El popular Basáñez nació un 1º de abril de 1920. Hace algunos días festejó un aniversario más, que es como revivir leyendas, volver a ver correr viejos fantasmas por la punta de la historia, invocar espíritus de añejas glorias, y renovar la tradición oral que nos riega el corazón futbolero. El viejo Basáñez y esa hinchada que los periodistas, según Jaime Roos, “titulan parcialidad”. La Bombonera se erige entre los cantes donde van a parar las pelotas de los brutos. La quinta división entrena en la canchita que precede al veterano estadio. La primera ya está en el medio de la cancha principal, en la charla técnica previa a los sesenta minutos del fútbol interno de la semana, espaciado entre silbatazos que atinan a dibujar jugadas automáticas en un reino de improvisación: dinámica de lo impensado, diría Dante Panzeri.
Jorge González se crió en Danubio y el sueño de fútbol le enruló la mente casi toda la vida. Ahora, mientras viste la casaca histórica del Sangre y Luto, le enseña a patear certero a la gurisada de Malvín Alto, el cuadro de baby donde tiró sus primeros centros desde la zurda. Eso nos confirma que el sueño en realidad nunca muere, vive en los otros y se transforma. Jorge lo transforma desde lo más sano de su corazón de vestuario, como transforma el próximo ataque rival en un contragolpe que siempre tiene olor a gol.