Cruzando el puente de la ruta 11 sobre el Paso Melgarejo, las misteriosas y oscuras aguas del arroyo Canelón Grande nos indican que estamos cerca del punto de partida: hileras de sauces, álamos y monte autóctono a los lados y, más a lo lejos, filas de eucaliptos que escoltan la ruta hacia Santa Lucía. Llegamos a un cruce de ferrocarril, que está cercado y tapado por ramas en un sentido, mientras que hacia el otro, las vías desaparecen y se transforman en un camino de balastro. Hacia allí nos dirigimos

El paisaje está en intensa transformación. Grandes maquinarias se internan en la vegetación que crece en torno a una vieja estación de tren.

En este punto del mapa se está realizando un nuevo trazado para el ferrocarril central, el tren que conectará Montevideo con Paso de los Toros para que la papelera UPM pueda transportar carga desde su segunda planta. Las vías férreas atravesarán el campo desde la estación Margat hasta el puente de 25 de Agosto y evitarán la ciudad de Santa Lucía, por donde pasaba el recorrido anterior.

A mitad de camino entre las ciudades de Canelones y Santa Lucía se encuentra este paraíso: Margat, pequeña localidad que recibe su nombre en homenaje a Pierre Antoine Margat, un naturalista francés que trajo en su valija de inmigrante semillas de variadas especies del viejo mundo.

Pierre Antoine Margat Regnoust fue un cultivador, horticultor y botánico nacido en Versalles, Francia, en 1806. A los 32 años llegó a Montevideo, en plena Guerra Grande. Fue quien introdujo en Uruguay un sinnúmero de especies desconocidas hasta ese momento, como el álamo negro, los eucaliptos, las magnolias y las camelias. Propagó hacia el norte varias especies de frutales. También fue el responsable de la formación de un bosque en las cercanías de la estación, que se construyó gracias a la donación de terrenos realizada por sus descendientes.

De camino hacia la antigua estación los sauces resaltan a lo lejos por su presencia y altura, y nos indican la proximidad del arroyo. Lo nativo se entremezcla con árboles exóticos de gran porte. Vemos cortinas de álamos, eucaliptos y fresnos que sobresalen en los campos aledaños, así como praderas y monocultivos de soja y maíz, ya cosechados.

Cortaderia selloana

Nombre popular: cola de zorro, plumero.
Porte: hierba de hasta 4 m de altura (con el tallo florífero).
Hojas: alternas, largas, angostas y rígidas.
Follaje: persistente.
Flores: semejantes a un plumero, femeninas y hermafroditas en forma de espiguilla. Florece en verano.
Fruto: forma ovada, de color café claro, persiste en la planta.
Usos: principalmente ornamental. Las hojas se usan en infusiones para dolores hepáticos. También para techar y quinchar. Las flores se hierven con leche y azúcar como alimento.

Al costado del camino está la famosa chirca, con sus flores marchitas por el otoño. Junto a ella hay otras plantas exóticas, como los tan abundantes cardos Cynara cardunculus, Cirsium vulgare y Dipsacus fullonum.

Se destacan por su esplendor varios ejemplares de cola de zorro, con sus penachos blancos y dorados que sobresalen y bailan con el viento. Debido a su belleza ornamental esta especie, autóctona de nuestro país, fue introducida en jardines de Europa y hoy es considerada invasora en varias partes del mundo.

Entre las chircas y los árboles de poco porte aparecen ante nuestros ojos las trepadoras madreselva y nuestro hermoso mburucuyá. La madreselva (Lonicera japonica) es originaria de Asia del Este. Durante el otoño da unos frutos pequeños en forma de baya color azul oscuro. Si bien es muy linda de ver y desprende un aroma atrapante cuando está en flor, esta especie es muy invasora y comienza a ganar terreno frente a las demás.

Passiflora caerulea

Nombre popular: mburucuyá, pasionaria.
Porte: trepadora leñosa capaz de ascender a 15–20 m de altura.
Hojas: alternas, palmadas, pentalobuladas de 10 a 18 cm de largo y ancho. La base tiene un zarcillo flagelado de entre 5 y 10 cm
Follaje: perenne en climas tropicales y caducifolia en zonas de inviernos fríos.
Flores: grandes, solitarias, fragantes. Florece en primavera y verano.
Fruto: drupa oval naranja. Fructifica en verano.
Usos: la infusión de las hojas y de las flores calma los nervios, disminuye la presión de la sangre y activa la respiración.

