El Santa Lucía es un río de gran importancia, no sólo porque lleva agua a más de la mitad del país, sino por su cauce, su riqueza biológica y el extenso recorrido de sus corrientes. Nace en Lavalleja, cerca de la ciudad de Minas, en el paraje de Cerro Pelado, y cruza en su recorrido Canelones, San José, Flores, Florida y Montevideo. Después de 250 kilómetros, desemboca en el Río de la Plata, y a lo largo de su recorrido genera una variedad de parajes naturales, enmarcados en todo tipo de ambientes.
El Parador Tajes es uno de estos puntos, un rincón cuya riqueza natural se conoce desde hace mucho tiempo, a tal punto que tentó a Máximo Tajes, presidente uruguayo de fines del siglo XIX, a hacer allí su residencia de descanso. Muchos años después, tras ser usado, vendido y después de permanecer cerrado muchos años, el lugar se abrió al público y hoy es administrado por el Misterio de Defensa. La casona fue declarada monumento histórico nacional y el parque se puede visitar todo el año, pagando 120 pesos por persona.
Para llegar hasta allí desde Montevideo hay que tomar la ruta 5 hacia el norte y al llegar al camino Melilla, doblar a la izquierda por la ruta 36. Se sigue entonces hasta llegar a la localidad de Cerrillos, donde se toma la ruta 47, que lleva hasta la orilla mismo del río.
Se puede estacionar cerca de la casona y caminar hacia el Santa Lucía o bajar con el auto casi hasta el agua, donde incluso hay una bajada como para meter en el río lanchas o canoas. En el costado del muelle hay una zona natural de pescadores, y allí se veía a varios de ellos revisar anzuelos y acomodar las carnadas. Mientras esperaban el pique, comentaron que lo que suelen sacar son sobre todo bogas, bagres amarillos y alguna carpa, especie exótica de origen asiático que se halla en nuestras aguas. Pero más de uno mencionó que cada tanto aparece un dorado, en forma imprevista, y anima la tarde de algún pescador con la resistencia típica de la especie, que hace curvar la caña al extremo durante un buen rato.
No tan apetecida por los pescadores, también se encuentra en la zona la castañeta rayada, que suele esconderse cerca de la orilla en zonas de plantas o troncos para evitar que la detecten garzas y otros predadores. Son peces territoriales, que forman parejas más o menos estables y expulsan de su zona a otras castañetas. Ponen sus huevos sobre alguna roca o en una madera sumergida y luego los cuidan igual que a las crías. Las pequeñas castañetas, que pueden ser más de 300, siguen a sus padres en un apretado cardumen, mientras macho y hembra ahuyentan del área a mojarras y otros peces que pudieran intentar comer a su descendencia. Es muy estresante para la pareja cuidar permanentemente a sus crías, pero para el momento en que estas finalmente se independizan habrán logrado salvar a un buen número como para que lleguen a la vida adulta.
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Entre los juncos y los matorrales se puede apreciar diversas aves acuáticas a la búsqueda de un bocado, atentas a peces distraídos que se puedan acercar a la orilla. Alguna garza blanca chica puede recorrer las zonas menos profundas, moviendo sus patas amarillas sobre el fondo para intentar espantar a alguna mojarra y ver si puede capturarla. También se ven biguás, que nadan y se sumergen para atrapar un bocado, y, si se tiene suerte, hasta algún macá grande, un ave pescadora de nado muy veloz y provista de un largo pico para atrapar cangrejos y peces.
Caminando por la orilla se puede apreciar la banda de bosque ribereño que acompaña el recodo del río, en donde se han abierto senderos para que los visitantes puedan recorrer el lugar más libremente. A pesar de los caminos y de los parrilleros que se instalaron en algunas zonas, el bosque es abundante en vegetación, con árboles de muchas especies en buen estado. Se pueden ver ejemplares de coronilla, algunos de gran tamaño, sombra de toro, chal-chal, pitangas y ceibos, sobre todo en la franja más cercana al agua. Muchos troncos están cubiertos por helechos y líquenes o adornados con flores de clavel del aire.
En estos montes que crecen junto al río la abundancia de aves es notoria y desde que uno baja del auto se puede ver aleteos y saltos entre las copas de los árboles. Moviéndose en esta zona se puede encontrar cardenales de copete rojo, calandrias, carpinteros, zorzales, cardenales azules y alguna gallineta sigilosa entre los matorrales.
