Ruta 2 km 300. Potrero del Burro, Río Negro.

Partimos de Montevideo hacia el litoral, cruzamos praderas de canola, bosques de pinos y muchos espinillos en flor. La ruta 2 nos llevaba hacia el río Negro. La primavera se hacía presente y las flores de los espinillos, nuestros Vachellia caven, se veían muy naranjas y sobresalían entre el verde oscuro de coronillas y molles que seguían la hilera de los alambrados a nuestros costados.

Dejamos atrás Mercedes para dirigirnos hacia Fray Bentos y cruzamos el río Negro a pocos kilómetros de su desembocadura en el río Uruguay. La luz de la mañana teñía de brillo el agua. A lo lejos un conjunto de pequeñas islas sobre el río serpenteante cautivó nuestra atención.

“Aquí campaba libremente el manso buey buscando sombra en los matorrales que circundaban la playa; la baladora oveja esquivaba los rayos de sol al abrigo de barrancas y laderas; el potro valiente disponía de espacio sobrado para galopar, la crin al viento; el venado tenía tranquila guarida en las sierras, y el genuino ñandú volaba, que no corría, sin ruidos de fábrica que lo espantasen, ni alambrados que lo obligaran a detener su vertiginosa carrera a través de verdes praderas y prolongadas cuchillas”. Así describe Orestes Araújo en su Diccionario geográfico del Uruguay la zona donde luego se fundaría la capital del departamento de Río Negro.

En Fray Bentos nos esperaba Adrián Stagi, director general de Ambiente, Higiene y Bromatología de Río Negro. Nos recibió en su despacho y nos contó acerca del Potrero del Burro, un paraje que es también un área natural.

El Potrero del Burro pertenece al Instituto Nacional de Colonización y fue dado en comodato en 2021 por 30 años a la Intendencia de Río Negro. Ubicado a 25 kilómetros de la capital del departamento, tiene como particularidad que se ha mantenido bastante virgen y con muy poca actividad humana. Son 127 hectáreas que serán destinadas a un campamento educativo y de investigación.

La zona, muy rica desde el punto de vista de la naturaleza, se encuentra del lado norte de la desembocadura del arroyo Caracoles Grande en el río Uruguay. Hay playas con médanos, bosques nativos de galería, monte de parque, selva fluvial y también blanqueales, un ambiente de tierras ácidas.

En este lugar se criaban burros para el antiguo frigorífico Anglo. Estos animales eran utilizados para transportar la carga de mercaderías de exportación e importación del establecimiento. Nos cuenta Stagi que en aquella época los chiquilines de cuarto año abandonaban la escuela para ir a trabajar al Anglo y encargarse de llevar los burros por los carriles que conducían al puerto.

Según los locatarios, luego de que el frigorífico cerró, quedó un solo burro azulejo que dormía en los ombúes. Era de una raza especial, poco común en nuestro país, con un pelaje más oscuro. Cuenta la leyenda que cuando los militares hicieron uso del lugar, durante la dictadura, mataron al burro.

Fuimos con Stagi y la arquitecta Ana Inés Tobler a conocer el Potrero del Burro. Partimos de Fray Bentos hacia el noreste. Anduvimos por caminos vecinales hasta llegar a una portera en la que terminaba la calle de balastro, y a la entrada una hermosa Lantana fucata nos recibió con sus inflorescencias lilas y amarillas.

Lantana fucata

Nombre popular: Lantana.
Porte: Arbusto con múltiples tallos cuadrangulares, un tanto espinosos y que se eleva a 2,5 m de altura.
Hojas: Hojas opuestas, pecioladas.
Flores: Florece desde primavera hasta otoño. Las flores se insertan en una inflorescencia de forma globosa, muy apreciada en la jardinería por sus colores lilas y amarillos.
Fruto: Esférico, carnoso, de color oscuro, que se denomina drupa.
Usos: Ornamental.

