Los cerros de la Cuchilla de Haedo se ven a lo lejos sobre el horizonte. Estamos en Ñangapiré, sobre la cuenca del arroyo Tacuarembó Chico, en Sauce de Zapará. Si sobrevoláramos el área rumbo al norte veríamos las diferentes cuchillas y cuencas de los arroyos Tres Cruces, Cañas, Laureles y Lunarejo, con sus valles profundos excavados por cursos de agua, paredes rocosas y pendientes pronunciadas.
Ñangapiré es una posada de campo agroecológica rodeada de cerros, bosques nativos, quebradas y arroyos. A 12 kilómetros de la ciudad de Tacuarembó, a unos 200 metros de altura, cerca de Valle Edén, ofrece una alternativa turística sustentable que invita a maravillarse con la belleza y la biodiversidad de su entorno.
Con el foco en la regeneración, en la posada interconectan el ecoturismo educativo, la producción ecológica de alimentos, la conservación y valoración de la biodiversidad y el desarrollo de bioinsumos, en los que utilizan hongos nativos que ellos mismos han aislado, para que los sistemas productivos se vuelvan menos industriales y más ecológicos. Buscan la sabiduría ancestral de la naturaleza, en la que todo está interconectado.
Ñangapiré es el nombre en guaraní de nuestra Eugenia uniflora, más comúnmente conocida como pitanga. Quizá el término provenga de añangá, que significa “diablo”, y de piré, que es “piel”: piel de diablo. Este árbol autóctono tiene hojas de diferentes tonalidades que varían entre los verdes y los rojos. Sus flores, pequeñas, amarillas y blancas, son muy buscadas por las abejas.
Fuimos hasta la posada a conocer a Alda Rodríguez, una mujer rural, trabajadora, que lleva adelante este emprendimiento junto con su compañero, Asdrúbal Viana, un gran baqueano. Ambos viven ahí desde hace 20 años. Oriundos de Tacuarembó, han estado en contacto permanente con el campo. Además de estar a cargo de Ñangapiré, Alda forma parte y es cofundadora del Instituto BIO (Batoví Instituto Orgánico) Uruguay Internacional, que desde 2003 promociona sistemas sustentables de producción que no representen riesgo para la salud y el ambiente.
Ese instituto promueve una manera de pensar la producción de alimentos agropecuaria, hortícola y ganadera desde otra visión, sin usar productos de síntesis química e incorporando mucho manejo y herramientas de control biológico para promover la vida del suelo y la biodiversidad. “Ahí está el secreto de la buena producción; con el tiempo es estable, sustentable y sin problemas para la salud humana ni para el ambiente, ya que no contamina suelos ni agua”, nos dice Alda.
Con una maestría y un doctorado, Alda estudió Agronomía, pero no encontró en la facultad lo que buscaba. Terminó la carrera, pero siempre se sintió una oveja negra. “Imagínense 30 años atrás hablando de estas cosas, cuando lo que se enseña forma parte del paradigma de los últimos 70 años de la revolución verde: que toda la producción está basada en paquetes tecnológicos en los que lo principal son los químicos”.
Desde los 23 años trabaja en agroecología. Nació en lo que hoy es Ansina, una pequeña localidad rural de Tacuarembó. Sus abuelos tenían una hermosa quinta, llena de frutales y en la que nunca faltaron los alimentos. Alda nos cuenta que no tenían necesidad de emplear ningún producto y sostiene que el uso de estos productos de síntesis químicas degrada los ecosistemas. “Allí las plagas se vuelven más resistentes y no se mueren con los químicos porque no tienen reguladores internos, que son todos esos organismos benéficos que mejoran el suelo. Por ejemplo, las lombrices que se comen a los patógenos, que se comen las plagas, no están. Existe un equilibrio en la naturaleza, nosotros lo rompemos con los manejos no adecuados, con la cantidad irracional de químicos que usamos”, reflexiona.
Cuando compraron la chacra, esta estaba muy degradada a causa de los eucaliptos que había plantados en ella para abastecer a la ciudad. “Era bastante angustiante la situación, no había pasto”. Comenzaron haciendo un diseño del predio, delimitaron una zona para las construcciones, las viviendas y los espacios comunes, y de a poquito lo rodearon con un arboreto de especies nativas para reconocerlas y observarlas. “¿Cómo podemos conservar la naturaleza con sólo especies exóticas?”, dice Alda. “Las abejas, por ejemplo. Comemos miel y no son nuestras, las que son de acá no tienen aguijón. Ya estamos así, no hay marcha atrás, ya domesticamos. Entonces, reconozcamos que tenemos nativas y comencemos a reforestar. Hay que tratar de que se recupere y que haya vida, que sea una fiesta de sonidos de ranas, de pájaros”.
Calliandra brevipes
Nombre popular: plumerillo rosado.
Porte: arbusto de hasta 3 m de altura.
Hojas: alternas, compuestas, en forma de palma, uniyugadas.
Follaje: persistente.
Flores: inflorescencia axilar.
Fruto: vaina.
Usos: ornamental.