El canto agudo de un trepador grande se sentía regularmente, y, tras dar unas cuantes vueltas buscándolo, lo pudimos ver atrapando insectos sobre un tronco seco. Estas aves cumplen a veces un rol similar al de los carpinteros, y trepan sobre troncos y cortezas mientras buscan insectos y arañas, que capturan con su pico curvo. No tienen fuerza como para hacer huecos en los árboles para armar su nido, así que empollan sus huevos en huecos naturales de los troncos o en nidos abandonados por carpinteros. A estos nidos de “segunda mano” les suavizan el interior con pequeños trozos de cortezas. Aunque tienen patas especializadas en caminar sobre troncos verticales, si falta la comida, no dudan en bajar al piso, donde atrapan hormigas, escarabajos, ranas y lagartijas.
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En una zona del monte el piso comienza a elevarse, a la vez que surgen rocas de tamaño cada vez mayor y se genera un pequeño cerro que nos permite subir de a poco y, al llegar a la cima, tener una muy buena panorámica.
Si se mira hacia el río, se verá que muy cerca se encuentra la otra orilla, pero esta no es realmente el otro lado del río, sino que se trata de largas islas de diversa extensión y forma, que constituyen un sistema de canales y acompañan la ruta del Santa Lucía. En este punto, casi frente al muelle, el río San José, que viene desde el oeste, se une al Santa Lucía, que aumenta aún más su cauce, pero eso sucede justamente del otro lado de la isla, por lo que queda oculto a los visitantes.
Desde lo alto del cerro se podía ver a un chimango en pleno vuelo, que planeaba sobre la orilla y recorría lentamente la vegetación junto al río buscando con su mirada algún roedor, una rana o alguna culebra. Estos pequeños rapaces son muy adaptables y pueden también comer insectos grandes, como escarabajos, y, si faltan presas vivas, carroña.
Como en tantas otras zonas frecuentadas por la gente, la flora exótica también ha ido encontrando su lugar, con algunas variedades de presencia testimonial y otras más invasivas. Hay zarzamoras, álamos y otras especies, pero destacan, como en otras zonas de río en todo el país, las ramas cargadas de los frutitos azulados del ligustro. Esta especie es de muy rápida expansión allí donde se instala, especialmente a través de sus frutos, que son dispersados por varias especies de aves que se alimentan de ellos, con lo que dan origen a nuevas plantas. Crece más de diez metros de altura y desplaza a muchas especies autóctonas, por lo que muchas veces se hace necesario su control mediante la tala de ejemplares.
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El parque es amplio y permite hacer una buena recorrida en su área de 62 hectáreas, pararse a hacer un asado, pescar, andar en canoa, caminar y trotar por sus senderos. Y es uno de esos lugares donde se puede tener contacto con la naturaleza y ver algunas especies interesantes de fauna. Se trata de un punto de fácil acceso, que nos permite por un buen rato olvidarnos de las corridas, los apuros y los sonidos urbanos.
Entre los diferentes parches de monte, hay sectores de matorrales bajos, áreas abiertas que parecen zonas de pradera. Ahí abundan los insectos, y al buscar entre las hojas de un arbusto encontramos a un bicho palo, inmóvil, tratando de hacerse pasar por una ramita. Estos insectos suelen ser nocturnos y pasan muchas horas del día quietos para evitar el ataque de algún ave. Es de noche cuando se muestran activos, se mueven y se alimentan de hojas y tallos.
También entre los matorrales encontramos a un pájaro inquieto y tímido, de un plumaje gris claro, con el pecho y parte de la cabeza de color ladrillo. Se trataba de un macho de cortarramas, que no es una especie fácil de ver, entre otras razones porque no vive permanentemente en nuestro país. Nos visita en otoño e invierno y no se reproduce en territorio uruguayo. Se siente cómodo moviéndose entre montes y arbustos, donde come frutas, brotes e insectos. Después de mirarnos desconfiado durante unos segundos desde su rama, voló hacia la orilla del río, tal vez a tomar unos sorbos para refrescarse, tal vez para recordarnos que todo lo que pasa allí de alguna manera comienza o termina en el Santa Lucía.