Ahora que la situación sanitaria del país parece dar un respiro nos acercamos al Centro de Investigaciones Nucleares de la Facultad de Ciencias. Es un lugar extraño donde funcionó un reactor nuclear en miniatura. Allí nos espera para conversar Pilar.
Sus colegas le dicen Pili. Y hablar con ella te lleva también a pensar en pilas. ¿Qué mejor lugar que un ex reactor nuclear para contener la inagotable pila atómica que Moreno parece tener en alguna parte? Más introvertida en público que su colega Moratorio, cuando el grabador comienza a funcionar la conversación fluye cálidamente. Pilar me asegura que todos los restos radioactivos del reactor fueron retirados en la década de 1990. Más allá de la imagen fallida, la charla es energizante. La presión de los medios, el lugar de las mujeres en la ciencia, el desarrollo del kit de diagnóstico, el desconcierto al inicio de la pandemia, qué debemos esperar de este virus y de este país tras su llegada. Con ciencia grande no hay país pequeño, y en este último año y medio, esa ciencia grande tuvo a Moreno como uno de sus pilares.
¿Cómo te toma esto mismo que estamos haciendo ahora? ¿Cuánto te afectó pasar del trabajo en tu laboratorio, lejos del ruido, a en este año y medio de pandemia sentir la gran atención y la demanda de oír la voz de ustedes?
Al principio me costó mucho. Hacer notas era algo que padecía; si bien creo que era importante exponerse un poco más, no era algo a lo que estaba acostumbrada ni que disfrutara. Cuando nos invitaban a ir a algún medio siempre pedía que fuera otro. Hasta que me hicieron ver que tenía que ir.Me encanta el trabajo que hago, pero la exposición y tener que hablar siempre me costaron bastante. Por otro lado, al trabajar siempre en conjunto con Gonzalo Moratorio, dejaba que esa parte la hiciera él. En nuestro grupo cada uno cumplía con el rol que mejor hacía, y yo sentía que el de la exposición no era el mío. Luego me di cuenta de que está bueno mostrar lo que una hace, que te reconozcan el trabajo. Y también, como mujer, poder mostrar que habemos muchas mujeres que hacemos ciencia.
Uno cree que es importante dar visibilidad a investigadoras no por una cuestión únicamente de equidad a la hora de reportar el trabajo, sino porque es real que trabajan a la par haciendo ciencia de calidad.
Creo que la visibilización, sobre todo para las generaciones nuevas, para que vean que hay mujeres que hacemos ciencia y dar a conocer las dificultades a las que nos enfrentamos, sirve para que otras puedan verse representadas en nosotras. Yo siento que a las mujeres, por algún motivo, a veces nos cuesta más salir. Es algo que he hablado con colegas como Paola Scavone [microbióloga del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable] o María Moreno [inmunóloga del Instituto de Higiene de la Facultad de Medicina]. En general, esa exposición no es algo que ninguna disfrute demasiado. Sentimos que está bueno que se nos vea, pero nos cuesta.Te confieso que las primeras veces, cuando tenía que hacer una nota, estaba todo el día focalizada en qué me iban a preguntar y sentía que tenía que saber más de lo que sabía, que tenía que estudiar más. Después me di cuenta de que con lo que sabía podía responder bien las preguntas. Era más bien un tema de autoexigencia, de tratar de que todo saliera perfecto, que me ponía en un lugar de mucho estrés. Con el tiempo, y con bastante ayuda y apoyo de gente de la comunicación, como Daniela Hirschfeld [periodista científica encargada de la comunicación del Institut Pasteur de Montevideo] y María Estela Moreno, me fui adaptando.
Es raro que teniendo un doctorado en virología sintieras que tenías que estudiar aún más para dar una nota a la prensa. ¿Temías que no se te entendiera o te preocupaban los juicios de los colegas?
En la exposición también influye no sólo el qué decís, sino el cómo. El juicio del otro pesa. A veces una siente que al hablar tiene que hacerlo como cuando está ante pares. Tuve que aprender a salir de ese lugar. Yo no estaba saliendo a hablar para los investigadores, y esa es una de las cosas que manejaba con Daniela o con María Estela. Ellas me decían que no tuviera miedo a decir una palabra que me sonara completamente terrenal pensando en qué dirá un colega. Su consejo era que bajara a tierra los conceptos, que no estaba mal comunicarlos con un lenguaje sencillo. Una a veces siente que si no dice las cosas por su nombre, para el resto de los científicos queda en el lugar del que sabe menos. Durante mucho tiempo tuve la sensación de que en la tele tenía que hablar como si estuviera en un congreso. Me llevó tiempo, pero aprendí que no. No digo que ahora lo disfrute, pero no me estresa tanto. Y creo que es bueno poder llegarle a gente que no está habituada a lo que nosotros hacemos, que entiendan, que se copen y hagan preguntas. Eso sí me gusta, y de hecho la extensión universitaria es algo que hacemos, trabajar con ambientes extrauniversitarios y tener un vínculo horizontal, no ir como universitario a enseñarle al otro cómo son las cosas. Por ese lado de la extensión y el servicio le encontré un poco la vuelta a esta exposición.
