Con la fauna y la naturaleza muchas veces sucede que lugares en los que uno no tiene grandes expectativas de encontrar una buena variedad de especies, por su ubicación y características, terminan por sorprendernos con una cantidad y una diversidad muy superiores a lo esperado. El Parque Municipal Punta Espinillo está ubicado en el departamento de Montevideo, en una rica zona rural que queda a unos 45 minutos del centro de la ciudad. Como es un lugar bastante concurrido, cuya naturaleza está muy modificada, sobre todo en la zona de parrilleros y camping, no teníamos mucha seguridad acerca de qué criaturas íbamos a encontrar al explorarlo.
El entorno del parque es muy agradable e incluye una amplia zona de árboles, así como costas y playas sobre el Río de la Plata. En el predio se encuentran, además de juegos y cabañas, un restaurante, un sector de baños y duchas con agua caliente, y una cabaña multiuso que funciona como lugar de reuniones y sirve para guardar materiales.
Pero recorriendo el parque con calma, durante nuestra visita descubrimos que tiene ambientes diversos y bastante bien conservados, en los que se encuentra un buen número de especies de nuestra fauna autóctona.
Bajando hacia la costa desde la zona de parrilleros, donde predominan los pinos y los eucaliptos, se encuentra un bosque de arbustos de distintos tamaños, que incluye ceibos, acacias y cactus, que por momentos forman un anillo de plantas denso que hace difícil la bajada al agua si uno no encuentra un sendero. Por allí se ven las largas ramas en flor de una bromelia llamada manca burro. Sus flores, de un color coral intenso, pueden elevarse hasta unos dos metros de altura.
Toda esta variada cortina vegetal sirve como el perfecto lugar para que aniden, entre otros, ratoneras, doraditos, chingolos y piojitos. En la copa de los ceibos, con ramas más altas y robustas, se mueven zorzales y pirinchos, que miran pasar en su vuelo vertiginoso a los colibríes verdes mientras buscan néctar en las flores rojas.
Entre las ramas de un árbol bajito vimos a una calandria alimentando a un pichón que le pedía comida con insistencia. Al acercarnos para la foto, pudimos ver que se trataba de un pichón de tordo, ave que suele parasitar los nidos de varias especies; las calandrias son una de sus habituales víctimas. Las hembras de tordo suelen aprovechar momentos en que un nido queda sin vigilancia de los padres para poner un huevo e irse en menos de un minuto, antes de que lleguen los dueños de casa, pero también se las puede ver entrando sin titubear cuando alguno de los padres está presente para poner su huevo, aun bajo una lluvia de picotazos, y huir a toda velocidad. Buena parte de las veces los padres parecen no notar el huevo nuevo y empollan al intruso, al que luego alimentan como si fuera uno de sus propios pichones, hasta que el joven tordo esté listo para comenzar su vida independiente.
Al avanzar hacia la playa de arena que hay a la entrada del parque se pueden apreciar las chircas de monte, del género Dodonaea, arbustos de tamaño mediano, de hojas muy abundantes y frutos de color rojo, que dominan el ambiente y de lejos parecen flores, porque están envueltos en unas estructuras que recuerdan a pétalos. Estas chircas se agrupan y generan densos matorrales que hacen difícil moverse entre las plantas.
Allí, en la parte baja, entre el laberinto de tallos, varias especies se refugian. Una de ellas es el ratón oscuro, que se encuentra cómodo en ambientes costeros. Se trata de un roedor pequeño que pesa unos 60 gramos y sale a buscar alimento, tanto insectos como vegetales, casi siempre después de la caída del sol. Excava túneles para protegerse, ya que, como todos los roedores, tiene unos cuantos enemigos de los que cuidarse: lechuzas y halcones están siempre atentos a sus movimientos y los vigilan desde las ramas de los árboles. En la tierra, siempre hay algún lagarto husmeando en el suelo, siguiendo los rastros con las partículas químicas que capta con su lengua, y alguna culebra parejera puede acechar inmóvil enroscada hasta que un ratón tenga la mala suerte de pasar al alcance de sus colmillos.