Una de las metas que se propusieron fue plantar 150 árboles por año. Destinaron una parte de la chacra para ganadería, de la que hacen un manejo rotativo, una parte para vivir, con los cuidados necesarios, porque siempre que antropizamos modificamos el ambiente, y otra parte para horticultura. “Sembramos una quinta de monte nativo para equilibrar la huerta, para que tengan lugares los pájaros, los animales. Los árboles grandes que se ven los plantamos nosotros, los demás han nacido solos”, nos cuenta Alda.
“La pitanga nos mostró que era pionera, que sobrevivía cuando la plantábamos y ya en muy poquito tiempo otros alrededor podían crecer”. Por eso la chacra se llama así, porque fue gracias a este arbolito nativo tan colorido que pudieron regenerar el monte.
Plantaron también muchos molles cenicientos (Schinus lentiscifolius), porque Asdrúbal utiliza sus hojas para preparar un té que pone en el bebedero de las ovejas por sus propiedades antihelmínticas. Es una infusión que también incluye ajenjo, para los parásitos internos.
El molle es pionero, al igual que la pitanga. “El molle ceniciento es el rey de la sierra. Plantamos mucho, pero él es un nativo que viene muy rápido; se ve que es su casa, ha estado acá desde siempre y se alegra de que lo plantes. Ellos solos retornan a su ambiente. Aquí donde estamos es una sierra, una cuchilla. Antes de la forestación de los años 50 se plantaba para sombra de los animales. Antes de la degradación de estos lugares, estos árboles nativos reinaban, entonces la memoria de nuestro planeta, de nuestra tierra, está latente. La naturaleza tiene memoria, en el suelo hay un banco de semillas. A veces, por más que destruimos, basta con hacer alguito para restaurar los ecosistemas naturales y la naturaleza se manifiesta”.
Casearia sylvestris
Nombre popular: guazatumba, guazatunga.
Porte: árbol que en nuestro medio alcanza entre 2 y 5 m de altura, con tronco tortuoso y corteza de amarilla a pardo-rojiza.
Hojas: simples, alternas, de forma, tamaño y textura variables, por lo general estrechamente ovado-oblongas a elípticas.
Follaje: persistente, florece en primavera y fructifica en verano
Flores: hermafroditas, pequeñas, sin pétalos.
Fruto: cápsula ovoideo-globosa con sépalos persistentes, parda a purpurea en la madurez, con dos a seis semillas por fruto, algo achatadas, de forma elipsoidal.
Usos: contra mordeduras de víboras venenosas.
Otro árbol que abunda en la chacra y al que le tienen gran estima es la guazatumba (Casearia sylvestris), que “es para mí, por mi crianza, por mi tradición, el símbolo de las plantas medicinales, de las plantas a las que les deberíamos tener mucho respeto, porque nos curan también dando sombra, dándonos comida sana. La guazatumba en particular se usa mucho en mi familia y en las familias del campo del norte del país. Se la usa con alcohol para las mordeduras de serpientes y de insectos y para los dolores reumáticos. Me crie con eso y mis nietos están acostumbrados a que llegan acá y tienen su frasquito para que las picaduritas de insectos no les causen picazón, no se rasquen y así no se generen heridas”, dice Alda.
“Yo soy una enamorada de todas las plantas. Por ejemplo, las durantas, que están todo el año en flor; acá veo comida todo el año para toda esa cantidad de insectos polinizadores. Plantamos mucho en nuestros espacios reforestados y cuidados para que se expresara la naturaleza”. El tala blanco o Duranta repens adorna el arboreto con sus inflorescencias pequeñas de color lila, mientras vemos volar a su alrededor a un mangangá.
Desmodium incanum
Nombre popular: pega pega.
Porte: hierba o arbusto de hasta 3 m de alto.
Hojas: con varios foliolos o piezas, como si fueran grupos de hojas unidas a un mismo tallo, que pueden tener cada una de 3 cm a 9 cm de largo y de 1 cm a 6 cm de ancho.
Follaje: perenne.
Flores: ramificaciones ascendentes de hasta 25 cm de largo.
Fruto: simple, seco y que abre al madurar, profundamente dentado en la parte inferior.
Usos: alimento para el ganado, fijadora de nitrógeno.
Así, fueron regenerando el campo, haciendo un pastoreo rotativo para no sobreexplotar la tierra. No aran porque Alda sostiene que al hacerlo se mata la diversidad de pastos nativos adaptados, que hacen un balance; algunos florecen en primavera y otros, en otoño. En la producción tradicional se ara la tierra para poner avena o ray grass, todo exótico, y se pasa de una diversidad de 400 especies a una sola; lo mismo ocurre con la horticultura.
El trébol rojo y la cebadilla, entre otros, son grandes aliados para la restauración del suelo. Además de que estas gramíneas son alimento para el ganado, muchas de ellas son leguminosas, es decir, plantas que fijan el nitrógeno que toman del aire en el suelo. Un ejemplo de ellas es el Desmodium incanum, más conocido como pega pega, por la particularidad que tienen sus semillas de pegarse en las medias si vas caminando por el campo. Alda nos contó que una vez que fue a Tacuarembó a un local, una señora le preguntó si era ingeniera agrónoma, a lo que Alda respondió que sí, que cómo lo sabía. La señora le respondió que se había dado cuenta por las semillitas que tenía pegadas en la parte baja del pantalón.
