En Uruguay la prostitución es legal desde 2002. Si bien la Ley 17.515 significó una conquista y un avance para las trabajadoras sexuales organizadas, hoy ellas quieren ir más allá y que se aborde su ocupación de forma integral en clave de derechos humanos. Muchas son madres, jefas de hogar con niños y otras personas a cargo, tienen problemas con la Policía, y reclaman que se considere su salud y que no sólo se las observe como un cuerpo potencialmente portador y transmisor de enfermedades venéreas.
Su ocupación es precaria y mayoritariamente no gozan de derechos laborales ni seguridad social. En Uruguay no hay datos certeros de cuántas mujeres ejercen la prostitución. Es un trabajo que todavía se desarrolla de forma irregular. Sólo una ínfima minoría cuenta con el Carné de Trabajo Sexual que expide la Policía Científica, en tanto que el verdadero documento que las habilita para trabajar en locales es la Libreta de Profilaxis Venérea que expide el Ministerio de Salud Pública (MSP).
En estas mujeres conviven historias de abuso y de maternidades duras y en soledad, pero también de lucha, sublevación y superación. Sus hijos son su motor. Coexisten en la sociedad de forma ambigua como madres de día y prostitutas de noche, así se autoperciben. La mayoría se prostituye por necesidad, pero también por tener una familia que mantener, para complementar otros ingresos, porque “nadie nos da nada”, porque “nadie pregunta” si sus hijos comen.
El trabajo sexual es uno de los rubros que presentan mayor inestabilidad laboral. Las mujeres son jornaleras, y dependen de la época del año y del mes para obtener ingresos. “Acá hay momentos del año en que hacés diez palos en una noche —en diciembre, por ejemplo—, y otros en los que estás todo el día y te vas con las manos vacías”, señalaba C, quien se desempeña como trabajadora sexual en una whiskería.
Antes de la Ley 17.515, promulgada en 2002, el trabajo sexual no estaba regulado. El proxenetismo era considerado un delito y las prostitutas, perseguidas por la Policía. Recién en 2010, mediante el Decreto 21-29/2010, tuvieron la posibilidad de aportar al Banco de Previsión Social (BPS) como unipersonales o monotributistas, aunque existen normativas al respecto desde 1995.
A pesar de que la ley significó un avance importante en su momento, porque dejaba de criminalizar y regulaba la actividad, hoy presenta grandes dificultades. Incluso motivó hace tres años una campaña de recolección de firmas para modificar su contenido en varios aspectos. Una de las modificaciones que impulsan las mujeres nucleadas en la Organización de Trabajadoras Sexuales (Otras) es pasar a ser reguladas por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS), en vez de por el Ministerio del Interior (MI) y el MSP. La Ley 17.515 creó un Registro Nacional de Trabajo Sexual, que depende de la Dirección Nacional de Policía Científica en Montevideo y de las jefaturas departamentales de la Policía en el interior del país. Allí se expide el Carné de Trabajador Sexual. Para tramitarlo es necesario llevar la cédula, una foto carné y la Libreta de Profilaxis Venérea. Un dato no menor es que tiene un costo de 1.200 pesos.
En 2018 en Uruguay existían 12.358 trabajadores sexuales, de los cuales 11.559 eran mujeres, según el Registro Nacional de Trabajo Sexual. Sin embargo el registro está desactualizado, aseguró Pablo Díaz, que trabaja en esa tarea y participó en el “Seminario de trabajo sexual” que organizó Otras en la sede del PIT-CNT. Allí señaló que en 2019 sólo se expidieron cinco carnés en Montevideo. Mientras daba esta información, las trabajadoras sexuales que se encontraban sentadas de forma dispersa en el salón de actos de la central sindical empezaron a cuestionarse cuál era el “bendito carné”, si ellas tenían la libreta, si sería otro o no. En ese momento se levantó una trabajadora con el carné en la mano: “¡Yo lo tengo, miren, miren!”. Y de esta forma el carné comenzó a circular entre las mujeres, que lo observaban entre risas y curiosidad. Sólo ella lo tenía. Las demás sólo contaban con la Libreta de Profilaxis Venérea que expide el MSP. Los datos respaldan en cierta medida esta situación: mientras que sólo se expidieron cinco carnés del Registro Nacional de Trabajo Sexual el año pasado, en el mismo período el MSP expidió 720 libretas, dijo Díaz.
Las razones que explican esta situación son varias. En primer lugar, señaló Díaz, el carné tiene un costo que muchas mujeres no pueden pagar, debido a que se encuentran en una situación de vulnerabilidad económica. En segundo lugar, ir a la Policía a registrarse como trabajadora es una situación “humillante y estigmatizadora”. Todas las trabajadoras que participaron en el seminario coincidieron en que se sienten discriminadas y maltratadas por la Policía. También comentaron que tuvieron la experiencia común, en sus diferentes departamentos, de que policías les pidieran la Libreta de Profilaxis Venérea para firmarla, aunque no deben hacerlo. Por último, para trabajar en las whiskerías exigen esa libreta, no el carné.
A su vez, su relación con los servicios de salud no es particularmente buena. Respecto del protocolo “Pautas para la atención integral para personas que ejercen el trabajo sexual”, elaborado por el MSP, representantes de Otras y especialistas reconocieron en el seminario la existencia de “obstáculos” para que las trabajadoras sexuales reciban una adecuada atención sanitaria y afirmaron que son discriminadas. Señalaron como problemas “la resistencia cultural” y la existencia de una serie de “desigualdades de género, etnia, edad, nivel socioeconómico, entre otras”, así como la mercantilización de la sexualidad, que se sostiene sobre la base de relaciones de poder. Insistieron en la necesidad de ofrecer una atención integral en los servicios de salud en clave de derechos humanos.
En este sentido, el Registro Nacional de Trabajo Sexual es impreciso y está desactualizado, y las trabajadoras que aportan como monotributistas o unipersonales no son la mayoría. Quizás el registro más fiel sea el del MSP, que expide la Libreta de Profilaxis Venérea, una especie de documento de identidad en los locales donde se ejerce el trabajo sexual. De todas formas, quedan excluidas las mujeres que trabajan informalmente en la calle, que pueden no figurar en ninguno de los tres registros institucionales.
En la primera visita a La Clínica, un burdel de la zona de Parque Rodó, la dueña me mostró entusiasmada un bibliorato mediano en el que están todas las fotocopias de las libretas profilácticas de cada una de las trabajadoras. “Me gusta tener todo al día, todo en regla. Ellas saben que acá hacen sólo lo que quieren y que si un día se les enferma un hijo, avisando con tiempo nos revolvemos”, decía. Pasaba las páginas y me mostraba, aunque no se lo hubiera pedido.