Pero en los entornos de pastizales del sur del país hay un depredador más: la comadreja colorada chica. Si bien a primera vista parece un roedor de buen tamaño, de unos 20 centímetros de longitud, tiene agudos colmillos que dejan muy en claro su capacidad cazadora. Los juveniles comen sobre todo insectos, pero los adultos agregan roedores y pequeños reptiles a su dieta, aunque a lo largo de toda su vida incluyen frutos y otros elementos vegetales. Se trata de animales inquietos, siempre en movimiento y difíciles de ver. Su ciclo vital es muy corto, viven apenas un par de años. Maduran rápidamente y tienen un metabolismo muy intenso. A diferencia de otras comadrejas, estas son de hábitos terrestres: casi no trepan y se desplazan muchas veces siguiendo los túneles que dejan al pasar por la vegetación ratones y apereás, tratando de tomar por sorpresa a alguna de sus presas.
Al llegar a las zonas de rocas, donde se forman pequeñas piscinas naturales, podemos apreciar una gran diversidad biológica y unas cuantas especies de fauna. Al ritmo de las mareas, por allí se mueven aves, cangrejos y peces que se alimentan de algas, carroña y larvas. El agua, con su incesante movimiento, trae una oferta de alimento que se renueva de manera constante.
Entre las rocas que están en contacto con el agua se pueden ver grupos de esos pequeños invertebrados que muchos llaman cucarachas de mar o cucarachas de los muelles, que suelen moverse sobre las piedras en que quiebran las olas mientras buscan algas y restos vegetales para alimentarse. Estos pequeños crustáceos no son autóctonos y se presume que, provenientes de la zona del mar Mediterráneo, se fueron distribuyendo por numerosas costas del mundo viajando inadvertidamente entre los tablones de los barcos. Su forma recuerda un poco a los bichos de la humedad, de los que son parientes, y, al igual que estos, respiran por branquias, por lo que precisan estar mojados o húmedos para no morir de asfixia.
Sobre el agua se ven gaviotas capucha café buscando algo de alimento. Seguramente esta especie, algo menor que la gaviota cocinera, que es la que domina en todo Montevideo, se encuentra más a gusto en esta zona, sin tanta competencia de las otras gaviotas, de mayor tamaño y más agresivas en la lucha por la comida. Como bien lo dice su nombre, estas aves tienen en su cabeza un área color marrón intenso, pero esto sólo sucede durante la temporada reproductiva, dado que se trata de un elemento de cortejo; el resto del año tienen el plumaje blanco que llevan casi todas las especies de gaviotas.
Para completar el cuadro, recorriendo las rocas se podían ver algunos chorlitos, una pareja de ostreros y otras aves marinas. Realmente al llegar eran limitadas nuestras expectativas sobre el lugar, que cuenta con una presencia humana muy grande, con centenares de personas paseando, haciendo asados y acampando en el parque y tiene un paisaje tan modificado, con presencia de construcciones y flora exótica. Sin embargo, encontramos una gran variedad de paisajes que permiten instalarse y cumplir sus requerimientos en cuanto a alimento y refugio a una buena cantidad de animales.
Hoy vemos en diversos ambientes que hay muchos animales capaces de mostrar su habilidad de adaptación —la plasticidad, como dicen los investigadores— para llevar adelante sus ciclos biológicos en entornos muy frecuentados por gente, sea en forma permanente o, como en este caso, variable de acuerdo al día o la estación; es importante cuidar estos lugares porque, más allá de las satisfacciones que nos puedan dar como visitantes, también funcionan como lugares de conservación y reproducción de nuestra fauna autóctona. Aunque no siempre nos demos cuenta, muchos de estos paisajes suburbanos han ido cobrando cada vez más importancia para ayudar a mantener presentes entre nosotros valiosas especies animales.