Es que había una necesidad muy grande, una demanda de la sociedad de escuchar qué tenía para decir la comunidad científica, y en particular ustedes, los virólogos y las virólogas, para que nos orientaran sobre qué estaba pasando y qué podíamos esperar.
Sí, no sólo es una demanda de la sociedad, sino que además esa es una de nuestras funciones, es parte de nuestro trabajo.
Por otro lado, si ustedes no hablaban alguien más saldría a responder a la demanda. Y a veces, aunque bienintencionadas, eran personas que no estaban cercanas al conocimiento del tema.
Daniela siempre me decía eso, que estaba bien si yo no quería salir a hablar de determinado tema, pero que supiera que alguien sí iba a hacerlo igual. Creo que está bueno saber de qué puede hablar cada uno. Yo trato de ser muy respetuosa de eso. En algunos programas te hacen varias preguntas y corrés el riesgo de terminar hablado de cosas que no forman parte de los temas en que tenés competencias. A veces una siente que los periodistas piensan que nosotros sabemos de todo, y probablemente sabemos mucho de pocas cosas. Entonces está bueno ir a hablar de lo que uno sabe y dejar que de otras temáticas hablen quienes saben de eso. A veces una puede dar una opinión personal sobre algunos temas, pero lo cierto es que eso también me costaba. Fui animándome a decir “no sé”, o a contestar que las preguntas que me hacían capaz que deberían hacérselas a un infectólogo o a una médica. Me siento un poco atrevida hablando de temas que no son los míos. Hay que aprender a decir que uno no sabe. No tengo que saber todo, pero al principio tenía esa presión.
Está un poco en el imaginario que quien hace ciencia domina todas las disciplinas.
Es más bien lo contrario: no domino casi ninguna.
Y también se da la paradoja de que cuanto más conocés un tema, más consciente sos de lo que te falta saber sobre eso.
Es que la ciencia es eso, es siempre estar corriendo detrás de la liebre. Por un lado, todo va más rápido de lo que una puede ir aprendiendo. Y por otro, cada paso que das te lleva a nuevas preguntas. Entonces, a veces nos piden una opinión buscando que le demos certezas a la gente. Y lo que sucede es que nosotros tenemos muchas más preguntas que certezas. Si es por certezas, tal vez no seamos los más indicados. La pandemia creo que lo ha dejado claro: al día de hoy, por más que hemos aprendido mucho, aún tenemos más preguntas que certezas. Pero es así, parte de nuestra vida es generar preguntas y las certezas, habitualmente, son pocas. Entonces es muy difícil cuando te preguntan sobre algo y quieren que una adopte una posición absoluta. En la biología no hay nada absoluto.
Es que hubo momentos no sólo de incertidumbre, algo cotidiano en el trabajo científico, sino de una gran angustia social y de una necesidad de tranquilizar a la gente. Tal vez eso hizo que se pusiera sobre los científicos y las científicas una carga extra.
Sí. Creo que a veces importa mucho cómo decís las cosas. Creo que se pueden dar señales de tranquilidad y bajar las cosas a tierra sin dejar de mostrar la gravedad de la situación o la incertidumbre que la rodea. Ese balance puede llegar a ser difícil. Una tiene que mostrar las cosas como son, pero sin llevar a la gente hacia la desesperación. Esa también fue una responsabilidad importante que sentimos. Me pasó de ir a programas y darme cuenta de que había mucha gente escuchando y sentir la gran responsabilidad que tenía al estar al aire. Tenías que ser muy cuidadosa con los mensajes que dabas. Después me di cuenta de que la gente no es muy responsable cuando sale en los medios. No estaba acostumbrada y viví esa llegada a tanta gente como una responsabilidad extrema. En casa me dicen que opino de todo, pero una cosa es en la interna o en un grupo pequeño de personas y otra es cuando vas a llegar a mucha gente. Ahí trato de ser medida, de no decir cosas tajantes, de cuidar las formas en las que decimos las cosas. Porque la realidad de la gente es muy diferente, y cuando uno va a opinar de algo tiene que tomar en cuenta los distintos contextos de la gente que está escuchando. Una no puede decir que todo el mundo se tiene que quedar en la casa cuando hay gente que sí o sí necesita salir a trabajar. El contexto es todo.
Las afirmaciones tajantes y absolutas no se llevan bien con la buena comunicación de la ciencia. Y si bien sobre este virus aún hay muchas cosas que no se saben, de la técnica de la reacción en cadena de polimerasa en tiempo real -los hoy famosos PCR para determinar la presencia del virus- sí hay mucho de lo que ustedes saben y muy bien. Cuando aparecieron cuestionamientos sobre los PCR, con información errada y pocos fundamentos, ¿no sintieron la necesidad de salir a hablar sobre este test de diagnóstico que desarrollaron?
