en la vida para enamorarse y encontrar a su otra mitad. Esa es otra de las metáforas que es necesario deconstruir, por muchas cosas, pero sobre todo porque implica una negación del otro y del sentido del otro. Qué destino existencial tan devaluado que alguien venga a este mundo para ser la otra mitad de alguien. Es de una responsabilidad que además es proyectiva, porque si yo creo que el otro es mi otra mitad, entonces le traslado y le endilgo la necesidad de que su presencia logre calmar una angustia primigenia que todo ser humano tiene, que es esa falta originaria, que tiene que ver con una finitud cuyo emblema es que nada nos cierre. Entonces, no sólo es responsabilidad, sino una carga imposible de sobrellevar. Además, esta idea de que hay alguien que posee las características justas que uno siente que el otro tiene que tener para uno completarse. Pero el ser humano no es un rompecabezas, entonces lo que se termina produciendo ahí es un forzamiento. Uno termina exigiendo que el otro encaje en lo que uno previamente necesita que el otro sea, que es otra forma de anulación del otro. Desarmar estos mitos es lo que me propuse en este libro. Me peleo mucho con el sentido común amoroso o con las formas dominantes del amor, que son aquellas que desde que nacimos atraviesan nuestra subjetividad, y casi ni nos damos cuenta de que están presentes en todo lo que hacemos.

Si el amor es imposible, ¿qué es eso que sentimos cuando creemos sentir amor?

Lo imposible no tiene que ver con que no sintamos amor; lo imposible es que el amor llegue a un punto final. Porque en la metáfora dominante del amor existe una fórmula cuasi matemática que es que, cuando vos te enamorás de alguien, alcanzás la plenitud. Entonces, la deconstrucción es de esa idea de plenitud. El libro, en sus ocho tesis, lo que busca permanentemente es pelearse contra esas formas hegemónicas del amor que nos hacen creer que el amor tiene mucho más que ver con uno que con el otro. Entonces, lo imposible del amor es que, si el amor es el encuentro con el otro, y el otro es imposible porque es un otro, entonces nuestro tender hacia el otro es un tender que nunca termina de construir una totalidad. Amando, más que estar alcanzando al otro, nos genera un desasimiento con uno mismo. Tendiendo hacia el otro al que nunca terminás de acceder, lo que se va produciendo en uno es un desarme con nuestra propia subjetividad. A mí me interesa más lo que provoca el amor en la desestabilización de uno mismo que en lo que se supone que conseguimos con el otro. La gran importancia del otro es que genera una especie de revolución sísmica en uno, donde esa vida que uno creía tener planificada, calculada, cerrada, proyectada –todas “virtudes” propias de un dispositivo social que nos hace creer que la vida pasa por ese tipo de administración de uno mismo–, implota. Al revés, te diría: lo imposible del amor es que hace que nuestra vida domesticada, amaestrada, correcta, se vuelva imposible. Porque uno puede tener planificado todo en la vida, pero llega la flecha de Cupido –como explico en el capítulo 5–, absolutamente desde un lugar incalculable, y desarma todo. El amor es imposible porque hace que nuestra vida se vuelva imposible. ¿Qué vida se vuelve imposible? La vida de un sistema que nos necesita productivos, útiles, domesticados. Por eso es clave la figura del otro y por eso creo que es más importante en el amor todo lo que tiene en términos de otredad, lo revolucionario de apostar al otro, que lo que me otorga a mí. Vos me preguntabas: si el amor es imposible, ¿eso significa que uno no puede enamorarse? Y es que uno no elige enamorarse, y esa elección es muy propia de un sujeto que cree que todo lo hace, todo lo puede, todo lo decide. El amor genera ese colapso en una subjetividad que cree que es dueña de sí misma, que cree que es libre y autónoma, que cree que elige en el amor como elige en un supermercado, cuando el problema, en todo caso, es el supermercado, es decir, el tipo de amor normalizado que te proponen.

En el libro decís que “a veces las situaciones de desamor más lacerantes fueron claves a la hora de encarar nuestro próximo vínculo de un modo más maduro, más superado; o, por lo menos, más precavido”. ¿Esto quiere decir que nos vamos “perfeccionando” en el amor a medida que avanzamos en las experiencias amorosas?