La flexibilidad de La Clínica no se encuentra en la mayoría de los recintos de prostitución, de acuerdo con varias trabajadoras sexuales del lugar que han pasado por otros locales. En algunos lugares no se pueden negar a “ocuparse” de un cliente que las solicite y se les cobra el uso de la pieza y de las toallas, así como el papel higiénico e incluso el agua caliente para lavarse.
La disyuntiva entre trabajar en la calle o en una whiskería siempre está presente. Algunas creen que en la calle tienen mayor autonomía: son sus propias jefas, porque eligen los horarios, los días que trabajan y, lo más importante, ponen el precio y reciben la totalidad del pago. Sin embargo, otras destacan que la calle, si bien tiene esas ventajas, es un espacio hostil, peligroso y de una gran exposición social. La whiskería ofrece la contención de un recinto cerrado, más cuidado y protegido. En la calle, en cambio, padecen violencia física, amenazas con armas de fuego y la negativa a pagar de algunos clientes luego de terminado el servicio. También hablan del frío del invierno, los resfriados y el hostigamiento de la Policía.
Díaz dijo que las trabajadoras sexuales “han sido perseguidas durante muchos años y sufrido extorsión y violencia”. Reivindicó la Ley 17.515, porque “antes de 2002 era delito ejercer la prostitución, y hoy es un trabajo”. Sin embargo, valoró que actualmente el registro es “una sección dentro de otra sección que está olvidada; es todo un mamarracho”, y dijo que “el MSP, el MTSS y el MI deberían estar en contacto entre sí, pero no sucede”. Existen dos maneras de recibir el alta en el registro: voluntaria o de oficio, “cuando llega el contralor social”. “Si esto fuera serio, debería haber un departamento mínimo con diez personas, pero hoy somos dos y no estamos exclusivamente dedicados a esto”.
La luna brillante y el pavimento frío
Andrea vive en La Paz, Canelones. Tiene 41 años y una beba de siete meses. Durante los primeros meses de gestación no supo de su embarazo, por lo que continuó con su labor de trabajadora sexual. Cuando era joven tomaba mucho alcohol y se drogaba, y por eso había resuelto no gestar. Cuando se enteró de que iba a ser mamá decidió trabajar unos meses más; sin embargo, se empezó a sentir mal: “Siempre tenía miedo de que me pegaran en la panza. Los hombres a veces son muy brutos y no entienden que les digamos que estamos embarazadas, que nos traten despacio; algunos se enojan y nos dicen cualquier cosa. Yo una vez, después de parir, le tuve que decir a uno que parara que me dolía y me recontra puteó”.
Sus familiares la “bancaron” cuando les planteó que no quería trabajar mientras estuviera embarazada. “Tengo una hermana trans que me ayudó mucho, me hacía surtidos. No me sobró, pero estaba tan feliz de poder llevar mi embarazo tranquila que no me importó. Podía ir a los controles, descansar. En mi familia no nos juzgamos, mi hermana es trans, tiene una pareja y la queremos así como es. Yo fui prostituta toda la vida. Siempre nos apoyamos los unos a los otros”.
Después de su embarazo, le dolía mantener relaciones sexuales con los clientes debido a que no se lubricaba bien, pero fundamentalmente por la episiotomía. Sin embargo, cree que fue una “privilegiada”: “Yo tuve una familia que me apoyó como pudo, pero la mayoría de mis compañeras trabajadoras sexuales están completamente solas”. Ocurre que, a raíz de su ocupación, muchas trabajadoras sexuales rompen el vínculo familiar, lo que se agrega a la notoria carencia de derechos laborales. Eso implica que “cuando quedan embarazadas no tienen los mismos derechos que cualquier trabajadora, no cuentan con licencia maternal, medio horario por lactancia. Algunas apenas paren ya tienen que salir a trabajar para mantener al bebé porque no cuentan con ningún apoyo”.
Andrea sostiene que no es lo mismo trabajar en la calle que en una whiskería. Cuando se reintegró a su actividad, luego de ser mamá y “de que pasara la cuarentena, se secaran y cayeran los puntos”, lo hizo en una whiskería. Luego retornó a la calle, porque así lo prefiere. Sin embargo, reconoció que “en invierno la intemperie es bravísima. Es mucho el frío en la ruta, las gripes que te agarrás”.
Tramitó la tarjeta del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), pero no se la dieron. Del Estado sólo recibió la prenatal y el kit para bebés “Uruguay crece contigo”.
Actualmente Andrea sale a trabajar un rato, nada más. Su hermana cuida a su hija mientras ella sale a la ruta más o menos dos horas y regresa. Arriba brilla la luna de julio y debajo el frío del pavimento congela: “Con este frío trato de no salir mucho”, dijo. Agregó que luego del parto pasó nueve meses sin menstruar, y estos días volvió su período y no puede trabajar. Mientras espera, se arregla como puede.
Dos propuestas de regulación
Se han propuesto varias modificaciones a la Ley 17.515, pero sólo se concretó una: el Decreto 21-29/2010, relativo al monotributo. Dos intentos de introducir modificaciones a la ley promulgada en 2002 se desarrollaron paralelamente sin pasar de ser borradores. Por un lado, la Comisión Honoraria de Protección al Trabajo Sexual, que está compuesta por integrantes del MSP, del MI, del Congreso de Intendentes y del PIT-CNT, elaboró un inicio de proyecto de ley, y por otro, la organización civil de trabajadoras sexuales Otras intentó plasmar en un documento sus impresiones, pero sin lenguaje jurídico.
Carlos Cordero, enviado del PIT-CNT a la comisión en el período de gobierno anterior, explicó que en ese ámbito se propusieron darle legalmente al trabajo sexual “carácter de trabajo, para brindarle toda la protección social que debería tener cualquier trabajador, cualquiera sea su profesión”. Entre los aspectos positivos del borrador, destacó que “engloba a las trabajadoras sexuales independientes, a aquellas que trabajan en casas de masajes, whiskerías”, y que “también buscaba impedir la explotación y el tráfico sexual”. “La ley era muy buena por la amplitud de voces que incluía”, opinó, pero llegar a una definición “se hacía difícil, por la cantidad de organizaciones que había y la multiplicidad de opiniones sobre el tema”. El PIT-CNT, según dijo, les pidió a las trabajadoras sexuales trans que se unieran. Cordero lamentó que se haya disuelto la Asociación de Meretrices Profesionales del Uruguay (Amepu), que llegó a integrar la mesa representativa del PIT-CNT. La central sindical uruguaya, según él, es la única que tuvo trabajadoras sexuales en su órgano de dirección. Pero hoy, agregó, “no hay sindicato”.
