“¿Esto es todo lo que me queda por hacer?”, reflexionó Watfa Jabali mientras un llanto reprimido la acongojaba y sacudía levemente su cuerpo al mirar la foto de su hijo Saad. La sostenía en su mano en su casa, que queda en la ciudad árabe de Tayibe, en la zona conocida como el Triángulo, una concentración de ciudades y pueblos árabes ubicada junto a la Línea Verde que marca la frontera de Israel con la Cisjordania ocupada. “¿Sostener su foto en mis manos y recordarlo?”, se preguntó Jabali y volvió a llorar sin consuelo.

Saad tenía 26 años en noviembre de 2018 y ayudaba en el minimarket familiar que se encuentra debajo de la casa de lfos Jabali, cuando un encapuchado entró al negocio, le disparó varias veces y lo mató. Su madre se encontraba en la casa y al escuchar el ruido levantó los ojos para mirar la pantalla de circuito cerrado que se encuentra en el living, y por las cámaras del minimarket vio cómo su hijo era asesinado. “Bajé corriendo, gritando ‘Saad, Saad’, pero Saad no respondió”.

Saad es una de las víctimas de las armas ilegales, la violencia y el crimen en la comunidad árabe en Israel.

Siham Hades sostiene la foto de su hijo Muhamad Hades, en Jaljulia.

Siham Hades sostiene la foto de su hijo Muhamad Hades, en Jaljulia.

Decenas de “palestinos del 48” o “palestinos ciudadanos de Israel”, como muchos se autodefinen, o “árabes israelíes”, como se los llama en Israel, han sido asesinados por otros árabes, en una ola de violencia que se expande a lo largo y ancho de la comunidad. Esta minoría, que hoy llega a 20% de la población, de palestinos que se quedaron en Israel con la creación del Estado para más tarde convertirse en ciudadanos israelíes, es el blanco de la violencia y el crimen organizado.

En Israel, una quinta parte de la población vive con miedo, unos de otros, sin que la Policía y la Justicia hagan lo suficiente para detener la ola de violencia. A modo de dato, tan sólo 29 de los 126 asesinatos que ha habido en la comunidad árabe en Israel han sido resueltos.

Según una encuesta del diario Haaretz, la tasa de crímenes resueltos en la sociedad árabe en el último año fue sólo de 23%, en comparación con una tasa de 73% entre los judíos asesinados.

La alta disponibilidad de armas ilegales en la sociedad árabe, estimada, según el ministro de Seguridad Interna, Omer Bar-Lev, entre 150.000 y 250.000, es vista tanto por la comunidad como por las autoridades como el gran problema, junto con el crimen organizado; de los 126 asesinatos en 2021, 103 fueron cometidos con armas de fuego.

Mohammad, un adolescente de Jaljulia, había recibido la nota de un trabajo en inglés que su maestra le había pedido, una redacción sobre un país al que le gustaría viajar. Su maestra estaba impresionada por la gramática y el esfuerzo en investigar y conseguir material sobre Estambul, la ciudad elegida por Mohammad para el trabajo.

Muhammad Abu Muammar sostiene la foto de su esposa Sharifa Abu Muammar, en Ramle.

Muhammad Abu Muammar sostiene la foto de su esposa Sharifa Abu Muammar, en Ramle.

Mientras ayudaba a su hermana con los deberes de matemática, sus amigos no paraban de mandarle mensajes para juntarse a comer pizza. “Estaba contento y nos pidió permiso para ir a comer pizza con su amigo Mustafá. Quince minutos después de que salió de la casa escuchamos disparos; salimos a ver qué había pasado y encontramos a Mustafá herido en un charco de sangre. Mientras lo atendíamos, Mohammad no aparecía por ningún lado”.

Minutos más tarde encontraron su cuerpo sin vida detrás de un auto estacionado fuera de la casa; herido, había conseguido arrastrarse hasta el auto para protegerse.

