“Lo voy a decir petulantemente: en los centros no hay más novedad”, sacude Susy Shock, actriz, escritora, cantante y docente argentina. “En los bordes siempre está lo intenso, ahí se vienen gestando los recambios, las discusiones y las novedades”, agita Susy, desde el margen del margen, autodefiniéndose y plantando bandera como una “artista trans sudaca”. Entretanto, en estos meses se despachó con su segundo disco, Traviarca, un álbum que revuelve ritmos folclóricos que incluyen milonga, zamba, chacarera, candombe, murga, chamamé, diabladas, huaynos y vidalas.
De madre tucumana y padre pampeano, Susy, que nació en Buenos Aires pero tuvo una crianza “provinciana”, lleva los ritmos populares en la sangre. Ella es, en esencia, una artista popular. “A mí me gusta el tango más allá de las melodías y los bandoneones”, explica. A los 14 años empezó a acercarse al mundo del tango y sus primeras experiencias en teatro estuvieron atravesadas por ese ritmo. De cantar y repasar a la poetisa Eladia Blázquez, de versionar “La balsa” con guiños tangueros, de enamorarse del tango orillero y prostibulario, de enfundarse para siempre en un espíritu rioplatense.
En “Milonga queer”, uno de los hitazos de su disco, una milonguita del payador Wilson Saliwonczyk, Susy comprime y esboza una mirada trans del arrabal. “Siempre me pregunté dónde estábamos las travas en esa historia. Si el tango nació de lo prostibulario, ahí estábamos nosotras. Me imaginé una secuencia de creación de los piringundines y nosotras ya estábamos ahí. No hay historia del tango sin las travas. Una cosa es que nos nieguen y otra, que no nos sepan leer”.
En estos días de cuarentena, la pandemia de covid-19 no detuvo su producción artística. Se las rebuscó para armar una productora audiovisual y hasta preparó algunas otras canciones que verán la luz en breve. Y también recibió la noticia de su nominación en la categoría mejor álbum conceptual de los Premios Gardel. “Estar nominada ya es un premio, que te reconozcan como uno de los discos más interesantes del año pasado es increíble y se agradece. Y tiene que ver con un cambio cultural: el año pasado le dieron el Gardel de Oro a Marilina Bertoldi, y hacía 20 años que no lo ganaba una mujer”, arremete.
A su vez, Susy anda un poco afligida y algo melancólica por ver a Buenos Aires, su ciudad, detenida y prácticamente sin alma. Los bares sobrevivientes trabajan a media máquina, la gente no transita eufórica, la arquitectura está bella, implacable, quieta. No hay complicidades, ni disputas ni esquinas. Se licúa el misterio de la porteñidad. “No hay un sentido de transitar esta ciudad así. De hecho, el tango no es melodía y danza, es una mirada de la ciudad. Por eso Charly García es tango. Y Fito Páez dice que el tango es una idea que te roza aunque no quieras”, comenta. Y sigue: “Una ciudad con los bares cerrados está muerta”.
Traviarca ya tuvo dos presentaciones en el Teatro Margarita Xirgu y, antes de la pandemia, Susy Shock y parte de la Bandada de Colibríes (Solana Biderman, Caro Bonillo, Carla Morales Ríos, Sole Penales y Horacio Vázquez), la banda que la acompaña, andaban tripeando por el país. Además, durante 2019 vivieron una poderosa gira por Europa en la que se presentaron en Barcelona, Madrid, Bilbao, Lyon y Belfast. “Llegamos a tocar en un festival estallado con 5.000 femineidades”, dice exultante.
A la sazón, robusteciendo su obra, Traviarca ya tiene dos videoclips publicados: “Milonga queer”, protagonizado por Lautaro Delgado y dirigido por Emiliano Romero, y “No oculto”, una poesía adaptada de su libro Poemario trans pirado. “La idea era filmar un videoclip por tema, pero la pandemia lo fue postergando. Después de todo esto retomaremos el hilo. Necesito el lenguaje del cine en mi vida”, expresa.
“Traviarca lleva el nombre de un tema que refiere a [la activista trans argentina] Lohana Berkins y viene a homenajear a todas las sin nombre que son parte de este entramado de reconocimiento y celebración. Lejos de ser bajoneante y triste, es un disco que invita a armar el guiso de la fiesta y el tributo”, Susy dixit.
En tu universo, en tu discurso, en tu propia vida siempre está muy presente el abrazo, la idea del calor y del contacto físico. La pandemia nos alejó de todo eso. ¿Pensás que es un cambio irreversible?