Totalmente. Ahí es cuando se daba eso de que si no hablábamos nosotros alguien más iba a salir a hablar, y nos decían que probablemente fuera alguien que no supiera exactamente cómo es la técnica. En esos casos sí hemos salido a aclarar el tema; si no fui yo o Gonzalo, iba alguien de nuestro grupo. Conocemos la técnica, conocemos todo el procedimiento, sabemos las debilidades que puede tener, así como sus fortalezas, entonces en ese tema uno sí puede salir con otra seguridad a combatir ideas que sabemos que no son ciertas. Siento que a veces, cuando alguien dice algo que es erróneo pero que genera desconfianza, plantan una semilla que luego complejiza la comunicación.
Esos cuestionamientos planteaban reparos demasiado técnicos, como a cuántos ciclos se debería o no cortar la amplificación del material, muchas veces sostenidos por gente que tenía títulos universitarios. Está bien todo lo que ya hablamos de la búsqueda más de preguntas que de respuestas, pero es cierto que a veces hay unas cuantas certezas. Sin deseñar la duda, que es la base del método científico, ¿les costó salir a ser categóricos?
Creo que hay que distinguir entre distintos tipos de dudas. Algunas pueden ser razonables, como por ejemplo algunas que se dan con las vacunas. No toda la gente que no se vacunó es antivacunas. Hay gente que no se vacunó porque tiene dudas, porque tiene miedo, porque necesita más información, porque no pudo agendarse accediendo a las plataformas. El problema no son esas dudas razonables, sino cuando se generan dudas desde posiciones más extremas sin ninguna evidencia. Entonces ahí sí hay que salir a ser muy enfáticos, no contra los grupos, sino contra las ideas que están planteando, porque uno tiene evidencia contundente en contra. Nosotros conocemos muy bien la técnica PCR, sabemos que es imposible que la técnica, si está bien diseñada, amplifique otra cosa que no sea el virus.
Leyendo tu currículum queda claro que el PCR en tiempo real es un viejo conocido. Ya en 1998 hiciste un curso en Venezuela sobre esta técnica y la expresión diferencial de genes. En 2000 tomaste en la Facultad de Medicina el “Primer curso de medicina molecular: amplificación génica (PCR) y su aplicación a la medicina humana”.
La PCR es una técnica que se aplica en diferentes áreas del conocimiento, se utiliza para variados experimentos y pruebas en diferentes ámbitos. Kary Mullis ganó el Premio Nobel de Química en 1993, junto a Michael Smith, por desarrollar esta técnica que revolucionó la biología molecular. Hoy en día hablar de PCR es hablar de una técnica muy extendida.Cuando nosotros montamos el circuito de diagnóstico en el Institut Pasteur, no todos los que trabajaron allí haciendo PCR eran virólogos. Había gente de muy distintas áreas y grupos de investigación que conocían la PCR porque la utilizaban para distintos aspectos de sus investigaciones. Hoy en día es una técnica muy sencilla de llevar a cabo. Cuando decidimos usarla para diagnosticar el coronavirus no tuvimos una idea brillante, sino que fue una idea que tuvimos en el momento justo. Nos dimos cuenta de que lo necesitábamos y que íbamos a necesitar reactivos en el momento indicado. Así como se nos ocurrió a nosotros, se le podía haber ocurrido a cualquier otro grupo. Lo que nosotros tuvimos fue un timing que tal vez el resto no haya tenido.
Timing. Ustedes empezaron a pensar en desarrollar una técnica de diagnóstico de presencia de coronavirus antes de que la enfermedad fuera decretada una pandemia. Y, obvio, mucho antes del primer caso confirmado en nuestro país.
En febrero, atentos a lo que pasaba en el resto del mundo, empezamos a ver que las fronteras se cerraban, que las empresas biotecnológicas empezaban a cerrar acuerdos con países grandes para la venta de kits de diagnóstico, que el testeo comenzaba a ser un problema, y si no había un buen testeo la estrategia del Tetris que proponía la Organización Mundial de la Salud, que consistía en testear, rastrear y aislar, no podía ser realizada. Se estaba viendo que al inicio de la pandemia el testeo pasaba a ser clave para poder contener los focos. Entonces en febrero compramos los reactivos con plata propia de otros proyectos del grupo. El viernes 13 de marzo, cuando se informa de los primeros cuatro casos en el país, nosotros estábamos en el laboratorio corriendo por primera vez un PCR con un control positivo de un fragmento del material genético del virus que nos habían enviado de la Universidad de Hong Kong. Eso nos permitió poner a punto la primera técnica que utilizamos.
El mismo día que se reportaban los primeros casos, ustedes ya estaban lanzando su primer PCR para poner a punto la técnica. Esto parece chocarse con esa idea a veces esgrimida de que los investigadores están en sus laboratorios haciendo ciencia basada en curiosidad y de espaldas a las problemáticas del país. ¿Te suena un poco injusto cuando escuchás a alguien decir esas cosas?
