Hace diez años, cuando se cumplían tres décadas del plebiscito de 1980, les pedimos a varios intelectuales que realizaran un esfuerzo de imaginación: pensar qué habría pasado si la reforma constitucional propuesta por la dictadura militar hubiera sido aprobada por la ciudadanía.

Una década después, lo escrito por los historiadores Carlos Demasi, Aldo Marchesi y José Rilla, y por el escritor Roberto Appratto sigue hablando del pasado y del presente de Uruguay, aunque no de la misma manera. El rescate de sus ensayos, publicados en 2010 en la edición de fin de año de la diaria, y que autorizaron reproducir aquí, se vuelve no sólo un ejercicio de historia contrafáctica o de especulación, sino también una recalibración de nuestros horizontes políticos actuales.

Appratto cuestionaba en 2010 la noción misma de derrota del proyecto autoritario, y llegaba a conclusiones que hoy se vuelven aún más inquietantes que hace una década.


Si el 30 de noviembre de 1980 hubiera ganado el Sí, sin duda, el panorama habría sido distinto, fatalmente distinto. Los militares, y todo lo que venía con los militares desde el lado civil, se habrían perpetuado legalmente, como en Chile, por algunos años más. Especular cuántos es inútil: la cuestión es que no habrían vuelto los exiliados cuando volvieron, no habría habido actividad política ni gremial ni sindical, ni canto popular, ni la 30, ni el obelisco el 27 de noviembre de 1983. Por algún tiempo, al menos, los militares habrían gozado de una impunidad sin límites. No habrían salido el 1º de marzo de 1985 los presos políticos, porque no habría habido debates televisivos al respecto, ni pacto del Club Naval, ni desproscripciones, ni nada que no fuera estrictamente clandestino, tal como lo fue hasta entonces: el aire de derrota se habría extendido hasta lo inverosímil sobre toda la gente de izquierda, se habría prolongado la “propiedad” de los militares sobre Artigas, sobre la tradición, sobre el ser nacional.

Tal vez habría habido Mundialito, pero sin interés compensatorio, como un festejo. Lo que sí ocurrió, el aire inverso, de victoria después del No, de reconquista de un terreno, de redefinición de lo nacional y de la cultura y de la actividad política, gremial y periodística, habría quedado muy lejos en el imaginario colectivo. Eso (los militares, la derecha, la tortura, la proscripción, las destituciones en todos los órdenes) se habría convertido en la única realidad, una realidad oscura, sin participación de nadie: al haber votado el Sí, la ciudadanía habría dado su aval a una forma de ser.

Ahora bien: esa forma de ser, de derecha, de privilegio del ascenso económico y social, del individualismo sobre todas las cosas, de desprestigio de la cultura, de la tabula rasa para marcar la media intelectual que abasteciera al mercado como único medio de vida, y eso es lo que marca esta reflexión, quedó entre nosotros, permeó la izquierda, convirtió en locura todo reclamo de otra cosa en nombre de la izquierda “de antes del golpe”. ¿El mundo cambió? ¿Las cosas ya no son lo que eran? ¿Y cómo eran? ¿Y cómo son?

Que la prolongación demoníaca de la dictadura, a poco que uno la piense, se despoje del miedo a lo impensable (la postergación de la restauración democrática, con todo lo que ello implica) realmente ocurrió en algún lugar del inconsciente colectivo. Como si no se pudiera, efectivamente, pensar fuera del marco que la dictadura ofreció para propiciar libertades: toda reivindicación, todo esfuerzo expresivo, toda iniciativa que en última instancia tuviera repercusiones políticas no pudo sacarse de la confrontación con lo que “hasta ese momento” se permitía; como si se les estuviera sacando una tajada a los militares, pero ante su mirada de “permiso”.

La salida, entonces, no fue sana, y no porque yo proponga la prolongación ni considere bueno el Sí ni porque quisiera que siguieran los militares; no fue sana, y lo digo en nombre de la izquierda que ya había votado y que seguí votando, y que siguió inspirando cada uno de mis actos y mis deseos, porque se creó un aura de triunfo que auspició la vuelta a la democracia sin autocrítica: como si siempre hubiera estado todo bien. Las tonterías triunfalistas, la hemorragia lírica, la mitificación de la resistencia, la falta de criterio para distinguir lo que convenía de lo que no convenía, la falta de criterio en general para casi todo se arrastró generación tras generación hasta dejar lugar a quienes no les importaba nada cómo se había salido y, en aras de la realidad nueva, dieron lugar al mercado y al esfuerzo individual, y, lo que es peor, siguen diciendo que lo hacen (por qué no) en nombre, también, de la izquierda.

Se salió mal, no a destiempo; mal, amparados por la derecha, por Tarigo, por Sanguinetti, por Lacalle, por el juicio despectivo de Wilson Ferreira ante el Club Naval, simplemente por el gusto de estar otra vez en un comité de base. O sea: la prolongación, de hecho, ocurrió, y buena parte de nosotros, la gente de izquierda, sigue todavía en pie y en desacuerdo con la cabeza general que le quedó a Uruguay después de eso. No nos pudimos, todavía, sacar la dictadura de encima.