Tobler está a cargo de la restauración de las antiguas instalaciones que se encuentran allí. Este sitio supo albergar grandes campamentos organizados por la Iglesia Valdense cuando Colonización les dio en comodato 20 hectáreas, en 1989. Los integrantes de esa iglesia fueron por 20 años los protectores de este lugar. Hoy se pueden ver las ruinas vandalizadas de las antiguas instalaciones que albergaban a hasta 100 personas a la vez.

Había cabañas con costaneras, baños, alacenas, pozos de agua, una cabaña central grande, de 15 metros por 12, y un horno para hacer pan. La intendencia planea recuperar lo que se pueda, como los cimientos del antiguo campamento, y utilizar para la construcción materiales nobles que no impacten de manera negativa en el ambiente.

Nos adentramos por un sendero cercado por altos árboles Francisco Álvarez (Luehea divaricata), entre cañaverales, lapachillos y camboatás, y a medida que avanzábamos el camino se angostaba cada vez más, hasta que apenas pasaba la camioneta. El Francisco Álvarez es un precioso árbol de follaje caduco verde brillante, con hojas nuevas de color rojo intenso y el envés de un verde muy claro, casi blanco. Al moverse por el viento genera una visión como de salpicaduras blancas brillantes. Conocido por su nombre vulgar como azota caballo, sus ramas flexibles eran utilizadas con frecuencia como látigo para azotar a estos animales. Es el árbol más robusto de nuestra flora.

Luehea divaricata

Nombre popular: Francisco Álvarez, azota caballo, caa-obetí.
Porte: Árbol de hasta 30 m de altura.
Hojas: Simples, alternas.
Follaje: Copa amplia, semipersistente, que finalmente cae en su totalidad, y un tronco recto grisáceo finamente asurcado.
Flores: Rosadas, de 2 a 3 cm de largo y distribuidas en cimas terminales o axilares. La floración ocurre durante el verano tardío y el otoño.
Fruto: Cápsula levemente oblonga, seca, leñosa, de color verdoso-grisáceo y con semillas aladas.
Usos: Ha demostrado ser efectivo como antimicótico.

Luego de andar unos pocos kilómetros llegamos a un amplio bosque de eucaliptos. Estos árboles fueron plantados por militares en el lugar de donde se extrajo arena para la construcción del puente que une Fray Bentos con Gualeguaychú. El predio se utilizó como polígono de tiro durante la dictadura, y para tiro al blanco fueron plantados los eucaliptos.

Entre estos flacos gigantes, y a pesar de la fama que tienen de que debajo de ellos no crece nada, encontramos un guerrero: un espécimen muy añejo de timbó protegido por su ejército de hijos circundantes que brotan desde el suelo.

Estábamos cerca de la orilla del río, que aún no podíamos ver, pero sí sentir. Las hermosas dunas nos tapaban la visión. Cuando los valdenses organizaban campamentos allí, tenían senderos marcados para acceder a la playa, para proteger las dunas. Este ecosistema corre riesgo de desaparecer, como sucede en otras zonas sobre el río Uruguay.

En el sendero hacia la playa, sobre la arena, unos lupinos en flor nos escoltaban hacia las costas del río Uruguay. Más hacia el sur, en la desembocadura del arroyo Caracoles Grande, ceibos añejos lucían sus ramas finas y peladas por el invierno apuntando al cielo. A su lado, recostado sobre la arena, había un palo amarillo (Terminalia australis). Es común ver a esta especie como si se arrastrara hacia el río.

Terminalia australis

Nombre popular: Palo amarillo.
Porte: Árbol de 7 a 8 m de altura. Suele ramificarse desde la base.
Hojas: Simples, alternas, con forma de punta de lanza.
Follaje: De ramas muy flexibles, caduco.
Flores: Pequeñas, verduzcas, unisexuadas. Florece en primavera.
Fruto: Ovoide, aplanado, uniseminado, rojizo.
Usos: Este árbol tiene buena madera para canastos de panadería.

Stagi nos puso en contacto con tres grandes personajes rionegrenses, a quienes, con el fin de resaltar sus cualidades, apodamos así: el comisario escritor, el maestro valdense y el guía naturista. Todos ellos accedieron, cómplices, a ser llamados de esa manera.

