En marzo de 2020 sucedió lo inevitable. El nuevo coronavirus llegaba a nuestro territorio, confirmando su carácter pandémico. Comenzó a gestarse en el gobierno la idea de contar con un grupo de científicos que asesorara acerca del virus que ya había sido nombrado SARS-CoV-2 y sobre la enfermedad que provocaba, la covid-19. A una semana de terminar abril, Rafael Radi, investigador del Centro de Investigaciones Biomédicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, presidente de la Academia de Ciencias del Uruguay y primer integrante uruguayo de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, era confirmado como el coordinador de ese equipo asesor.

El 25 de abril ya adelantaba que se llamaría Grupo Asesor Científico Honorario, y su sigla, GACH, pasaría a ser rápidamente incorporada al lenguaje cotidiano de una población que observaba con ansiedad cómo el mundo había cambiado drásticamente. Con sus metáforas futboleras —el control de la pandemia a principios de 2020 era como estar empatando en cero un partido contra Bolivia en la altura: un descuido podría salir carísimo—, pero más que nada por el rigor y lo claro que quedó que el rol del grupo era asesorar basándose en evidencia, mientras que la toma de decisiones corría por cuenta del gobierno, el GACH, y en particular su coordinador, se ganaron la confianza de gran parte de la ciudadanía.

La tormenta arreció. El tanteador, que había sido mantenido con los dientes apretados en la altura, se hizo adverso. “Fue un trago amargo reconocer que nos dieron vuelta el resultado”, nos decía Radi a fines de enero de 2021. Uruguay estuvo varios días primero en cantidad de contagios por habitante, pero, si bien sólo una pequeña parte de los infectados de covid-19 padecen cuadros graves, algunos letales, una pequeña parte de un número muy grande termina resultando también un número grande. En febrero el GACH había elevado un informe sobre las medidas recomendadas ante distintos escenarios de evolución de la pandemia. Los umbrales menos auspiciosos se iban superando, pero no se anunciaban medidas. A fines de marzo de 2021, Radi sintió que tenía que dirigirse a la población. En una entrevista en Telemundo, el informativo del canal 12, acuñó al aire una joya de la comunicación de esas que un publicista busca con ahínco durante toda su carrera. “Blindemos abril”. Breve, elegante, concreta. Esperanzada, inclusiva, movilizadora.

La ausencia de mayores medidas, la llegada de nuevas variantes, el arribo de las primeras vacunas y la apuesta casi única por la inmunización rodearon el fin de la tarea del grupo asesor. Había un cansancio generalizado. No había estado en los planes de casi nadie que el virus fuera tan obstinado y que aun a más de dos años siga siendo una presencia tan preponderante. El 8 de julio el gobierno hizo un acto de despedida para el GACH en el Auditorio del Sodre. Los reconocimientos a sus miembros se acumularían en los días y meses siguientes.

Ahora, a dos años de haber aceptado la coordinación del grupo científico de asesoramiento, volvemos a encontrarnos con Rafael Radi. Nos espera con una remera del Museo de Historia Natural de Nueva York. “Está vieja, pero me la puse para vos”, dice riendo. Se la trajo su hija Catalina del viaje de Arquitectura. En ella, con elementos de la tabla periódica, se forma la palabra pensar en inglés (para ello se alinean el torio, Th, el indio, In, y el potasio, K). Pensamos entonces sobre el agua que ha pasado bajo el puente. Y, por qué no, también sobre el propio puente.

Confinamientos, credibilidad, sutilezas perdidas

El grabador se enciende. Entre conversaciones y puestas al día de temas diversos, pregunta entonces de qué vamos a hablar. De lo que ha pasado, le contesto, pero antes de que pueda formularle la primera pregunta Radi toma la palabra como si retomara una conversación previa.

“En un momento me hiciste una entrevista en la que te dije que en el lockdown los que sufren más son los más vulnerables. Pero luego salió el artículo de Búsqueda, el 27 de mayo, con titulares que fueron un poquito más llamadores de atención”, arranca. “El gobierno y la sociedad perdieron la ‘oportunidad’ de blindar abril y sin más medidas, ‘nos puede ir mucho peor todavía’”, encabezaba el semanario. “En la entrevista lo que se plantea es una disminución de la actividad muy sutil, muy medida y selectiva, porque si no parece que hubiera una contradicción con el Radi que había dicho en enero que estaba en contra del confinamiento”. Allá vamos entonces.

¿Sentís que no quedó claro que blindar abril no era un llamado a imponer un confinamiento?

Lo que decía en esa nota de Búsqueda era que cuando tomás una medida de disminución de la movilidad y la actividad, para que sea exitosa tiene que ser tomada en forma consensuada. Es decir, el gobierno, en su concepción más amplia, propone unas medidas, la oposición acompaña y hay acuerdo de organizaciones sociales, sindicatos, trabajadores, empresarios, y después eso baja a la sociedad con un único mensaje.

