Fabrizio Guariglia es un uruguayo de ascendencia italiana que pasó por la puerta del club Albatros, en el montevideano barrio Atahualpa, en la calle avenida Luis Alberto de Herrera, ex Larrañaga, se mandó para la cantina, gritó “tenemos que ajustar en defensa y fluir en ataque” y por eso le dieron el título de entrenador de básquetbol.

“Es una pavada, hermano: dirigir esto es una pavada, a esa frase que repetís cual mantra le tenés que sumar dos o tres latiguillos más, como ‘tenemos que ponernos duros’, ‘tenemos que agachar la cola y defender’, ‘Tito: jugá pick’ y ‘Un, dos, tres: ¡Malvín, Malvín, Malvín!’ y tas pronto”, explicó Guariglia, felicísimo por su flamante calidad de coach.

Para Fabrizio, ahora, “sólo Dios puede conmigo, sólo Dios puede juzgarme; entiendo que el Cielo es el límite, como dice Pablito Mieres: ‘de acá, para arriba’, así que mañana mismo estoy organizando un campus, pasado mañana, una clínica, y para el fin de semana veo qué otra cosita puedo meter. Todo es dinámico, no podemos quedarnos, viste cómo es: se gana, se empata (bueno, justo en el básquetbol, no hay empate, pero más o menos aplica) y se aprende”.