El borrador, al que accedimos, modifica en primer lugar la forma de retribución, dejando en claro que esta debe ser “exclusivamente en dinero”, en tanto que la ley vigente dice que también puede ser en “especies”. Pero el cambio más importante es que “el cumplimiento de las normas laborales y el control de las condiciones de trabajo en los lugares donde se ejerce el trabajo sexual” pasarían a estar a cargo del MTSS. La ley actual no incluye a ese ministerio, sino que comprende al MSP y al MI, con un gran protagonismo de este último.
Con este proyecto, la Comisión Honoraria de Protección al Trabajo Sexual sería presidida por el MTSS y no por el MSP, y sumaría representantes del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay y del Mides. Además, el proyecto identifica al Poder Ejecutivo como responsable de brindar los servicios administrativos para que la comisión pueda cumplir sus objetivos. También se propone la descentralización a través de la creación de una Comisión Honoraria de Protección al Trabajo Sexual en cada departamento. A su vez, la iniciativa introduce modificaciones en el Carné de Salud de Trabajo Sexual, quitando los incisos E y F, que exigen número de registro y carné de salud habilitante; quita de la órbita del MI la expedición del carné; borra el Registro Nacional de Trabajo Sexual y todo pasa a la órbita del MSP. Asimismo, determina que el documento no es válido por tres años, sino por dos.
Los artículos 9 y 10 de la Ley 17.515, que plantean competencias institucionales y acciones punitivas para las trabajadoras sexuales en determinadas circunstancias, son modificados totalmente. Se destaca el artículo 10, que frente a todas las disposiciones punitivas que fija actualmente la ley, en las modificaciones indica: “Bajo ninguna circunstancia el Carné de Salud del Trabajo Sexual podrá ser retirado por la autoridad pública ni por terceras personas”. El borrador desarrollado por la Comisión Honoraria de Protección al Trabajo Sexual reafirma en el artículo 14 que será el MSP el encargado de expedir de forma gratuita el carné.
Por otra parte, fija la competencia de la habilitación de las whiskerías en el MSP y el MTSS, y desplaza así a las jefaturas de Policía. Luego, en un capítulo llamado “Del trabajo sexual dependiente en establecimientos”, abre la posibilidad de que las trabajadoras sexuales realicen su trabajo percibiendo un salario y con “todos los derechos inherentes a un trabajador”, como “salarios mínimos, licencia, salario vacacional, aguinaldo, horas extras, seguro de accidentes de trabajo, por enfermedad, y licencia maternal”.
Se presume que las trabajadoras sexuales ejercen un trabajo “subordinado” cuando perciben un salario de un tercero o este es el dueño del establecimiento. Este es uno de los articulados que generan mayor controversia, porque para Otras este borrador “regula y legaliza el proxenetismo”. El proyecto de ley señala como proxenetismo el “cobro de sumas excesivas por parte del dueño del establecimiento”. Por otra parte, en el capítulo VI se habilita el trabajo independiente, para el que se establece la inscripción obligatoria en el BPS.
De acuerdo con Andrea Tuana, de la organización civil El Paso, que ayudó a traducir al lenguaje jurídico algunas de las reivindicaciones de las trabajadoras sexuales, este otro proyecto, el de Otras, “quedó trunco” pero existe la intención de retomarlo. Las modificaciones, según explicó Tuana, apuntan a que la norma tenga como centro los derechos humanos de las trabajadoras. Esta ley “contrasta” con la que desarrolló la Comisión Honoraria de Protección al Trabajo Sexual, que realizó un proyecto “paralelo” al de Otras, dijo.
Señaló que en el proyecto de la comisión, en un “afán de fortalecer los derechos”, se incluyó licencias, salario vacacional, licencia maternal. Establecía que los dueños de las whiskerías “fueran los patrones, y existe una oposición a esto de parte de las trabajadoras sexuales, porque si los patrones las contratan sería legalizar el proxenetismo”, dijo Tuana. El proyecto de ley de Otras, en cambio, “busca regularizar la situación, pero que sean ellas mismas las que realizan los aportes”, señaló. Agregó que la ley actual es extremadamente “sanitarista”, y que la reivindicación de Otras es que no “se mida únicamente en la salud sexual y reproductiva de las trabajadoras el punto de las enfermedades de salud sexual”.
El borrador de Otras, al que también accedimos, define el concepto de trabajo sexual y sus implicancias, y plantea la creación del Registro Nacional de Emprendimientos Ligados al Trabajo Sexual de Uruguay. Dicha institución estaría compuesta por los mismos integrantes que plantea el proyecto de la Comisión Honoraria de Protección al Trabajo Sexual, más el Instituto Nacional de Derechos Humanos, el Ministerio de Educación y Cultura, la Unidad Reguladora de Servicios de Comunicaciones, el PIT-CNT, InMujeres y la Defensoría de Vecinos y Vecinas. El organismo llevaría adelante el registro de las personas o los emprendimientos que brinden servicios sexuales o se relacionen con estos. Además, realizaría una entrevista con cada persona que se registre, con el objetivo de informarla sobre sus derechos.
Propone que el trabajo sexual no esté sometido a ningún control sanitario especial distinto de los que se aplican a todos los trabajadores. También estipula la cobertura de “salud mental de calidad” para todas las trabajadoras sexuales, y el asesoramiento y el apoyo “para asegurar la posibilidad de desarrollo de trayectorias vitales fuera del trabajo sexual, mediante un soporte integral en el desarrollo de un nuevo proyecto de vida”.
Piel curtida, corazones rotos
A Cintia le hubiera gustado estar más presente para sus hijos, ya que al primero tuvo que dejarlo en varias oportunidades con una cuidadora, durante largos períodos, mientras vivía en Minas de Corrales, en el departamento de Rivera. Años antes, cuando tenía 16, había empezado a prostituirse en la Plaza Internacional que comparten Santana do Livramento y la ciudad de Rivera.
Nos sentamos en un rincón en el bullicioso “Seminario de trabajo sexual” que se desarrollaba en la sede del PIT-CNT. Cintia es una mujer delgada, con acento brasileño y el cabello teñido de rubio y ondulado. Trabajó durante muchos años con Karina Núñez en una whiskería de San Gregorio de Polanco. Tuvo una hija con el dueño del lugar, pero lo dejó porque era violento. La golpeaba tan fuerte que pensó varias veces que no sobreviviría, que iba a matarla. “O me quedo y me mata o me voy y sobrevivo”, pensó, y ese impulso la llevó a abandonar a ese hombre, con el cual de todas formas mantiene una relación por el hijo que tienen en común y quien “a veces ayuda con algo”. Esto para una trabajadora sexual ya es bastante; como muchas mujeres que comparten su oficio, Cintia se ha acostumbrado a no esperar nada de nadie. “Terminamos cantidad de veces en la comisaría, me golpeaba hasta dejarme como un bicho; a veces pienso que no sé cómo sobreviví”, dijo.