El comisario escritor, Guillermo Bertullo Santillán, ha vivido toda su vida en Río Negro y conoce muy bien su tierra. Vivió en una cueva a orillas del río Uruguay, en ranchos precarios en el antiguo balneario Las Cañas 60 años atrás, cuando era niño. Cuenta que un día iba caminando por Fray Bentos cuando el jefe de Policía lo llamó desde la comisaría y lo invitó a trabajar con él. Dice que salió ya con la placa puesta y que gracias a esa profesión pudo abrir su mente y ver que había más que la caza y la pesca. Hoy es un reconocido escritor jubilado.

Bertullo Santillán nos escribió un cuento para esta nota, del que reproducimos un fragmento, en el que nos cuenta que iba caminando con su hijo por el Potrero del Burro cuando encontraron muerta a Ramona, una mujer india y negra.

La encontramos en la lomada del potrero por un sendero de apereases, guiados tan solo por el aullido de su perro. Al verla dormida entre los brazos del ombú que hacía de gigantesca cuna, pensé no despertarla. Su piel de ébano brillaba a la sombra de la soleada primavera... Yo intuí que su relación con el sargento Manuel no había terminado bien. Por eso cuando salía a recorrer los potreros solía visitarla y le arrimaba alguna bebida espirituosa en cortesía. A veces recorríamos juntos la enorme playa, los médanos plagados de tucu tucus y me contaba la historia de cada árbol mataojo, chalchal, ingá, viraró, ceibo, amarillo que encontrábamos al pasar. Me imaginaba que ella, Ramona, podía charlar con las plantas, por la manera en que las miraba y alababa sus poderes. No tenía a ciencia cierta la edad, pero entendía que pasaba los setenta años. En la falda siempre llevaba un “verijero” y una lezna que le hacía de chaira. Jamás daba la espalda a una persona, lo mismo que jamás volvía por el mismo camino. Le pregunté un día qué pasó con el sargento Manuel, allá en Villa Soriano. Solo comentó que como todos los días venía del boliche amanecido a “medirle la voluntad” con una vara de cina-cina, ella le pinchó el vacío con la lezna para que no sufriera más y se quedó dormido. ¡Si un árbol sufre, mijo, hay que hacerlo dormir!, me dijo y supe que desde ese momento era su cómplice.

Héctor Gregorio, y su mujer, Miriam, miembros de la Iglesia Evangélica Valdense, participaron activamente en los campamentos. Maestros ambos, hacían recorridos por los senderos con los participantes aventureros, que luego pernoctaban allí, a la luz de los fogones. En aquella época, reflexiona Gregorio, no había celular, pero sí televisión y los niños y adolescentes “venían a 300 por hora”, y luego de dos días de estar ahí notaban un cambio radical. Volvían al ritmo de vida natural y biológico que hoy hemos perdido, dice.

Cerca del campamento, a unos 200 metros había un higuerón al que para poderlo abrazar se necesitaban unas diez personas. “Yo era un enanito al lado de un tronco de esos, de un árbol de esos; mirar al árbol arriba, que levantaba 30 metros largos y abarcaba una sombra descomunal, era sentirte realmente… te transportaba a Tierra de gigantes”, cuenta el maestro.

Es común encontrar esta especie creciendo sobre otros árboles. El higuerón o agarra palo pasa las primeras etapas de su ciclo vital como una planta epífita, es decir, utiliza a los demás árboles como soporte, no es parasitaria. Desarrolla raíces aéreas que envuelven al árbol huésped hasta alcanzar la tierra y, una vez que llega al suelo, se fortifica y se convierte en un gran tronco que en su interior conserva los restos del árbol estrangulado, de ahí su nombre vulgar.

Ficus luschnathiana

Nombre popular: Higuerón, agarra palo.
Porte: Árbol de amplia copa, que se eleva a 10 o 15 m de altura.
Hojas: Alternas, elípticas, pecioladas, coriáceas, de entre 6 y 10 cm de largo por 1,5 a 6 cm de ancho, con nervio medio amarillo.
Flores: Están provistas de estambres, son pediceladas, están incluidas en un sicono de hasta 1 cm de diámetro. Florece de setiembre a diciembre.
Fruto: Comestible. Infrutescencia generalmente llamada higo.
Usos: Con el fruto se hacen dulces.

