Lucía, de 19 años, pelo violeta y labios negros, compra en el kiosco de Walter. Dice que no puede parar de escuchar al grupo argentino Las Ligas Menores. “Cuando era chica, siempre que volvía de trabajar mi papá me traía Beldent de tutti frutti, y cuando se olvidaba, era la decepción. De más grande los cambié por los Beldent de menta fuerte. Ahora mi preferido es el Topline Seven de mandarina, de los pocos que hay veganos. Sigo haciendo globos”, confiesa, antes de subir varias escaleras para meterse en una aula, en un caso que resume pasado, presente y futuro de la industria del chicle.

El origen de la simpática sustancia —utilizada como entretenimiento, amansadora de angustias, y marca identitaria de tengo toda la onda, cuál hay— lo podemos ubicar en las fauces de los antiguos griegos, que mezclaban la goma con hierbas naturales, o de los mayas, que masticaban la savia del árbol chicozapote. Para encontrarnos con algo más parecido a lo que hoy conocemos como chicle, deberíamos llegar, por lo menos, hasta el 1800, cuando precursores de este estímulo no ingerible como Thomas Adams y John Bacon comenzaron a experimentar con diferentes ingredientes hasta que lograron ponerlo en una caja con precio y promesa de felicidad, o viajar rápidamente hasta 1978, cuando el fenomenal éxito del film Grease, y su banda de sonido, le agregaría los rostros de Olivia Newton John y John Travolta, con stickers in every pack, ventas espectaculares y el estreno de un estatus social privilegiado como objeto de consumo pop para todas las edades.

Si el lector lo prefiere, puede recordar el consumo risueño de Juan Ramón Carrasco, el talentoso futbolista y director técnico uruguayo, con cualquiera de sus camisetas, pronto a rematar un tiro libre, esperando en el banco de suplentes para ingresar al césped para definir el match, o todo vestido de blanco.

Imposible no mencionar también la superonda masticable de la Adriana La Cerva encarnada por Drea De Matteo en la serie Los Soprano, la Lolita de Dominique Swain en la versión que Adrian Lyne dirigió en 1997, el Jack Nicholson de Jack Nicholson a cada instante.

Para saber de qué está hecho exactamente un chicle es necesario ingresar en un terreno algo mágico. Sabemos que se utilizaba savia de árboles; hoy, en cambio, una base sintética de goma y plástico, a lo que se le agregan conservantes, colorantes, saborizantes, jarabe de glucosa, edulcorantes.

En 2016, en China, las ventas de chicles aumentaron 6%, y en México, uno de los países al tope de la lista de los mayores consumidores, con 70.000 toneladas por año, la cifra subió 2%. En Estados Unidos, la meca de la goma de mascar —con Miley Cyrus y Britney Spears como máximas promotoras del pop globero a través de sus videos de alto contenido sexual—, todavía se consumen unas 100.000 toneladas por año, pero los fabricantes siguen estirando sus neuronas para salvar el negocio.

En 2014, la empresa Mars, productora del pionero Wrigley, reconoció que sus ventas de chicles habían caído 11% en los cuatro años previos, particularmente entre adolescentes y niños. En setiembre de 2015 un reporte de Mintel Group (una prestigiosa agencia de mercado), de nombre Gum, Mints and Breath Fresheners, informaba que la venta de chicles sin azúcar había bajado 16% durante el período 2010-2014, y que se esperaba una caída de 15% en el período 2016-2020. Mientras tanto, su gran enemigo, ¡las mentitas!, aparece en las gráficas de este reporte con números ascendentes y una corona dorada sobre su esférica blancura. Sus ventas aumentaron 7,2% en el período 2010-2014 y se proyecta un crecimiento total de 28,8% entre 2015 y 2020.

Innovación sigue siendo la palabra mágica para pasar al frente en esta batalla del sabor, porque los clientes demandan nuevas texturas y sensaciones. Argentina, Colombia y Bolivia son algunos de los países donde las cifras se mantienen estables, según la consultora Euromonitor International. ¿Qué pasa en Uruguay? Una de las últimas novedades viene de la mano de los fabricantes de los populares caramelos Mentos. Hace un par de meses pusieron al alcance de cualquier oficinista su Mentos goma de mascar tutti frutti (y con juguito).

Consultada una decena de distribuidores, importadores y kiosqueros uruguayos con muchos años en el ramo, coinciden en que no ha bajado el consumo, pero han cambiado los tipos de producto más vendidos y sus clientes. En la ecuación actual operan maestras, publicistas, odontólogos y, como ya detallaremos, hasta fabricantes de chacinados.