Contesto así: la tesis 6 lo que busca es desarmar la idea de que todo desamor necesariamente es negativo. Sería como una especie de capítulo que intenta aminorar el impacto de la frustración amorosa desde distintas perspectivas, deconstruyendo lugares comunes. Uno de ellos es lo que se conoce como el “mito de la equivalencia”, que es la idea de que el amor sólo es posible en la medida en que a los dos nos pase exactamente lo mismo. Tomando una relación de pareja, uno tiende a creer que, para que haya amor y que el amor sea pleno, a los dos nos tiene que pasar lo mismo. De hecho, se da mucho en los vínculos esto de la desconfianza de si el otro me ama como yo lo amo. Platón, en El banquete, marca que hay roles en el amor: el amante y el amado, y no son figuras fijas. Puede ser que hoy yo sea el que ama y vos seas la amada, y no sólo mañana sino en media hora puede cambiar esa relación. Pero siempre hay una asimetría, porque no hay manera de conciliar una equivalencia, sobre todo porque el amor no es cuantificable, que es lo primero que hay que desarmar. Entonces, siempre hay una presencia del desamor. Hay una presencia del desamor porque, aunque yo esté recontra enamorado de vos, ahora estoy contestando estas preguntas y entonces no estoy pendiente del enamoramiento. A mí me interesó trabajar especularmente dos figuras que son menos trabajadas, que es el que deja y el que es dejado, que también en la mitología popular está esta idea de que el dejado sufre más que el que deja. Me interesó darle una vuelta a eso, en tanto tampoco son lugares fijos, y en realidad en el amor es muy difícil construir una fórmula que se repita. Nosotros asumimos la asimetría entre el dejante y el dejado: no hay una separación que sea equivalente. Es muy difícil que nos desenamoremos mutuamente. Pero seguimos anhelando que nos enamoremos mutuamente, o sea que ahí hay como una falacia. Y me parece que, si uno asume que el amor es asimétrico, primero duele menos la separación, pero, además, el amor es mucho más realista y mucho más secular, porque le quitás toda esa sacralidad y entendés que no hay una continuidad plena en el amor, que el desamor se cuela todo el tiempo. Creo que las experiencias del desamor pueden, por un lado, abroquelarte, es decir, muchas frustraciones amorosas pueden no permitirte una apertura o una entrega; pero también puede ser que todas esas frustraciones amorosas sean un indicio de que hay una forma de entrarle al amor que no está bien y, entonces, que, al revés, los fracasos amorosos terminen generando una especie de epifanía, de revelación, que haga que uno pueda enamorarse desde otro lugar.

Por otro lado, el desamor implica asumir que el dolor también nos constituye. El problema es que nos hicieron creer que cuando uno ama no hay dolor, y ahí es donde yo digo que el dolor está siempre presente. Cuando se corta un vínculo y uno no quiere que se corte, el dolor es tremendo. Pero cuando vos estás con alguien y ese alguien no te contesta el llamado, también te duele. Entonces, si uno empieza ya a asumir desde siempre que el desamor es constitutivo también del amor, después, cuando el otro te deja, no es que te duele menos, pero no te sorprende, porque es parte de lo que hace.

Hablás de la necesidad de deconstruir el ideal del amor romántico, una cruzada que también adoptaron los feminismos. ¿Cuál es el amor al que queremos apostar?

A lo que hay que apostar es a una deconstrucción del amor y lo que se deconstruye es el amor hegemónico. El amor hegemónico es ese ideal romántico del amor en el que estamos insertos desde que nacimos, que supone la idea de capacidad de alcanzar la plenitud, de que hay una otra mitad que te está esperando en algún lado, de esta sensación de éxtasis permanente. Una vez que deconstruís eso, empiezan a brotar formas muy disímiles, tan disímiles que casi no hay un modelo, entonces se vuelve casuístico: cada caso es un caso amoroso en sí mismo. Yo apuesto a esos amores, amores en vínculos distintos donde se promueven formas muy singulares entre sí. O sea, una anarquía amorosa, que significa que no hay un modelo o un principio único que gobierne las formas del amor. Entonces, al no haber un principio único, la idea es que empiezan a aflorar otras versiones. Ahora: empiezan a aflorar otras versiones de un ideal que está muy instalado y que social e institucionalmente está instalado desde lo heteronormativo y lo monogámico. La heteronormatividad y la monogamia son dos pilares económico-políticos que delinean todas nuestras relaciones amorosas. Entonces, es desarmar eso, pero entendiendo que desarmar eso no es una tarea que llegue a un momento final. Nacimos en una sociedad monogámica y salirse de la monogamia es un trabajo permanente, que para mí no tiene un estadío final, porque no depende de uno. Vos podés tener una relación que les escape a los acuerdos normativos más tradicionales de la monogamia, y a la monogamia le importa un bledo, porque es una estructura social. Me parece que, en ese sentido, hay que empezar a darle una vuelta más política al tema. El amor hegemónico ha resistido a su politización porque siempre se ha intentado aislarlo, inmunizarlo, como que es algo más propio de lo personal, de aspectos que no tienen que ver con el poder. De ahí la anticipación del feminismo ya a finales de los 60 con el emblema “lo personal es político”, que es una manera de tratar de encontrar dónde el poder hace mejor su trabajo, que es en esos lugares donde nos hacen creer que el poder no tiene efectos, como en el amor.