El mburucuyá (Passiflora caerulea), nativo de nuestro país, trepa con elegancia. Esta especie florece y fructifica todo el año, con mayor intensidad entre setiembre y mayo. Se impone en el paisaje por la belleza exótica de sus flores y es tan vanidoso que cada mañana las renueva, así se mantienen jóvenes y perfumadas durante el día, y son el manjar de un sinfín de insectos polinizadores, hasta que se marchitan en el atardecer. Sus hojas se distinguen de las demás por su forma y su color verde intenso. Y, como si fuera poco, su fruto es dulce y comestible. A esta enredadera la vemos muy comúnmente en los alambrados; los pájaros que comen el fruto depositan la semilla posados ahí y ella crece teniendo el soporte asegurado. Lamentablemente, esta especie es muy visitada por la oruga defoliadora Hylesia nígricans, comúnmente llamada “gata peluda”, por lo que es muy común ver sus hojas mordisqueadas.

Cuenta la leyenda que Mburucuyá era el nombre que le había puesto un cacique guaraní a una doncella española de la que se había enamorado. La pareja se veía a escondidas porque el padre de ella era un capitán español que nunca permitiría esa relación. Y así fue: al enterarse, el padre dio muerte al cacique. La madre indígena del amante llevó a Mburucuyá a ver a su hijo, que yacía muerto; Mburucuyá, llena de tristeza, cavó una fosa donde depositó el cuerpo de quien por su amor murió y luego se quitó la vida atravesando su corazón con una flecha que él mismo le había regalado. La madre del cacique les dio entierro a ambos y fue la primera en ver cómo de aquella sepultura brotaba una extraña planta nunca antes vista de hojas verdes, flores encarnadas y azules, fruto color naranja por fuera y rojo por dentro, que trepaba los viejos árboles de la selva y los adornaba. Resumen de la leyenda escrita por Ernesto Morales.

Llegamos a la Estación Margat, que se encuentra vallada y con un cartel que indica que es patrimonio histórico. Sobre una despintada pared se lee la leyenda “Bello lugar, Margat. Limpio, culto, ordenado. Que no se pierda el alma de Margat”, firmada por Clemente Estable (1894-1976), quien nació en una de las casas cercanas a la estación.

Permanecemos en silencio y reflexivas, pero nos interrumpe el sonido de las máquinas retroexcavadoras y la gran obra en plena construcción. Por donde antes pasaba el tren, ahora vemos pasar camiones que transportan materiales para la obra. Aún quedan algunas palmeras Butia yatay de gran altura, porque no representan obstáculo para el nuevo trazado. Junto al edificio donde antes paraba el tren sobresalen, felizmente, con su ligero y suave follaje, algunas anacahuitas (Schinus molle) entre los cipreses flacos y altos.

En los alrededores también hay muchos paraísos, una de las plantas exóticas invasoras que se han naturalizado y toman cada vez más terreno en nuestro país. Esta especie proviene de la cordillera del Himalaya y crece de manera espontánea en montes nativos, donde compite con la vegetación autóctona. Produce abundantes frutos ovalados de color marrón claro, que resaltan en otoño porque el árbol pierde su follaje. Algo curioso de esta especie es que sus hojas y frutos son venenosos para el ser humano.

Salix humboldtiana

Nombre popular: sauce criollo.
Porte: árbol que alcanza hasta 10 m de altura, dioico, corteza persistente, inerme.
Hojas: simples, alternas, de borde aserrado, glabras, ápice agudo, base cuneada.
Follaje: caduco.
Flores: aperiantadas, en amentos. Los masculinos, amarillentos; los femeninos, verdes. Florece en verano e invierno.
Fruto: cápsula marrón claro, con muchas semillas algodonosas en su interior. Maduran en otoño y primavera.
Usos: la madera es blanda y liviana, se utiliza para la fabricación de envases.

Continuamos rumbo al arroyo y se revela tímidamente ante nosotras el monte nativo. Hileras de molles (Schinus longifolius) y coronillas (Scutia buxifolia) siguen el camino del alambrado. Entre ellos, vemos chalchales (Allophyllus edulis) y talas (Celtis ehrenbergiana), que contrastan con sus hojas verde claro y sus inconfundibles ramas zigzagueantes. A lo lejos, cerca del monte ribereño, resaltan por sus abundantes racimos de semillas pequeñas y moradas los ligustros. Este árbol, Ligustrum lucidum, proveniente de Asia y compite con los nativos en altura, robándose la luz.

