El campo, ondulante, con pequeños arroyos aquí y allá, nos lleva entre estancias y pastos altos. Allí, en medio del ganado que pace, se mueve tranquilamente un buen número de ñandúes, sin temor aparente de la cámara.
El viaje lleva su rato por la sinuosa ruta 4, pero el trayecto vale la pena.
Nos recibe un hermoso y muy bien conservado casco de estancia de mediados del siglo XIX que mantiene los patios, los aljibes y las rejas con macetas típicos del estilo de las construcciones rurales de la época.
La estancia tiene una gran riqueza histórica, ya que en sus inicios fue otorgada al propio José Artigas, y en la zona se han hallado boleadoras y otras huellas de los diversos grupos humanos que poblaron la campaña en el pasado.
Más cerca en el tiempo, en los años 40, Manuel Gutiérrez, dueño de la estancia, tuvo la visión de construir a un par de kilómetros de ella, sobre el arroyo Valentín, una de las primeras represas hidroeléctricas de América del Sur. Con ella podía generar no sólo la energía que alimentaba el casco, sino también la de los molinos con que procesaban sus propios granos.
Con el tiempo la estancia fue vendida y hace pocos años fue decomisada por un caso de tráfico de drogas.
El campo fue entonces confiscado y entregado al Instituto Nacional de Colonización, y sirvió de inspiración para acunar un proyecto que busca hacer lugar tanto a la clásica producción de vacas y ovejas como al turismo.
Varias sociedades de fomento se juntaron para delinear las bases de la idea, con una fuerte presencia de mujeres entre quienes se ocupan de la organización.
El proyecto finalmente ganó el premio Pueblo Turístico 2017 con la idea de combinar las visitas turísticas con la actividad ganadera, que ha sido la dominante en la estancia desde sus primeros tiempos.
Los visitantes pueden salir a caminar por el campo, recorrer el arroyo, donde aún quedan los muros de la represa, hacer avistamiento de aves, andar a caballo, y también acercarse a mirar y hasta participar en tareas de manejo de ganado. Y además se puede degustar y comprar quesos, mermeladas y otros productos elaborados por vecinos de la zona.
A pocos pasos está el pueblo Puntas de Valentín, con unas 60 casas, y de ahí son muchas de las personas encargadas de atender a los visitantes y llevar adelante los paseos y las actividades. Para eso, se organizaron cursos y talleres de capacitación para preparar a la gente de la zona para gestionar el lugar, recibir a los turistas, diseñar los circuitos y paseos y hasta hacer algo de repostería.
El proyecto fue llamado La Julia en homenaje a la primera mujer del país en llegar al Senado. Julia Arévalo nació en Lavalleja, en el seno de una familia muy humilde, por lo que desde chica tuvo que trabajar para vivir. Destacada por su actividad sindical con los peones rurales, llegó a ser primero diputada por el Partido Comunista y luego senadora, la primera mujer en América Latina en ocupar ese cargo. Desde su banca, siempre trabajó por los derechos de los trabajadores del campo. Por esa atención a la campaña, y por el espíritu de lucha que caracterizó la vida de Julia, se pensó en ponerle su nombre al emprendimiento a manera de homenaje.
En el casco hay habitaciones para alojar a ocho personas, y siempre es bueno hacer la reserva de antemano. La comida es casera y de estilo campestre. En el entorno inmediato de la estancia, a la sombra de árboles centenarios, hay unas cuantas especies de aves para fotografiar, y los bancos llaman a sentarse a leer un buen libro sin ningún tipo de apuro.
Es un lugar ideal para disfrutar de la paz del campo, y quien lo elija tiene también la posibilidad de participar en las actividades productivas típicas del lugar.
Para llegar a La Julia conviene ir por la ruta 31, desde Salto o Tacuarembó, y al llegar al kilómetro 84 bajar por la ruta 4 hacia el sur, pasando por el pueblo Celeste y siguiendo el camino hasta llegar a la entrada de la estancia, que está anunciada con un cartel grande, con foto y todo, para los distraídos.