Esa es un poco la idea de lo que han estado haciendo en Dinamarca. Cada vez que hay una marcha atrás, lo hacen pero no a partir de un verticalizo, sino a partir de un análisis de un grupo asesor científico muy fuerte, liderado por Michael Bang Petersen. El gobierno propone, lo comunica a la sociedad y hay una especie de acuerdo social. En febrero de este año, partiendo de que la gente está cansada, decidieron ser los primeros en abrir todas las restricciones, sabiendo que hay ciertos riesgos, sabiendo que si la cosa se desbanda de repente hay que volver atrás, pero otra vez con un acuerdo de la sociedad. Porque lo que ha quedado muy claro, pese a que algunos ahora dicen que los confinamientos no sirvieron para nada, es que eso no es así. De hecho nuestra sociedad al comienzo de la pandemia lo hizo en forma voluntaria y generó una situación de control que permitió luego ir reabriendo todo el funcionamiento social de forma progresiva y segura. . El tema es que no sirven cuando los tenés sólo como una letra fría, porque hay un tema biológico y obviamente que sirven los confinamientos para reducir los contagios.

Se ponía como ejemplo lo que pasaba en Argentina, pero una cosa es determinar un confinamiento y otra cosa es que ese confinamiento se acepte y se acate.

Efectivamente. En Argentina el stringency index [índice basado en nueve componentes de respuesta indicadores, entre ellos, el cierre de centros educativos y lugares de trabajo y la prohibición de viajar] era altísimo en el papel, pero la movilidad era altísima y los contagios eran altísimos. Nosotros analizamos mucho de eso y ahora, que están saliendo los metaanálisis de las medidas de salud pública en más de 100 países tanto desarrollados como subdesarrollados, hay una lógica. Aquellas cosas que parten de la evidencia, que se comunican bien a nivel de las autoridades, que se transmiten bien a nivel de la sociedad y en que hay amplios consensos en que son medidas para el bien de todos y por un tiempo limitado, en aquellos lugares donde toda esa cadena de hechos ocurre, en general la gente cree más en las medidas de salud pública, adhiere más y esas medidas son más efectivas. Lo mismo pasa con las vacunas. Si los rusos tienen las vacunas pero la población rusa no confía en las autoridades de salud, tenés la paradoja de un país que tiene vacunas y gente que no se vacuna. La cadena de confianza es muy importante.

En los últimos mensajes del GACH se insistía mucho en la comunicación. Porque al inicio puede haber un efecto miedo que ayude, pero a medida que pasa el tiempo una población informada reacciona mejor que una con miedo o, peor aún, con desconfianza.

Acaba de salir un trabajo muy interesante en Nature sobre comunicar con esperanza. Yo creo que la idea del miedo no es una buena idea. Que sientas miedo y respondas transitoriamente al miedo es un hecho humano, pero el miedo como una política de comunicación es un espanto. Primero, porque de alguna forma impone cosas sobre el otro sin que las pueda razonar, y en general eso es algo que termina sirviendo, si sirve, para el corto plazo.

Yo leí mucho a Milan Kundera y él decía que el único sentimiento que notoriamente puede superar o predominar al miedo es el deseo. El deseo de salir, de volver a vivir, en algún momento va a superar a ese miedo, y además puede hacer que las personas sientan que les mintieron, porque mientras no les suceda nada pueden pensar que las cosas no eran tan malas como les dijeron. Entonces, el miedo como una estrategia comunicacional, que se manejó a nivel de muchos países y gobiernos como algo a generar, y más en las sociedades democráticas y desarrolladas, no funciona. Lo que se maneja es brindar información clara, transparente, objetiva, para que la población pueda realmente evaluar lo que sucede, pero también con un porcentaje de esperanza que te permita ver cuáles son los beneficios si se decide hacer tales o cuales cosas.

Un poco lo que se planteaba en el reportaje de mayo en Búsqueda era una medida selectiva, quirúrgica, de un tiempo acotado de tres semanas y, fundamental, un tiempo acordado, porque si no no iba a funcionar. Por lo tanto, también importaban mucho los acuerdos a nivel de las cúpulas de las organizaciones sociales, de forma que permitieran, por un lado, disminuir la circulación mientras se ganaba tiempo para la otra carrera que venía, que era las de las vacunas.

Esto de las medidas acordadas en Uruguay estuvo muy presente. La primera actividad que se reinició, en una decisión previa incluso a la formación del GACH, pero que ustedes comenzaron a evaluar, fue la construcción, y allí hubo acuerdos entre el gobierno, el sindicato y la cámara empresarial.