Hacia el horizonte se ve el monte de parque, con varios espinillos (Vachellia caven) que se entremezclan en el paisaje con las obras para el nuevo trazado del tren. El viejo puente reticulado de metal que actualmente está sobre el arroyo Canelón Grande será sustituido. El nuevo puente será más alto y de hormigón, ya que Margat se encuentra en una zona inundable.

Por el aroma a humedad y el sonido relajante, sabemos que estamos por llegar a las aguas del Canelón Grande, uno de los afluentes del río Santa Lucía. En el camino nos cruzamos con los muy llamativos cina-cina (Parkinsonia aculeata), tan bellos y agraciados con sus ramas finitas como si fueran cabellos al viento con pequeñas (muy pequeñas) hojas en ambos lados, que en esta época comienzan a perder. Vemos un pequeño ejemplar de este árbol atrapado por una madreselva que comienza a trepar desde abajo, enroscándosele al tronco para llegar al follaje y expandirse.

Ahí también está la zarzamora (Rubus ulmifolius Schott), otra gran invasora. Esta especie proveniente de la Europa mediterránea fue introducida en el país por interés agrícola y avanza vertiginosamente sobre el monte nativo, así como también sobre el monte de parque la Gleditsia triacanthos, muy parecida a nuestra autóctona del norte Gleditsia amorphoides.

Pouteria Salicifolia

Nombre popular: mataojos.
Porte: árbol de entre 7 y 10 m de altura o arbusto robusto, en general ramoso.
Hojas: simples, alternas, enteras o con insinuaciones de pequeños dientes.
Follaje: persistente.
Flores: blanco-amarillento verdosas, pequeñas. Florece en primavera.
Fruto: drupa carnosa, de color verde, terminadas en una larga punta curvada. Semilla oblonga, dura, de color pardo claro. Fructifica en verano.
Usos: el fruto es antidiarreico. Se consume en gárgaras contra las afecciones de garganta. La corteza reduce los callos. La savia es vomitiva y antihelmíntica.

Vemos desde el pequeño y angosto puentecito sobre el arroyo el serpenteo del agua, que baja hacia su desembocadura en el Santa Lucía unos pocos kilómetros más adelante.

Margat se encuentra en la zona A de la cuenca del Santa Lucía, declarada prioritaria para su conservación por el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Esta zona es la que presenta los niveles más altos de fósforo y nitrógeno y es considerada una de las más críticas de la cuenca. El monte nativo cumple una función vital para el ecosistema y el mantenimiento de la calidad del agua. Es esencial para el ecosistema, ya que amortigua los efectos del modelo agroindustrial del país.

Custodiando la entrada al puente se impone un añejo y gran sauce criollo. Sus ramas y hojas, largas y flexibles, se reflejan y cuelgan sobre el arroyo moviéndose a merced de los caprichos del viento, como una cabellera desordenada. Sus hojas al viento producen calma y serenidad.

Por estos días de otoño su follaje es dorado y menos abundante que en verano, cuando podemos verlo presumir su gran volumen verde claro y brillante. Con los años ha ido adoptando líquenes que viven en él. Antiguamente su madera era muy apreciada por ser blanda y liviana, lo que otorgaba a los tirantes de las carretillas una mejor resistencia al quiebre. Es muy común confundir nuestro sauce con su primo asiático, el sauce llorón. La principal diferencia radica en la disposición de su follaje, que en el sauce llorón cuelga con mayor intensidad, muchas veces tocando el piso.

Sobre las márgenes del arroyo ejemplares de mataojo (Pouteria salicifolia) se hacen notar con sus hojas verde intenso y oscuras. Puntiagudas y largas como un laurel, descansan sobre el agua, que nos regala reflejos plateados por el sol. Este árbol recibe su nombre común porque el humo que produce al quemarse su madera es irritante a los ojos. Sus flores, que vemos desde noviembre a enero en forma de ramilletes blanco-amarillento verdosos, tienen un aroma muy agradable. La madera es utilizada como leña y para hacer postes de alambrado. Es un árbol dominante de áreas inundables, con un tronco ramificado desde la base, como si fuera un arbusto gigante. Junto a él, pequeños sauces parecen brotar de dentro del agua.

Phyllanthus sellowianus Müll. Arg.

