En el video que promociona una excursión a la Antártida de la empresa de cruceros Aurora Expeditions, un dron sobrevuela el mar escarchado coqueteando entre cumbres nevadas. Un barco rompe el hielo al navegar. La imagen glacial es azucarada con una música chill.
El barco es “extraordinario, una nueva clase de embarcación”, dice Greg Mortimer, un popular montañista australiano que fundó Aurora Expeditions en 1991 y bautizó con su propio nombre el crucero de última generación.
Mortimer tiene unos cuantos galones de aventurero. Ha conducido casi un centenar de expediciones al continente de los pingüinos y el krill, y abrió a pie un nuevo camino para escalar el Everest. Le han dedicado libros, documentales y artículos periodísticos, además del crucero de lujo para jubilados australiano.
Biblioteca, bar, restaurante, piano, gimnasio, spa, sauna, salones de masajes, lectura y conferencias. El Greg Mortimer también tiene una cubierta de observación panorámica de 180 grados y un cuarto cargado de kayaks y equipos para buceo y avistamiento de fauna marina. Balcones hidráulicos se expanden de la cubierta al mar. Plataformas a nivel del agua permiten desamarrar en la Antártida para pasear por el continente helado en alguno de los 15 gomones Zodiac. Una vez en tierra, se puede hacer alpinismo o esquiar sonriendo a los pingüinos.
El barco tocó el mar por primera vez en los astilleros de la provincia insular de Hainan, en China, a principios de setiembre de 2019. Fue bautizado el 1º de noviembre en Ushuaia, cuando hizo su expedición inaugural. “Bautizo esta nave Greg Mortimer. Que Dios la bendiga y a todos quienes naveguen en ella”, dijo Margaret, esposa de Mortimer y madrina del barco. Acto seguido se bebió champaña, tocó una orquesta, hubo aplausos, canapés, y hasta se bailó tango en la ventosa cubierta.
Todo parecía perfecto y sofisticado, y quizá lo haya sido. Los 23 días de excursión partiendo de Ushuaia, en los que pasa por las Islas Malvinas (o Falkland), recorre las Georgias del Sur, roza la península antártica y vuelve a Tierra del Fuego cuestan 25.000 dólares. Reserve. El barco desinfectado con agua oxigenada en el puerto de Montevideo ya tiene programada su próxima salida para enero de 2021.
Lukasz Zuterek, el jefe de seguridad del fastuoso crucero, estuvo casi ocho meses a bordo y conoce el Greg Mortimer como pocos. Lo fue a buscar a China y lo hizo navegar, junto con 15 técnicos y otros empleados que trabajaron en el servicio.
El buque propiedad de Aurora Expeditions y CMI/Sunstone es tan nuevo que los técnicos se familiarizaron con él mientras navegaban, con pasajeros a bordo, durante la primera expedición. “Nadie chequeó los sistemas antes de poner el barco en marcha”, recuerda Zuterek desde su residencia en Polonia, adonde fue repatriado. Los técnicos “andaban con los manuales preguntándose cómo se hacía esto y lo otro”, agregó el marino, que navega desde hace 12 años. “Era un barco difícil. Llegó de China demasiado pronto y nadie chequeó todos los sistemas que tiene”, dice Zuterek. Una cosa que no funcionaba era su sonar.
A finales de diciembre el primer capitán del Greg Mortimer quería llevar el crucero con pasajeros a un lugar que había sido bosquejado en una carta náutica de 1935 firmada por un general inglés. Zuterek se negó a llevar el barco a ese punto. Pero el capitán se apoyó en su mando.
—Llevamos el barco ahí sin el sonar. Primero le grité: “¡Falta fondo!”. Miré cuánto fondo teníamos debajo de la quilla y cuando hubo menos de diez metros le grité: “¡Seis metros!”. Y justo después le pegamos a una piedra. Estábamos en la Antártida, que es muy peligrosa. Si te hundís ahí, ¿quién te va a rescatar? Nadie —dice Zuterek.
El impacto contra la roca agujereó el casco. Había turistas a bordo. “No fue trágico porque está bien construido. Tiene doble tanque, y uno se llenó con 80 toneladas de agua”, cuenta Zuterek. Para extraer el agua del barco tenían que bombear continuamente. Incluso después de haber remendado el buque en Argentina para seguir la expedición por la Antártida.
Las primeras advertencias para la tripulación del Greg Mortimer sobre la covid-19 llegaron desde Asia a comienzos de año. Cientos de tripulaciones de todo el mundo pasaron la cuarentena en alta mar o en zonas de servicio y fondeo de los puertos. Sólo en las costas de Estados Unidos, 80.000 tripulantes flotaban a principios de mayo esperando que algún país los dejara bajar, informó Associated Press.