La construcción no dio problemas. Fue una apertura controlada, muy acordada, muy acatada y muy exitosa. Por eso me parece que a principios de 2021, en un momento tan duro, en el que teníamos 4.500 casos por día, se sobresimplificó el debate. Pero desde la visión consensuada del grupo, y desde la mía personal, siempre fue y sigue siendo que estos procesos de confinamiento no son viables ni manejables en tiempos largos. Lo que si podés plantear son acciones selectivas de corta duración, o para prepararte, para que lleguen los respiradores, que no se saturen los CTI, o eventualmente para dejarle ganar tiempo al plan de vacunación. Nosotros ese plan lo arrancamos a principios de marzo, y sabíamos que necesitábamos por lo menos hasta mediados o finales de mayo para que efectivamente la inmunidad acumulada empezara a tener un efecto.

¿Vos o el GACH se sintieron aludidos cuando, en el medio de la gran tasa de contagios y muertes, se descalificaba a quienes pedían medidas más restrictivas, llegando a caricaturizar ese pedido diciendo que había partidarios de los toques de queda?

Creo que como que de costado puede haber quedado, incorrectamente, la idea de que ese era un escenario, pero en realidad ese confinamiento total o compulsivo nunca lo planteamos. Para nosotros en aquel momento era una medida de salud pública extrema, que estaba en el extremo de la lista del documento del 7 de febrero, que realizamos mientras estaban bajando los casos, pero nos anticipábamos a escenarios complejos. Cuando finalmente llegaron los escenarios complejos, todo el menú estaba planteado. Entonces, sabiendo lo costoso económica, psicológica y físicamente que era en aquel momento, con un plan de vacunación que venía avanzando rápido, lo que se planteó fue aquella medida selectiva como una posibilidad a considerar, de carácter excepcional y por un corto tiempo, pero siempre y cuando hubiera un acuerdo generalizado de todas las partes. Obviamente, durante ese tiempo tenés que darles apoyo a los sectores más desprotegidos, porque siempre hemos planteado que los sectores más vulnerables son los que sufren más los confinamientos.

Nosotros fuimos siempre muy moderados. A mí me quedó como la sensación de que en los titulares, con el fervor y la preocupación del momento, muy lícita, que teníamos todos, se perdió la sutileza de lo que se estaba planteando, que era mucho más profundo, mucho más articulado. Hoy los trabajos académicos que salen muestran que esa era la forma. En ese paquete de medidas tenés que tener acuerdos, como el caso de Dinamarca, transparencia, credibilidad. Otra cosa que señalan las investigaciones es la importancia de evitar la partidización de la pandemia, algo que en Uruguay se logró bastante y en lo que creo que el grupo jugó un rol importante. En los países en que la pandemia se partidizó, como Argentina y Brasil, e incluso Estados Unidos, las medidas no funcionaron. En Estados Unidos terminó dándose la paradoja de que en los últimos meses quienes más murieron de covid-19 eran republicanos, que son más proclives a no vacunarse. Acá en Uruguay, independientemente de a quién votás, las medidas de salud pública se adoptaron en la misma proporción, y aquellos que no las adoptaron lo hicieron con independencia del partido político que votan.

Entonces, en los trabajos académicos que me han interesado últimamente se ha visto que la credibilidad de los gobiernos es un factor fundamental; la existencia de equipos independientes de asesoramiento, que no existieron en muchos países, también se señala como una fortaleza. También importa la credibilidad hacia dentro de la sociedad en sí, es decir, que vos creas en tus conciudadanos también es importante. Creer en que tus conciudadanos van a tener una actitud responsable pesa hasta más que lo que puede darte una política hecha desde el gobierno. Es decir, si algo se plantea desde el gobierno pero la gente siente que personalmente lo cumple pero el resto de la sociedad no, eso atenta contra los resultados. La gente mira mucho el accionar de los demás.

Una vez le pregunté a [el físico] Rodolfo Gambini sobre un problema en el que había que tomar una decisión técnica en plena pandemia. Le dije que en ese momento no lograba que ninguna de las personas que consultaba me diera un vector que me permitiera decir por dónde ir. Rodolfo es de las pocas personas a las que llamo cuando estoy en un intríngulis, en un callejón sin salida, algo que me pasa un par de veces por año, y él tiene la claridad de decir algo que da en el clavo. En esa ocasión me dijo que lo que pasaba era que nadie me iba a decir nada porque todos estaban mirando a ver qué iban a hacer los demás. Todos estaban mirando qué iban a hacer los otros.

Foto del artículo 'Rafael Radi, a dos años del gran desafío'

Foto: Alessandro Maradei

Todo un país

Salió un libro sobre el GACH, escrito por Pablo Cohen, que se tituló Todo un país detrás. ¿Ustedes sintieron que tenían ese apoyo grande de la sociedad?

