El 8 de marzo de 2017, Argentina inició el primer Paro Feminista Internacional, junto con Polonia, después de la huelga –de trabajos remunerados y no remunerados– del 19 de octubre de 2016. Al año siguiente, el 8M del 2018, España convocó a una huelga feminista, que se salió de la celebración, el regalo de rosas o el calendario histórico. El 8M se revitalizó con una nueva etapa de la lucha feminista, activa, pujante, interpeladora y transformadora. Argentina inició, el 3 de junio de 2015, con el movimiento Ni Una Menos, la cuarta ola feminista mundial y logró, con la marea verde, aprobar el aborto legal, seguro y gratuito el 30 de diciembre de 2020.

La potencia feminista argentina fue un faro y hoy es un foco de castigo, venganza y disciplinamiento. No es una reacción local. Es un contraejemplo –una muestra que la valentía tiene costo– para las que se levantan, se esperanzan y se movilizan. El retroceso en Argentina es brutal. El presidente argentino Javier Milei negó la existencia de los femicidios y de la brecha salarial de género en el debate electoral y dijo que iba a realizar un plebiscito para derogar el aborto legal, seguro y gratuito. Peor que decir es hacer. A diferencia de las ultraderechas europeas, que dicen más de lo que pueden hacer –por el marco regulatorio y las codependencias políticas y económicas de la Unión Europea–, Milei toma como enemigo número uno –que denomina neomarxismo– a los feminismos.

Milei asumió el 10 de diciembre de 2023. Casi de estreno de banda presidencial, el 17 de enero de 2024, en el Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, leyó un discurso en el que dijo que estaba en contra de lo que denomina las “nuevas formas del socialismo”, entre las que pone el eje principal en el feminismo y el ambientalismo. “La primera de estas nuevas batallas fue la pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer. El libertarismo ya establece la igualdad entre los sexos”, proclamó. Su idea de igualdad es la del negacionismo de la desigualdad.

El mandatario criticó cualquier intervención pública, estatal, internacional o de la cooperación por realizar acciones que disminuyan las diferencias de género. “En lo único que devino esta agenda del feminismo radical es en mayor intervención del Estado para entorpecer el proceso económico”, falseó, ante empresarios aplaudidores de menos impuestos, menos donaciones, menos controles y menos acciones para conciliar la vida familiar y laboral o impulsar el desarrollo de mujeres, personas LGBTI+ y trans. También puso en duda las “ideas nocivas” de quienes “sostienen que los seres humanos dañamos el planeta y que debe ser protegido a toda costa, incluso llegando a abogar por el control poblacional o la agenda sangrienta del aborto”.

El 8 de marzo de 2024 llega con un gobierno que no permite hacer paro; manda a no nombrar (salvo una mínima reacción institucional devaluada al máximo) el 8 de marzo; prohíbe hablar en femenino y en inclusivo en la administración pública; censura nombrar la palabra “diputada” en el canal de televisión del Congreso de la Nación (DiputadosTV); cierra la agencia de noticias públicas Télam con un trabajo ejemplar de la editora de género Silvina Molina; elimina el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad; da de baja el Instituto Nacional contra la Discriminación (Inadi); no asigna presupuesto para la atención a las víctimas de violencia de género; su bancada presenta un proyecto para la derogación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) e intentó, en el proyecto de ley ómnibus, minimizar la Ley Micaela de capacitación en género para funcionariado público.

El 8M hay una convocatoria con el lema “Esta vez hay que estar”. En un contexto de salarios por debajo de la línea de pobreza, medios que vuelven a poner a varones como regla y a chicas como excepción –nada es contra de las que están, sino para que no se vuelva atrás en avances que ya parecían consolidados–, de despidos injustificados, de plata que no alcanza con un 211% de inflación anual y con una crueldad desatada en las redes sociales, no es fácil ponerse de acuerdo, consensuar y volver a marchar. Hay desencuentros, diferencias, desgastes y dificultades para reorganizarse, pero también un punto de partida en que es importante que el 8M sea fuerte y que no se bajen los brazos frente a una ultraderecha que tiene como enemigos a los feminismos y la diversidad.

El peronismo y los progresismos se muestran antagónicos entre ellos y, conjuntamente, contra la extrema derecha, pero se parecen en el machismo resucitado para que sean hombres los que ocupen espacios de poder o de alternancia de poder, o pocas mujeres, o funcionales al machismo, las que queden o surjan en este escenario que busca borrar la ampliación de derechos para las feministas, las personas trans y el colectivo LGBTI+.

