Eduardo Bauzá, productor agroecológico de la zona rural del departamento de San José, comenzó con esta actividad hace 25 años, luego de perder gran cantidad de colmenas. “Fue un accidente. Un productor me contrató 150 colmenas para polinizar un cultivo en su campo. En ese momento fumigó con un producto que hoy está prohibido, un veneno. Fue una matanza brutal, murieron como 15 millones de abejas. Ese accidente me costó diez años de estar embargado. Me fundí. Quedé muy enojado, pero eso me hizo cuestionar todo. Hasta ese momento no era ecologista, pero a partir de entonces he hecho un viraje en la vida para relacionarme con los modelos de producción y con la tierra de otra forma”.

Foto del artículo 'Tierra sin desperdicio'

Foto: Agustina Saubaber

Son las 5.30 de una madrugada de invierno. Todavía es de noche, en la Spika suena un tango y Eduardo ceba los primeros mates mientras me cuenta de su viaje a España. Allá juntó poco dinero y mucho aprendizaje. Fue el impulso necesario para comenzar con una producción ecológica. A la vuelta, Eduardo y su compañera de entonces, Gretel, empezaron a producir con una visión integral de los procesos de la vida, de las plantas y de los animales. Él habla apasionadamente de las posibilidades y las alternativas al sistema convencional de producción. Habla con esperanza, contagiando su convicción, con la determinación de alguien que sabe que no hay otro camino. “Es muy triste que vivamos sin mirar a los que vienen. No podemos seguir pensando con la billetera. La biocapacidad del mundo ya está desbordada”, dice.

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Caminamos por el campo, vamos a buscar las vacas para el ordeñe. Cada una tiene un nombre, una historia. Nos acompañan los perros, desobedientes, mimosos. Me muestra la recuperación que ha hecho de monte nativo y su sistema de pastoreo rotativo. Todo está pensado para que la naturaleza haga lo que mejor sabe hacer: crecer. Caminamos hasta el alambrado y veo que su campo está medio metro más arriba que el del vecino. Me explica que la tierra se va erosionando, se escurre. La tierra literalmente se pierde. Lo dice con dolor:

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Esos campos están todos quemados con herbicidas, es vida que está muriendo. La producción se artificializó, los someten a venenos. Todos los procesos de la agricultura convencional se basan en matar para ahuyentar. El fenómeno del herbicida es ese: no habita nadie con mi planta, mato todo lo demás porque quiero sólo mi cultivo. Arraso con la diversidad, mato los yuyitos hasta abajo de los alambres. Hay un posicionamiento frente a la vida y la producción que es difícil de cambiar, pero es urgente hacerlo. Producir alimentos es un acto sagrado, debe ser de las cosas más hermosas que hay en la vida. Y sin embargo el hombre, por esa ambición desmedida, ha transformado todo y ha generado una relación de guerra: es casi un acto bélico producir así.

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En su campo se producen quesos orgánicos. Y aún hay colmenas. Poquitas, pero tratadas con mucha dedicación. En todo su proyecto, la ciclicidad es clave. Lo que en otro lado es un desecho, acá es un insumo. La bosta del tambo va para los campos de pastoreo, los yuyos sirven para ahuyentar moscas y mosquitos, los desechos orgánicos van para la huerta. No se manguerea para limpiar porque hay que cuidar el agua, no se entra a la quesería porque se cuida la sanidad del proceso y se hacen todo tipo de fermentos para cuidar la biota intestinal.

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Van entrando las vacas al tambo, Eduardo les habla y reniega un poco con algunas. Van pasando de a seis y, mientras las acomoda, me cuenta alguna peculiaridad de cada una. Les lava las ubres con una mezcla biodegradable que tiene en un balde. “Esto es importante”, dice. Las vacas empiezan a comer mientras se prenden las máquinas de ordeñe y la leche empieza a subir por un sistema de cañitos que luego de algunas vueltas terminan del otro lado, en una habitación donde Gretel tiene todo listo para comenzar a hacer el queso. Es un espacio pequeño y pulcro, con una olla grande y una pizarra en la que se lee: “Si cambias la forma de ver las cosas, las cosas cambian de forma”. Con mucha paciencia me habla del cuajo, la concentración de ácido, el estacionamiento y los diferentes tipos de quesos.

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Gretel y Eduardo se separaron hace tiempo, pero viven a pocas cuadras y siguen su proyecto de producción juntos, mano a mano, con alguna ayuda cuando hace falta.

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Eduardo integra la Red de Agroecología del Uruguay desde sus inicios, hace unos diez años. Hace cuatro años se fijó su sede en San José, y en este tiempo se han brindado talleres y cursos de manera honoraria. Desde el activismo, allí se comparten conocimientos sobre apicultura, soberanía alimentaria, transgénicos o aproximación a la polinización. En la actualidad se da un curso de huerta orgánica en el que se inscribieron más de 200 personas de todo el departamento, pero por cuestiones sanitarias se brinda de a 50 personas.

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¿Cómo generamos sensibilidad y conciencia? Hay mucha información para acceder, pero no hay interés general en fomentar la difusión y el acceso, porque despierta conciencia, genera cuestionamientos, y eso amenaza este sistema que impera. Es un sistema inhumano y perverso, que transforma la producción del alimento en algo vil, al servicio del mercado y el negocio, no de la gente y su calidad de vida.

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Ya me estoy por ir cuando Eduardo trae un cuaderno gordito que me muestra con orgullo. Es su libro de visitas, que me excuso de firmar porque aún tenemos muchas fotos por hacer. Por su casa pasa mucha gente, personas interesadas en aprender. Productores, estudiantes, senadores, diputados, ediles, dirigentes políticos de todos los partidos, viajeros nacionales e internacionales.

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A lo largo de estos años ha participado en diferentes cursos, entre ellos uno de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Milán. También ha sido convocado para dar charlas en distintos espacios, como la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República, en Salto y Montevideo, la Expoactiva Nacional que se celebra en Soriano, TEDx y varios otros.

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Hay que tener una visión holística, integrada de las cosas. En nuestras tripas tiene que haber vida, como en la tierra y en el suelo. Para esto debemos producir de manera consciente alimentos sanos, inocuos, de alto contenido biológico. Nuestra vida interior es como la vida de afuera.

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