Entre esas naves que quedaron flotando sin destino fijo, había unos 40 cruceros con turistas. Miles de personas vivieron el aislamiento a bordo de esas embarcaciones por una enfermedad tan desconocida como publicitadamente letal. En el crucero inglés Diamond Princess murieron 14 personas y se infectaron 700. Sus 3.711 ocupantes esperaron durante meses frente al puerto de Yokohama, en Japón.
A finales de febrero una tripulante china que trabajaba en el restaurante del Greg Mortimer se acercó a Zuterek en el puente de mando. No podía contactarse con su familia, que insistía en hablar con ella. El jefe de seguridad la conectó, pensando que su compañera era la preocupada. Pero era al revés: “Su familia pensaba que como barco de pasajeros estábamos muy expuestos a problemas”, dice Zuterek. Después de la comunicación la chica se quedó en el puente, llorando. “Entonces tomé consciencia. Y luego empezó la cosa”, cuenta el marino. “En febrero todos sabían que los barcos podían tener coronavirus. Era algo mundialmente conocido”.
El 15 de marzo, después de dos días en tierra para descanso de la tripulación, el Greg Mortimer zarpó del puerto de Ushuaia para comenzar una nueva expedición antártica. Zarpó a pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) había declarado la pandemia mundial el 11 de marzo. Tripulantes y pasajeros cruzaron el mundo en avión para embarcar en Tierra del Fuego. Alguno se infectó en el camino, y 11 días después a las 17.15 el médico del barco, Mauricio Usme, confirmó que una turista australiana tenía 38,4 grados de fiebre. La aisló junto a su esposo y activó los protocolos de sanidad.
Tuvieron suerte de llegar a Uruguay el 27 de marzo. Argentina ni siquiera les había permitido acercarse, y tampoco se los permitió Puerto Stanley. A partir del primer caso, el segundo capitán del crucero, Joachim Saterskog, intentó llegar a algún muelle. Los directivos de la empresa ya decían por entonces que estaban coordinando un vuelo sanitario. Y estaban bastante apurados por conseguirlo, según comunicaciones internas a las que accedió Lento.
Un directivo de la empresa CMI pidió al capitán, el 25 de marzo —dos días antes de entrar al puerto de Montevideo, adonde se dirigía el barco—, que no agregara comentarios a la declaración de salud en los puntos 4, 5 y 6. La declaración sanitaria, en su cuarto ítem, pregunta si hay alguna enfermedad infecciosa a bordo. En el quinto, si alguien está enfermo y en el sexto, si hay peligro de propagación infecciosa.
Desde las compañías que administran los distintos servicios del Greg Mortimer se pedía que no se dieran detalles a las autoridades portuarias. Pero Usme no accedió. El médico firmó la declaración atestiguando que al 25 de marzo había siete pacientes aislados, cinco de ellos con fiebre y dos asintomáticos. Había dispuesto cuarentena de 14 días para ellos. Además, un día antes tres tripulantes habían comenzado con fiebre.
A las 7.58 el capitán envió un correo electrónico al médico desde el puente de mando. El octavo punto de la declaración preguntaba si alguien estaba en cuarentena. El capitán intentó acomodar la realidad a las necesidades de la empresa.
Con respecto a la pregunta 8 [...] el buque no ha estado en cuarentena, los pasajeros sí, pero [la pregunta] se refiere al barco en sí.
La pregunta es bastante clara, y todo el formulario refiere al estado sanitario de pasajeros y tripulación. Pero el capitán insistía en que la pregunta significaba “estar en alta mar por un período de tiempo en el que no se permite que pasajeros y tripulación desembarquen”.
En conversaciones personales, y por medio de correos electrónicos, el capitán intentó presionar a Usme. “Tenga en cuenta que nos dejarán en cuarentena. Esto podría suceder ahora en Montevideo, pero luego se cerrarán todas las posibilidades de que los pasajeros regresen a casa”, escribió. Parecía querer desembarcar en Uruguay sin respetar los protocolos. Era algo que le recomendaban desde la central de CMI en varios mails con copia a Aurora Expeditions.
En otro mail “altamente confidencial”, enviado con copia a Robert Halfpenny, director general de la empresa, uno de los prestadores de servicios médicos de Aurora Expeditions, desde Australia, volvió a intentar amedrentar al médico:
El riesgo que corremos es el del clamor público y que los trabajadores del muelle se nieguen a permitir que el barco atraque y desembarque a los pasajeros. [...] Tenga en cuenta que la forma en la que escriba la declaración de salud influirá [...]. No sabemos si tenemos covid-19. Estamos tomando precauciones como si la tuviéramos. Brinde información limitada.
