“Puto de mierda”, le dijo el senador nacionalista Sebastián da Silva al senador del Frente Amplio Nicolás Viera en plena interpelación al ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Alfredo Fratti, en el Senado. Las repercusiones fueron inmediatas: el insulto ocupó titulares y colmó las redes sociales, destacado por haber sido pronunciado por un legislador en el Parlamento. Tiene sentido que así haya sido, porque las palabras de los políticos resuenan en la sociedad con más fuerza. Sin embargo, este insulto –como tantos otros que apuntan a la orientación sexual y, en particular, a los varones gays– aún hoy son habituales en la mayoría de los espacios sociales: desde las escuelas hasta los hogares y lugares de trabajo, entre conocidos o desconocidos, como ofensa o como broma. Pero, en muchos casos, dejando a un lado la violencia real que implica para los varones homosexuales.

En diálogo con la diaria, el psicólogo Gonzalo Gelpi, coordinador del Centro de Referencia Amigable (Cram) de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (Udelar), y Nicolás Sosa, profesor de Filosofía y educador sexual especializado en masculinidades y disidencias, explicaron que los insultos forman parte de la “subjetividad relacional del mundo en que vivimos” y están “muy vinculados” al contexto en el que aparecen. Así, una misma palabra puede convertirse en una agresión directa y desencadenar violencia física o presentarse como un chiste por estar “disociada” de su concepto original.

De todas formas, los especialistas subrayaron que la dimensión violenta de las expresiones no desaparece; por el contrario, revela el arraigo del conservadurismo en la sociedad uruguaya. Señalaron que el uso habitual de estos insultos está vinculado a “la crianza”, la educación y los mensajes que circulan en distintos espacios sociales. “Aunque se ha progresado mucho y el Latinobarómetro nos marca que hay más aceptación de la diversidad sexual, todavía seguimos escuchando este tipo de expresiones diariamente en muchos ámbitos, sobre todo entre grupos de varones”, apuntó Gelpi.

Puto tiene una cosa destructiva. ¿Por qué se utiliza la orientación del deseo para agredir? Porque se reconoce como una debilidad”, dijo Sosa, y añadió que esta agresión en particular “instituye la minoría, la falta de poder, la falta de fuerza y la subordinación”. Para el profesor de Filosofía, estos insultos se sostienen en dos factores que estructuran la discriminación y la subordinación en las sociedades machistas y heteropatriarcales como la nuestra: “la feminización y la debilidad”. Bajo esa lógica, “el varón gay es visto como un ser inferior por alejarse de la masculinidad tradicional y de lo que es ser un ‘verdadero hombre’” y, por eso, debe asumir las consecuencias de estar “feminizado”.

Puto sigue siendo el gran insulto del imaginario”, señaló por su parte a la diaria José Ramallo, integrante del colectivo Ovejas Negras. “Si pensamos en términos de masculinidades, siempre están mucho más controladas que las feminidades. Los varones, en general, están bajo el escrutinio de otros varones en cuanto a tener una performance que no los haga parecer un niño, una mujer o gay. Eso genera mucha tensión en la socialización, porque deben estar cuidándose todo el tiempo de lo que dicen y hacen para no caer en la desvalorización y en que el insulto pueda aparecer en cualquier momento”, agregó.

“Quizás hay que empezar desde más abajo a problematizar por qué algo deviene en insulto, que siempre nos da información de qué sujetos están más oprimidos o menos valorados en la estructura social”, reflexionó Gelpi.

“Uruguay es profundamente homofóbico”, sumó Diego Sempol, investigador del departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar, consultado por la diaria. “Si bien la homofobia ha disminuido en algunos lugares, permanece muy fuertemente arraigada en la cultura popular, en el deporte, en los espacios de disputa, en la política en general, y esto tiene que ver con que, más allá de que se despatologizó la homosexualidad hace décadas y ya casi nadie en el mundo académico serio piensa que es una patología, en el fondo a nivel social subsisten ciertas creencias de que, si un hombre no es heterosexual, algo falló”, apuntó el especialista.

Para el académico, “que en un país partidocéntrico un político esté diciendo ‘puto de mierda’, y que además eso no tenga consecuencias, es muy problemático en el sentido de que naturaliza la violencia y normaliza este tipo de insultos que históricamente son estructurantes”.