Me resisto a pensar que, si hay algo del mundo que va a cambiar, sea eso, que sea ahí donde realmente vaya a existir el cambio, donde se vaya a poner el acento. Soy una sospechadora de todos estos sistemas. Sé que esto es verdad, que la pandemia existe. Que nos daña, que hay que cuidarse. Pero creo que los cuidados tendrían que ser parte de nosotras. Somos una tribu enorme que viene encontrando lógicas propias de esos cuidados. Nuestras democracias han fallado a la hora de cuidarnos. Incluso, lo veo como un fracaso de la democracia.
¿Cómo ves la situación de los artistas independientes en estos momentos de pandemia?
Siento mucho bajón. Las situaciones son hiper dramáticas en muchos casos. Tenemos que inyectarnos confianza, saber que siempre estuvimos al límite en muchas cosas. Las redes se van a armar de nuevo. Hace poco, varios artistas nos pusimos a gritar en la puerta del Teatro Alvear: “Acá no hay obra”. ¿Por qué? Si hay tele, debería haber teatro. Si hay policía en la calle, tiene que haber teatro. Sería interesante que el Estado construyera políticas para que el teatro esté donde está la gente. El Estado tiene que ser receptor de estas propuestas, de ideas que el cerebro burocrático no puede concebir. En las ferias debería haber artistas que cantaran o leyeran poesías. ¿Cuál es la diferencia del peligro?
¿Pensás que existe una red de contención armada para este “mientras tanto”?
Terminamos volviendo a nuestra propia tribu. Nuevamente hay un discurso heteronormativo que nos cuida. El discurso nos retrocede. Decir “casa” supone que todo el mundo tenga una, y es erróneo suponer que la seguridad está ahí. Esas son construcciones hegemónicas familiares de las que somos expulsadas la mayoría de las personas trans. ¿Estamos seguras en esas paternidades y maternidades? Yo creo en la mirada dinámica y rupturista de todo arte. Hasta hace unas décadas, ante la Organización Mundial de la Salud éramos unas enfermas. Yo necesito tener espíritu crítico y una duda vital. Saber que es con la otra, que la calle es la peligrosa. A mí me sostienen esos bordes, los vínculos; todas nos sostenemos desde ahí. Les digo: “Mucho más que en cualquier OMS, confíen en nuestras redes. Dejen hablar a nuestras redes”.
Tenés una mirada política (en el sentido práctico) de los problemas. ¿Pensaste alguna vez en meterte a trabajar activamente desde ese lugar?
Me han ofrecido cargos. Mi rol es el arte, que intenta ser crítico. Cuando sos funcionario perdés la crítica. Dejás de ser artista y representás a un Estado que es disfuncional y desigual, y que tiene una estructura sistematizada alejada de lo creativo. Nada de eso me interesa. Me parece un riesgo. ¡Ni en pedo! Todo conlleva una burocratización, eso me tritura. Siento que fluyo más en otra discusión. Incluso estando en agrupaciones les digo que no: no es que sea vaga, siento que hay algo que pierdo cuando me sumo a esos lugares. En el llano, percibo y tejo. Las jerarquías hacen que te corras y pierdas el eje. Cuando estuve en cuestiones políticas fue cuando más me costó dormir. No soy de rosca política, no tengo esa construcción. Ahí es donde pierdo. Tengo un lugar en el que me siento segura, firme y con posibilidad de ese abrazo, pero no es lo partidario ni lo funcionario.
En los últimos tiempos, a raíz de las escaladas de la violencia social, del aumento de los femicidios y los travesticidios, de la irrupción del movimiento Black Lives Matter en respuesta al asesinato de George Floyd, de cierto rumbo político volviéndose conservador y de una militancia incel en las redes sociales, ¿notaste un reverdecimiento de la derecha? ¿A qué pensás que se debe?
Es una reacción a nuestro crecimiento. Se van dando cuenta de que no somos una moda, de que nuestros discursos vienen a cambiar todo, y eso se nota. Los travesticidios son una reacción. Les da más odio que les digas que no. Todo empoderamiento les saca poder a ellos, los desubica. Por ende, hay mucho más de esto. Lo peligroso es en lo político. Hoy, pensar en la pandemia y dejarle lo crítico de cómo se maneja el mundo a la derecha es una debilidad nuestra. Tenemos que asumir que la derecha se va aprovechando de una insatisfacción que debería ser la nuestra. Debemos proponer otras formas de discusión. Si cortás con la cuarentena, exponés a la gente pobre. Es lo peligroso de esta época. A mí no me alcanza con que se hable con E para sentirme incluida. Hacer política de discusión es que estemos presentes en esas discusiones. Eso no es inclusión, es la sobra que va a un rinconcito. Y eso no nos deja tranquilas. No hay que darle esa satisfacción a la derecha, porque ahí nacen los Bolsonaros. Nosotras tenemos que estar estratégicos, estar con nuestra realidad, planteando las diferencias, y no dejarles a ellos esa satisfacción.