Eso fue algo que fuimos descubriendo progresivamente. Los académicos vivimos en micromundos. Es como las redes sociales: hay un pequeño grupo que es muy activo y te parece que esa es la realidad, pero no lo es. A medida que fuimos saliendo del micromundo académico y fuimos entrando en la interacción con el resto de la sociedad —la señora que te para en la calle, los que te paran en la cola del supermercado—, nos fuimos dando cuenta de la visibilización que estaba teniendo la ciencia para la sociedad. La gente nos agradecía el asesoramiento, pero también vimos cosas inesperadas. Por ejemplo, una señora me paró en la calle y me dijo que gracias a nuestro trabajo su nieto iba a empezar la Facultad de Ciencias. Vimos un apoyo de la gente que se hacía ostensible en Montevideo, pero también en el interior. La sociedad civil nos empezó a dar las gracias, a decirnos que les dábamos confianza y tranquilidad, y eso también nos sostuvo por mucho tiempo.

Eso es algo que de cierta manera trabajaron. Desde el principio decidieron hacer conferencias previas a las del Ejecutivo en las que daban el panorama desde el GACH, para que eso se distanciara de las medidas que se anunciarían luego.

Hubo una sola conferencia en formato mixto, en la que hablamos nosotros y el Ejecutivo, y resultó que no fue un buen formato. Eso nos confirmó que teníamos que ceñirnos a lo que habíamos definido, que eran dos tiempos distintos: el tiempo del asesoramiento y el tiempo de la toma de decisiones. Esa era la forma de no confundir los planos. Porque también es verdad que a lo largo del tiempo, así como la sociedad iba generando ese “todo un país detrás”, y por eso el grupo terminó con un aval tan grande, también hubo algunos sectores, quizás más partidizados, que nos querían adjudicar un rol de incidir en forma más directa en la toma de decisiones, pero esas no eran las reglas de juego que pusimos. Nosotros aceptamos el desafío si desde el gobierno no se interfería con nuestro trabajo, y luego de que nosotros transfiriéramos nuestros informes la decisión era del gobierno y nosotros no interferíamos en eso. Ese fue el acuerdo. El asunto es que transformar al GACH en un actor político en aquel momento hubiese sido muy malo y hubiese sido derrumbar una buena parte de lo construido en términos del valor y el capital que el asesoramiento científico tiene.

Fuimos muy cuidadosos de eso, pero en una pandemia, con tanta emoción de por medio, con tanto sufrimiento, malestar y enojo por momentos, como cuando teníamos tantos casos, se corría el riesgo de que se mezclaran las aguas. Incluso en algún momento se empezó a hablar de una científicocracia, lo que era un disparate absoluto. Nosotros fuimos siempre hiperrespetuosos del acuerdo inicial y también desde el gobierno lo fueron.

Sin embargo, hubo un momento en el que consideraste que tenían que salir a hablar por fuera del mecanismo de las conferencias. Estábamos en marzo de 2021, había un aumento de casos que anticipaba la trágica suba de fallecimientos. El gobierno ya no hacía con tanta frecuencia sus conferencias desde la Torre Ejecutiva. Cuando fuiste a Telemundo, ¿sentiste que tenían un mensaje que había que hacer llegar? Ese día algo cambió.

Ese fue un día especial e incluso recuerdo un comentario que en algún momento hizo Andrés Danza, el director de Búsqueda, en el sentido de que aparecían voces de distintas partes del espectro político que acordaban plenamente con lo que había expresado en el canal 12. La disputa que había no tenía que ver con el mensaje, sino con el mensajero, porque en definitiva en ese momento se logró como un consenso, a tal punto que el propio Parlamento sacó el spot de “blindemos abril”.

Yo no había pensado en decir que había que blindar abril antes de ir al canal, eso fue algo espontáneo, pero sí pensé que había que dar un mensaje parecido al que habíamos dado en la primera conferencia de prensa, en la que habíamos dicho que lo importante era atravesar el invierno, para que no se confundiera el coronavirus con la gripe y que eso no generara una situación catastrófica. En vista de lo que venía —si bien había un plan de vacunación avanzado, también había entrado la variante gamma y había un aumento en la movilidad; los tiempos no iban a dar, ya que teníamos un desajuste entre el momento en que la vacunación diera resultado y el avance de la dinámica—, me dije que había que plantear un objetivo con esperanza, un poco lo que ahora plantean de la communication con hope. Mi idea era decir que había que hacer un esfuerzo grande en abril para entonces poder transcurrir mayo y el invierno mucho más tranquilos. Me parecía que era un objetivo realizable desde el punto de vista temporal. Fue a finales de marzo, arrancaba la Semana de Turismo y luego teníamos tres semanas más para prepararnos.

El mensaje fue claro. Había que hacer un esfuerzo de unas tres semanas. Ganar tiempo, aplanar la curva.

Eso fue lo que intenté expresar en el reportaje de Búsqueda, que tenía que ser una medida selectiva, quirúrgica, acordada por todos los actores, en la que no hubiera costos políticos para nadie y la población entendiera que ganábamos o perdíamos todos. Obviamente, se iba a necesitar apoyar a los sectores que se iban a perjudicar más en esas semanas, pero era un tiempo acotado, más para lo que ha sido esto, que lleva 24 meses. ¿Esto hubiese solucionado definitivamente el problema? No, de ninguna manera. Nosotros teníamos la mirada de que sí lo hubiese atenuado. Obviamente, había costos y eso era lo que el gobierno tenía que medir.