Tal vez nosotros pecamos de no mostrar lo que hacemos. Nos cuesta mucho salir, mostrar nuestro trabajo y la importancia que puede tener. Capaz que muchas veces esa ciencia guiada por curiosidad no tiene un impacto inmediato o directo, pero está generando conocimiento que en algún punto va a mejorar algo en la vida que tenemos, ya sea en la salud humana, animal, en procesos, etcétera. Por ejemplo, en el caso de la PCR, si no hubiera habido alguien que estudiara las bacterias, donde la polimerasa que copia el ácido nucleico puede funcionar a altas temperaturas, nunca hubiéramos tenido una técnica que hoy en día usamos para diagnóstico humano. Los grandes avances pueden comenzar por una investigación profundamente básica, y eso es algo difícil de percibir.
Hay quienes piensan que la ciencia guiada por curiosidad implica que hagamos lo que tenemos ganas de hacer, lo que se nos canta, pero en realidad lo que hacemos es aportar a un conocimiento global. Lo que pasó con la pandemia fue que nunca el efecto de lo que hacíamos fue tan directo. Y creo que nunca nos va a volver a pasar esto de que lo que hacíamos fuera percibido como útil tan rápidamente.
También la pandemia ha dejado claro que es importante que la sociedad demande ciencia. Pero lo curioso aquí es que ustedes, con el desarrollo de esta técnica de diagnóstico, se anticiparon a esa demanda. No fue que el país haya tenido un problema con su capacidad de testeo y entonces se pusieron a investigar el tema.
Lo que pensamos en ese momento, viendo lo que sucedía en el mundo, fue que si bien los laboratorios privados tal vez pudieran acceder a los kits de diagnóstico, el sector público estaba bastante desprotegido y probablemente fuera el más golpeado. Por eso pensamos que era importante generar estrategias que permitieran que el área pública tuviera disponible un testeo significativo. Entonces no sólo trabajamos en el desarrollo, sino que luego buscamos financiación para que los hospitales públicos pudieran tener estos reactivos gratis. No sólo se trataba de tener el kit, se precisaba también la capacidad de producirlos en cantidad y, además, laboratorios que lo pudieran hacer. En este momento surge la idea de hacer la transferencia tecnológica y se generaron grupos de trabajo. Una vez más, ahí fue importante tener recursos humanos formados, ya que gran parte de quienes trabajaron con nosotros no eran virólogos, sino gente de distintas áreas que se acercaba y quería ayudar. Esos grupos de trabajo iban a los hospitales, llevaban el kit, hacían toda la puesta a punto y capacitaban a la gente. Durante todo 2020 no sólo nos encargamos de hacer la transferencia tecnológica, sino que también comprábamos todos los insumos para poder hacer los test y los entregábamos nosotros. Fue una gran tarea, pero teníamos la sensación de que eso era todo parte de un mismo proceso y que para que realmente funcionara, teníamos que hacerle un seguimiento a cada etapa. Hubo mucho de logística y de gestión, pero es que la gestión al final termina siendo igual de importante que el desarrollo del kit. Si los kits quedaban en un freezer o se echaban a perder por lo que fuera, todo el trabajo que habíamos hecho se perdía. Nos encargamos de cosas que tal vez no eran parte de nuestro rol, pero sentíamos que lo teníamos que hacer para culminar esa etapa de la mejor forma.
Cae entonces ese mito de que los científicos no son buenos gestionando y transfiriendo.
Cada vez que me iba del laboratorio me fijaba si el freezer estaba bien cerrado. Me daba cosa la cantidad de plata que había ahí adentro y lo importante que era eso. Por ejemplo, comprábamos reactivos para hacer 100.000 test; todo eso lo guardábamos en un freezer, entonces tenía como este TOC de chequear la puerta del freezer, la responsabilidad de que lo que estaba allí era toda la capacidad de testeo del sector público. Por eso, sí, concuerdo, es un mito eso de que no sabemos gestionar o administrar, en esto lo demostramos. Creo que aquí se dio todo: innovación, trasferencia, gestión, trabajo interinstitucional y con privados. De esta experiencia tenemos que aprender, el país tiene que hacer un cambio sobre cómo ve a la ciencia después de esto. Y cuando digo que lo demostramos no lo digo sólo por nuestro grupo de trabajo, me refiero a todo el sector científico. Todos demostramos que cuando la ciencia tiene un aporte para hacer, no sólo lo puede hacer, sino que lo puede hacer bien. Ese mito de los locos del laboratorio, todo el día solos, de túnica blanca, pensando cosas que nadie entiende o precisa es sólo eso, un mito. Está bien, hay científicos así y está bien que los haya, pero hoy en día la ciencia es colaboración, es trabajo en equipo. Nada de esto se hubiera logrado si no hubiéramos tenido gente atrás apoyándonos y trabajando. Hubo mucha gente que se ofreció para aportar y poder hacer algo. Hubo gente que al principio, cuando no estaban claros los riesgos y cómo evolucionaría el contagio, te decía que quería estar en el lugar que hubiera mayor riesgo porque no tenía hijos o personas a cargo. De esos cuentos hay muchos. Así como íbamos a los hospitales al inicio de la pandemia en nuestro país, cuando Avenida Italia estaba desierta porque nadie salía de su casa. Al principio es obvio que nos daba un poco de miedo, no sabíamos qué iba a pasar.