Fuimos en busca del higuerón, esta vez nos acompañó Félix Bernal, el “guía naturista”, un libro abierto. Criado acostumbrado a lo silvestre, dijera él, su padre era ferroviario y su madre ama de casa, estuvo siempre en contacto con las plantas. Fue gracias a su madre que empezó a vincularse con sus usos medicinales. Eran 18 hermanos, hoy son 16. “Cuando teníamos alguna afección siempre usaba hierbas para curarnos y cuando no tenía para hacernos un té, yo iba y comía directamente de la planta. Me crie entre los yuyos, me los memorizaba y luego soñaba con ellos”, nos cuenta.

“Hoy es un día propicio para que salgan yaras”, dice. “Está calor y húmedo”. Félix llevaba puesto un gorro que decía “guía de naturaleza” y nos fue contando acerca de cada especie que veíamos ahí. Nos cruzamos con lapachillos, blanquillos sin hojas, sarandíes blanco y colorado, flor de patito y matojos.

Nos contó de una hierba a la que le dicen pelo de indio que plantaron en la tumba de su madre a pedido de ella, “porque amaba estar en el monte y a orillas del río”. Félix dice que, hasta su exhumación, “su tumba estuvo cubierta de esa hierba que ella había conocido en la orilla cercana a Fray Bentos”.

Trepada sobre los troncos de los árboles se veía una suelda consuelda junto a una especie de cactus enredadera con aspecto tubular, muy simpática de ver por cómo colgaba su pequeña flor.

Lepismium lumbricoides (Lem.) Barthlott

Nombre popular: No tiene.
Porte: Epífitas o litófitas, arbustivas o colgantes con tallos rastreros.
Hojas: Segmentadas cilíndricas, estriadas, con alas. Brotes largos, ricamente ramificados, redondos o ligeramente angulares.
Flores: Las flores aparecen en los laterales en forma de campana o tubulares.
Fruto: Oblongo u ovado, con semillas de color marrón.
Usos: Ornamental.

Llegamos a lo que al parecer podría haber oficiado de campamento para los indígenas, un lugar abierto entre el monte sobre la orilla y al resguardo de los vientos. Aquí se encontraron restos de cerámicas en las dunas y madera tallada petrificada. Las antiguas poblaciones indígenas que habitaron el lugar utilizaban la madera de los ceibos secos, que allí son abundantes, para hacer canoas. Nuestro guía la utiliza para hacer boyas para los aparejos, porque es una madera que flota con facilidad al ser muy liviana.

Continuamos viaje en busca del higuerón, pero no pudimos seguir. Intentamos ir hasta los blanqueales y tampoco tuvimos suerte. Los accesos estaban impenetrables. La Dirección de Medio Ambiente hizo un convenio con Penitenciaría para que las personas que están en prisión puedan trabajar en la limpieza y hacer nuevos senderos para poder apreciar los diferentes ambientes de la zona.

Fuimos hasta la desembocadura del arroyo Caracoles Grande en el río Uruguay. La playa, limpia y serena, con sarandíes flotando sobre el río, la arena blanca, el molle rastrero, los ceibos añejos, altos y robustos que comienzan a recuperar sus hojas luego del invierno, los ingá, guayabos colorados, mataojos y el río hermoso y sereno nos transportaron a un momento único, lleno de paz, en que la señal del celular se perdió.

Canto al río Uruguay

Este río que pasa
como si no pasara,
como si fuera un juego
de me quedo y me voy,
que esconde entre los ceibos
su malón de tacuaras
mientras suelta en la espuma
[...]
Este río en un tiempo
fue muerte florecida,
con alarido y lanza
del imperio Chaná,
cuando hasta el viento mismo
se jugaba la vida
por observar la abeja
sobre el mburucuyá.
[...]
Y siento que este río
tiene una voz indiana
que se va monte abajo,
pero nunca se va.

Atahualpa Yupanqui.