Al padre de su tercer hijo lo conoció en la whiskería donde trabajaba en Rivera, pero también resultó ser un hombre violento. “No he tenido suerte con los hombres”, concluyó y suspiró resignada. “No quiero saber nada más con ellos, prefiero estar sola que mal acompañada; ahora me dedico a cuidar a mis hijos”, afirmó. Le quedan dos: al mayor lo asesinaron en 2014 en San Pablo. “Yo creo que tenía deudas de droga o que lo mataron los milicos”, conjetura. “Me dejó una nieta bebita: Julia, apodada Xuxú. No la conozco todavía, pero la veo en fotos”, contó. Al preguntarle si iría a conocerla respondió con contundencia: “Por supuesto, es lo único que me quedó de él”.
Marisol habla rápido, como si hubiera contado muchas veces lo mismo. Es bajita, morocha y corpulenta. Desde niña tiene una vida difícil, su padre golpeaba a su madre y su hermana mató a un hombre dentro de su casa. Esos dos acontecimientos marcaron su vida, pero más aún el haber sido violada a los 11 años, y que su madre no le creyera y la echara de su casa “por puta”. Se la “entregó” a su padre para que se hiciera cargo.
Marisol dice que siempre le pedía a su mamá que la acompañara a la escuela, pero ella no quería. Un día, cuando regresaba de estudiar la agarraron por atrás y se la llevaron tres hombres; eso es lo único que recuerda. Volvió a su hogar un día y medio después y se encontró con la furia y las acusaciones de su madre. Su padre la llevó a la fiscalía, donde el examen forense determinó que había sido violada.
Luego empezó a trabajar en la vía pública como prostituta siendo una niña de 12 o 13 años, “por necesidad”. Ya a los 14 había parido a su primer hijo. “Estaba de menos, pero seguí para adelante, seguí trabajando en la noche. Me maltrataron, me agredieron y me violentaron mucho”. A los 16 tuvo a su segundo hijo, su padre fue asesinado y ella quedó sola. Se acostumbró a tres cosas que asumió con absoluta claridad: la abrumadora soledad, la adolescencia perdida y la realidad de “la noche” como su único sustento económico. Al alcanzar la mayoría de edad ya era madre de tres hijos.
Un ruido similar a una alarma de celular sonó de repente. Era la tobillera, que debía recargar rápidamente porque se estaba por apagar, así que la enchufó con un transformador. Tiene medidas restrictivas contra su ex pareja. Él la golpeaba y la maltrataba, hasta que un día se cansó y lo agredió, contó. “Le desfiguré la cara y le partí la cabeza a golpes”, dijo. “Igual estoy orgullosa de mi fortaleza, porque me defendí de él, enfrenté lo que tenía que enfrentar”, concluyó. Él ya la había tratado de matar dos veces. “Hay muchos hombres que han matado a las parejas en la casa con sus hijos adelante y no les importa, las asesinan con los hijos mirando; yo miro por mis hijos, por eso me defendí, saqué la fuerza de donde no la tenía para hacerlo”.
Sus hijos viven, desde hace años, en el INAU. El Estado se los quitó porque ya no podía mantenerlos, y hasta que no “salgan las viviendas” de la cooperativa en la que está no podrá volver a estar con ellos. Ella los visita y aseguró que están bien y que entienden la situación. “La más grande ya me pidió que no vuelva más con mi pareja”, contó. Marisol hoy forma parte de Otras y lucha junto a sus compañeras para sacar a otras mujeres de la prostitución y para regular las condiciones de las que trabajan actualmente.
Atención en salud
El protocolo del MSP es el trabajo más completo, reciente e inclusivo —tanto por quienes participaron en su redacción como por abordar el problema desde una perspectiva de género— que se elaboró desde la aprobación de la ley en 2002. Si bien pretende ser un protocolo, delimita y define el trabajo sexual. Desde una perspectiva interseccional, plantea que en los cuerpos de las trabajadoras sexuales conviven diferentes características identitarias, como “la edad, características sexuales, identidad de género, etnia, orientación sexual, situación socioeconómica, lugar de residencia, condición de migrante, estado serológico de VIH, entre otras”.
También afirma que con frecuencia las trabajadoras sexuales son personas que provienen de “segmentos sociales de gran exclusión”, y que han tenido sus primeras experiencias sexuales a temprana edad y en muchas oportunidades de forma traumática. El trabajo apunta a que estas características de vulnerabilidad aumentan la exposición a situaciones de violencia y el consumo de sustancias adictivas. Es común, por ejemplo, que en las whiskerías los dueños hagan que las trabajadoras sexuales pidan a los clientes que las inviten a tomar “una copa” para mayor gasto en el local, lo que les genera a ellas problemas de alcoholismo. Eso mismo ya fue señalado por Yvette Trochón en su trabajo sobre la prostitución, cuando se refería a que las trabajadoras sexuales “coperas” tienen un “hígado de hierro”. Otros problemas que enfrentan son la falta de documentación, el riesgo de la trata y la explotación sexual en las fronteras, que en última instancia ponen en peligro sus propias vidas.
El gobierno anterior se propuso abordar el reclamo de Otras acerca de la necesidad de evitar que se asocie a las trabajadoras sexuales exclusivamente con infecciones de transmisión sexual. El protocolo recomienda que el seguimiento de las trabajadoras sea realizado por un médico de referencia, preferentemente de medicina familiar y comunitaria, en coordinación con un equipo interdisciplinario que deberá estar integrado por un trabajador social y por personal de enfermería. Fija además la entrega de 144 preservativos por mes, aunque las trabajadoras sexuales pueden solicitar más y el servicio de salud debe entregarlos. Varias trabajadoras sexuales presentes en el seminario organizado por Otras señalaron que las policlínicas de la Administración de los Servicios de Salud del Estado no cumplen con ese requisito. Generalmente “dicen que no tienen”, aseguró una de las participantes en acuerdo con las demás, que han tenido la misma experiencia en el interior del país.