Pero además, después de este trabajo maravilloso y necesario, te ibas a tu casa.
Claro, sentíamos la responsabilidad de que no nos podíamos contagiar y también de que no podíamos contagiar a nadie, ni en nuestras casas ni en los hospitales a los que íbamos. Allí los equipos y la unión fueron todo. Preguntábamos quiénes querían formar un grupo para ir al hospital Maciel y todos se ofrecían de voluntarios. Entonces estuvo también esa logística de armar los grupos de trabajo, en que tuvieron un rol muy importante la Universidad de la República, el Institut Pasteur y el Instituto Clemente Estable. Había hospitales que no tenían equipamiento y centros de investigación que nos ofrecían sus equipos. Allí Paola Scavone, del Clemente Estable, centralizó ese relevamiento de equipamiento y reactivos disponibles. El INIA [Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria], por ejemplo, puso a disposición todos sus equipos. Por primera vez logramos estar todos unidos detrás de un objetivo común, y creo que eso es lo que determinó el éxito de esa primera etapa. Había un objetivo claro que era aumentar el testeo y poder controlar la pandemia, y en eso estuvieron la Universidad de la República, el Institut Pasteur, el Clemente Estable, el INIA y un trabajo en conjunto con el Ministerio de Salud Pública.
Yendo para atrás, ¿qué fue lo que te llevó a la virología? Porque venías trabajando en una línea de genética relacionada con tumores y hematooncología, hasta que decidiste hacer tu doctorado con el virólogo Juan Cristina.
Vocacionalmente nunca tuve muy claro el panorama. Sí sabía lo que no quería, que era ser abogada, porque todos en mi familia eran abogados. La biología y la química me gustaban, pero no me veía en el futuro haciendo algo específico. Cuando estudiás en Ciencias te das cuenta de que la biología es muy amplia y hay muchos caminos para seguir. Uno de esos caminos fue el de estudiar genes quiméricos en patologías hematooncológicas, y mi maestría la realicé con Rosario Uriarte, en La Española, en leucemia mieloide crónica. Trabajaba con Rodney Colina, que estaba haciendo su doctorado con Juan Cristina, y un día me dijo que Juan quería hablar conmigo para ver si me interesaba hacer el doctorado en virología. Nunca había trabajado en virus y pasé a un mundo nuevo. Hoy lo que siento es que cuando alguien sale de un doctorado, sea del tema que sea, después debería poder investigar en cualquier cosa que se proponga, porque tiene las bases de cómo hacer un trabajo científico. Me metí entonces a trabajar con hepatitis C en el doctorado, estuve muchos años en eso, y de hecho aún seguimos con una línea de investigación de hepatitis C. Cuando terminé el doctorado fue un momento clave del Laboratorio de Virología. Juan Cristina pasó a ser decano de la Facultad de Ciencias, y el laboratorio de cierta forma quedó a cargo de Gonzalo Moratorio y de mí. Pero enseguida Gonzalo se fue a hacer su posdoctorado al Institut Pasteur de París, y en la práctica me vi a cargo del laboratorio, obviamente, siempre con la ayuda de Juan y Gonzalo. En la diaria era yo la que estaba y el laboratorio tenía que seguir adelante, había que conseguir financiación para los proyectos, los estudiantes tenían que seguir con sus líneas, y me encontré con un rol que me gustó. Me di cuenta de que más allá de los logros que pueda tener yo, me hace muy feliz que a mis estudiantes les vaya bien o que al grupo le vaya bien. Las defensas de cada estudiante, más allá de que no sea mi tema, las vivo como un triunfo. Esa veta de relacionamiento, de llevar al grupo adelante, de que cada línea funcione y tenga financiación, es un trabajo duro pero que me trae muchas satisfacciones. Obviamente, siempre con el apoyo de Cristina, que es una persona extremadamente generosa, no sólo por darnos el lugar a Moratorio y a mí, sino porque nos propulsó. A veces antes de tomar una decisión le preguntaba a Juan qué le parecía, y él me contestaba que lo que yo dijera le parecía que iba a estar perfecto. Él nos dio alas para seguir adelante. Los virus, obviamente, son fascinantes. A medida que uno se adentra en su mundo, se sorprende más de la capacidad que tienen esos microorganismos, que son poco más que proteínas y ácidos nucleicos, para generar lo que generan. Es un campo muy dinámico y el trabajo de laboratorio me divierte porque no es aburrido, no es que estás haciendo siempre lo mismo.