Legislación uruguaya y el contraste con la realidad

Uruguay es reconocido a nivel mundial como un país pionero en materia de derechos de la comunidad LGBTI+, en parte gracias a las leyes aprobadas en los últimos 15 años. Según datos recogidos en el estudio Sexualidades y VIH: evidencias para la acción del Fondo de Población de las Naciones Unidas, publicado en 2024, estos cambios normativos vinieron acompañados de mayor aceptación social: 92% de la población está de acuerdo con que la sociedad debe aceptar la homosexualidad y 77% manifestó que no le preocuparía que su hija o hijo se identificara como homosexual.

Los entrevistados coincidieron en que el marco legislativo es “muy importante” y que hubo avances, por ejemplo, en la visibilización de las disidencias sexogenéricas. Sin embargo, apuntan que debajo de todo eso subyace “una cuestión que no hemos podido transformar: el imaginario cultural”. “Las políticas públicas de educación sexual integral, normativas de derechos humanos y sensibilizaciones en diversidades y género no han tenido el impacto que esperábamos porque nos hemos chocado con un imaginario y unas representaciones culturales muy arraigadas en Uruguay. Por eso persiste la violencia”, sostuvo Ramallo.

“Se cree que tenemos un país muy avanzado por tener leyes vinculadas al reconocimiento de las diversidades sexuales, pero es evidente que en la práctica no es así”, aseveró Sosa. En esa línea, Gelpi señaló que en Uruguay “nos hemos quedado con nuestro marco normativo de referencia y hemos descuidado el acompañamiento a la paridad cotidiana en los espacios por los que circulamos: familia, escuela, centros de salud y mundo del trabajo”. “Vimos las normativas como el punto de llegada y en realidad son un punto de partida. Si no se reglamenta y no la acompañamos con otras acciones afirmativas, no adquiere toda la potencia que uno podría desear”, agregó.

“El matrimonio igualitario está, pero todavía para nosotros la calle es un espacio de violencia a la hora de visibilizar nuestros proyectos afectivos. No es tan fácil besarse en la calle o caminar de la mano, salvo en algunos lugares”, expresó Ramallo. Contó que, para él, besarse en la vía pública es un “ejercicio de libertad”, aunque sabe que puede “devolverse en violencia” y que siempre que lo hace “no está desprovisto de tensión” y hay “una señal de alerta”.

Violencia sistemática

De acuerdo con los entrevistados, no existen datos actualizados que permitan dimensionar cuántos varones gays viven en Uruguay ni cuál es su situación actual. Para Gelpi, esa falta de información puede estar vinculada a “cuestiones culturales”. Recordó que en los primeros años de funcionamiento del Cram eran los varones gays y mujeres lesbianas quienes ocupaban principalmente los espacios de consulta psicológica, pero “desde 2018, cada vez más son personas trans y no binarias”. También señaló que cuando la academia, la sociedad civil y el Estado comenzaron a trabajar de forma articulada, “las primeras propuestas de prevención en salud y difusión de información competente fueron dirigidas a varones gays y mujeres lesbianas”. La situación cambió con el avance de la agenda de derechos y el protagonismo que adquirieron otros grupos de la comunidad.

El psicólogo también puede inferir que a los varones, “por su propia identidad de género, les cuesta dar cuenta de sus situaciones asociadas a experiencias de tipo traumático, de sus malestares, de los dolores vinculados a sus salidas del armario. Les cuesta reconocerse como víctimas de algún episodio que suceda en un espacio institucional o público en general”.

De todas formas, sí existen estudios e informes que registran episodios de violencia y discriminación. Según datos sistematizados en la Udelar, “la salida del armario y los efectos que eso puede tener” aún es un tema central en la vida de los varones gays. “Sabemos que cada vez hay más aceptación, pero también que mucha gente aún recibe rechazo después de dar ese paso, con lo que eso significa”, expresó Gelpi. Además, señaló que hay evidencia de brechas en el acceso a la vivienda, en la continuidad educativa y en la inclusión laboral en comparación con la población cis y heterosexual.