En Argentina, hoy, el hambre es urgente, el costo del transporte es urgente, los despidos son urgentes, la falta de comida en los comedores populares es urgente, la falta de reconocimiento del trabajo a las cocineras de las villas es urgente, la propuesta de cambiar las leyes para que la Policía pueda reprimir o matar sin condena es urgente para que no sean aprobadas, la violencia política es urgente de no naturalizar, la entrega de los recursos naturales es urgente de frenar, la extorsión a las provincias para que permitan la mega minería a cambio de fondos para pagar a los y las empleadas públicas y docentes es urgente de no normalizar, la falta de medicamentos para pacientes con cáncer es urgente de reclamar, la reducción del presupuesto para la entrega de remedios para personas con VIH es urgente de rechazar, el permiso para el aumento de las prepagas de medicina privada es urgente limitar, la imposibilidad de las universidades públicas de dar clases durante todo el año sin presupuesto es urgente de alarmar, la represión a la protesta social es urgente no legitimar, el recorte a las jubilaciones y la amenaza de privatizar el sistema de pensiones y cortar las moratorias destinadas especialmente a las madres y amas de casa es urgente de no dejar caer.

Argentina es un país intenso, de enormes crisis y grandes avances, de subidas y bajadas que dejan sin aliento, de intensidades sin medias tintas y de dolores que no pueden dejarse sangrar, con una desigualdad inaceptable y una pobreza que no garantiza el hambre, la respiración, la supervivencia. Los feminismos argentinos pueden y tienen diferencias sobre prioridades, formas de comunicar, modos de organizar y si quedarse paradas o marchar. Las diferencias no sólo existen, sino que, frente al retroceso, la reacción es la del enojo, la desorientación y la confrontación. La resistencia no es épica cuando la subsistencia no está garantizada y las redes se volvieron banquitos individuales en donde todas (o las que quedan en lugares públicos relevantes después de soportar toneladas de la agresión, que es la fábrica de poder de la extrema derecha) se paran a decir para dónde hay que ir, qué hay que hacer, pero –sobre todo– qué no hay que hacer.

Los duelos no suelen traer concordia y cualquiera que haya pasado por una pérdida sabe que después del llanto vienen las culpabilizaciones, los enojos y los resentimientos. Es cierto. Pero también que la salida es colectiva, que la unidad es imprescindible y que aceptar que los reclamos feministas no son urgentes es el clásico más clásico del machismo clásico. El feminismo es urgente y, sobre todo, es el movimiento que impulsa todas las urgencias que son necesarias pedir, protestar y pelear. No hay posibilidad de quedarse calladas, frenadas o paralizadas.

Hoy es más importante que haya qué comer a decir la letra e. Los feminismos argentinos son populares y lo saben. Las que menos tienen lo sufren más, pero nadie está exenta de ir al supermercado con taquicardia y abrir la heladera con pena. Sin embargo, la prohibición del lenguaje inclusivo no es algo menor, más allá de su efecto, por la representación del silencio al que lleva: los verdugos que en nombre de la libertad vienen a castigar a las que se animaron a nombrar más de lo que estaba escrito y a desafiar las reglas para las que les habían dado permiso.

El vocero presidencial, Manuel Adorni, anunció que el gobierno argentino prohibió el lenguaje inclusivo en la administración pública. El señor que todo lo que escribe con la palabra “fin” como si la discusión fuera un contrasentido y a sus palabras nadie pudiera agregar nada, fue más explícito: se prohíbe “todo lo referido a la perspectiva de género”. Adorni explicitó que en la redacción de documentos públicos se evitará “la innecesaria utilización” del femenino. Y aclaró que no se trata sólo de censurar el lenguaje, sino que irán contra “la perspectiva de género”.

El 6 de marzo –a 48 horas del 8M que se celebra en todo el mundo con mensajes de igualdad– el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, en un dictamen que deja sin efecto una disposición del 18 de marzo de 2021 (exactamente tres años atrás), y con el lema “Año de defensa de la vida, la libertad y la propiedad”, prohibió hablar de embajadoras en el caso de las diplomáticas. ¿La a está en contra de la vida, la propiedad y la libertad? La a ya no es libre.

La Cancillería, que debe velar por el cumplimiento de los tratados internacionales firmados por Argentina que promueven los derechos de las mujeres, obliga a que una mujer sea llamada en masculino “embajador”. “Se impone el uso correcto del idioma castellano”, disponen. A pesar de que la Real Academia Española acepta el uso de la palabra embajador y embajadora. Ser más machistas que la lengua machista. Sólo La Libertad Avanza –una ironía, a esta altura, del mal uso del castellano para nombrar con la palabra libertad a quien prohíbe– podía imponerlo. La urgencia no es el idioma. Pero la urgencia es no someter a las mujeres al castigo por nombrarse. El 8M de 2024 es urgente, por todo, por todas, por no quedarnos calladas, para decir lo que queremos y lo que no queremos, por comer y para que todas coman. A las bocas cerradas no volvemos nunca más.