Umm Mohammad (“madre de Mohammad”, en la lengua árabe es muy común llamar a los padres y las madres con el nombre de su hijo), sentada en un rincón de la casa, rodeada de fotos de su hijo, cartas de sus amigos, recuerdos y diplomas colgados en la pared, no puede contener las lágrimas mientras relata el traumático momento en que encontró a su hijo muerto. Entre recuerdo y recuerdo, Siam Hades recita un verso del Corán pidiéndole a Dios que cuide a su hijo. Frente a una especie de altar construido para recordar a Mohammad, una enorme pantalla de circuito cerrado transmite imágenes de una decena de cámaras que controlan cada movimiento alrededor de la propiedad de la familia. El sistema de circuito cerrado fue adquirido por la familia Hades después del asesinato.

Mohammad Hades tenía 14 años el día en que dos hombres abrieron fuego con un arma semiautomática sobre los dos adolescentes que comían pizza cerca de su casa. Hasta hoy la Policía no ha encontrado a los responsables.

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Tova Mari sostiene la foto de su hijo Fouad Mari, en Haifa.

Tova Mari sostiene la foto de su hijo Fouad Mari, en Haifa.

“Hace un tiempo, mientras me encontraba con las madres de las víctimas, me dije que tenía que hacer algo, no podía quedarme en silencio. Así comenzamos a ayudar a las madres de las víctimas a ser más activas, a contar sus historias, a llevar sus voces a la sociedad, porque desafortunadamente ellas y sus familias no tienen voz. Creamos la organización Madres por la Vida para llevar el mensaje a las escuelas, a los políticos y a los medios para presionar a la Policía para que encuentre a los asesinos de sus hijos”. La voz de Maisam Jaljuli, cofundadora de la organización, suena clara y decidida: “Creemos que este no es un problema de la sociedad árabe o de la sociedad palestina en Israel, este es un problema de toda la sociedad israelí, y por lo tanto hay que presionar a los políticos y a la Policía para que lo resuelvan. Si creen que los asesinos se quedarán sólo dentro de la sociedad árabe, están equivocados porque en algún momento dispararán sus armas contra la sociedad judía en Israel”. Jaljuli es una política feminista, una activista social que dirige hace 15 años la organización Naamat, el brazo femenino de la Unión de Trabajadores en Israel (Histadrut), en la zona sur del Triángulo. Jaljuli sabe de lo que habla. Por su actividad gremial, su casa fue baleada dos veces. “Es impactante... Solíamos pensar que, para estos criminales, las mujeres y los niños eran un límite que no se podía pasar. Ya no lo son”, manifestó Maisam Jaljuli.

Los motivos del crecimiento del crimen y la violencia en la sociedad árabe en Israel son variados, pero la mayoría de los análisis se remontan a 15 o 20 años atrás, cuando el centro del crimen organizado en Israel “se mudó” a las ciudades y los pueblos árabes debido a una firme actividad policial que debilitó al crimen organizado judío, tras el encarcelamiento de muchos de los líderes de las familias criminales. La actividad de la Policía creó un vacío que dio una oportunidad a parte de estas familias de tomar el liderazgo del crimen organizado en Israel; en el patio trasero del Estado, donde no hay control ni actividad policial, en las ciudades y los pueblos árabes, fueron tomando el control, formando grupos y bandas.

Muna Halil sostiene una foto de su hijo Halil Abdel Fatah, en Haifa.

Muna Halil sostiene una foto de su hijo Halil Abdel Fatah, en Haifa.

La comunidad árabe en Israel se enfrenta a otro problema: el sistema bancario oficial, que no ayuda a la economía de la sociedad árabe ni a la de sus individuos. “Muchas personas con necesidad de apoyo financiero, por ejemplo para hipotecas o pequeños préstamos, no la encuentran en los bancos oficiales. Sólo 2% de las hipotecas en Israel son otorgadas a la población árabe; todas las personas que son rechazadas en los bancos oficiales terminan yendo al mercado negro o pidiendo préstamos al crimen organizado, que controla toda la actividad económica paralela”, afirma la parlamentaria Aida Touma-Suleiman, miembro de la Lista Conjunta, la coalición opositora de partidos árabes en Israel.