Asimismo, a nivel sanitario, el psicólogo mencionó que los varones en general se acercan menos a los centros de salud: ser gay “no invalida la identidad de género masculina, aunque tenga una expresión que pueda ser medida como contrahegemónica”. Esa distancia con el sistema de salud se traduce en diagnósticos tardíos y menor atención de temas de salud mental.

Por su parte, Sosa dijo que la violencia hacia los varones gays es parte de la violencia de género y sexual estructural que “sostiene la base de la conformación social” y, por lo tanto, está “muy presente” en todas las etapas y ámbitos de la vida. Lo que “profundiza” la gravedad de esas prácticas son los contextos. El docente señaló que una de las primeras instituciones donde se reproduce esa violencia es la familia, porque allí aparecen las primeras tensiones cuando “un niño empieza a tener ciertas conductas asociadas al otro género”. Añadió que esto ocurre incluso en hogares donde aparentemente no hay conflictos con la diversidad sexual y los jóvenes reconocen que “es un tema”. “Ya tener que aceptar o decir ‘te acepto como sos’ implica un reconocimiento de que hay un problema, algo distinto”, subrayó.

Además de las familias, las instituciones educativas “son un gran germen de esas violencias”, afirmó Sosa. En ese ámbito, los varones gays, y sobre todo los que tienen una expresión de género que resulta “discordante con lo que se espera”, quedan muy expuestos al bullying. Eso puede derivar en una desvinculación temprana y acarrear consecuencias en su futuro laboral y económico.

El docente explicó que, además de cuestionar estas prácticas, importa cómo nos referimos a ellas. “Yo prefiero hablar de homoodio o LGBTIodio [en lugar de homofobia], porque las condiciones de la fobia y del odio son distintas, y es importante la representación social que eso significa. Si uno piensa en la fobia, es miedo a algo, y la gente no tiene miedo a los gays, les tiene odio; es importante destacarlo porque tiene otro cariz y otra fuerza política”, señaló. “El miedo es una reacción natural del cuerpo, una señal de alerta que nos aparta del peligro” y “si yo le llamo miedo a esto, en realidad lo que estoy haciendo es instituir como una práctica naturalizada lo que es una práctica de violencia. Y en tanto violencia, no es natural, sino que es aprendida en esta cultura en la que vivimos”, subrayó.

Por la vida de las personas LGBTI+

Sempol señaló que “durante mucho tiempo la cuestión de lo gay se postergó dentro de los movimientos sociales porque se consideraba que había otras prioridades”, algo que consideró “un problema que poco a poco tenemos que empezar a resolver”. En ese sentido, dijo que es necesario “trabajar las masculinidades, las violencias que enfrentan los homosexuales, la homofobia internalizada, las diferentes formas de habitar la gaycidad y el impacto que pueden tener en la vida cotidiana”, desde una perspectiva que piense “más integralmente la cuestión de la desigualdad”.

Para Sosa, la educación es la herramienta para potenciar el cambio social necesario. “Las prácticas de discriminación y de violencia son modos aprendidos. No se siente rechazo u odio genético, por decirlo de alguna manera, por un grupo social”. Por eso reclamó una “inversión urgente en la educación” y la implementación de programas de educación sexual integral en todos los niveles educativos.

Por su parte, Ramallo sostuvo que, desde el activismo, el desafío es exigir al Estado políticas públicas de largo plazo, “que no estén sostenidas en los avatares gubernamentales ni en cambios de signo político, sino que constituyan un compromiso del sistema uruguayo”. Remarcó que, si el sistema político y democrático logró acuerdos para habilitar el ámbito legislativo, también debe alcanzar consensos en la reglamentación y en la puesta en marcha de acciones concretas que permitan que las normas “hagan carne en la vida cotidiana de las personas”.

“Mientras el sistema político discute si sí o si no una política pública, yo tengo que seguir yendo a la escuela, al liceo, al trabajo, salir a la calle, donde recibo una violencia cotidiana”, expresó Ramallo; “mientras se debate esto en términos teóricos o ideológicos, la vida de las personas sigue estando afectada. Yo he transitado 60 años en marcos de violencia y no estoy exento de que me siga pasando. De hecho, me sigue pasando”.