El fútbol te atraviesa o te atraviesa, “por oposición o por gusto”, dice Lucía Naser, bailarina y performer uruguaya que habló con Garra sobre la pelota. Desde la implicancia en la infancia manya que le tocó, esa pasión por la celeste, hasta conocer el más recalcitrante hormiguero político del fútbol. Eso la llevó a divorciarse, a correrse de la pasión. Correrse del fútbol la alejó de la cultura popular que es tan parte de su vida como la danza, como la política. Le hizo ruido hacer como que la pelota no está picando cerca constantemente. Y volvió, traducida en danza, cuando el decano del fútbol uruguayo, Albion, que ese año salió campeón de la C, le permitió entrar en la rutina cotidiana de los entrenamientos con una propuesta de danza contemporánea que sacudió los cuerpos sin un pelotazo de por medio. En el pionero –recientemente ascendido a la primera división criolla– una pionera colocó en los cuerpos futboleros cierta información que se le parece bastante, aunque a veces parezca tan lejana. ¿Cómo está mi cuerpo? Esa fue la premisa. La experiencia derivó en una obra de danza contemporánea y fútbol que se presentó en el Centro Cultural Florencio Sánchez, previa intervención urbana en la plaza del Entrevero. Y estuvo enmarcada en Episodios, una investigación que la artista desarrolla con comunidades supuestamente ajenas a la danza, con ciertas cosas para decir desde la historia personal, comunitaria, tangible en el movimiento.
¿Cuál es tu vínculo primario con el fútbol?
El fútbol es de esas cosas como el carnaval, que tengas o no, o hayas o no participado, son parte de tu vida. Desde el momento en que las instancias con tu familia tienen que ver con un cuadro de fútbol, desde lo que se habla de fútbol, se conversa de fútbol en las escenas de tu niñez. Ir a la cancha o al estadio y toda la intensidad de esa experiencia y cómo te forma, aunque nunca hayas tocado una pelota. Todes tenemos una relación con el fútbol, al menos quienes vivimos en esta cultura, en este lugar. Por oposición o por gusto, siempre hay un vínculo. Mi vínculo primario tiene que ver con esa emocionalidad que se genera en torno al fútbol; soy bastante romántica, me gustan las emociones fuertes, y recuerdo mis primeras vivencias de ver partidos en una familia manya y muy de la selección, con gusto por esa emoción. Reconozco en mi memoria afectiva esa posibilidad de emocionarme y llorar y gritar y que algo me atraviese junto con otres; esa experiencia me pareció increíble.
¿Dónde más pudiste encontrar esa experiencia de que algo te emocione de esa manera?
En un recital, en el arte en general, o en lo multitudinario, pero seguro la conocí en el fútbol. Irme a llorar de alegría y de rabia o sentir todo el deseo y la fantasía de un triunfo. Eso me hizo más fan aún de las emociones fuertes en multitud. Hoy por hoy, lo vivo en una marcha, en experiencias más políticas o más artísticas, pero reconozco que eso lo conocí en el fútbol en la infancia.
¿Cómo es tu vínculo con la cancha?
Íbamos con mi abuela, o con mi madre y mi tía; mi padre siempre fue futbolero pero de la tele y de radio, todo un género. Viví mucho fútbol y mucha intensidad futbolística por tele y por radio, explotando el living como si fuera la Ámsterdam. Y también todas las emociones que se desatan, cuánta rabia, cuánta cosa, en la intimidad del hogar que es como un observatorio de la sociedad. ¿Qué desata una experiencia multitudinaria en tu living a puertas cerradas pero con la intensidad que justifica que sea multitudinaria? Vi a gente transformarse, incluso a mí misma, viendo los partidos. Hasta que me peleé y deconstruí el fútbol, me divorcié del fútbol, me puse racional, sobre todo después de una experiencia traumática que fue que mi vieja se juntó con un dirigente, muy metido en la política del fútbol. Viví el quinquenio yendo a ver absolutamente todos los partidos a la cancha. Eso me marcó la vida, con la contracara de entrar por la América o por el palco, porque ese es otro fútbol. Eso fue lo que me hizo divorciarme del fútbol. Los ambientes políticos, mediáticos, la dirigencia; no solamente por lo que se juega en términos económicos y culturales, sino por lo machista, patriarcal y asqueroso que es.
