“Me defino como una artista multimedia para que no venga la policía del arte a encasillarme en un solo lugar”, comparte Laurie Anderson a sus 70 años. No hay nada que no haya hecho, y con sumo reconocimiento: es performer, música, productora, inventora, directora de cine, escritora, artista visual, y quién sabe qué más. Su primera visita a Uruguay es este mes. Coincide con una etapa signada por el fallecimiento de quien fue su pareja por más de 20 años —nada más ni nada menos que el ícono del rock Lou Reed—, el estreno en 2015 de su última película premiada en varios festivales, Heart of a Dog, y la inauguración de uno de sus happenings más controvertidos, junto con un ex preso de Guantánamo, musicalizado en partes por el sirio Omar Souleyman.

Su currículum es sin duda impresionante. Pero si tuviese que enfocarme en una sola disciplina de esos 40 años de productividad creativa sería en su música. De todos los lenguajes que maneja es el musical en el que más le debemos reconocimiento por su capacidad inventiva.

Anderson empezó queriendo estudiar pintura. La pintura la condujo a la escultura, y como contó en una entrevista, sintió que hubo un proceso natural cuando empezó a hacer esculturas: le daban ganas de tocarlas y así, en la inquietud por manipular un instrumento, es que llegó al violín.

Como joven en la década de los 70 viviendo en Nueva York para probar suerte, logró ser aceptada en dos museos luego de 500 postulaciones promocionando una falsa gira propia. La obra era una performance con piezas visuales en pequeños proyectores, y ella realizando el sonido en vivo. La evolución de ese formato derivó en algo que se repite a lo largo de su carrera, y es la palabra hablada. La historia. La anécdota. La voz presente. El interlocutor. El narrador. Laurie concibe una musicalidad al contar una historia, una resignificación y transformación en la repetición que verdaderamente se vuelve musical. Lo logra, además, con sonidos esporádicos de instrumentos y grabaciones ambientales, emparentados con la música concreta, creando inventos como el violín con cinta magnética y tecnologías midi, y modificando su voz en vivo con racks de audio customizados, acercando su mundo de la performance al de la música en vivo.

En medio de todo este ruido que Laurie logró hacer en el mundo del arte en Nueva York es que se da un suceso increíble: en 1981, su canción “O Superman” llega al número 2 del ranking musical en Inglaterra. Similar al momento que viviría Suzanne Vega un año después con su hit a capella “Tom's Diner”, el caso de “O Superman” fue una rareza en la historia de la música debido a su estructura original (es una narración sin estribillo) y duración (ocho minutos y medio). Así, Laurie Anderson ganó reconocimiento mundial por primera vez y su propio contrato discográfico con Warner Bros, sello que la acompañó en el lanzamiento de sus siguientes cinco álbumes de estudio. Entre ellos se encuentran Big Science, Mister Heartbreak, el aclamado Home of the Brave, que tuvo su propio audiovisual, Strange Angels y Bright Red.

Todos sus obras adquirieron carácter de culto, especialmente el original Big Science, una pieza minimalista, referente en su estilo y estética; y Home of the Brave, un obligatorio para cualquier amante de la música y del arte visual: un estímulo de los sentidos que perdura en el tiempo.

Es esta variedad de voces, puntos de vista, instrumentos y filtros lo que la separan del teatro y otorgan un marco musical de características experimentales y oníricas poco indagadas hasta el momento. Además de su capacidad de productora, Anderson es una científica del sonido y la tecnología, pero una con sensibilidad. Un combo poco visible en la historia, sobre todo en mujeres.

Sin dejar nunca de crear, la Laurie Anderson de hoy se encuentra igual de inquieta que siempre pero con una obvia maduración, un momento de reflexión. Me la imagino cuestionándose cómo sintetizar su experiencia con la audiencia, como compactar toda su historia de vida como artista. Es ahí donde entra “The Language of the Future”, una pieza que escribió en 1983 para su disco United States Live, y que eligió para dar nombre al unipersonal que viene presentando desde 2015 y que trae ahora a Uruguay. La misma pieza concebida en los 80, de ocho minutos de duración, está incluida en el show, que se extiende por más de una hora.

Si bien el espectáculo tiene claras referencias al diálogo de su película Heart of a Dog, es porque en él relata situaciones vividas en su infancia, escenas que forman parte de su historia. Y lo que busca en esta ocasión es hacer lo que mejor sabe: cautivar narrando, descolocar y compartir su humor de la mano de invenciones extraordinarias. Hacer que un instrumento suene igual a un sentimiento. Imitar una voz de autoridad como si fuera un piloto de avión e invitarnos a viajar lejos, desde el mismo lugar donde estamos parados. Es sumarse a una experiencia única pero también hacernos conscientes de que es necesario ejercitar nuestra propia creatividad, explorarnos más. Dijo la propia artista en una reciente entrevista por su última obra, un trabajo sobre lo surreal que creó junto a Hsin-Chien Huang en formato de videojuego: “Cada cosa que hice, sin importar si fue una pieza de música o dibujo, es sobre una sola cosa: lo incorpóreo. Es sobre dejar de ser consciente de tu cuerpo”.