Las tierras del cuerno de África suelen estar asociadas en la imaginación global con la guerra, la sequía, el hambre y el fundamentalismo religioso. Para la mayoría, es difícil imaginar una historia de sus habitantes fuera de esta narrativa de sufrimiento crónico. Desde 2015, un proyecto español coordinado por los arqueólogos Alfredo González-Ruibal y Jorge De Torres-Rodríguez está tratando de cambiar esta imagen y contar otra historia de la zona y sus pueblos. O varias historias: de cosmopolitismo, comercio a larga distancia, innovación cultural y adaptación ecológica en un entorno desafiante.
Durante más de 1.500 años, el territorio ahora ocupado por Somalilandia, Estado autodeclarado en el norte de Somalia, ha sido el hogar de una diversidad de sociedades que comerciaban con el Egipto faraónico, los antiguos griegos y las civilizaciones medievales de India, Arabia y Persia.
De hecho, Somalilandia era parte integral del mundo del Océano Índico. Vio ciudades y estados surgir y colapsar, y sus habitantes intercambiaron idiomas, culturas y tradiciones, al tiempo que conservaron sus milenarios antecedentes nómadas.
El trabajo del equipo de arqueólogos se ha centrado en estos años en el análisis de ferias de playa milenarias llenas de delicadas cerámicas esmaltadas chinas y coloridas mercancías persas; banquetes funerarios de marineros yemeníes, en los que decenas de camellos fueron sacrificados; una ciudad medieval con magníficas casas en las montañas boscosas frente al mar Rojo; rutas nómadas a través del desierto flanqueadas por tumbas monumentales, algunas que se remontan al neolítico, o los campamentos de pescadores que comerciaron con el imperio.
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La historia de Somalilandia conecta el pasado de tres continentes y habla de relaciones pacíficas, tolerancia y resistencia.
Desde su declaración de independencia en el año 1991, después del final de la guerra civil, ningún país salvo Reino Unido ha reconocido su independencia. No es considerado oficialmente un Estado a pesar de celebrar elecciones con regularidad, de tener su propia moneda, su propia bandera e incluso relaciones diplomáticas con potencias internacionales.
Hasta los años 60 Somalilandia fue un protectorado británico, que tras su independencia se unió al estado somalí, también recién independizado, en su caso de Italia. Pero está unión no llegó a buen puerto. En 1969 comenzó el régimen militar de Mohamed Siad Barre, tras un golpe de Estado. La junta militar enfrentó desde entonces a milicias rebeldes, a las que reprimió de manera muy dura y que finalmente acabaron con su gobierno entrando en Mogadiscio.
Con frecuencia Somalia es considerada un “estado fallido” a ojos de la comunidad internacional, y es la zona donde opera Al Shabab, grupo terrorista fundamentalista con fuertes vínculos con Al Qaeda.
A finales de los años 70 el gobierno militar de Somalia pasó de ser apoyado por la URSS a establecer relaciones formales con Estados Unidos. Contó con el apoyo de Washington incluso en la invasión a Etiopía, aventura que fracasó gracias a la intervención cubana y soviética en apoyo de los etíopes. Siad Barre siguió sin embargo en el gobierno hasta el año 1991 en el que milicias rebeldes entraron en Mogadiscio y lo derrocaron, dando origen a la consideración de Somalia como “estado fallido”. El 18 de mayo de 1991, el clan Isaaq, mayoritario en la zona norte, proclamó la República de Somalilandia.
Se estima que la capital de Somalilandia quedó destruida en 90% de su extensión durante lo que se conoce como el “Holocausto de Hargeisa”, llevado a cabo por el gobierno militar somalí durante los años 80 contra la tribu de los Isaaq, mayoritaria en el antiguo protectorado británico. Las cifras no oficiales hablan de entre 50.000 y 200.000 personas asesinadas durante el genocidio, además del uso de la violación sistemática contra mujeres como arma de guerra, saqueos contra los poblados y persecución de la población nómada.
Los desplazados en la vecina Etiopía llegaron a ser más de 400.000, que constituyeron en 1988 el campo de refugiados más grande conocido hasta entonces.
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Visitar lugares como Hargeisa, la capital del país, Berbera, una ciudad y puerto principal del país en la costa, Burao, una ciudad en el interior, y otros emplazamientos como el pueblo de Sheikh, las pinturas rupestres de Laas Geel, Biyo Gure, Guguh, Ceelgerdi y otras zonas con importantes yacimientos arqueológicos, permite tomar contacto con una historia de pastores, nómadas, ciudades en expansión, o con la situación de la mujer en una sociedad con rígidas normas islámicas.
Laas Geel es una formación rocosa a 50 kilómetros de Hargeisa, en cuyas cuevas y recovecos se encuentran pinturas rupestres datadas entre el 9.000 y el 3.000 A.C. Fueron descubiertas por casualidad en 2002 por un equipo de arqueólogos franceses que se encontraba en la zona haciendo trabajos de prospección. Pero los pobladores de la zona ya conocían su existencia desde tiempos inmemoriales. En la actualidad son el principal foco de un incipiente turismo que se acerca al país a visitarlas, pasar uno o dos días en la capital, y quizás adentrarse hasta la costa de Berbera para disfrutar del pescado frito y las playas.
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Somalilandia es el país con mayor número de dromedarios en el mundo. Su carne y su leche son muy cotizadas para el consumo y la exportación. Durante los incendios de enero de 2020 en Australia, cuando el gobierno planteó la posibilidad de acabar con muchos de ellos en su territorio, el presidente de la asociación de pastores en Somalilandia, Mustafe Ali Deeq, dijo que los dromedarios son “muy queridos” por sus compatriotas y debían salvar las vidas de estos animales, enviándolos a su país.
El clima desértico del país ha favorecido históricamente el pastoreo nómada como la estrategia económica mejor adaptada. La vida nómada en continuo movimiento permite a los pastores entrar en contacto con distintos nichos ecológicos en función de la estación y con diversos grupos sociales con los que intercambiar alimento y otras mercancías, creando así redes comerciales de media y larga distancia. En la actualidad, sin embargo, la crisis climática está provocando que estos nómadas se vuelvan sedentarios y se aglutinen en los alrededores de las poblaciones y en puestos militares de control de las carreteras.
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