Al norte de la ciudad de Rocha, casi al final de las últimas casas, sale la ruta 109, que luego de unos kilómetros asfaltados pasa a ser una humilde carretera de tierra, pero con mucho para mostrar a los visitantes: es un camino netamente panorámico en que el paisaje es el protagonista central.

Gran cazador, de presencia más bien crepuscular y nocturna, el gato montés aprovecha la abundancia de aves en la sierra.

Gran cazador, de presencia más bien crepuscular y nocturna, el gato montés aprovecha la abundancia de aves en la sierra.

Foto: Marcelo Casacuberta, De la Raíz Films.

Hasta donde abarca la mirada del visitante, se despliegan las llamadas “sierras del este de Rocha”. Si uno se detiene a sacar alguna foto, puede admirar zonas con extensos afloramientos de piedras, parches de montes salpicados entre pajonales, chircas y matas de carqueja, variaciones continuas del relieve, y algunos arroyos pequeños y discontinuos. Y puede ver cómo todos estos elementos confluyen en un panorama sencillamente espectacular en su belleza.

En la zona se alternan hostales, áreas de forestación, centros de paseos a caballo, pequeños emprendimientos productivos y unas ocho comunas.

La formación de comunas fue un fenómeno que comenzó hace unos diez años con gente que se instaló en el lugar, mayormente extranjeros y jóvenes que venían de Montevideo. Se fueron organizando como asociaciones civiles sin fines de lucro, unidas en torno a una visión de cómo interactuar con el lugar y el medioambiente.

Un corpulento macho de lagarto overo recorre el bosque buscando alimento, con la seguridad de que cualquier otro lagarto se apartará de su camino, dejándole el paso libre.

Un corpulento macho de lagarto overo recorre el bosque buscando alimento, con la seguridad de que cualquier otro lagarto se apartará de su camino, dejándole el paso libre.

Foto: Marcelo Casacuberta, De la Raíz Films.

Vivir en una de las comunas supone que la gente previamente se pone de acuerdo sobre ciertas bases para la convivencia, y quien piense en instalarse en ellas debe respetar esos acuerdos básicos, sobre todo respecto de la conservación de la naturaleza. No se permite cazar, y todos están atentos por si aparece alguien con intención de hacerlo en el terreno. Generalmente no se tienen mascotas, para que estas no ataquen a pájaros y otros animales autóctonos.

En definitiva, el lugar donde se asientan las comunas se va convirtiendo en un área protegida, no oficial, pero con una eficaz protección de flora y fauna por parte de sus habitantes. En algunos lugares han invitado a científicos para que hagan investigaciones, y así contar con más información para el manejo de los recursos naturales; esto ha traído un mayor conocimiento del patrimonio natural de las sierras.

La zona está justo en la frontera entre Maldonado y Rocha, y de hecho en medio de las sierras pasa serpenteando el Arroyo de Rocha, que es línea divisoria, así que apenas dando un par de saltos uno puede cambiar de departamento sin mojarse.

En el medio del monte, justo en la orilla del arroyo, esta achira parecía acaparar la luz.

En el medio del monte, justo en la orilla del arroyo, esta achira parecía acaparar la luz.

Foto: Marcelo Casacuberta, De la Raíz Films.

Recorrer las sierras es toda una experiencia. El paisaje va cambiando constantemente: hay zonas rocosas, partes de monte espeso bajando en las laderas, pequeñas praderas salpicadas de matorrales y caraguatás, minúsculos bañados con juncos donde cantan las ranas y arroyos rodeados de helechos y gruesos troncos. Es recomendable usar botas o algún calzado fuerte, que proteja los tobillos del esfuerzo intenso de adecuarse al terreno.

Los densos montes que crecen en torno a los arroyitos sirven de escondite a buena cantidad de aves. Zorzales, cardenales azules, naranjeros, azulejos, entre otros, saltan entre las ramas, muchas veces buscando alimento entre los árboles, como el chal chal, cuyos frutos pequeños y rojos son parte del menú de unos cuantos pájaros.

Entre los arbustos y los pastizales se esconde la mantis. Este pequeño gran cazador, con un camuflaje a tono con su ambiente, es implacable con moscas y saltamontes.

Entre los arbustos y los pastizales se esconde la mantis. Este pequeño gran cazador, con un camuflaje a tono con su ambiente, es implacable con moscas y saltamontes.

Foto: Marcelo Casacuberta, De la Raíz Films.