Myriam Olivera, obstetra-partera de Trinidad, Flores, asistió al seminario con las trabajadoras sexuales en la sede del PIT-CNT. Allí contó, en nombre del equipo de trabajo de la policlínica de medicina familiar y comunitaria en que se desempeña, los avances que han tenido en la promoción de una salud integral desde hace un lustro. Olivera mostró en su laptop la fotografía de una mujer acostada en una camilla de la policlínica amamantando. “Muchas veces las trabajadoras sexuales vienen con sus hijos pequeños y dan teta en la consulta, porque es el único espacio en que tienen tranquilidad para estar con sus bebés”, dijo.
Olivera contó que personas afines al “cambio de modelo de salud” se juntaron y comenzaron a brindar una atención integral, y así resolvieron integrar a las trabajadoras sexuales y al colectivo de diversidad sexual, grupos que “han sido vulneradísimos”. Se integraron en la capilla de una iglesia y después se expandieron, porque tuvieron un aumento exponencial de usuarios.
Hoy atienden a una población de 121 trabajadoras sexuales, 36 más que el año anterior. De ellas, 87 usuarias han tenido más de tres controles en la policlínica, por lo que se las considera parte de la población “estable”. El año anterior habían sido 36, mientras que la “población flotante”, que ha tenido uno o dos controles, es de 34. Las usuarias viajan desde localidades distantes para atenderse en ese servicio; las hay de Paysandú, Salto y Tacuarembó. “En el contexto de la instalación de la planta de celulosa, nos estamos preparando para recibir a una mayor población, porque va a suceder, no hay otra”, señaló Olivera. Es común que en las grandes obras de la construcción haya un aumento de la prostitución.
La población que atienden tiene entre 18 y 55 años. De esas mujeres, 20 son del departamento y 67, de zonas de influencia. Una de las innovaciones que llevaron adelante es el PAP anal para las mujeres trans, que según Olivera “tiene el mismo nivel de prevención con respecto a las patologías que se pueden presentar que el PAP de cuello de útero”. La partera destacó que el ano es también un órgano sexual. Dijo que la razón de que haya tenido tanto éxito la forma de atención que brindan es que las usuarias vieron en su equipo “una apertura que no es común, aun en los sistemas de salud”, y señaló: “Tenemos que aceptar que tenemos graves falencias con respecto al tratamiento de los derechos de las personas”.
Ella y su equipo se acercaron a los barrios, con la concepción de que la salud debe llegar a las personas y no al revés. “Dicen que somos modelo. En realidad, somos un servicio de salud prestado como se debe”, afirmó Olivera, y contó orgullosa que en la policlínica tienen una bandera de la diversidad colgada en la ventana. “Fuimos tan osados que la colgamos en la capillita, pero fue retirada”.
Ahora, Otras
La organización de las trabajadoras sexuales en espacios de contención donde puedan reclamar y luchar por sus derechos ha sido dificultosa y muchas veces inconstante. La Amepu fue una organización sindical de trabajadoras sexuales que se formó a la salida de la dictadura, en 1986. Fue la fuerza principal que empujó la concreción de la Ley 17.515, que dejó de criminalizar la prostitución con el propósito de legalizar y regular el trabajo sexual. Pero en 2015 la asociación se desintegró, en medio de denuncias de corrupción a la presidenta y la vicepresidenta por la venta de terrenos para personas con VIH y de cajas de condones.
Hace poco más de dos años fue fundada Otras, que canaliza las demandas de las trabajadoras sexuales. Su presidenta, Karina Núñez, es quien lleva la batuta y se mueve por las demás, para organizar y para conectar con el mundo académico, que siempre “habla de ellas sin ellas”, sostiene.
Además de buscar las modificaciones que creen necesarias en la ley, a menudo desarrollan estrategias de solidaridad frente a problemas comunes. En medio de la crisis sanitaria por la pandemia de covid-19, les fue asignada una sala en el PIT-CNT donde despliegan la ayuda para los cientos de trabajadoras sexuales que se quedaron sin ningún tipo de ingreso de un día para el otro, la mayoría de ellas con hijos que mantener.
Tamara García, militante feminista y parte de la mesa representativa del PIT-CNT por la Comisión de Jóvenes, señala que Otras es una organización civil, no un sindicato, y que tiene un vínculo cercano con la central para reformar la ley. Conformar una organización sindical “es la idea para el futuro”, pero es “muy difícil” porque “las redes de trata y de prostitución son muy poderosas, y cuando se ha avanzado en la organización sindical se han recibido amenazas de muerte”. La presidenta de Otras señala que la organización sindical es compleja porque muchas veces “se busca el beneficio personal y cuando hay que estar para las otras nadie puede”.
La Clínica
Por fuera La Clínica parece una casa corriente, pero adentro, el tintineo de las campanillas encima de la puerta y una luz cansina sugieren casi inmediatamente que allí se ejerce la prostitución. Hay música a un volumen moderado, una barra y tres habitaciones con camas. La encargada es la primera en aparecer, apenas las campanas anuncian a un cliente. Mónica es una mujer servicial y amable, físicamente corpulenta y muy maquillada. Sus pequeños ojos están enmarcados por una fina línea de delineador a la altura de las cejas. Antes de ser encargada, también fue trabajadora sexual.
Fui conducida a la cocina. En la pared junto a la mesa había pintadas imágenes de Winnie the Pooh, Tiger, Mickey Mouse y otros personajes animados infantiles. El rincón de descanso se asemejaba a un puente que conectaba con la infancia y que contrastaba con la entrada y el lugar en general. Sentada en un banco largo de madera, mirando tele sin mirar, estaba medio desnuda Marilyn, una mujer con cara bonachona.
Marilyn es una joven migrante oriunda de República Dominicana. Además de trabajadora sexual, es empleada en una empresa de limpieza. También es madre de tres hijos. Llegó sola a Uruguay en 2013, dos meses después de parir al tercero. Los primeros meses fueron duros y angustiantes. “Fue espantoso para mí. Imagínate que me chorreaba la leche de los pechos, me dolían mucho, lloraba. Yo a veces digo que la leche se me mezclaba con las lágrimas. Lloré desde que me subí al avión hasta llegar, y los primeros días lloraba todo el día; extrañaba mucho a mis hijos y me sentía sola”, recordó. Llegó a Uruguay porque tenía muchas conocidas jóvenes que le aseguraron que aquí habían hallado trabajo, salud y educación gratuita y de calidad. Marilyn quería asegurarles a sus hijos y su mamá un futuro “sin necesidades”. Con estos objetivos en mente juntó coraje, dejó a sus hijos con su madre y se tomó un avión.
Cuando llegó a Uruguay creyó que iba a poder viajar, traer a toda su familia de allá y vivir cómodamente. Pero no fue así. Consiguió un trabajo en una empresa tercerizada de limpieza y con el dinero que ganaba apenas le daba para vivir. “Después de dos años no aguanté más y me fui a ver a mis hijos, al final gasté toda la plata que había ahorrado en volver a visitar a mi familia; no podía trabajar aquí, sola, para luego gastarme todo el dinero en una sola visita”, explicó.