“A mí me interesa estar cerca de la cultura popular, saber lo que le pasa a la gente, porque yo soy la gente también”.
¿Cuánto tenía que ver la danza en todo eso?
Había empezado a aproximarme a la danza en ese tiempo. Entonces pensaba en esos cuerpos, el espectáculo de los cuerpos en la cancha. Después está el espectáculo de los cuerpos de la barra brava y de la hinchada y, por otro lado, los cuerpos del palco y de la América. Todas las estructuras de poder operando, una élite política y futbolística –porque se cruzan–, verlos comportarse en su salsa, con sus estatus, sus prestigios, sus circuitos de favores, todo ese habitus –en términos de [Pierre] Bourdieu– de la clase dirigente. La clase dirigente futbolística y la clase dirigente política van de la mano. Es difícil romper con algo que te lleva a la cancha todos los fines de semana, la familia, esa ambigüedad, el fútbol y esas lógicas, que después lo encontré en otros ambientes también con el tiempo. Pero en un momento corté con el fútbol y me volqué hacia un lado muy moralista, hasta con una mirada etnocéntrica de clase intelectual universitaria, cuando yo misma había estado llorando y gritando como loca en una cancha. En un momento esa distancia me empezó a hacer ruido, porque esas cosas viven en mí y a veces esa crítica o esa deconstrucción de los ámbitos puede deshumanizar y llevarte muy lejos de la cultura popular. Y a mí me interesa estar cerca de la cultura popular, saber lo que le pasa a la gente, porque yo soy la gente también.
¿Desde dónde pudiste volver a esa pasión por el fútbol?
Desde la danza, desde un pensamiento feminista, desde un interés por movilizar ciertas preguntas. Sentí que estaba más armada para volver a aproximarme al fútbol. Ahí fue que apareció Albion. Había construido una mirada para que me pareciera sin sentido, lo que creo que es viable, mirar fútbol y pensar que no tiene sentido. No volví a ser la hincha que era. Tengo otra mirada, lejos de la hincha, pero cerca porque conecté con mis heridas y con mis experiencias de goce con el fútbol. En Albion era algo así: proponer ciertos disparadores para entrar a jugar desde otro lugar, o traer a la experimentación con el cuerpo ciertas escenas vividas en un partido. Un trabajo de la percepción o desde la exploración de une misme, en ciertas escenas del juego, en la confrontación, en la emocionalidad. Es posible entrarle al juego para modificarlo, pero también hay un hábito cultural de cierta manera de jugar al fútbol, de cuerpos que lo juegan, que me interesan mucho dancísticamente.
Derramarse sobre la vida
¿Qué fue lo tangible en Albion de esos pensamientos previos sobre cómo poder transformar o entrar al fútbol desde otro lugar?
Era la época de Más Unidos Que Nunca, pasaban cosas que a mí me llamaron la atención. El fútbol no era necesariamente ese monolito, había cosas que podían moverse de lugar. Eso me permitió pensar poéticamente al fútbol. Y, por otro lado, tenía ganas de trabajar en el Cerro, en el Florencio Sánchez, y el Cerro es un barrio que divide el fútbol con una calle. De alguna forma coincidieron esos deseos. Fue toda una militancia encontrar un cuadro que nos habilitara a meter ese trabajo como parte del trabajo del plantel; para eso habíamos confeccionado una lista de beneficios para el jugador y para el fútbol de hacer danza. Fue un fracaso hasta que nos encontramos con Albion. Dentro de lo que esperaba, confirmé cuánta danza hay en el cuerpo del jugador. Hay un repertorio limitado en el movimiento, como en el ballet, por ejemplo: es un cuerpo entrenado para ejecutar una técnica. Hay una idea de un cuerpo moviéndose ahí, y eso es interesante, el mero encuentro con los jugadores masculinos permitió poder pensar ¿cómo está mi cuerpo? Esa pregunta era el objetivo principal, la escucha de cómo estoy, cómo está el otro, cómo estoy en todo lo que soy. La relación entre emoción, movimiento y cognición es fundamental, entonces no me cierra no preguntarme cómo estoy para eso. El trabajo en Albion se basó en un archivo de experiencias, porque de esa pregunta principal surgen otras, como ¿de dónde vengo?, ¿quién soy?, ¿quién pienso que soy?, ¿cómo me imagino en el futuro?, ¿qué experiencias me cruzan como traumas?, ¿qué modelos tengo? Observar el habitus, los peinados, la forma de caminar; es muy performativa la presencia del jugador de fútbol. Es una performance dentro y fuera de la cancha, en los entrenamientos, en los ensayos. Hay una performatividad muy centrada, que los hace entrar en un estado.