¿Qué tanto padeciste el techo de cristal? ¿Se te hizo difícil abrirte paso en tu carrera por ser mujer?
Durante mucho tiempo pensé que ser mujer no era algo detrimental para mi carrera. Sentía que había logrado todo lo que quería. Con el tiempo me di cuenta, no hace muchos años, de que al lugar al que accedí llegué porque conté con una serie de privilegios en el camino. Como mujer, soy una privilegiada de estar donde estoy, y lo que me pasa no es lo que le pasa al común de las mujeres. De nada sirve decir que yo logré llegar a donde estoy sólo por mi esfuerzo. Si logré llegar hasta acá es porque durante mucho tiempo tuve apoyo en mi casa y porque se dieron otro montón de cosas. Los contextos son todo. Y me di cuenta de que lo que yo tenía no era algo común. Eso se ve en los números. En el Sistema Nacional de Investigadores, si bien en los niveles más bajos la mayoría son mujeres, a medida que empezás a subir en la escala académica eso cambia, y en el nivel tres apenas hay 17% de mujeres. Pensemos en el GACH [Grupo Asesor Científico Honorario], que es algo que se formó ahora y no algo que venía de antes. ¿Cuántas mujeres había? Pensemos que la Facultad de Ciencias, recién luego de 30 años, tiene por primera vez una decana. ¿Cuántas mujeres hay en la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay? Entonces, más allá de que algunas puedan llegar, no es la realidad de la mayoría.
Y eso que en carreras como las que hiciste vos, la bioquímica y muchas otras carreras que tienen que ver con la biología, hay un predominio de matrícula y egresos de mujeres.
Sí. El problema es que después a las mujeres les es mucho más difícil acceder a los cargos de liderazgo. Los obstáculos a los que se enfrentan las mujeres en el mundo académico están más que documentados. Están los sesgos institucionales, muchas veces subconscientes, la falta de tutoras mujeres, las responsabilidades familiares. Pensemos ahora lo que está pasando en la pandemia. Ya salieron algunos estudios. Las científicas dedicaron mucho más tiempo al cuidado de los niños y su educación en el hogar que los científicos hombres. Las mujeres científicas perdieron ya muchas más horas de investigación que los hombres. Eso ya se ve en las publicaciones. La brecha de publicaciones que ya había entre hombres y mujeres se hizo mucho mayor durante la pandemia, no sólo en las autorías en general, sino también en la primera autoría, que es donde están las mujeres jóvenes. Eso está mostrando que la pandemia significó un retroceso de décadas en lo que las mujeres habían mejorado en las ciencias. Si esas mujeres jóvenes ahora publican menos, después se les va a hacer mucho más difícil acceder a cargos de liderazgo, ya que en nuestras carreras publicar es sumamente importante. Si las escuelas, los centros de enseñanza y los lugares de cuidados se cerraron y tuviste que dedicar más tiempo a tu casa, dejando de lado tus investigaciones, tu carrera se ve afectada.
¿Vos tuviste tiempo para tu casa con la patriada que implicó el trabajo para el desarrollo de los kits de diagnóstico y luego con el seguimiento de las variantes de preocupación?
Por eso digo que soy una excepción. Ni bien empezó la pandemia pasé a estar doce horas en el laboratorio, de lunes a domingo. Tuve la suerte de que en mi casa me apoyaron. Mi marido, que trabaja en el campo, se quedó en Montevideo para ocuparse de lo que habitualmente me ocupaba yo. La vida con hijos es no es sencilla y hace que la mujer pierda determinados espacios. Tenemos que intentar ver de qué forma nosotras podemos volver a ocupar esos espacios o acceder a espacios que nunca ocupamos. En mi vida siempre hice lo que todo el mundo espera de uno, no porque los demás lo esperaran sino porque me salió así. Hice mi carrera, me casé, tuve mis hijos; trabajaba, pero me encargaba de todo lo que me “tenía” que encargar. Pero el día en que no me encargué más, que fue durante la pandemia, sentí algo que me marcó mucho. Sentí cierto juzgamiento. “¿A los nenes con quién los dejaste?”. “¿Se quedaron solos?”. “¿Van a estar solos tanto tiempo?”. Eso como madre te genera culpa. Me preguntaban esas cosas. Mis hijas y mi hijo estaban con el padre. Y ahí me di cuenta de lo difícil que es todo para las mujeres que no eligen los caminos “habituales”, por llamarlos de alguna manera. Si cuando me alejé un poco de lo que siempre había hecho, que de alguna manera era “lo clásico”, sentí esa especie de juzgamiento, imaginate lo difícil que debe ser para las mujeres que eligen otras opciones. Por eso cuando me preguntan o doy charlas para mujeres, recalco que si estoy acá hoy es porque soy una privilegiada. Muchas veces escucho a mujeres que llegan a cargos de liderazgo hablar en esa tónica de que es posible porque ellas llegaron. Pero si llegaron fue porque su contexto seguramente sea muy distinto al de muchas otras mujeres. Eso no puede perderse de vista. El contexto es todo.
