El cerro Arequita es símbolo del departamento de Lavalleja y está representado en su escudo. Es una formación geológica que data de hace unos 120 millones de años, cuando la tierra se abrió y dejó salir el magma que luego se solidificó en un macizo rocoso de 305 metros. Se estima que era incluso más alto, pero que con el pasar del tiempo se fue erosionando. Junto al Arequita, divididos por el río Santa Lucía, que nace a 20 kilómetros, está el Cerro de los Cuervos, y entre ambos se forma un valle.
“Miles de años atrás, debió arder aquella zona quemada por el fuego interno, haciendo volar aquellas piedras que van enterrándose por su propio peso, pero que bien se echa de ver fueron desarraigadas de sus naturales cimientos en la terrible convulsión que trastornó la comarca que recorríamos”, escribió el naturista Carlos Berg en su artículo “Arequita”, citado en la página web del Museo Nacional de Historia Natural.
El nombre “Arequita” proviene del vocablo guaraní araicuaita, que significa “agua de las altas piedras de las cuevas”: ara, “alta”; i, “río”; cua, “cueva”; ita, “piedra”. En el interior de una de sus tres grutas, la gruta Colón, también llamada De los Murciélagos, se puede observar una constante caída de agua. Cuenta la leyenda que dentro de esa gruta se esconden tres ancianas charrúas y que en ocasiones es posible escuchar sus voces.
“Lo que impropiamente llaman las gentes Sierra de Arequita constituye los cerros del mismo nombre, pues estos son dos que forman un estribo o contrafuerte occidental de la Cuchilla Grande Superior, dejando entre ellos una especie de abra por donde se desliza el río Santa Lucía. [...] El corte de ambos es bastante análogo, pareciendo desde lejos dos inmensas ballenas”. Así describe Orestes Araújo, en su Diccionario Geográfico de Uruguay, el parque Arequita, espacio que espera su ingreso al Sistema Nacional de Áreas Protegidas desde 2015.
“Hace muchos años en las sierras del Uruguay moraban los pumas”. Así comienza el cuento “Los pumas del Arequita”, de la escritora uruguaya Ada Vega. “Después vinieron los colonizadores. Impusieron sus leyes, sus costumbres y religiones, y un día, ciertos descendientes se repartieron la tierra, exterminaron a los indígenas y acabaron con los pumas. Por aquel entonces en la ladera del Arequita que mira hacia el este, en los pagos de Minas, vivía el indio Abel Cabrera. Tenía allí, cobijado junto a un ombú, un rancho de paja y adobe, un pozo con brocal de piedra y por compañía, un caballo pampa y un montón de perros”.
Vega narra la leyenda del indio Abel y de su amorío con una mujer puma. Este animal, tan característico de esa zona, estaba extinto en ese entonces. Después de los encuentros entre el indio y la mujer, comienzan a aparecer mágicamente cachorros.
Este sitio esconde dentro de sí una riqueza inigualable, cargada de historia y de misterio. Aquí se han encontrado varias piezas líticas provenientes de las tribus indígenas de nuestro país.
Comenzamos a subir, nos acompaña Virginia Toledo, directora de Medio Ambiente de la Intendencia Municipal de Lavalleja y además locataria. Nos cuenta que cada vez que sube el cerro, le pide permiso al monte.
A lo alto se ve un ejemplar de nuestro hermoso Cereus uruguayanus, la tuna candelabro, que luego sigue apareciendo durante todo el recorrido, se entremezcla con los árboles y alcanza alturas dignas de admiración.
Sobre la ladera vemos el monte de parque ondulado. Se trata de una formación boscosa bastante reciente. Esta especie de vegetación está en riesgo. Lo que se ve son rebrotes de una época en la que se talaba mucho.
Se destaca allí el soñado molle ceniciento o carobá, Schinus lentiscifolius, que sobresale del verde oscuro con su color ceniza, de ahí su nombre. “Carobá” proviene del guaraní caá: “yerba”, “planta”, y roba o iroba: “que es amarga”. Este árbol tiene un follaje que lo hace único y con mucho atractivo ornamental.
Schinus, del griego Schinos, es el nombre antiguo de una variedad de lentisco (Pistacia lentiscus), otro arbolito de esta misma familia Anacardiaceae. Lentiscifolius es por la similitud de las hojas de ambas especies, que son muy parecidas.