El “blindemos abril” surge, entonces, espontáneamente conversando en la entrevista con Valentín Rodríguez y Lucía Brocal, pero es parte de una reflexión que hice antes de ir. Obviamente, la entrevista me generaba mucho estrés y mucha ansiedad, porque sabía que era un momento de inflexión en la marcha de la pandemia, pero sentía que teníamos que hablar, quizás de una forma menos encorsetada que en una conferencia de prensa, y entonces di ese paso. Claro que previamente lo discutí en la interna y acordamos que era útil, porque en ese momento no iba a haber una conferencia de prensa.

La sensación en ese momento era que estábamos en una escalada de casos, pero nadie salía a decir nada. No había anuncios de medidas, estábamos paralizados ante cifras que aumentaban día a día y, como te dijo Gambini, parecía que todos estaban esperando a ver cuál era el movimiento del otro.

Ahí en la interna del GACH vimos que era esencial mantener el equipo unido, porque lo que no podía ocurrir era que hubiera una fractura. Y había una necesidad del colectivo de que se conociera su opinión. Entonces, como coordinador general sentí la responsabilidad histórica de salir a hablar en ese momento en el que estaban pasando cosas. Di entonces ese mensaje, con esperanza, pero con un diagnóstico de situación. Tenía que plantear lo que pasaba, la necesidad de hacer un esfuerzo, pero que en un momento vendría algo mejor. La consigna de blindar abril permeó, pero el tema es que la instrumentación de ese “blindemos abril” requería acuerdos y acciones.

La entrevista resonó, el Parlamento la tomó. Nosotros fuimos extremadamente cuidadosos, y de eso estoy muy orgulloso, de minimizar la posibilidad de generar una separación a nivel social a través de la partidización de la pandemia. Creo que ese es un capital de credibilidad, transparencia y confianza que generó la ciencia. Creo que tenemos que ser muy prudentes siempre a la hora de nuestras expresiones públicas, porque la gente no espera de nosotros más de lo mismo, espera escuchar algo diferente de nosotros. Para escuchar más de lo mismo está lleno de gente.

Volvamos al “todo un país detrás”. Abril no se blindó. Ni mayo. Uno siente que si hubiera habido todo un país detrás, se hubiera escuchado más lo que ustedes decían. Finalmente, el GACH terminó abruptamente, de una forma rara, que uno entiende que no estuvo a la altura de lo había sido su labor.

Estoy de acuerdo con que fue un poco abrupto el final. Todo terminó siendo más desafiante y complejo de lo que pensábamos; cuando entró la variante gamma, desajustó todo. Para nosotros fue interesante, más allá de todo, participar directamente en la discusión del tema de la inmunización, pero siempre dejamos claro que la vacunación, si bien iba a ser hiperimportante, durante mucho tiempo no iba a ser suficiente por sí sola como única herramienta de salud pública.

Creo que a nosotros sí nos faltó esa comunicación final con la sociedad. Creo que hubiese sido útil y que además hubiera permitido cerrar un proceso de una forma un poco más consistente con lo que había sido la dinámica de trabajo. Pero los hechos son los hechos y se dio de la forma que se dio. El acto del Sodre fue un gran honor, porque fue el reconocimiento de un gobierno a la actividad de un conjunto de personas, pero sentimos que sí, que nos quedamos sin esa última conferencia de prensa, que hubiese sido la sexta.

¿Cómo es la vida después del GACH? ¿Extrañaste la adrenalina, te sentiste aliviado?

Me costó mucho tiempo recomponer la cabeza para ir volviendo a mis actividades, salir de esa ansiedad que se había generado en esa dinámica. Eso no es lo mismo que extrañar lo que hacíamos en el GACH. Era como que había terminado una ultramaratón y me dolía el cuerpo por todos lados. Y era como pedirme que volviera a jugar al fútbol como jugaba hacía unos años. Ese aterrizaje, que me costó mucho y al que recién ahora estoy llegando, llevó tiempo.

Un amigo español, Santiago Lamas, al que veré pronto, cuando finalmente me puedan entregar el honoris causa en la Universidad Autónoma de Madrid, me citaba el título del libro de Antonio Muñoz Molina Volver a dónde. Es así. Estoy volviendo, pero ¿adónde? Ya no es el mismo lugar que era antes. La readaptación a esta fase avanzada de la pandemia nos cuesta a todos. Algunas personas han decidido aumentar mucho sus interacciones sociales, pero también están las otras, las que tienen una especie de síndrome del ermitaño, a las que les está costando mucho salir. Quedaron problemas que va a llevar mucho tiempo arreglar.

Fernando Paganini, Rafael Radi y Henry Cohen durante el homenaje al GACH, en el auditorio Adela Reta, el
8 de julio de 2021.