La idea de que todos podemos ser emprendedores exitosos, de que todos podemos prosperar en la vida con sólo desearlo, es bastante peligrosa si no se entienden las causas de por qué tanta gente queda por el camino.
Es así. No te podés guiar por los casos aislados o por esos casos de éxito. Siento que, por ejemplo, los gobiernos tienen que gobernar para los demás, para los que no llegaron, y buscar por qué no llegaron. Lo mismo en la Universidad. ¿Por qué la gente no termina las carreras? No alcanza con fijarse en los que sí terminan, hay que ver por qué algunos quedan por el camino e ir a ayudar ahí. Para mí al final esa es la base de todo. Hay que descentrarse un poco de una y mirar qué podés hacer para que los demás puedan estar como estás vos. Entiendo que es difícil descentrase. A mí la olla me genera eso. Una siempre está con mil cosas en la cabeza, pero es ir a trabajar en la olla y puedo salirme de mis cosas. Siento que me dan más ellos que lo que yo les doy.
Nadie te pide certezas ni mucho menos futurología, pero sí seguro tenés ideas, con base en el conocimiento que tu grupo tiene del tema, de lo que podría pasar en un futuro inmediato. ¿Qué podemos esperar del coronavirus? ¿Debemos prepararnos para convivir con él un largo rato?
Primero que nada, y más allá de lo que estamos viviendo como país ahora, la pandemia aún no terminó. A veces pecamos de exitistas. Pero no podemos dejar de ver que la variante delta ingresó con los viajeros y que probablemente se vuelva una variante de transmisión comunitaria en algunas semanas. Por tanto, tenemos que seguir cuidándonos, tenemos que seguir apostando a la vacunación y a todas las medidas no farmacológicas. El uso del tapabocas, evitar aglomerase en lugares cerrados, cuidar la ventilación van a seguir siendo medidas fundamentales por un tiempo prolongado.Debemos pensar que si bien esto no va a terminar ya, es posible que el SARS-CoV-2 se convierta en un virus endémico que circule y que, vacunándonos todos los años, no debería darnos mayores problemas. El asunto es que sigue habiendo bolsones en el mundo donde la gente no se puede vacunar. Sólo cerca de 1,5% de la población de países con bajos recursos se vacunó. Nosotros estamos muy bien, pero miremos nuestra región. Tenemos más de 1.000 kilómetros de frontera seca con Brasil, y allí la vacunación no viene tan bien como acá. Argentina también tiene dificultades y el resto de Sudamérica, con excepción de Chile, tampoco está en una buena situación. Uruguay no es una isla, Uruguay no es Nueva Zelanda, así que es claro que para nosotros esto aún no acabó. Esto sigue, nos tenemos que seguir cuidando y vacunando y tenemos que observar de cerca qué es lo que pasa en otros países, porque lo que pasa en otros países, y lo sabemos porque ya lo vivimos, es lo que luego nos va a pasar a nosotros. Es como tener información del futuro. Llevándolo a la metáfora del fútbol, que fue muy popular en pandemia, es como llegar a la serie de penales. El golero ya sabe para qué lado va a tirar cada jugador. Si se tira para el otro lado es porque quiere. Entonces, tenemos que aunar la información que viene de otros lados y la información epidemiológica que tenemos nosotros, y tomar las mejores decisiones para hacer que la caída libre de la pandemia sea lo más lenta posible y teniendo la mayor cantidad de gente inmunizada, sea por las vacunas o por infección natural, para lograr una circulación endémica del virus. El tema es que, dada la globalización actual, necesitamos que los otros países también se vacunen.
Hablando de la inmunidad del rebaño, ¿dónde termina el rebaño en países que están interconectados, que precisan del turismo y del intercambio comercial, por no decir también del cultural?
Es que es eso. El ejemplo de Nueva Zelanda no nos sirve. No somos una isla. El tema del turismo tenemos que manejarlo con cuidado. En las vacaciones de julio ya lo vimos, en un par de semanas por el aeropuerto entraron todas las variantes, alfa, beta, gama, la variante de interés andina, la colombiana y delta. La frontera es un colador. ¿Se podría prevenir? Tal vez sí, podrían cerrarse las fronteras, pero esas son decisiones que toma el gobierno. Algunas decisiones que se han tomado agrandan aún más los agujeros de ese colador, porque ahora no se va a pedir ni cuarentena ni PCR a los siete días de arribar. Ya vimos la cantidad de gente que ingresa con variantes teniendo el PCR a los siete días. Con las fronteras abiertas para el turismo va a seguir entrando el virus y sus variantes. Reitero: no podemos pensar que esto se terminó. Tenemos que seguir manteniendo los cuidados. No podemos bajar la guardia. Israel estaba bien, pero tuvo que dar marcha atrás y cambiar parte de su protocolo, hubo que volver a usar las mascarillas. Y hay que seguir con la vacunación, porque con delta se ha visto que las internaciones se dan fundamentalmente en personas no vacunadas.
