En 1927, cuando Rita Ribeira se acercó a una casona de Cerro Chato para emitir su voto en un plebiscito local, seguramente no tenía plena conciencia de la importancia histórica del hecho. Era la primera vez, no sólo en Uruguay, sino en Sudamérica, que una mujer podía votar legítimamente en una elección.
La consulta buscaba determinar a qué departamento querían pertenecer los habitantes de Cerro Chato, y por primera vez se incluyó a mujeres y a extranjeros en la votación. Ocurre que la localidad está en una triple frontera, en la que convergen Treinta y Tres, Durazno y Florida.
Hoy, en el local donde se efectuó el plebiscito funciona un museo. Allí se puede apreciar el edificio reciclado, ver fotos de personajes destacados de la historia local, así como objetos y documentos antiguos, y también sentarse a tomar un café con tortas o scones en un entorno que mantiene una estética de época.
El evento histórico fue un elemento importante a la hora de decidir premiar a Cerro Chato con la distinción Pueblo Turístico en 2016, pero no es el único atractivo que nos espera entre sus tranquilas calles.
Junto a la carretera se puede ver la estación del ferrocarril, parte de la identidad visual del pueblo. Construido en 1908, es un edificio de tipo inglés, con el clásico techo de chapa. El entorno de la estación se transformó en un espacio en el que juegan niños, circulan bicicletas, pastan caballos y pasea gente. Los espacios abiertos, con grandes canteros y una amplia separación entre las calles principales, son características de Cerro Chato.
Desde allí se puede ver la ruta 7, que corta al pueblo por la mitad: de un lado está el sector que pertenece a Florida, y del otro el de Treinta y Tres. No es una línea decisiva: la gente cruza el límite departamental cada vez que va a comprar bizcochos. En el punto exacto donde se intersecan los tres departamentos se construyó la plaza 3 de Julio de 1927, adornada con una escultura del arquitecto Humberto Bellora.
A un par de kilómetros se encuentra un salto de agua natural, con cascadas entre rocas, en un entorno natural sobre el que se han construido piscinas, aprovechando el curso del agua, y se generó un lugar donde los visitantes pueden pasar el día, nadar, comer algo o simplemente disfrutar el paisaje. Desde el camino al salto, además, se puede tener una linda vista del pueblo que asoma sobre las sierras que dominan la zona.
Recorriendo Cerro Chato es fácil ver que la presencia animal es una constante, y en cada cuadra se ven ovejas, vacas o caballos, atados en la vereda frente a las casas, en canteros o directamente dentro de los jardines.
También muestran su presencia algunas aves autóctonas. En la plaza se puede oír cantar doraditos, cabecitas negras y algún cardenal, y el fuerte sonido de las bandurrias se escucha desde los montes cercanos, donde seguramente anide esta llamativa especie.
El domingo de mañana se escuchaban desde temprano los gritos que venían de la cancha del Alcides Fuentes. En un disputado partido del campeonato local, no faltaban los que intentaban mirar el juego desde afuera del estadio trepados a bicicletas o motos junto al muro.
Fuera de esos momentos, al recorrer las calles se percibe cierta calma. La gente charla sin apuro en las esquinas o en el portón de las casas, mostrando esa sensación de que el tiempo en estos lugares corre de una manera diferente, sin tanta prisa.
Hasta la niebla del domingo demoró largo rato en levantarse, probablemente contagiada por el lento arranque del día.
Más de uno aprovechaba el fin de semana para hacer algún arreglo en la casa, apuntalar un tejido, alimentar al caballo y hasta hacer algo de soldadura en el jardín.
Al mediodía, antes de terminar la visita, arrancamos para la casa-museo a tomar un capuchino con bizcochos. Había que reunir fuerzas para el viaje de regreso.
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