Gaviotines, lagartijas de arena y sapitos de Darwin son algunas de las muchas especies que conservan su espacio en una zona de la costa de Rocha donde el impacto humano es todavía escaso.
En la extensa franja de costa uruguaya, una de las zonas mejor conservadas frente al impacto de las actividades humanas es la que se extiende desde Atlántida hasta Costa de Oro, en Rocha. A partir del kilómetro 260, entrando desde la ruta 10 hacia la playa, se puede disfrutar de paisajes casi inalterados, con pocas construcciones y donde las dunas aún mantienen el dominio.
La importancia particular de este ambiente reside en que sus características constituyen los últimos remanentes del ecosistema costero. Este es el hábitat de especies de distribución restringida, algunas de ellas migratorias, y de poblaciones que habitan en la costa y que se encuentran en retroceso en Canelones y Maldonado.
Hay una variedad de paisajes: extensos arenales, pequeños bosques de árboles bajos y acostados por el viento, lagunitas y bañados alimentados por cañadas de agua dulce que bajan hasta el mar. El sonido del viento acompaña como una cortina permanente, con ruidos de olas y de aves marinas.
En las zonas de dunas hay pocas oportunidades para esconderse, a lo sumo unos arbustos o los restos de un tronco. Allí la fauna está compuesta por animales de tamaño reducido, que pueden pasar desapercibidos ante los depredadores.
La lagartija de la arena, un pequeño y ágil reptil, además de tener un color que le permite confundirse con el fondo, puede enterrarse en las dunas si se siente amenazada. En las primeras horas del día se las puede ver cazando insectos y pequeñas arañas, siempre atentas a algún chimango que pueda aparecer volando para atraparlas.
Por estas zonas, sobre todo cerca de alguna cañadita, se pueden ver los sapitos de Darwin, especie emblemática del lugar, donde todavía es abundante. A diferencia de la mayoría de los anfibios, los de esta especie se muestran activos de día, caminando, más que saltando sobre la arena, donde atrapan pulgones y hormigas. Los colores amarillo y rojo que salpican su cuerpo negro actúan como un semáforo que advierte a quienes puedan querer comérselo que las toxinas producidas por las glándulas de su rugosa piel les causaría una experiencia desagradable.
No es el único anfibio de la playa. Acá también se encuentra el escuercito, que pasa el día enterrado en la arena protegiéndose del sol, para emerger en la noche y comenzar su ronda.
Otro tipo de especie que puede encontrarse es la laucha, un minúsculo roedor de orejas muy desarrolladas, que ayudan a reconocer a la especie por la mancha blanca que tienen detrás. Entre las plantas de la costa, las lauchas se mueven buscando frutas, brotes y semillas.
El vasto sistema de dunas que se desarrolla en la costa oceánica de Rocha se fue formando con la acción del viento y generando una vegetación peculiar sobre las arenas. Los bosques psamófilos, es decir “amigos de la arena”, se desarrollan entre los médanos, en parches aislados de tamaño reducido, formados, entre otros, por coronillas, arrayanes y canelones. Ahí pueden anidar halconcitos, refugiarse los zorros durante el día y buscar comida entre sus ramas las calandrias. También se puede encontrar una mulita, buscando sombra o incluso excavando su madriguera en la base de un árbol.
Estos son bosques que se han visto fragmentados por construcciones o por tala para leña, y ahora mantienen parches más o menos dispersos, que requieren esfuerzos sostenidos para ser conservados. En zonas más densas de estos bosques, se puede tener la suerte de ver refugiarse a un tímido guazubirá cuando cae la tarde.
Llegando a la costa, que alterna extensiones de pura arena con agrupamientos rocosos, se encuentra la zona de las aves por excelencia. Allí se ven gaviotines, rayadores y ostreros, muchas veces en grupos, buscando comida o construyendo un nido en la arena. Los ostreros, con su inconfundible largo pico colorado, suelen moverse en parejas. Hacen un nido muy simple sobre la arena, apenas una depresión en el suelo o sobre conchillas. Allí ponen unos tres huevos que son empollados por los dos padres por aproximadamente cuatro semanas.
Sobre la espuma se ve pasar cada tanto a los rayadores, que vuelan al ras del agua, con el pico parcialmente sumergido, atentos a dar el golpe ni bien sientan la presencia de un pez. Para que la trampa funcione de manera más efectiva, la parte de abajo del pico fue evolucionando hasta ser más larga que la parte superior, lo que facilita la captura del alimento.
La zona de la arena que se ve cubierta de espuma con cada ola es hábitat de caracoles, cangrejos, “tatucitos” y otros invertebrados, que atrapan o filtran comida entre la corriente. Y cada tanto aparece un pejerrey persiguiendo a un pequeño pescado en apenas unos centímetros de agua, antes de que la ola se retire del todo.
Cuando un pez muerto llega a la orilla arrastrado por las aguas, siempre hay algún carancho listo para comer la carroña, o puede acercarse un buitre cuando la presa es mayor, como un joven lobo marino que no logró aprender a subsistir lejos del alimento materno. También se puede ver en la orilla una tortuga descansando, recuperando su temperatura cuando el agua está fría. La tortuga verde, la especie más abundante en nuestras aguas, no pone huevos allí, pero los ejemplares jóvenes llegan a alimentarse de las abundantes algas verdes que crecen en las zonas rocosas.
Si uno se mantiene atento, siempre puede ver a un animal moviéndose en estas costas. Entre las olas o las zonas con arbustos de las dunas, de día o de noche, siempre habrá alguna criatura en actividad, buscando comida, una pareja o un lugar donde esconderse.
Archivo de De la Raíz Films.