Fernando Paganini, Rafael Radi y Henry Cohen durante el homenaje al GACH, en el auditorio Adela Reta, el 8 de julio de 2021.

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El GACH ahora es una expresión común; no faltan ejemplos de temas para los que se ha propuesto que se forme un GACH específico. El asunto es que, fuera de la excepcionalidad de la pandemia, tal vez fuera bueno quitar la H de honorario de la ecuación.

Pensar en grupos asesores técnicos está bueno. Eventualmente, no estaría mal sacarles la H. Y lo que es seguro, si se les pone la C, es que deberían ser científicos. Creo que el asesoramiento científico debería quedar como algo estructural. Hay que darle una institucionalidad en el futuro. ¿Cómo se hace, por ejemplo, un asesoramiento científico permanente a la Presidencia? En Estados Unidos, por ejemplo, [Anthony] Fauci es el chief scientific advisor de [Joe] Biden y trabaja en una institución totalmente independiente, que es la NIH [National Institutes of Health]. Ese es un esquema interesante, porque le va a dar el advise, el asesoramiento, pero con la independencia que implica una institución en la que a su vez tiene a todos sus pares controlándolo. Eso asegura que no va a ser funcional a lo que se espere de la Presidencia, y de hecho no lo fue cuando Donald Trump le quiso doblar el brazo. Ese esquema hay que ver cómo se estructura. Hay países que también tienen chief scientific advisors que están muy en contacto con la comunidad académica, de la que son parte. De otra forma, el juego de la política puede hacer que pierdan objetividad, y si la sociedad tiene la mínima sospecha de que lo que están diciendo lo dicen por una conveniencia política, se destruye la cadena de confianza y transparencia.

Creo que ahora un desafío muy importante que se abre de cara al futuro es justamente si algo de todo esto empieza a ser una parte estructural del sistema. Desearía que sí, pero hay que pensarlo muy bien, hay que ejecutarlo, y puede ser una fuente de grandes oportunidades para que los científicos se aproximen más a las actividades extraacadémicas y para los gobiernos a la hora de pensar mejor.

Una cosa que aprendimos durante la pandemia es que cuando la ciencia habla del bosón de Higgs o la transferencia de electrones de la mitocondria y el bombeo de protones para generar ATP, todos queremos a la ciencia. Ahora, cuando el análisis científico empieza a imponer algún nivel de desafío personal o institucional, como por ejemplo en el cambio climático, ahí ya la cosa es distinta. Y ahí hay que ser muy cuidadoso, porque eso puede desalentar a generaciones futuras de científicos a meterse en problemas nacionales. Tenemos que saber que si la ciencia se mete a trabajar en temas de coyuntura, puede decir algunas cosas que no nos gusten o que tengamos que cambiar prácticas. Tomémoslo como lo que es. Asumamos que eso parte de la evidencia, que no se propone porque somos todos “adoctrinados de la Udelar” ni porque le estamos haciendo el trabajo a la Presidencia.

También en el mundo del apriorismo, de la posverdad y la autoverdad, y esto me lo comentaba Gerardo Caetano, el derecho a la ciencia también es el derecho a la verdad. En inglés hay un dicho que dice you have the right to have an opinion, that doesn’t mean that your opinion is right [tenés derecho a tener una opinión, lo que no quiere decir que tu opinión sea correcta]. O sea, muchos pueden opinar, pero los procesos que resuelven problemas, cuando uno aplica el método científico, dependen de un conjunto de elementos y procedimientos que están demostrados, que conducen a trayectorias que probablemente sean más producentes que otras. No da todo igual. Vacunar no da igual que no vacunar. Si alguien no quiere vacunarse, se acepta, pero sin duda lo que sabemos de la ciencia médica es que si precondicionás la respuesta inmune a un patógeno a través de la vacunacióm, cuando el patógeno llega, te lo sacás de arriba mucho más rápido.

Si mirás atrás, ¿hay algo que hubieras hecho diferente mientras existió el GACH?

A nivel de lo actuado por el grupo tengo una gran conformidad. A nivel personal, si bien emocionalmente fue recontra demandante, me parece que algunos malos momentos que vivimos por esa tensión que se vivía me tendrían que haber impactado menos afectivamente. Claro, te lo estoy diciendo ahora que ya salí de todo eso. Creo que tengo la piel relativamente gruesa, pero quizás la tendría que haber tenido un poco más, porque muy mayoritariamente había un respaldo global.

Pero a veces en los micromundos en que nos manejamos, de la academia, de la política, de repente te terminaban impactando algunas cosas que no sumaban y que afectivamente te embromaban. Hubiese sido mejor ser más impermeable a eso, pero bueno, cada uno es como es. Cuando siento que hay injusticia, que hay cosas que se dicen que están mal formuladas, que no están basadas en evidencia, que lastiman innecesariamente, me afecta. Eso no me sumaba en el medio del trabajo, me generaba una incomodidad que no me influía en el rendimiento, pero sí en mi estado de ánimo general.