Es curiosa la cantidad de ejemplares de arueras que hay aquí, como si intentaran defender y proteger el lugar. En Uruguay hay dos tipos, la Lithraea brasiliensis, conocida como aruera dura, y la Lithraea molleoides, conocida simplemente como aruera. La primera se encuentra en mayor cantidad al sur del país y la segunda, en el norte. Ambas especies pueden provocar severas alergias simplemente por permanecer debajo de su sombra. Esto se debe a que en las épocas calurosas desprenden una resina volátil que genera esa reacción. Ese efecto dio lugar a una costumbre de la gente de campo, con la creencia de que sirve para evitarlo, que es la de saludarla con un “buenas noches, señora Aruera”, si es de día, y un “buenos días”, si es de noche. Lithraea proviene de litre, nombre mapuche de una especie del mismo género que significa “árbol de mala sombra”.
Cuenta la leyenda que Aruera era una hermosa mujer indígena a quien le habían roto el corazón muchas veces. Cada vez que ella se enamoraba, la traicionaban. Es así que luego de muchos desamores, Aruera dejó de creer en el amor y su sentimiento se convirtió en amargura para luego transformarse en veneno. Dicen que cuando murió se reencarnó en el árbol. De esta leyenda deriva la tradición de saludarla al revés, porque, como se volvió muy desconfiada, sólo así puede entender lo que realmente le quieren decir.
“Hay espíritus traviesos. Se refugian en el árbol de la aruera, eso dicen los charrúas, y esperan una señal de complicidad, una actitud transgresora de nuestra parte (que no ven ni escuchan pero perciben) para protegernos. De no actuar así ellos pueden producirnos desde eczemas en la piel a enfermedades crónicas”, dice el libro Mitos, leyendas y tradiciones de la Banda Oriental, de Gonzalo Abella. Y continúa: “Hay otros espíritus, más antiguos aún, en hierbas y piedras, en ríos y esteros. Esperan a veces pacientemente en la cumbre de nuestros cerros nativos y al encontrarlos culminamos un largo camino hacia nosotros mismos”.
En la falda del cerro se encuentra la Isla de Ombúes, la segunda agrupación más grande de esta especie de nuestro país; la otra está en Rocha. Este árbol, del cual hemos escuchado muchas leyendas, es un símbolo de nuestra región.
Nos adentramos y se siente cómo la temperatura baja y la vista se adapta a la luz tenue que se cuela entre el entramado de ramas y hojas. Los ombúes se fusionan con la piedra y la abrazan.
El umbú, como lo llama y describe José Manuel Pérez Castellano en el Tomo 1 de Observaciones sobre agricultura, “es un árbol grueso, alto, copudo, frondoso y de un verdor subido, [...] no tiene madera que se pueda llamar tal porque su tronco y ramas, después de la corteza, se compone sólo de capas, con que el árbol va aumentando su volumen”. Su nombre proviene de la palabra umbú, que en idioma guaraní significa “sombra” o “bulto oscuro”. Su amplia copa servía de sombra a los viajeros y arrieros durante las horas de sol más intenso, con lo que se ganó el apodo de “amigo del gaucho”.
“Dicen que dicen que cierta vez una comunidad pampa festejaba alegremente con danzas y rituales su primera cosecha de maíz [...] Pero sucedió que, al poco tiempo, gritos de guerra sonaron en la toldería y la tribu debió afrontar la situación [...] el cacique le encomendó a Ombi, su esposa, el cuidado del pequeño cultivo [...]”, cuenta Susana C. Otero en su “Leyenda del ombú”. Ombi cuidó la siembra, incluso cuando una fuerte sequía afectó la tierra. Pero sólo una planta sobrevivió. “Decidida a protegerla se interpuso con su poncho para darle sombra y con sus propias lágrimas humedeció la tierra reseca”. “Pasaron los días y al ver que ella no volvía los ancianos salieron en su busca, pero ella ya no pertenecía a este mundo, lo único que hallaron fue una solitaria y verde planta de maíz que, aunque frágil aún se mantenía viva, resguardada por la sombra de una hierba gigantesca que crecía cerquita de ella con restos de un poncho deshilachado”. “La comunidad entera lloró la pérdida de Ombi y en honor a ella llamaron a esa gigantesca hierba Ombú”.