Un ave que llama la atención, primero por su canto y luego por su apariencia, es el pitiayumí. El sonido de este pequeño e inquieto pájaro se escucha desde lejos: una sucesión rápida de notas breves, muy metálicas, que terminan con un silbido corto y agudo. Si uno aprende a reconocerlo, es mucho más fácil anticiparse a su recorrido para intentar una foto. Pero verlo es una cosa y hacerle un buen retrato, otra. Salta sin parar de una rama a otra mientras atrapa insectos, arañas y alguna frutita, así que lograr enfocarlo es todo un desafío.

Hay que tener paciencia hasta que llegue ese momento en que se queda quieto dos segundos seguidos masticando algún bocado grande, y ahí sacar varias fotos de una vez para asegurar el tanto.

Estos montes tienen una luz suave, por donde apenas se filtran algunos finos rayos de sol iluminando claveles del aire y telas de araña. En la seguridad de esa luz tenue, entre las ramas anidaba un chiví en una mínima tacita de palitos y hojas. Esta especie es muy interesante, ya que macho y hembra comparten tareas, colaborando tanto para la construcción del nido como para la incubación de los huevos.

Difícil descubrir el nido discreto y diminuto del chiví. Entre dos y tres huevos son incubados en cada camada.

Difícil descubrir el nido discreto y diminuto del chiví. Entre dos y tres huevos son incubados en cada camada.

Foto: Marcelo Casacuberta, De la Raíz Films.

Asomando en los costados de la sierra puede verse cada tanto alguna palmera pindó, que se eleva varios metros sobre los árboles que la rodean. Es frecuente ver posarse entre sus palmas a la pava de monte, siempre ruidosa, rezongando su permanente monólogo en voz alta.

Al comenzar el atardecer las sombras se hacen largas y la luz adquiere un tono rojizo, con colores fuertes y contrastados. Con paciencia y buena fortuna, puede verse en estos momentos algún guazubirá que sale del monte a pastar en las áreas de pradera.

Cuando cae el sol, estos tímidos ciervos se sienten con confianza como para dejar el tupido laberinto de árboles atrás y moverse en zonas más abiertas, donde además encuentran otras plantas para comer, diferentes a las que hay en el monte donde se esconden durante el día. Cuando la estación es propicia, se los puede ver arrimarse a los guayabos para alimentarse de los frutos caídos.

En una rara pausa, un pitiayumí, esta ave de apenas diez centímetros, se detiene a pensar en su próximo paso, lo suficiente como para permitir la foto.

En una rara pausa, un pitiayumí, esta ave de apenas diez centímetros, se detiene a pensar en su próximo paso, lo suficiente como para permitir la foto.

Foto: Marcelo Casacuberta, De la Raíz Films.

También los lagartos overos transitan entre monte y praderas, saliendo a las zonas más abiertas a tomar el sol sobre las piedras en la mañana y corriendo a refugiarse en alguna cueva entre los árboles cuando se sienten amenazados. Todo lo que pueda masticar pasa a ser parte de la dieta del lagarto, que dedica casi todo su tiempo a estar en continuo movimiento buscando comida. Si uno se aproxima con movimientos lentos y agachado, suele ser fácil sacarle fotos, pero ante cualquier movimiento repentino huye con una velocidad que sorprende. Los ejemplares que viven cerca de casas se acostumbran fácilmente a la presencia humana, y hasta se animan a acercarse a la gente para obtener algo de comida .

El trabajo de investigadores con cámaras trampa ha permitido tener una visión más detallada de la fauna que habita la zona, y han encontrado, entre otros animales, numerosos registros de felinos. Las fotos y las filmaciones han mostrado no sólo gatos monteses, sino también al margay, un gato de costumbres muy arborícolas, gran trepador y de mucha agilidad y equilibrio para moverse sobre las ramas.

En continuo movimiento, un zorro busca comida. Aves, huevos, escarabajos, algún anfibio, frutos, coquitos de palmera, carroña, todo cabe en la dieta de este flexible animal.

En continuo movimiento, un zorro busca comida. Aves, huevos, escarabajos, algún anfibio, frutos, coquitos de palmera, carroña, todo cabe en la dieta de este flexible animal.

Foto: Marcelo Casacuberta, De la Raíz Films.

También han aparecido frente a las cámaras manos peladas, zorros, hurones y muchos más animales, lo que muestra la existencia de una diversidad biológica más que considerable. Es un lugar diverso, con paisajes distintos, animales muy variados y diferentes formas en que la gente se relaciona con la tierra. No todo el lugar está abierto para recibir público y conviene informarse bien de cuáles son las opciones antes de ir, pero sin duda es una zona que merece una visita con tiempo para recorrer el lugar sin apuro, en calma y silencio. Como lo hace un guazubirá.