Me imagino que la gente que se dedica profesionalmente a la política desarrolla esa capa, porque está todo el tiempo recibiendo dardos, pero nosotros en el ambiente universitario no estamos acostumbrados a ese tipo de cosas fuera de tono que no tienen que ver con el intercambio de ideas, sino con el señalamiento y otras veces con la falta de respeto. No me gustó descubrir que eso existía. Quizás viví en un mundo demasiado protegido y en determinados momentos me afectó un poco el estado de ánimo.

Me di cuenta de que hay mucha irracionalidad en el mundo. Esa evidencia tan fuerte de lo irracional y lo emocional en pandemia, para alguien que se manejó tantos años en un ambiente absolutamente racional, fue un choque, y si a eso le sumás algún insulto, alguna difamación, son cosas que te pegan. Para mí en su momento fueron toda una sorpresa. Que al salir del Sodre nosgritaran “asesinos” fue como si en un momento cayera una ballena azul del cielo y se estrellara en el pavimento. Fueron golpes al mentón que en el ambiente de la ciencia no te los esperás.

El barrio, la medicina y la ciencia

En algunas ocasiones te he dicho en broma que en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos no debe haber muchos miembros que hayan jugado en Liverpool. ¿De dónde viene Radi?

Mis dos viejos terminaron la enseñanza primaria. Mi padre venía directamente de una familia de inmigrantes libaneses muy pobres, y mi madre, de descendencia italiana, el apellido es Isola, venía de una clase media del siglo XX. De la línea de las dos familias, pero sobre todo del lado de los Radi, fui el primer universitario.

Mi casa no era una casa que tuviera libros; los fui consiguiendo a medida que fui creciendo. En eso mi madre nos alentó mucho a que fuéramos por el camino de la educación, también con el apoyo de mi padre, pero esa era una época en la que la división de las funciones de la familia era bastante neta; el padre sobre todo iba a buscar la plata y la madre se dedicaba más a los hijos y la familia, más allá de que mi madre también trabajaba. Tuve una base educativa muy buena en el colegio San Francisco de Asís, que está en la interfaz entre Belvedere y Nuevo París, y de hecho exalumnos de ahí fueron los que fundaron el Liverpool Fútbol Club.

El barrio, entonces, dejó su marca.

Sí, tuve una vida muy de barrio de clase media y obrera. Belvedere es un barrio que, a diferencia de los barrios adyacentes, como Nuevo París y La Teja, que son más obreros, es quizás más parecido a Sayago; tienen algún pequeño comerciante, algún bancario, además de, por supuesto, obreros. En el colegio San Francisco convergíamos personas de Nuevo París, del Cerro, de La Teja, del Paso de la Arena, de Tomkinson, de Pajas Blancas y de Belvedere. Mucha gente de clase trabajadora, de clase media baja, algún hijo de comerciante y de algún bancario. Los hijos de los comerciantes y de los bancarios eran los que vivían en la calle Llupes.

“La calle Llupes raya al medio” ya no tiene más la raya al medio, porque al hacer la calle nueva le sacaron el cantero central y la destrozaron. Cada vez que vamos a la cancha de Liverpool nos duele verla sin su raya al medio. Y en ese bulevar era donde vivían los entre comillas “ricos” de Belvedere. Eran los que tenían la ferretería en Carlos María Ramírez, o la mercería en Agraciada, o los dueños de la fábrica de pasta, de la panadería.

Vivir ahí fue como vivir en un espacio muy autocontenido, muy autorreferencial. Teníamos cines, el Belvedere Palace y el Copacabana, había comercios, el Paso Molino era una zona comercial pujante, tenías el Prado, tenías las canchas de fútbol, el colegio, había un par de escuelas públicas, varios bares y pizzerías. La vida fluía. Tenías el deporte, el estudio y la parte comercial ahí. Las playas nuestras eran Pajas Blancas, la playa Sanguinetti y La Colorada, eventualmente Punta Yeguas. Para nosotros todo era hacia el oeste.

¿Y cómo es que terminás inclinándote por la ciencia? ¿Por qué saliste a buscarla haciendo Medicina?

Siempre me interesaron los temas vinculados a entender el funcionamiento de la naturaleza, la química, la física, la biología. Te diría que desde muchacho más la química, y sobre todo la física, que la biología. Sin embargo, entré en quinto de Medicina, pensando que en aquel momento no había programas de formación de doctores en ciencias en Uruguay. Cuando, en 1981, entré a la Facultad de Medicina, no estaba el Pedeciba [Programa de Desarrollo a las Ciencias Básicas]. La carrera médica tenía tradición de médicos científicos, como Caldeyro Barcia. De una forma no demasiado racional, pensé que entraba en una facultad que tenía tradición de nombres vinculados a las ciencias médicas y la idea era tratar de ver en el camino cómo me dedicaba a la ciencia desde lo médico, quizás después, migrando a otras disciplinas, y siempre con la idea de, tarde o temprano, hacer una estadía formativa en el exterior.