Consultada por la poca reacción de la sociedad árabe al fenómeno de la violencia, el crimen y los asesinatos en Israel, Touma-Suleiman afirmó: “Nadie quiere hablar. Nadie quiere ir a una manifestación. Nadie quiere ser entrevistado en la televisión. ¿Sabés por qué? Porque esta maldita Policía no los está protegiendo. Y entienden que los asesinos de sus hijos están libres viviendo a su alrededor, amenazándolos todos los días. La Policía está protegiendo a los asesinos, no a las víctimas. Queremos que el gobierno israelí luche económicamente contra esos grupos organizados, porque si no destruyen la infraestructura económica sobre la que se están construyendo, nada cambiará”.

Hitam, de 48 años, junto con su hermana, ayudaba a atender a su madre enferma. Todos los sábados iban juntas a ayudarla. Hitam cocinaba en su casa para llevarle comida. Pero un caluroso sábado de agosto se sintió cansada y le pidió a su hijo Anas, de 18 años, que la llevara a hacer unas compras al centro de la ciudad de Lod, en hebreo, o Lidd, en árabe, una ciudad mixta en la que vive una mayoría de judíos, que son poco más de dos tercios de la población, y un tercio de árabes ciudadanos israelíes. “Recuerdo que fuimos juntos a hacer la compra. Anas estaba contento, había terminado su bachillerato con honores, y mientras manejaba conversábamos de sus planes. Me acuerdo de que fue a buscar la compra, volvió al auto y me pasó las cosas que había comprado para la parte de atrás. Luego se sentó en el auto... Lo único que recuerdo es un ruido estrepitoso”. A Anas le dispararon a corta distancia en la cabeza, su madre estaba sentada en el auto junto a él.

Abir Hatib sostiene la foto de su hijo Mohammad Hatib, en Qalansawe.

Abir Hatib sostiene la foto de su hijo Mohammad Hatib, en Qalansawe.

Cuatro meses pasaron desde el asesinato hasta el día que fuimos a visitar a Hitam Al-Wahwah, y desde el momento que llegamos hasta que nos fuimos no pudo parar de llorar.

Anas estaba lejos del delito. Sus amigos atestiguan que era un joven ejemplar, preocupado solamente por los estudios, su futuro y las actividades extracurriculares en las que participaba, ya fuera como líder juvenil en su comunidad o como voluntario en una ambulancia de Maguén David Adom, el sistema de paramédicos israelí de ambulancias, paralelo a la Cruz Roja local. Para apoyar a Hitam, se encontraban en su casa amigos de Anas, una voluntaria del Maguén David Adom y un compañero de clase.

“Me dicen que es parte de un enfrentamiento de familias, de hamulas [nombre con el que se llama a los clanes familiares en árabe], pero nosotros vivimos alejados de nuestro clan, tenemos muy poca relación con ellos”, dijo Hitam.

El crecimiento del crimen y la violencia tiene además otras raíces, basadas en el profundo sentimiento de los palestinos israelíes de ser ciudadanos de segunda categoría. La ley del Estado nación, que declara que sólo los judíos tienen derecho a la autodeterminación en Israel, aprobada en 2018, ha profundizado la percepción en las comunidades árabes de que son discriminadas.

“Como palestinos ciudadanos de Israel, hemos sido abandonados durante 73 años. Tenemos una brecha no sólo en asuntos de seguridad, sino en asuntos de educación, de bienestar y de infraestructura. El problema es que hemos sido marginados todo el tiempo. No somos sólo una minoría nacional, somos una minoría nacional discriminada”, afirma Jaljuli, para explicar los motivos de la violencia y el crimen en la comunidad.

Aysham Abu Alarub sostiene la foto de su hijo Fadi Abu Alarub, en Haifa.

Aysham Abu Alarub sostiene la foto de su hijo Fadi Abu Alarub, en Haifa.