Entre los ombúes, compitiendo en altura, vemos al robusto sombra de toro (Jodina rhombifolia). Este árbol característico del monte serrano y rivereño se luce aquí por su tamaño. Su largo tronco rugoso nos hace mirar al cielo. El nombre común de esta especie proviene de la reputación que tiene su follaje para proteger al ganado del sol. Otra creencia que existe entre gauchos es que debajo de este árbol nunca caen rayos, esto se debe a que las hojas tienen forma de cruz y esto los protegería.
Seguimos nuestro recorrido hacia la cima por los senderos escoltadas y protegidas por altos árboles de chal chal, coronilla y aruera; sobre los troncos de estos árboles vemos a la hermosa orquídea patito, Gomesa bifolia. Esta hierba epífita es una orquídea que utiliza a los árboles de sostén: sólo se apoya en ellos, sin necesidad de obtener sus nutrientes, por eso puede vivir en troncos muertos. Su nombre es en homenaje al médico y botánico portugués Bernardino António Gomes (Paredes de Coura, 1768-Lisboa, 1823). Bifolia es un epíteto latino que significa “con dos hojas”.
Gomesa bifolia
Nombre popular: orquídea patito, flor de pajarito.
Porte: hierba epífita.
Hojas: poseen seudobulbos a los que les salen una o dos hojas con consistencia como de cuero.
Follaje: perenne.
Flores: inflorescencia axilar con entre cinco y 20 flores. Florece en verano.
Fruto: cápsula ovoide con una leve punta a modo de pico, que posee numerosas semillas muy pequeñas. Fructifica en verano.
Usos: ornamental y medicinal (las flores son utilizadas para aumentar la secreción láctea en mujeres que amamantan).
Sobre el paredón del lado oeste del cerro está la Tillandsia arequitae, un hermoso clavel del aire blanco que por ser invierno aún no nos regala su flor. Tillandsia es en honor a Elías Tillandz (1640-1693), médico, botánico, briólogo y micólogo finés, considerado el padre de la botánica en Finlandia por ser el que escribió el primer trabajo botánico del país (Catalogus plantarum), publicado en 1673.
Esta especie es única en el mundo y, como su nombre lo indica, es endémica del lugar. Pertenece a la familia de las bromelias. Se fija sobre las rocas del cerro con sus raíces de casi medio metro, que se entrelazan y se adhieren a las paredes y generan un entramado muy lindo de ver. Su hábitat se restringe a los paredones del cerro y es una especie que peligra, por encontrarse únicamente aquí y por el avance de la actividad humana.
Tillandsia arequitae
Nombre popular: clavel del aire blanco.
Porte: planta epilítica, muy ramificada desde la base. Forma densas matas de hasta 1,5 o 2 m de diámetro. Tallo visible que generalmente se ramifica varias veces; se ven reclinados o caídos sobre el suelo, con el extremo erguido.
Hojas: hojas dispuestas en forma espiralada, formando una roseta apical.
Follaje: perenne.
Flores: inflorescencia con hasta 12 flores blancas. Florece en noviembre.
Fruto: vainas de entre 18 y 35 mm por entre 15 y 30 mm.
Usos: ornamental.
Durante el recorrido nos cruzamos con varios turistas; conversando con Toledo nos cuenta que como es un espacio público sin regularización, no se pueden controlar las cargas. Esto genera un deterioro para el lugar. Debido al flujo de turistas, se comienzan a crear nuevos senderos y las especies que brotan se ven pisoteadas. También ahuyentan a los animales, que ya no vuelven.
Otra de las amenazas para la zona es la de los cazadores y sus perros, a los que a veces dejan abandonados en el monte y luego generan destrozos en la fauna. Los perros que andan sueltos por el monte son uno de los grandes problemas a tratar. Sumada a esta problemática está la poca conciencia que hay sobre el lugar y lo poco que se conoce su riqueza. “Ven un margay y piensan que es un jaguar y como le tienen miedo, lo matan”, nos cuenta Toledo.
Ya en la cima se ve el límite de un Uruguay más chato, de predios más chicos, chacreros, para el lado de Canelones, ganadero, y al otro lado, la sierra. El arroyo Campanero se une con el Santa Lucía más adelante. Sobre las rocas reposan varios ejemplares de líquenes.
Al pie del Cerro de los Cuervos, el hermano gemelo del Arequita, está bastante forestado por especies exóticas, montes de pinos y eucaliptos, además de especies ornamentales como cipreses, robles, alcornoques y crategos. La vegetación autóctona en esa zona está en riesgo.