Mientras hacía las rondas para tomar la temperatura de las 217 personas a bordo, el doctor Usme soportaba la presión. Se negó a firmar una declaración sanitaria fraudulenta por varios motivos. Uno de ellos era proteger la salud pública de la ciudad de Montevideo.
Para el 10 de abril, cuando desembarcaron 112 turistas que volaron a sus países en un publicitado corredor humanitario, 120 personas, entre pasajeros y tripulantes, tenían coronavirus. Y ocho ya habían sido evacuadas e internadas en centros de salud de Montevideo. Ese mismo día el doctor Usme, que venía arrastrando problemas para respirar por una leve hipoxemia, fue internado e intubado en el sanatorio Casmu.
Lo evacuaron junto a Ronnie Lorenzo, un trabajador filipino del depósito de alimentos que falleció una semana después. Mientras tanto, en el buque más de 80 tripulantes esperaban desembarcar. Pero no tenían noticias de la empresa.
Por entonces el capitán había cortado el acceso a internet. Los tripulantes no podían informarse de lo que ocurría en el exterior, excepto mediante Whatsapp. Ni siquiera Usme podía conectarse para ponerse al tanto de las últimas noticias sobre el nuevo coronavirus.
El 2 de mayo desembarcó en el puerto de Montevideo Lukasz Zuterek, que ya había dejado de ser el jefe de seguridad del Mortimer. Fue despedido por haberse negado a llevar el crucero, con todos sus tripulantes, al dique seco de la empresa en las islas Canarias. Ese era el plan de la empresa para ahorrarse el gasto en hoteles y aviones.
“Hubiera sido demasiado peligroso hacer ese viaje, no sabemos cuántas muertes hubieran ocurrido. Por una decisión económica optaron por embarcar el 15 de marzo, sin importar el riesgo para pasajeros y tripulantes”, afirmó Jhohan Ortiz, un tripulante hondureño de 22 años, mientras todavía estaba a bordo, encerrado en un camarote y sin posibilidad de comunicarse con el exterior.
“Estamos confinados en un espacio muy pequeño, sin comunicación apropiada con nuestras familias; la señal de internet es muy escasa”, decía Ortiz en un mensaje de audio que envió el 6 de mayo desde su aislamiento.
Por entonces Javier Enrique Pérez Alvarado, un joven hondureño que estaba confinado desde hacía 20 días, estaba perdiendo la paciencia. “No duermo ni pija. Ya no puedo estar más aquí. No quiero tener más esta mierda de psicosis que me está jodiendo”, decía.
Estaban encerrados, sin contacto con sus seres queridos, con el virus propagándose por todo el barco y recibiendo alimentos en mal estado y, en ocasiones, escasos. Algunos pensaban en tirarse al agua y nadar a Montevideo. Otros, en prender bengalas para pedir ayuda. Había quienes querían amotinarse y tomar el puente de mando. La situación era caótica.
Cuando Carolina Vásquez, una de las chefs del buque, se enteró de que su examen de coronavirus era positivo, fue recluida dos semanas en un camarote sin luz natural y totalmente aislada. Ya había sentido miedo cuando cintas plásticas impedían el paso a determinadas partes del barco con la leyenda “Danger Zone”. En ese momento huyó a su camarote. Cuando supo que ningún puerto los recibía sintió el segundo golpe. El tercero fueron su propia fiebre y el resultado del test.
Le dejaban en el piso la comida, que en los primeros días estaba en mal estado. Varios tripulantes dejaron de comer, sufrieron ataques de pánico y se abandonaron de una u otra manera. Los que estaban mejor les daban ánimo a los alicaídos usando el teléfono interno del barco.
A principios de mayo, 36 de los 83 tripulantes tenían coronavirus. Muchos eran asintomáticos, pero también ellos se sentían en peligro mientras flotaban en el Río de la Plata. Para peor, conforme se hacían más hisopados, había más positivos. Nadie mejoraba.
“Hay gente que se recupera del coronavirus con una disminución de la capacidad pulmonar de 30% a 40%, y queda incapacitada para trabajar toda su vida. Me preocupa que mi familia quede desprotegida por decisiones inescrupulosas por la falta de compasión de la compañía”, explicaba Usme a principios de mayo a 20 kilómetros de Montevideo.