Pero la política y militante también hace una introspectiva sobre la responsabilidad que le toca a su comunidad: “Vivimos en una sociedad patriarcal; los líderes de las familias tenían mucho poder. Ese poder ya no existe, porque somos una sociedad que está teniendo patrones de modernismo. Es bueno de alguna manera, porque nos estamos liberando del poder de la familia patriarcal”. Según entiende, hace tres décadas los conflictos dentro de la comunidad árabe en Israel eran resueltos por líderes familiares, patrones que se han debilitado o han desaparecido. “La comunidad no desarrolló un liderazgo alternativo que llenara el vacío creado, y no encontramos en las instituciones estatales una autoridad que se haga cargo. Así que a veces estamos perdidos. Y ese es el problema, ahora estamos en un caos, esto es un infierno”, afirma.

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Las últimas elecciones, en marzo del año pasado, alejaron al gobierno de Benjamin Netanyahu y su coalición de derecha, tras 12 años de gobierno. Naftalí Bennett, líder del partido Yamina, y Yair Lapid, de Yesh Atid, formaron una coalición integrada por partidos de centro, de izquierda y de derecha, entre los que está el partido islamista Raam. La nueva coalición de gobierno planea invertir unos 9.000 millones de dólares en cinco años en la comunidad árabe de Israel. Una parte de las inversiones será destinada a la lucha contra el crimen y la violencia que golpean con fuerza a esa comunidad.

En las afueras de la ciudad de Haifa, en el norte de Israel, se encuentra la base del nuevo Departamento Anticrimen en la Sociedad Árabe de la Policía israelí; una vieja base de la Escuela de Policías sirve de sede al nuevo departamento, que fue creado en 2020.

El comandante de la unidad anticrimen Ygal Ezra nos recibe en su oficina, decorada con una espada de samurái; en hebreo, las siglas de la nueva unidad forman la palabra saif, que significa ‘espadas’. Con una carrera dedicada a la lucha contra el crimen en la sociedad árabe en Israel, Ezra es posiblemente una de las personas que más saben del tema dentro de la Policía israelí. “El ciudadano árabe está harto de palabras, quiere ver acciones, quiere ver a la Policía resolver más asesinatos, quiere ver más acción contra el crimen económico, las armas ilegales y las extorsiones”, dice. En los últimos meses el jefe de la Policía casi duplicó la cantidad de oficiales que se destina a las diferentes comisarías de los pueblos y las ciudades, y además introdujo nuevas tecnologías y funcionarios que dominan la lengua árabe.

Zahya Nasra sostiene la foto de su hijo Layt Nasra, en Qalansawe.

Zahya Nasra sostiene la foto de su hijo Layt Nasra, en Qalansawe.

A pesar de todas las medidas tomadas, el problema de las armas sigue creciendo. Si bien la Policía ha confiscado en los últimos meses una gran cantidad, los incidentes con armas de fuego han aumentado. El comandante Ezra entiende que la ruta más importante de armas hacia el crimen organizado es la que recorren las armas del Ejército israelí. “La mayor responsabilidad recae en el Ejército y en el Servicio de Seguridad General. Si no encuentran la forma de cerrar las fuentes desde las que las armas fluyen a la sociedad árabe y no se aplican penas disuasorias, por más bueno que sea el trabajo de la Policía, no podremos enfrentarnos al problema”.

La voz del movimiento Madres por la Vida hizo eco en el despacho del ministro de Seguridad Pública, Omer Bar-Lev, quien se encontró con Watfa Jabali, Umm Mohammad y Maisam Jaljuli y les prometió resultados en un período de seis meses. Durante una conferencia organizada por el diario Haaretz sobre el futuro de la comunidad árabe, Bar-Lev afirmó: “Durante todos esos años, la premisa tácita [de la Policía] ha sido, y no creo que esté revelando aquí ningún terrible secreto, que mientras los árabes se matan unos a otros, es una preocupación menor para nosotros”.