¿Ese era el sueño de un pibe de Belvedere?

Sí, siempre tuve la sensación de que había algo más y que había que ir a buscarlo afuera. Era una sensación muy primitiva. En ese momento leía lo que podía, Scientific American, National Geographic, trataba de tener un acceso a algún nivel de información serio. Sin tener totalmente claro el camino, opté por la carrera de Medicina. En aquel momento la Facultad de Ciencias no existía como tal, era la Facultad de Humanidades y Ciencias y tenía un desarrollo escaso en la parte científica, terminaba sólo con el título de licenciado. De hecho, varios licenciados, como Rodolfo Gambini, se fueron a hacer los doctorados afuera; la facultad en sí misma era un dead end. La intuición me llevó, entonces, por el lado de la medicina.

Y sobreviviste. Porque la carrera no está del todo pensada para alguien que entra con la intención de hacer ciencia. ¿Tuviste momentos de duda?

Sí, pero en segundo ya me integré al Departamento de Bioquímica en forma honoraria. Salvé Bioquímica de tercero, en cuarto año di el concurso y entré como grado uno titular. Este año se cumplen 40 años de que entré a ese departamento. Eso fue porque rápidamente me di cuenta de que los departamentos básicos tenían científicos. El año crítico fue cuarto, el año de entrada al hospital. Eran hospitales públicos que no eran los de ahora. Vi una medicina casi de guerra, salas gigantes llenas de pacientes; los médicos eran muy buenos, pero la salud pública en ese momento estaba muy poco atendida a nivel presupuestal, había muchas carencias. Nunca pensé en dejar la carrera, pero sí me impactó mucho la entrada al hospital, había algo ahí que no me cerraba. Pero sobreviví a ese cuarto año.

Cuando estaba bastante avanzado en la carrera, en 1986 o 1987, aparece el Pedeciba. Yo ya era asistente grado 2 de bioquímica titular y me metí en el programa. Creo que fui el primer estudiante de doctorado, dentro de las ciencias biológicas, de bioquímica. Luego de terminar Medicina, estaba bastante avanzado en el doctorado cuando surge una invitación para ir a hacer un posdoctorado a Estados Unidos, en la Universidad de Alabama, en Birmingham. Cuando vuelvo, entro de grado 3 en la Facultad de Medicina y digamos que cuelgo los botines en términos de la actividad clínica. Sin embargo, nunca me alejé de lo que es el estudio de la medicina, me mantuve en el área de la bioquímica humana, porque siempre se hizo un esfuerzo grande para que el Departamento donde hice toda mi carrera docente tuviera conectividad con la carrera.

Después de que pasaron muchos años, y sobre todo ahora con esta etapa del GACH, me sirvió muchísimo esa doble formación en ciencias y en medicina, porque me facilitó mucho el diálogo transversal con todos. Al final del día, estudiar medicina me terminó dando una formación muy abierta.

Para quien ya estaba consolidado como científico eso era un gran desafío. ¿Te costó aceptarlo?

Yo tenía una mochila arriba. Más allá de haber ingresado a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y que, como decís, no hay muchos tipos que vengan de un barrio como Belvedere en esa academia, una de las mochilas que yo tenía era que, porque vivo en Uruguay, dado el sistema científico uruguayo, iba a ser casi imposible que pudiera llevar adelante un desarrollo farmacológico hasta la fase 3. En mi carrera científica había hecho una cantidad de aportes sobre bases moleculares de patologías, pero al final uno termina transfiriendo una parte de eso a otro que la pueda poner en funcionamiento en humanos. Eso lo tenía ahí como una asignatura pendiente, me faltaba el golpe final para cerrar lo que venía haciendo, para tener un fármaco que atacara a esa molécula que genera neurodegeneración. Más allá de que transfieras el conocimiento y lo tome la comunidad científica universal, o sea que el aporte está hecho, te gustaría estar más involucrado. Entonces este trabajo, que surgió en forma totalmente sorpresiva, me dio una oportunidad personal de someterme a la prueba. Hace 35 años que estoy en esto, aprendí medicina, aprendí ciencias, hablé con grandes investigadores, visité un montón de universidades, aprendí mucho, ¿toda esa espalda la podría usar y podría ser útil para asistir en un proceso de asesoramiento complejo en pandemia?

En lo personal sentí que funcionó. El GACH, en lo personal, me dio una oportunidad única e inesperada de someterme a la prueba más exigente. No digo que después de esto no tenga más nada que hacer, pero sí puedo decir que siento internamente un grado de confort mayor por haberme mostrado a mí mismo que esa formación que había adquirido la pude poner a funcionar en algo de utilidad social más allá de mi laboratorio o mi área redox o de la bioquímica internacional. Creo que en la vida son pocas esas oportunidades que tenés como científico. Muchas veces o no las tenés o no las querés tomar. A mí se me presentó y la asumí.