Cuando regresó de República Dominicana lo hizo con una idea en mente: traer a sus hijos y a su madre a vivir con ella aquí costara lo que costara. Ya conocía a otras compatriotas que habían tenido que recurrir al trabajo sexual para complementar otros ingresos. “Conversé con una amiga y me trajo aquí [a La Clínica]. Me tratan súper bien y no hago nada que no quiera. Con los dos trabajos logré traer a mi familia, y la semana pasada me mudé a una casa con tres habitaciones. Mis hijos van a la escuela y van a tener un futuro mejor que el mío”, dijo Marilyn con una sonrisa de labios apretados bajando un poco la cabeza para disimular su felicidad. “Mis hijos son mi vida, lo que me impulsa a seguir adelante”, confesó.
Sin embargo, su familia no sabe de su segundo trabajo, que es un secreto. “Yo creo que en el fondo mi madre lo sospecha y calla, tan tonta no es. Mis hijos no lo saben, pero una vez mi hija casi abre el bolso donde tenía mi ropa de trabajo. Creí que me daba un infarto”, recordó.
Suena la campanilla, hay un cliente en la puerta, las chicas se presentan y una es elegida. Como dirá después Mónica, “hay de todo en la prostitución”. Hay clientes frecuentes con servicios frecuentes, como un hombre que sólo va los domingos por “un oral” porque, presumen, a su esposa no le gusta hacérselo. Van muchachos del interior “que estudian y trabajan y no tienen tiempo para tener novia”, y otros “que vienen de a muchos a festejar acontecimientos importantes”. Todas estas cosas me las explicó Mónica mientras me servía un whisky y Marilyn “se ocupaba” de un cliente.
Llegó al local Claudia, una mujer joven y enérgica. Abrió su locker y se quejó de que no tenía condones para trabajar. Mónica le prestó. La ropa de trabajo de la trabajadora sexual es como un disfraz, o “como cualquier uniforme de trabajo”, dijo Claudia mientras se planchaba el pelo y se maquillaba en el baño. Marilyn volvió 15 minutos después. “¿Ya volviste?”, le pregunté; en mi imaginación un cliente pagaría por una hora de servicio, quizás media hora, pero ¿15 minutos? “Es el tiempo normal, ¡algunos demoran menos todavía, nena!”, señaló Mónica mientras las demás asentían.
Claudia tiene un hijo chico. Eligió el trabajo sexual para mantener “el nivel de vida que tenía”, ya que salió durante un tiempo con un jugador de fútbol, que es el padre de su hijo. Sin embargo, “él no me pasa un peso”, dijo. “Tengo que mantener a mi hijo y bancarme, y en esto se gana bien”, argumentó. Claudia contó que una vez, luego de un partido de fútbol del cuadro de su ex, todos los jugadores fueron a la whiskería donde ella trabajaba a festejar. Muchos ya la conocían y se sorprendieron al encontrarla allí. “Estoy acá porque el padre de mi hijo no me pasa la mensualidad y me gano la vida como puedo”, dijo que les contó. Aseguró que no tiene nada que esconder. Sus familiares saben de su trabajo y no le importa lo que piensen al respecto.
Ese día me fui de La Clínica con la promesa de volver en unos días. Regresé dos años después. No todos están preparados para ese choque con lo que no quiere ser visto ni espera ser contado, pero que secretamente se fomenta.
Oculto y a la vista
Entre leyes, proyectos, sindicatos desarmados y organizaciones que surgen y se pierden, el trabajo sexual se ubica entre lo indecible para una parte de la sociedad y sus trabajadoras, que buscan la reivindicación de sus derechos, vulnerados tanto como personas como desde el punto de vista laboral.
Es la discusión no saldada de los feminismos, de los gobiernos y de la sociedad. Y aun así, también, el permanente silencio, el estigma, la cotidianidad y el cliente que abre la puerta, suena la campanita y, en fila, se colocan las muchachas para que elija a quién quiere coger y cómo.
Entre “la naturaleza” que hace machos a los machos y putas a las putas. Entre quienes las ven como un cuerpo que si no es controlado sanitariamente puede esparcir su peste venérea por todas partes. Entre problemas de clase, género, trata, narcotráfico, pornografía, abuso y explotación de menores.
Unos creen que la prostitución debería prohibirse, abolirse o regularse. Para algunas es la peor miseria y para otras, el comercio del servicio sexual es empoderador y es también una decisión personal. Entre esas visiones se mueven un negocio que explota sexualmente a las mujeres y un Estado que debe regular una actividad compleja que muchas veces bordea lo criminal.
Silenciado, por omisión o intencionalmente, el tema parece incomodar o no merecer atención. Cada tanto una trabajadora sexual es noticia. Un femicidio, una trasgresión, un hijo muerto; casi nunca se habla de ellas en la prensa como grupo. Sólo como situaciones individuales que emergen cada tanto. La información que existe sobre las trabajadoras sexuales como grupo social es escasa e imprecisa.
De regreso
Cuando volví a La Clínica habían borrado las imágenes infantiles. Ahora había una musa sexual con los pechos libres parados y un cartel que decía “La Clínica”. Allí debía estar Katia, una mujer dominicana y analfabeta que tiene un hijo con discapacidad intelectual y problemas neurológicos, pero no fue a trabajar ese día porque estaba internada con su niño grave en el hospital Pereira Rossell.
En su lugar de trabajo estaban Caty y Valeria, sentadas en la cocina fumando. Caty es una veterana flaca con la voz ronca y el pelo teñido de amarillo. Ingresó al trabajo sexual la última vez que estuvo desempleada, hace ya cuatro años. “No se consigue trabajo después de los 40 sin estudios”, dijo. Decidió decirles a sus cuatro hijos más grandes de qué trabaja porque prefiere que se enteren por ella y no por personas que hayan visitado el local. Dijo que por el lugar pasa gente conocida de su barrio, que es el mismo que el de la encargada. De todas formas, no le importa que la juzguen: “Nadie me golpea la puerta para ofrecerme ayuda o un plato de comida. Los únicos que pueden juzgarme son mis hijos, y ellos no lo hacen porque saben que lo hago por la familia”, señaló.
Caty tiene seis hijos y una madre con Alzheimer a la que debe cuidar. Tuvo sus cuatro primeros hijos dentro del matrimonio, pero cuando decidió separarse, hace ya 20 años, él la dejó y no se hizo cargo de ellos. Lo mismo sucedió con los papás de los dos que nacieron después. “Imaginate si me puede llegar a importar que me juzguen. Tengo que llevar plata a mi casa sí o sí, no hay otra”, dijo Caty zarandeando un pucho.