¿Podría esperarse un corrimiento hacia los más jóvenes, en particular a los niños, ya que no están vacunados?
Eso es lo que se está viendo en Estados Unidos. La ventaja es que nosotros fuimos de los primeros países en incorporar la vacunación entre los 12 y los 17 años. Las pruebas en niños menores de 12 años aún están en fase de ensayo, por lo que tenemos que esperar por los resultados. Aquí hay que hacer un balance costo-beneficio. Los niños sabemos que son los que menos se perjudican con las infecciones de SARS-CoV-2. Los últimos reportes indican que los niños se infectan y pueden transmitir el virus de la misma forma que un adulto. Lo que se espera es que conlleven mejor la infección. Igual tenemos que ver qué es lo que pasa a largo plazo. El tema del long covid, las secuelas que puede dejar la enfermedad, no debe ser minimizado. Hay que proteger a los niños en todo lo que sea posible. Los ensayos en niños están en marcha, y puede ser una posibilidad. Cuando estén los resultados se evaluará y no creo que sea una decisión que se tome fácilmente. No va a ser quizás como la decisión de dar la tercera dosis. Para la vacunación en niños necesitamos tener toda la evidencia y que la relación costo-beneficio tenga sentido. Me parece que es una decisión que va a tomar más tiempo. Entretanto, cuanto más vacunados estemos el resto, más los vamos a proteger a ellos.
Para una viróloga, ¿esto que pasó ahora es como los Beatles para Paul McCartney? ¿Puede haber algo más intenso en tu carrera?
Si no te molesta, preferiría el ejemplo de Mick Jagger.
Bien. ¿Esta pandemia es el Exile on Main Street, el Sticky Fingers o el Beggars Banquet? ¿Queda después de este año y medio de trabajo intenso, de días completos en el laboratorio, de coordinación de una tarea de la que dependía la salud de gran parte de la población, un vacío? ¿Cuesta volver del vértigo?
Creo que como aporte a la sociedad, nunca voy a volver a vivir una cosa como esta. Debo confesar que durante la pandemia, más allá de todo lo horrible que estaba pasando, había cambiado tanto mi vida que me preguntaba qué iba a hacer cuando pasara. Gonzalo me miraba y me decía que estaba chapita. Pero sí, me preguntaba cómo volver a vivir sin la adrenalina de esos días, cómo volver a lo de antes. Hoy está claro que nunca vamos a volver a lo que había antes. Creo que esto nos marcó de forma drástica a todos, a nosotros en el laboratorio y a cualquiera fuera del laboratorio. Si bien ahora bajó un poco, el agua no está quieta, siempre hay movimiento. Pero sí, a nivel de aporte a la sociedad creo que nunca voy a volver a vivir otra situación como esta, en la que el valor de la ciencia sea tan claro, que venga Isaac Alfie y te pregunte por el PCR y por el CT. Eso para mí fue surreal. Que la gente se acercara, que quisiera entender sabiendo que estaba en todo su derecho de querer entender, me parece que fue algo más que valioso.
Ya que no vamos a ser los mismos, ¿pensás que el país entendió lo que hizo la comunidad científica? ¿Hay algo aquí que deberíamos aprender?
Creo que este es el momento. Si no aprendemos ahora que la ciencia es fundamental para el desarrollo del país, no lo aprendemos más. Si no aprendemos que hay que tener gente formada en diferentes ámbitos, que la ciencia es transversal a toda actividad del país, que es importante para que un país se desarrolle, me cuesta pensar entonces qué haría falta para que lo aprendiéramos. Me parece que es el momento para que Uruguay apueste a la ciencia. Eso debe ser no una política gubernamental, sino de Estado, se necesita un compromiso mayor. El apoyo al Centro Nacional de Investigación en Vacunas creo que es una señal que está buena. Nosotros como Universidad tenemos a Rodrigo Arim, que creo que está haciendo un trabajo impresionante en transmitir no sólo los ideales de la Universidad, sino también sus necesidades. Creo que todo lleva a un momento en que el ambiente se da para que haya un apoyo mayor a la ciencia.
Dinámica de codirección
“Creo que la dinámica que tenemos de codirección con Gonzalo, lo que nos hace llevar este grupo de Virología Molecular juntos es que sabemos bien cuáles son nuestras fortalezas y el poder complementarnos en nuestras debilidades. Trabajamos hace 18 años juntos. Si dirigir un grupo en plena pandemia no es fácil, codirigir menos. El secreto de nuestro trabajo en grupo es sentir que cuando gana uno ganamos los dos. Nos respetamos mucho en las diferencias que tenemos y compartimos una base bien definida sobre cómo queremos llevar el grupo adelante, donde además de lo científico, está lo humano”.