El 12 de mayo los tripulantes desembarcaron en Montevideo a la misma hora que transmitían los informativos centrales. Los positivos fueron a un hotel y los negativos a otro. A una distancia prudencial, autoridades de gobierno sonrientes daban los partes y hablaban de solidaridad en el muelle.
Un mes después, 50 tripulantes todavía permanecían en los hoteles. El hondureño Marvin Paz era uno de ellos. Le realizaron siete hisopados. El último, el 31 de mayo, dio negativo. Exactamente dos meses antes, el 31 de marzo, había sentido fiebre y algo de cansancio, que se alivió con paracetamol. Vivió con el virus dos meses sin síntomas. Pero desde aquel día tuvo que recoger la comida en la puerta, primero en su camarote y luego en la habitación de hotel.
Cuando estaba a bordo se había obsesionado con que el virus se propagaba a través del aire acondicionado. No podía dormir pensando en eso. El médico también lo suponía, pero no podía afirmarlo porque no tenía cómo comprobarlo o informarse mediante internet. En mayo un artículo académico mostró el comportamiento del virus en los sistemas de aire acondicionado.1 La intuición de Paz era correcta. “Nadie se va a mejorar en este barco”, dijo meses atrás cuando exponía su situación.
Paz era encargado de la bodega de alimentos, que está “prácticamente debajo del agua”, y escuchaba las bombas escupiendo agua del tanque de lastre, que se llenaba por la fisura del casco. Tenía 52 años y llevaba 24 navegando cuando abordó el crucero, el 15 de febrero. Vivió con fastidio y dudas que el Greg Mortimer embarcara pasajeros y saliera a la Antártida con la pandemia declarada por la OMS cuatro días antes.
—El barco no podía hacer la travesía, era arriesgado. Cuando las compañías se equivocan sólo quieren ver el aspecto económico, como están aseguradas no se preocupan en una situación de emergencia. El 4 de abril, cuando entraron los médicos uruguayos, pregunté cuál era la situación del barco. Me respondieron que no debíamos entrar en pánico, que era difícil y que estábamos todos infectados, algunos con síntomas y otros no. Empecé a ver que las cosas no estaban bien cuando a algunos compañeros les decían que eran positivos y al día siguiente les decían que eran negativos. La empresa quería desembarcar pasajeros y salir a las islas Canarias, pasara lo que pasara —opina.
Sabiendo que era positivo, sus jefes le pidieron que usara un traje de bioprotección e hiciera su trabajo en la bodega, donde están los víveres. La primera vez, fue. “La segunda vez les dije que no. No quería infectar a nadie”, cuenta. Otros tripulantes también se negaron a trabajar, para preservar la salud colectiva. El instinto de conservación se impuso cuando murió el primer tripulante en tierra.
—Cuando falleció Ronnie hubo un silencio total y no cambiaron las cosas con la empresa. Si Ronnie murió, si otros compañeros estaban enfermos en el hospital, si el doctor Usme estuvo en el hospital y nos íbamos a España 27 días navegando y teníamos una urgencia respiratoria, ¿cómo nos iban a atender si había sólo una cama y un respirador? —todavía se pregunta el marino.
Los tripulantes entendieron que si volvían, alguno podía morir en el camino. Entonces Paz contactó a la Federación Internacional de los Trabajadores del Transporte, que se comunicó con los medios de prensa uruguayos.
Paz esperaba volar a Honduras el 17 de junio. Todavía no había salido a recorrer Montevideo, a pesar de sus ganas. Sólo se había asomado a la calle con precaución. Pero al menos se encontraba con sus compañeros de navegación en el restaurante, manteniendo la distancia física.
“Ya no nos ponen comida en el piso. Cambiaron muchas cosas”, cuenta riendo. “Es como volver a nacer. Como tener cerrada la ventana del cuarto, abrirla y ver el cielo despejado, el sol, las personas transitar, los carros moverse. Es como cuando estás dormido y abres los ojos de nuevo”, dice con una alegría que no oculta.
Durante su confinamiento de dos meses y medio, entre las cuatro paredes de su camarote y luego de la habitación, Paz se apoyaba en su dios, su Biblia y la familia que lo esperaba. “La cosa está mejorando. Mi familia está más tranquila, saben que estoy negativo y mejor. Dios hace las cosas a su tiempo. Estamos volviendo a la normalidad”.
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Lu J, Gu J, Li K, Xu C, Su W, Lai Z et al. COVID-19 outbreak associated with air conditioning in restaurant, Guangzhou, China, 2020. Emerg Infect Dis. https://doi.org/10.3201/eid2607.200764. ↩