Su hija de 20 años la ayuda con los hermanos pequeños, si no tendría que contratar a una cuidadora y no le daría el dinero. Además, si bien el trabajo es fijo, el sueldo no lo es. Hay días buenos, malos y peores, en los que debe irse a su casa con las manos vacías. Dice que no le gusta su trabajo, tener que, “de vieja, acostarme con cualquier tipo, negociar un precio”, pero sus hijos son su “todo”, su “motor”.
Valeria es una mujer alegre y simple, con el pelo negro largo y lacio recogido en una cola de caballo y un escote victoriano. Tiene cuatro hijos. Todos en su familia saben de qué trabaja y tampoco le importa lo que piensen. Su máxima (que repite como un mantra): “Nadie me da nada y yo no pido nada a nadie”. Si bien trabaja como prostituta desde los 19 años, ha tenido otros trabajos. Cuando queda desempleada, vuelve. “No me puedo quedar en mi casa tomando mate sabiendo que puedo hacer dinero. Antes de andar por ahí cogiendo con uno y cogiendo con otro gratuitamente, prefiero cobrarles, que los niños coman”.
“Este trabajo no es fácil, como piensa la gente; la plata es rápida, pero de fácil no tiene nada”, expresó Valeria. “Acá de repente viene un tipo y no te toca, pero te paga una hora para que lo escuches, para hacer de psicóloga. Prefiero que me toque y sacarlo rápido que estar una hora ahí adentro con el tipo comiéndote el cerebro”, dice. “Además, después hay otros que te dicen cosas que no te podés imaginar; te dan ganas de romperles la cabeza”, reconoció Caty. Valeria aseguró que a veces llegan “hombres fantaseando hasta con sus propias hijas”, que les dicen “hacete la nena”, y les cuentan por qué tienen esas fantasías.
Las trabajadoras sexuales insisten en separar su trabajo de su vida personal, como si se tratara de dos mujeres diferentes y antagónicas. “Si nos ves antes de llegar acá te querés morir, no nos reconocés”, dice Valeria. Para ella, llegar a la whiskería es como ir a una fábrica. “Vas al vestuario a cambiarte y te ponés el uniforme. En las fábricas de comida te ponés la cofia y un delantal, acá me produzco y me maquillo”, continúa. Aclara que en la calle no anda “maquillada ni ahí”, pero al llegar dijo: “Me voy a tratar de disfrazar lo más posible de mujer”. Se ríe. Sin saberlo, refuerza el estereotipo de que las mujeres que se maquillan y se “producen” son putas, mientras que las sobrias y sencillas son las madres, las mujeres buenas de hogar. No pueden ser esas dos mujeres a la vez: “Acá adentro somos prostitutas, afuera somos mujeres normales”, remató Caty.
Sin embargo las fronteras se desdibujan, no en relación con las expectativas personales, sino en lo que tiene que ver con los hombres. Caty asegura que la mujer de antes ya no es el ideal social. “Hoy ya no está la madre en la casa con los nenes y el papá laburando, la sociedad no la ve así a la mujer, es común encontrar muchas madres solas, Uruguay está lleno de madres solteras”, dijo. “Nosotras podemos hacer todo solas igual, aunque estemos hasta las cinco de la madrugada acá, no los necesitamos”, agregó.
Trabajo sexual y maternidad
Las trabajadoras sexuales revelan con sus palabras la importancia sustantiva que tienen los hijos y sus procesos de gestación y aborto en su experiencia vital. En algunos casos los hijos son la premisa que motiva la elección de la prostitución como un trabajo redituable para ejercer sus maternidades en soledad. Muchas veces mantienen, en soledad, a un núcleo familiar numeroso.
Algunas fueron violadas cuando eran niñas y tuvieron que enfrentar maternidades adolescentes prostituidas y solitarias. Otras fueron madres como consecuencia de su trabajo. El signo común es la marginalidad, el abandono y la vulnerabilidad de ejercer la maternidad en un oficio violento y expuesto, despreciado pero requerido, sin derechos laborales y bajo el estigma social.
Ocho trabajadoras sexuales consultadas señalaron el factor económico como elemento definitorio de la elección del trabajo sexual, y todas dijeron que mantener a sus hijos fue una de las razones. También, que si pudieran trabajar en otra cosa lo harían. Comenzaron en el trabajo sexual por “necesidad”, porque no conseguían trabajo y tenían que darles de comer a sus hijos, por “el dinero y el bienestar de la familia”.
¿Qué piensan sus hijos de su trabajo? “No están de acuerdo, no quieren que se sepa en mi localidad que soy trabajadora sexual”, contó una de ellas. “Piensan que soy una batalladora y que lo hago para que tengan un futuro mejor”, “que soy una luchadora”, dijeron otras.
Además, expresan una tensión en el vínculo entre ser madres y trabajadoras sexuales: “Siempre la luché por mis hijos para que salieran adelante; de día mamá y de noche tacones, minifalda y pintura”. “A pesar de ser trabajadora sexual podemos cumplir al pie de la letra con el rol de ser mamá, porque simplemente somos mamás, como la cocinera, la doctora, la maestra”. “Fue difícil, porque pasé muchas cosas y me privé muchas veces de estar con ellos para dejarlos con otras personas para darles sustento”. “A mí ser mamá y trabajadora no me afecta en mi relación con mis hijos, el amor es el mismo en la familia”. “Fue muy difícil porque los tenía que dejar con cuidadora cuando iba a trabajar a Buenos Aires. A mi hijo lo crio la abuela. Mi madre me cuestionaba, pero me apoyó siempre”.
Vivir sublevada
Karina Núñez atravesaba un tratamiento oncológico por cáncer de cuello de útero. Como es trabajadora sexual, estaba desempleada a causa de la enfermedad. Incluso así, insistió en pagar el desayuno que compartimos y no aceptó dinero por su libro El ser detrás de una vagina productiva. Karina es una mujer robusta y cálida, luce el cabello rubio oxigenado y dice muchas malas palabras sin ningún tipo de reparo. Nos acomodamos en una mesa de un McDonald’s y allí comenzó a contar su historia. Ella es conocida en Uruguay por luchar para sacar a las mujeres de la prostitución (en especial de las garras del proxenetismo) y por conquistar mayores niveles de organización y mejores condiciones laborales entre las trabajadoras sexuales cis y trans.