Nombre popular: sarandí, sarandí blanco.
Porte: arbusto de entre 1,5 y 3 m de altura.
Hojas: simples, alternas, a veces con borde rojo.
Follaje: caduco.
Flores: unisexuales, blanquecino-amarillentas, pequeñas. Florece en primavera.
Fruto: cápsula, esféricas, pardas. Fructifica en verano y otoño.
Usos: la corteza y las hojas son diuréticas. Los tallos son purgantes, hipoglucemiantes, contra la ictericia y antisépticos en úlceras cancerosas.

El paisaje se torna onírico en esta época del año, cuando el sarandí se tiñe de intensos tonos de rojos, amarillos y naranjas y compone, junto al mataojo y el sauce, un escenario digno de ser retratado. El sarandí es un arbusto nativo de nuestra región subtropical de América del Sur y crece en forma silvestre a orillas de ríos y cursos de agua. Puede llegar a formar grupos compactos, como los matorrales ribereños de “sarandizal”. Sus flores esféricas de color blanco y perfumadas son muy visitadas por las abejas, por ello es considerada una especie de gran valor apícola, por su frecuencia, calidad y cantidad de néctar. El uso de esta especie se ha extendido y se comercializa en herboristerías y mercados de plantas medicinales. En la actualidad existen estudios académicos sobre sus propiedades medicinales.

Un poco más alejado de las orillas del arroyo vemos al ceibo (Erythrina crista-galli), nuestra flor nacional (compartida también con Argentina). Su flor roja tiene la forma de la cresta de un gallo, de ahí su nombre crista-galli y erythros, que en griego significa “rojo”. En esta época lo vemos con sus ramas bastante peladas, como si fueran pinchos largos apuntando al cielo. Todavía no ha perdido todas sus hojas. Existe una variedad poco común de flores con pétalos blancos (E. crista-galli var. leucochlora, ceibo blanco).

Cuenta la leyenda que en las orillas del Paraná vivía una indiecita guaraní que era fea, pero tenía una hermosa voz. Un día llegaron los colonizadores de piel blanca y arrasaron las tribus y les arrebataron sus tierras. Anahí fue tomada en cautiverio, pero logró escapar dando muerte a su centinela y huyó a la selva. Los españoles la siguieron y la capturaron. La ataron a un árbol y la prendieron fuego. Anahí fue envuelta por las llamas. Los que estaban presentes vieron con asombro que el cuerpo de la india tomaba una extraña forma, y poco a poco se convertía en un árbol de flores rojas. Al amanecer en el lugar del asesinato resplandecía el ceibo en flor.

Me lo dijo un indio viejo y medio brujo;
que se santiguaba y adoraba al sol:
los ceibos del tiempo en que yo era niño no lucían flores rojas como hoy.
Pero, una mañana sucedió el milagro;
—es algo tan bello que cuesta creer—
con la aurora vimos el ceibal de grana,
cual si por dos lados fuera a amanecer.
Y era que la moza más linda del pago,
esperando al novio, toda la velada,
por entretenerse se había pasado la hoja de un ceibo por entre los labios.
Entonces los ceibos, como por encanto,
se fueron tiñendo de rojo color...
Tal lo que me dijo aquel indio viejo que se santiguaba y adoraba al sol. Fernán Silva Valdés

Erythrina crista-galli var. crista galli

Nombre popular: ceibo.
Porte: árbol espinoso de porte mediano de 5 a 8 m de altura, llegando raramente hasta los 20 m.
Hojas: alternas, compuestas, trifoliadas.
Follaje: caduco.
Flores: florece de primavera y verano.
Fruto: legumbre de color castaño oscuro con semillas dentro.
Usos: principalmente ornamental. Su madera, blanda y liviana, se ha usado para fabricar balsas, ruedas y aparatos ortopédicos.

El arroyo Canelón Grande nos regala un hermoso paisaje. Sus aguas, ahora plateadas por el reflejo del sol, tiñen de luz el monte que se nutre de él. La zona de Margat alberga un riquísimo ecosistema nativo que está en constante amenaza. El frenético avance de las ciudades y las necesidades del hombre han llevado a la depredación de los espacios naturales como este, que son cada vez más escasos. Acciones como la tala del bosque nativo, la llegada de especies invasoras, el crecimiento agrícola de monocultivos y el uso de agrotóxicos para la industria, junto con la escasa regulación y control ambiental, han llevado y continúan contribuyendo al desequilibrio del ecosistema de la región. Afortunadamente, ya hay más cuidado y conciencia al respecto porque, al fin de cuentas, es lógico e imprescindible cuidar aquello que nos retroalimenta.