“La misión de este gobierno no es sólo enfrentar al crimen organizado árabe, sino también cerrar la brecha existente entre las dos sociedades [la árabe y la judía]. Si logramos resolver en 100% el crimen organizado, pero no enfrentamos las diferencias, otra ola de crimen azotará nuevamente a la sociedad. Para eso este gobierno trabaja en dos programas. El primero, que recae en mis hombros, es enfrentar al crimen organizado; el otro es responsabilidad de varios ministerios para cerrar las diferencias entre las comunidades, pero estos planes llevan tiempo”, afirmó Bar–Lev entrevistado por Lento en su oficina.

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Watfa J’abali sostiene la foto de su hijo Saad J’abali, en Tayibe.

Watfa J’abali sostiene la foto de su hijo Saad J’abali, en Tayibe.

El pequeño pueblo beduino Bir el Maksur, en una lluviosa y verde Galilea, no está acostumbrado a tantas visitas, y estas, lamentablemente, no se deben a buenos motivos. Musulmanes, judíos y cristianos, muchos de ellos desconocidos para la familia Hujayrat, se acercan a la mezquita local a dar condolencias y solidarizarse con Muhammad Hujayrat, padre de Ammar Hujayrat, de tres años, quien murió mientras jugaba en un parque junto a sus primos y su tía por una bala perdida. Según testigos, dos hombres perseguían a un tractor, se bajaron del auto y abrieron fuego con rifles semiautomáticos. Dispararon grandes cantidades de balas para luego darse a la fuga. Hujayrat, imán de la mezquita local, está quebrado; nos saluda con amabilidad, pero las lágrimas no le permiten mantener una conversación, y le pide a un miembro de la familia que nos lleve a hablar con su esposa.

Las casas en Bir el Maksur están rodeadas de árboles frutales y caminitos llenos de hierbas y plantas. El silencio del pequeño pueblo deja escuchar el viento y el agua que se desliza por las calles tras la lluvia. Ahmad nos conduce por esos caminitos a la casa de la familia para encontrarnos con Aisha Hujayrat, la madre de Ammar.

Según la tradición musulmana, las mujeres reciben condolencias y guardan luto en un lugar separado de los hombres, pero, tras una explicación, nos invitan a pasar a un salón en el que el clan Hujayrat recibe visitas, un recinto entre las casas de la familia con una estufa a leña prendida y un termo de café amargo, parte de la tradición del duelo y, en general, del agasajo árabe. Tras unos minutos de espera, Aisha, acompañada por un grupo de las mujeres de la familia, vestidas en estricta vestimenta tradicional musulmana, se nos une.

Chitam Wahwah sostiene la foto de su hijo Anas Wahwah, en Lod.

Chitam Wahwah sostiene la foto de su hijo Anas Wahwah, en Lod.

Han pasado poco más de 72 horas de la trágica muerte de su hijo y Aisha se encuentra en un estado de shock visible; la mirada de sus ojos rojos parece perdida. Las palabras salen de su boca en oraciones entrecortadas y casi como un susurro: “Todavía no puedo asimilar lo que pasó. Ese hombre, ese monstruo que lo hizo... ¿Cómo podría haber sido por accidente? Era un grupo de niños. Si no hubiera sido Ammar, habría matado a otro niño. Nunca esperé que esto nos pasara a nosotros. Creo en la bondad de las personas. Espero que esta ira que la gente siente por la muerte de Ammar haga algo. La matanza tiene que parar”. Al sostener la foto de su hijo Ammar, el llanto que Aisha Hujayrat venía reprimiendo, posiblemente para no llorar frente a unos extraños, la desborda y Maisam Jaljuli, que ha confortado ya a tantas mujeres en esta dura situación, la abraza.

Cuando nos despedimos, una de las primas de Ammar que se encontraba en el salón afirmó: “A la Policía no le importa lo que les pase a los palestinos, así que [las pandillas] saben que pueden matar a niños mientras juegan y no pasará nada”.

Desde el comienzo de 2022, 14 árabes ciudadanos de Israel han sido asesinados con armas ilegales.