“Si el jugador imagina que se lo mira de una sola manera, que es esa manera mainstream, termina respondiendo de una sola manera”.
¿Qué significó, después de Albion, la obra que montaron con futbolistas, enmarcada en el proceso de Episodios (experiencias de danza con comunidades ajenas a la materia)?
Empezamos a ver quién se colgaba para una propuesta escénica, y tuvimos algunos jugadores de Albion, de otros equipos y algunos que jugaban fútbol amateur. Empezamos los ensayos, una especie de odisea hasta el Florencio Sánchez en una camioneta de la intendencia, pero todo lo que se conversó en esa ida y vuelta fue muy interesante, fue parte importante del proceso. Yo venía trabajando con comunidades que no eran bailarines, y el desafío era cómo poner en escena cosas que nos pasan. Ese fue el disparador. Apareció mucha historia personal, mucho miedo escénico, imaginar cómo el otro te mira; eso está mucho en el jugador de fútbol. Es que si el jugador imagina que se lo mira de una sola manera, que es esa manera mainstream, termina respondiendo de una sola manera, pero en realidad te miran de mil maneras distintas y nunca vas a conformar a todes. Entonces se pone en juego esa construcción única del jugador, que es así y que también es lo que necesitan los medios. Hasta la diversidad está siendo comprada, paga, está siendo mercantilizable. De todas formas eso lo celebro, pero no neutraliza la cultura del fútbol. Esa es otra pregunta re presente: ¿por qué lo financia Nike y no lo levantan otros movimientos que no son el mercado? ¿Dónde está la comunidad de jugadores gay o de jugadores trans?
¿Qué cosas visualizás como no esperadas o significativas espontáneas del encuentro?
Encontré mucho miedo de entrar en ciertos registros y conexión con el propio cuerpo, pero también mucha vulnerabilidad y entrega cuando eso sucedía. Recuerdo testimonios, historias que se contaron en el proceso e incluso al público, que implican mucha vulnerabilidad. Cuanto más rígida es una identidad, más quiebres produce al mostrarse un poquito más blando. Ese proceso de remoción afectiva y personal sucedió y fue lo central del proceso. Lo otro fuerte fue el hecho de ser una mujer proponiendo en un plantel de hombres. Quizás no estaba involucrado en el proceso como un objetivo, pero era obvio que íbamos a hacer cierta interpelación a la masculinidad obligatoria y a la heterosexualidad obligatoria del jugador. Fue fuerte la situación de entrar a un vestuario, a un gimnasio, con toda una cosa construida. También los códigos de la sexualidad del fútbol, que están muy armados, entraron en el proceso de cómo ablandarlos. El tema no es borrar la sexualidad de los espacios, sino hablar sobre lo que nos puede pasar. Es fuerte ver cuerpos que están siempre en contacto durante el juego o el entrenamiento, pero cuando proponías depositar el peso por ejemplo, parecía nuevo, otra cosa, porque tocarse se tocan todo el tiempo, están sudando, salen con olores que no son los propios; fue maravilloso ver en personas que trabajan tanto con el cuerpo cómo una propuesta que salía un poco ya les modificaba el estado. Ahí es cuando entiendo que la danza tiene cosas para hacer en el fútbol. Una pregunta que me hago es cómo hacer para que esas experiencias sensibles no queden en un paréntesis y puedan derramar sobre la vida.
¿Cuánto tiene que ver la política en todo esto?
La política del fútbol tiene que ver con eso: lo tomamos como un espacio de excepcionalidad donde todo vale porque lo que hay que hacer es ganar, o pensamos al fútbol dentro de la vida y por ende sujeto a las mismas preguntas éticas, políticas, filosóficas. A mí me interesa pensarlo como un espacio de no excepcionalidad, y llevarlo al mundo. Tiene demasiado poder económico, cultural, sexual, como para que esté sujeto a otras reglas.