Allí donde actualmente existe una ciudad, en cualquier parte del mundo, antes hubo un monte, una pradera, una laguna. Un territorio silvestre, un ecosistema natural.
Tendemos a pensar que el establecimiento de una ciudad es el fin del ecosistema. Sin embargo, con la ciudad surge un nuevo ambiente, con una mezcla de elementos naturales y humanos.
Para la fauna, los edificios, las fábricas, las cañerías pueden ser nuevos lugares para habitar. Surgen también fuentes de alimento de origen humano: migas en la vereda, restos de fruta en la basura.
Hay especies animales que se adaptan a las condiciones urbanas. Esto supone ciertos cambios en el comportamiento. Algunos pájaros adelantan la hora de empezar a cantar, influenciados por la luz artificial, y otros tienen un período reproductivo más largo, facilitado por la abundancia de comida humana disponible. Muchas especies que en un monte no aceptarían la presencia de un nido a menos de 20 o 30 metros del suyo se vuelven más tolerantes para compartir el espacio limitado de parques y plazas.
Claro que hay especies que pueden vivir en ciudades y otras que no. No vamos a ver a un gato montés en el Centro de Montevideo. Pero esto también genera ventajas a ciertas especies, como las aves, porque disminuye la presencia de potenciales predadores.
En la ciudad, si se sabe buscar, podemos encontrar aves de todo tipo, ranas, sapos, tortugas, culebras, escorpiones y hasta comadrejas.
No sólo hay animales autóctonos. La ciudad recibe a inmigrantes de todo el mundo. Hay gorriones del norte de África y zonas de Europa, y los caracoles que vemos en los jardines los trajeron viajeros europeos para usarlos como alimento, pero nunca fueron incorporados al menú. Hay lagartijas africanas, ratas de Noruega y escorpiones de Francia. Estos tienen que interactuar con las especies nativas que han logrado de a poco establecerse entre ladrillos y cemento.
Así como hay un cruce de fauna locataria y visitante, lo mismo pasa con la flora. Los jardines están llenos de magnolias, jazmines y malvones. En las veredas hay álamos, plátanos y palmeras españolas. Pero, en tanto estamos en un ambiente modificado por la mano humana, lo mejor es tener un balance y saber que hay ventajas en tener una flora mestiza y con especies que vienen de todas partes.
Los hibiscos, por ejemplo, ayudan a alimentar a colibríes e insectos en meses en que gran parte de las plantas autóctonas no tiene flores. Entonces, es bueno que al elegir plantas y árboles, ya sea para nuestras casas o para espacios públicos, se tomen en cuenta elementos biológicos y no sólo decorativos. Especies que aportan alimento, como pitangas, guayabos o mburucuyás, son siempre bienvenidas.
La fauna se concentra sobre todo en los parques, que tienen más presencia vegetal. Pero también en pleno centro de la ciudad se pueden encontrar, incluso rodeados de cemento, caranchos posados en antenas satelitales, halcones que anidan en pisos altos de edificios y teros que cuidan sus huevos sobre azoteas de casas o edificios bajos. O ratoneras y chingolos que tienen sus nidos en cajas de fusibles.
En la rambla, un gran ecosistema de Montevideo, no es difícil ver garzas y gaviotas buscando comida al borde del mar, y en la franja de arena de la zona de Carrasco, tucu-tucus con sus túneles.
Algunos investigadores y aficionados coinciden en observar que en la última década se han visto en las calles especies que antes eran muy difíciles de encontrar en una ciudad. Naranjeros, celestones y tamborcitos se volvieron más frecuentes, y el número de gavilanes y caranchos también ha aumentado, tal vez acompañando una mayor presencia de palomas, de las que se alimentan.
Lo cierto es que compartimos la ciudad con un gran número de especies animales, y tenemos que buscar la forma de que todos podamos coexistir. Hay especies nocivas que pueden llegar a amenazar nuestra salud, como es el caso de muchos roedores. Pero la gran mayoría de los animales que pueden encontrar su lugar en las calles de la ciudad genera un impacto positivo, y mejora nuestra calidad de vida y nuestra experiencia diaria.
En tanto ambiente modificado y regulado por los humanos, podemos ser la especie consciente, que ordene y planifique el desarrollo urbano de una forma que fomente la vida de diversas especies animales. Que el animal humano pueda convivir en paz con sus primos lejanos silvestres.
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