“A lo que hay que apostar es a una deconstrucción del amor, y lo que se deconstruye es el amor hegemónico, ese ideal romántico del amor en el que estamos insertos desde que nacimos”.

El amor existe desde el origen de la humanidad, pero en la actualidad hay nuevas formas de vincularnos. ¿Se puede decir que hoy amamos de otra manera?

Creo que en esta anarquía amorosa hay de todo. Es cierto que la deconstrucción generó un nuevo campo de experiencias amorosas que intentan acuerdos diferentes a los monogámicos, tomando siempre en cuenta que la monogamia es una estructura social a partir de la cual se puede tomar decisiones. En ese sentido, dos cosas. Una es que se ha sido muy crítico con que el problema del amor es el acuerdo, porque el acuerdo termina regulando y burocratizando el amor. Yo creo que en las relaciones no monogámicas hay más normativa que en las monogámicas, entonces no se resuelve el tema de los acuerdos. En todo caso, lo que se resuelve es el descentramiento del vínculo de una sola persona. Dos: hay un libro que me parece muy importante en todo esto que es de [la escritora española] Brigitte Vasallo, que se llama El desafío poliamoroso, que lo que dice es que el problema no es la monogamia sino la pareja como estructura monolítica en el amor. Esto es que seguimos pensando el amor de a dos. No importa si ese dos es con tu pareja “legal”, con tu pareja “no legal”, con una pareja no monogámica; siempre es en pareja. En la tesis 7 me pregunto qué pasaría si el amor tomara como modelo la amistad, donde, por ejemplo, no hay monogamia y no hay institucionalización.

Por otro lado, nunca como hoy hubo una reaparición de formas conservadoras del amor. Porque estamos deteniéndonos en los círculos más progresistas, donde el amor vale que esté cada vez más deconstruido, pero en paralelo, en los grupos más neoconservadores, que hoy tienen una reaparición con mucha fuerza, hay una revalidación del matrimonio, del amor para toda la vida, un antifeminismo recalcitrante incluso, que vuelve a ciertas formas cosificantes del vínculo con el otro y a esquemas más bien tradicionales. Eso también está pasando.

¿Por qué te parece que la deconstrucción del amor romántico y el planteo de la necesidad de nuevas formas de vincularnos es algo que ponen arriba de la mesa los feminismos, las mujeres, las disidencias?

Pienso que las propuestas de muchos feminismos tienen que ver justamente con desarmar, a la par de la sociedad patriarcal, una cultura heteronormativa. Lo heteronormativo supone un lugar desigual de la mujer y entonces la deconstrucción de esa desigualdad necesita también llevarse puesta la religión que amalgama y que justifica el buen funcionamiento de la cultura heteronormativa, que es el amor romántico. Ese ideal del amor romántico cumple con todos los objetivos regulatorios de la religión tal como cuestionaron la religión [Karl] Marx, [Fiedrich] Nietzsche; terminan siendo formas de enajenación. Cuando uno revisa el modo en el que se postula el amor romántico en el varón y en la mujer, ve esa diferencia. Entonces, la deconstrucción del amor romántico es un paso necesario para el objetivo que persiguen los feminismos. Desde ese lugar, ante tu pregunta de por qué me parece que fueron los feminismos los que impulsaron esto, creo que es porque el amor hegemónico es un mecanismo más para la sujeción y opresión de las diferencias de género.

El amor es imposible. Ocho tesis filosóficas, de Darío Sztajnszrajber. 376 páginas. Paidós, 2023.