Nació en Young, Río Negro. A los 12 años obtuvo un regalo a cambio de su cuerpo, y recibió una paliza de su madre, quien no le creyó. A los 17 tuvo su primera penetración y recién a los 26 obtuvo la libreta de trabajadora sexual. Desde los 17 hasta los 26 no usó anticonceptivos, por lo que tuvo que practicarse múltiples abortos. “Yo tenía la ventaja de que le hacía los abortos a mi mamá, ya sabía cómo era”, explica. Dentro de su árbol genealógico hubo mujeres esclavas africanas, a las que adjudica el conocimiento “sobre cómo hacer para no tener hijos de los amos”, que pasó de generación en generación, dice.
Su padre sacó a su madre de las manos de un proxeneta, se casó con ella y la adoptó como hija. Karina siente una gran admiración por él y cree que no existen otros hombres así. Como era comunista, durante la dictadura cívico-militar fue preso político en el Penal de Libertad, y debido a que su madre había sido prostituta la familia de él “no la quiso”. De forma que la mamá de Karina comenzó a hacer “lo mismo que había hecho desde los nueve años hasta casarse con él”, quien, dentro de la cárcel, no lo sabía.
“Mi padre es un grande. Me dio los preceptos de lucha de clases que tengo, si no fuera por él yo sería una simple prostituta”, dijo. “Después de tomar conciencia ya no fui una puta normal, ya no serví para sumisa. Cuando vos te apropiás de tu dignidad y decidís dibujártela es el mayor acto político que podés hacer. Pero llegar a visibilizarte como persona… ese es el proceso difícil, porque por lo general las mujeres pobres estamos hechas para servir, no para sublevarnos”, afirma.
Karina tiene siete hijos. El más grande tiene 25 años y los más chicos, 15. Aunque reconoce que “criar gurises en el interior es más fácil”, compatibilizar su trabajo con la maternidad ha sido arduo. Todos sus embarazos los cursó como trabajadora sexual. “Embarazada fue cuando mejor trabajé, porque la temperatura corporal de la mujer aumenta, porque el morbo del varón se enerva más cuando estás embarazada. Además, tienen esa conducta paternalista de darte plata para los pañales, te dejan propina”. Estando embarazada de una de sus hijas, trabajó en la calle. Un día, cuando terminó de atender a un cliente en un camión se bajó del vehículo y rompió bolsa. “Arranqué para casa, apronté la mochila y me fui para el hospital que queda a una cuadra de mi casa”.
En otra oportunidad, se encontraba trabajando en un “quilombo” de San Gregorio de Polanco con sus dos hijos mellizos de tres meses. El lugar tenía una pieza adelante donde dormía con los bebés; había dos camas, una para ella y otra para sus hijos. “Un día estaba en la pieza de al lado atendiendo a un cliente y se largaron a llorar los dos niños. Entonces lo hago levantarse y le digo: ‘Están llorando los gurises’. Hice que se vistiera, fui con ellos, luego pasé y le dije: ‘Tomá, sujetalos que voy a prepararles la mema’. Dejé la puerta abierta y las compañeras pasaban y se mataban de la risa: él estaba así, con un bebé en cada brazo. Le tocó hacer de niñero-cliente. Traje la mema y yo le daba a uno y él a otro”.
Una de sus hijas durmió, hasta que cumplió un año, “en un cajón de bananas adaptado a una caja de galletas Famosa”. “La poníamos arriba de la mesa del comedor del quilombo y todas andábamos en la vuelta con ella”, recuerda. Sin embargo, no trabajó con sus hijos dentro de las whiskerías durante mucho tiempo, para no exponerlos. Entre las mujeres jóvenes le pagaban a la más vieja para que cuidara a los niños en la noche. “Era la forma que tenía de hacerme cargo y no cagarles la vida como me la cagaron a mí. No quería tenerlos a mi lado para que no normalizaran lo que yo normalicé y no se criaran en los espacios donde yo me crie”. Está orgullosa de que ninguna de sus hijas sea trabajadora sexual y de que una de ellas haya ganado las olimpíadas de física y química en el liceo. Será la primera mujer de su familia en estudiar en la universidad.
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“Para la sociedad esta de mierda vos tenés que parir, criar de acuerdo a sus normas, y no podés salirte de ese molde. Yo asumí la maternidad y me hice cargo en la medida de mis posibilidades, con muchísima ayuda de parte de otras mujeres, para construir una nueva forma de ser mamá que no implicara tener que andar de tiro en la whiskería con los hijos”, sentencia Karina. Sus hijos nunca la vieron durmiendo con un hombre en su casa ni con un cliente, afirma; nunca los llevó a conocer a compañeras suyas de trabajo, y no permite que nadie hable de trabajo sexual en su casa.
Karina toma el celular y busca fotos de sus hijos. De a poco surgen historias dolorosas de su maternidad, como cuando tuvo que cambiar a su hija de escuela porque los compañeros la molestaban diciendo que su mamá era puta. También recordó que en uno de sus embarazos se cortó las venas. Buscaba suicidarse porque no quería volver a ser madre. Hoy ese hijo que esperaba padece consumo problemático de sustancias. Para Karina, está pagando las consecuencias de lo que ella sintió cuando estaba embarazada de él.
Su madre la echó de la casa por quedar embarazada de su tercer hijo, aunque Karina con su trabajo la mantenía a ella, a sus hijos y a sus hermanas, en total, un núcleo familiar de diez personas.
Una vez, se fue a trabajar todo un fin de semana con un objetivo en mente: comprarle una bicicleta a su hijo. Cuando se marchaba tuvo una pelea con su hermana y ella le gritó cosas horribles relativas a su oficio frente a su hijo. Cuando volvió, días después, con la bicicleta, su hijo de nueve años le contestó: “No me saludes porque a las putas no las quiere nadie, yo tampoco”. “Mi mundo se vino abajo, me dolía todo el cuerpo de la cantidad de servicios sexuales que había tenido que hacer para comprar esa maldita bicicleta, pensando que iba a poder ver la cara de felicidad de mi hijo... Yo nunca había podido tener una bicicleta, la única que tuve me la regaló mi papá a los 15 años y a los tres días me la vendió mamá para comprar vino”, recuerda.
“Yo creo que cada cual gestiona su dignidad como quiere, a mí me parece mucho más digno andar chupando pija que limpiándole la mugre a un rico”, sentencia. A los costados de la mesa del McDonald’s los comensales la escuchan callados, y se quedan más rato de la cuenta oyendo sus anécdotas de trabajadora sexual sin que ella lo note en absoluto. Saca una agenda del bolso y me muestra un poema que escribió:
Amo con la misma intensidad que lucho
Odio con la misma intensidad que estornudo
Recuerdo con la misma intensidad
que mis cicatrices se desvanecen.