En Uruguay se importa la totalidad de la sustancia chiclosa; Argentina y Brasil son nuestros dos principales proveedores. “El Beldent cambió todo”, opina Elena, de 67 años, distribuidora de golosinas del barrio La Comercial, detrás de una pila de cajas con un gato de lentes negros impreso en el cartón de cada una. “Hasta los chiquilines que van a la escuela te compran Beldent, porque no tiene azúcar y se lo recomiendan los dentistas”. El producto porteño que se instaló en los años 80 y se terminó de popularizar en los 90 ha copado los mercados argentino y uruguayo de forma contundente. Creado como chicle dietético para adultos (que quieren dejar de fumar, mejorar su figura, y recibir besos de las modelos de sus avisos), y promocionado con imágenes fashion menemistas, hoy casi no deja centímetros de kiosco a las otras marcas y productos. Ni siquiera chicles similares como Topline le roban gran porcentaje de ventas.

De visita por las coloridas galerías de El mundo de las Golosinas, uno de los principales importadores de chicles y otras dulzuras, con local en el barrio La Figurita, uno de sus encargados confirma cierta caricatura del gusto oriental. “Acá lo que más se consume es el Beldent, con un par de particularidades. Se vende muy bien el negro (menta extra fuerte), que en Argentina no funciona. En cambio, el uruguayo rechaza los gustos frutales, no los compra. Han venido de todos los gustos que se te ocurran y las cajas se terminan rematando por chirolas. Los cuatro sabores preferidos del uruguayo son menta extra fuerte, menta, mentol turbo y eucalipto”.

Mabel, veterana de gruesos lentes y afilado bolígrafo, con comercio en la inmediaciones del Estadio Centenario, explica que los hábitos de sus clientes más pequeños se han diversificado en los últimos 15 años. “La papa frita le ha sacado mucho lugar al chicle y al caramelo, todo lo salado. Incluso aunque en la cantinas de las escuelas ahora se promueve la alimentación saludable, los gurises vienen al kiosco y te lo compran a vos”. Entre los competidores salados del chicle, también aparece el snack de Cattivelli, un palito de salame envasado al vacío que suele encontrase cerca de las cajas de los supermercados.

Pablo, empleado de El Mundo de las Golosinas, cuenta que en los últimos dos años los malvaviscos y las gomitas (con forma de Minions, ositos, gusanos en paquete de Peñarol) vienen ganando terreno en el mercado infantil gracias a su notable presencia en las mesas de dulces de los cumpleaños, una modalidad de organización culinaria que, a impulso de festividades como Halloween, parece que también vino para quedarse.

Walter, con negocio en el barrio Cordón, explica por qué los clásicos chicles globeros todavía conservan un público reducido pero fiel. En sus escaparates algo polvorientos pueden encontrarse todos los gustos del gigante del gato negro, Bubbaloo (incluidos los sabores mora azul y ácido atómico), y sus familiares menos afortunados Poosh! y Kataboom (recomiendo el de uva). El don de religiosa camisa a cuadritos también vende Lengüetazo, el chicle hiperdulce de formato cinta que fabrica la empresa Estani.

“Los chiquilines con unas pocas monedas siempre se van con algo”, dice Walter con indisimulable afecto por sus clientes globeros, y recuerda que hasta no hace mucho, como todavía es tradición en México y Colombia, también en Uruguay se organizaban competencias para crear el globo más grande de la historia.

Tal vez la señal más dolorosa de que nada sería igual después, llegó en 2012 cuando los fabricantes del mítico chicle Bazooka concluyeron, luego de varios estudios de mercado, que a sus compradores juveniles ya no les interesaban las historietas que venían junto a la golosina, lo que era igual que decir que ya no les interesaba nada de la vida y las aventuras del mismísimo Joe Bazooka, reemplazado rápidamente por códigos QR para bajar aplicaciones.

En pleno 2017, la nueva aventura del chicle parece estar asociada a la funcionalidad adulta, la estética exitosa y la longevidad. El año pasado la empresa LA Fuel lanzó al mercado el Supreme Energy Gum, un chicle de cafeína, originalmente diseñado para militares, que asegura un efecto energizante cinco veces más potente que el prometido por una bebida del mismo tipo y, además, “mejora tu concentración y baja tu estrés”, dicen sus responsables.

En la misma línea, dos españoles, José Luis Rojano y Jordi Claramonte, están llevando la funcionalidad al límite con su empresa de chicles Wug. Sus golosinas están hechas con productos naturales y se venden en farmacias. En la importante y diversa lista se destacan, Wug Bronze, para activar el bronceado, Wug Orgullo Gum, “ideal para tus relaciones de pareja”, Wug After Drink y Wug Keep Calm.

Si hablamos de innovación y gustos extravagantes, el texano Tyler Merrick, un cuarentón que se define como entrepreneur y benefactor, se lleva el primer premio con su empresa Proyect 7. Acompañado del eslogan “products for good”, ofrece, además de gomitas y snacks, sus chicles bajos en calorías en variantes como manzana acaramelada, pororó, primer beso, champán y torta de bodas.