Con el tiempo, motivados por sus cuatro hijos, Alda y Asdrúbal transformaron su estilo de vida en este lugar de aprendizaje en contacto con la naturaleza, lo que ella llama “aulas al sol”. Tienen además un laboratorio y una biofábrica en la que elaboran sus propios insumos biológicos. Hicieron también senderos interpretativos y ofrecen visitas guiadas por el lugar.
Duranta repens
Nombre popular: tala blanco.
Porte: arbusto que presenta varios troncos principales, que no alcanza más de 4 m de altura.
Hojas: simples, opuestas, ovoides o elípticas, con borde dentado en la mitad superior.
Follaje: semipersistente, con copa extendida, globosa.
Flores: pequeñas, dispuestas en racimos axilares o terminales.
Fruto: baya. Fructifica en otoño.
Usos: ornamental. El fruto es comestible.
En el arboreto tienen algunas especies exóticas que no son invasoras. Una de ellas, que solemos creer que es nativa y confundimos con el plumerillo rojo, es el Callistemon citrinus, también conocido como árbol del cepillo o escobillón rojo, originario de Australia. Sus flores rojas en forma de cilindro se confunden con el nuestro por cómo se ha extendido su uso en nuestro país como planta ornamental. Alda tiene uno adornando el parque. En el arboreto también tienen de las dos especies de plumerillos que son nativos, el rosado y rojo.
Luego de recorrer el arboreto fuimos por los senderos en busca de un zapará, que significa “ojo de agua”, una naciente de arroyo que cuidan ellos allí. En el paseo vimos la diferencia entre un campo vecino y el de Alda. Se puede notar que cuando llueve en el campo vecino, que no tiene árboles, el agua va haciendo cárcavas, abriendo el suelo. “Si se dejaran crecer plantas alrededor, el agua estaría más limpia y habría menos efecto erosivo sobre el suelo”, dice Alda.
Llegamos a Zapará. Lo que hicieron allí fue proteger esa naciente: la cerraron para que no entrara el ganado y dejaron que surgiera la vegetación. Para Alda todas las nacientes de arroyos deberían estar protegidas, ya que sólo implica cerrar un pedacito de terreno y se logra un ambiente de restauración ecológica. “Cada río nace un montón de veces”, dice Alda, y agrega que forestar esos espacios se logra un agua de calidad y se llena de biodiversidad.
Eugenia uniflora
Nombre popular: pitanga, ñangapiré.
Porte: arbusto o árbol de pequeño porte, de hasta 7,5 m de altura, con ramaje delgado y sinuoso.
Hojas: simples, opuestas, ovoides a elípticas.
Follaje: perenne en su hábitat natural, aunque se comporta como caducifolio en zonas más templadas.
Flores: solitarias o en grupos de hasta cuatro en las axilas foliares.
Fruto: baya ovalada que vira del verde al naranja y el púrpura profundo a medida que madura.
Usos: remedio natural para calmar dolores de estómago o de garganta, con gran valor nutricional.
El lugar donde se encuentra este ojo de agua es realmente hermoso, es una microquebrada que se formó ahí, como una maqueta. El agua corre por entre las rocas protegida por coronillas, talas, pitangas, chalchales y espinas coronas, entre helechos que crecen cerca del suelo. Arriba, las plantas epífitas, como el clavel del aire, se posan sobre los árboles y los usan de sostén. Esta especie, el clavel, tiene mala fama porque erróneamente se cree que le roba los nutrientes al árbol huésped, pero no es así, sino que toman la comida y el oxígeno que necesitan del aire.
Cerca del clavel hay un pequeño pajarito que hizo su nido en el árbol, y podemos ver a sus pichones. Es un piojito azul, con su nido en forma de tacita adherido a la rama como si tuviera pegamento. Es una muy buena obra de ingeniería. Al parecer, este pajarito construye su nido con fibras vegetales, lo forra exteriormente con líquenes y luego lo adhiere con telaraña. “Si será todo integral, si será todo tan unido. ¿Y si no hay líquenes? ¿Y si no hay tela de araña para unir al tronco el nidito? Está todo profundamente interrelacionado”, reflexiona Alda.
Hace un tiempo hicieron un encuentro de operadores turísticos sobre frutos nativos para mostrar lo que se hace en Ñangapiré, porque así, nos dice Alda, “generás otra relación con el ambiente y con las personas”. En la cena al aire libre, en la que acostumbran apagar la luz para mirar el cielo y se hace silencio para escuchar el ruido de las hojas de los árboles, los grillos, los insectos, los sapos, Alda nos dijo: “Hablar de incorporar arazá y guaviyú a los alimentos es hablar de incorporar algo que por siglos ha sido sustento de nuestra especie. Estas propuestas son estimulantes desde lo gastronómico, pero más desde lo educativo, porque nos vuelven a poner en la mesa la diversidad propia de nuestro territorio, esa biodiversidad que nos habla de una abundancia invisible”.