Bajando por el costado del puente se ve al río dar un giro, perderse en el recodo y quedar oculto detrás de los sarandíes. Pero si bajamos, rápidamente vemos resurgir la orilla y nos damos cuenta cabalmente del tamaño del cauce. El reflejo del cielo se pierde en una línea recta de agua hacia el horizonte, quebrada sólo por unos caballos que beben desde un costado de la arena.
Cuando llega a la ciudad de su mismo nombre, el río San José ya ha recorrido más de la mitad de sus 125 kilómetros de largo. Forma parte de la cuenca hidrográfica del Plata, que abarca la superficie del sur bañada por el Río de la Plata y sus tributarios, y desde sus inicios, cerca de Trinidad, va bordeando chacras, cultivos, pueblos y tambos. Recorre hacia el sur hasta que desemboca en el río Santa Lucía, atravesando en su camino los departamentos de Flores y San José.
El río es muy cambiante y ofrece diversidad de rincones y escenarios. Desde amplias playas de arena muy abiertas y casi sin vegetación hasta pequeñas entradas donde casi no hay movimiento de agua y se desarrollan largas algas filamentosas. Hay sectores cubiertos de plantas acuáticas de hojas anchas y lustrosas entre las que se esconden mojarras y bagres, y zonas de rápidos donde la corriente se acelera y la superficie se ve áspera por el temblar del agua.
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A los costados del río se forman pequeñas lagunitas que se vuelven un paraíso para varias especies de anfibios que se encuentran cómodos en el ambiente húmedo. Se ven ranas boyadoras, que flotan plácidamente mientras esperan que algún insecto volador pase cerca, y ranas trepadoras, que suben sobre los juncos y totoras para esconderse entre los tallos mientras buscan comida. La coloración de las ranas trepadoras suele ser verde o marrón claro, lo que las hace menos visibles entre la vegetación. Son capaces de reproducirse casi todo el año, y cantan y ponen huevos aun en los meses de invierno.
Claro que la presencia de ranas atrae, a su vez, a un buen número de depredadores que están siempre deseosos de incorporarlas a su dieta. Entre las habituales cazadoras de ranas, se encuentran las culebras, reptiles con buena visión, rápidas y ágiles para moverse, ya sea en el suelo o trepando entre matorrales. Una especie frecuente en las orillas de cursos de aguas es la culebra de la arena, un reptil de tamaño mediano, que no sobrepasa los 60 centímetros, de cuerpo color castaño o grisáceo. En su cabeza lleva dibujada una línea oscura que atraviesa el ojo y se extiende hacia el cuello.
Suele buscar anfibios para cazar pero también puede comer peces, lagartijas y hasta huevos de otros reptiles. Es más frecuente ver a la culebra activa en el atardecer o durante la noche. A pesar de su tamaño, no tiene muy buen carácter y, si se la intenta atrapar, es probable que muerda.
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En las zonas donde su cauce se ensancha el río forma lagunas en las que el agua se estanca. Es común encontrar aves que buscan comida sin apuro, tanto herbívoras como carnívoras. Por allí andaba una jacana, ave acuática de largas patas que puede caminar sobre la vegetación flotante. Dando pasos leves, atrapaba sin parar caracoles, insectos y pequeñas arañas mientras se movía entre las plantas. Era un ejemplar juvenil, seguramente nacido en el verano pasado, y su edad quedaba en evidencia al ver su plumaje claro y con pecho banco, muy distinto del vientre negro típico de los adultos. Las jacanas se sienten muy cómodas en orillas de ríos y lagunitas con vegetación donde pueden tanto encontrar comida como poner sus huevos, que depositan casi sin hacer nido, directamente sobre las plantas que cubren la superficie.
Llegar caminando a la orilla no siempre es fácil. En muchos tramos el monte ribereño es tan tupido que no da paso y hay que buscar algún camino entre talas, sauces, coronillas, mataojos y ceibos.
Hay sectores donde el monte nativo ha sufrido el impacto de especies exóticas como los extendidos ligustros que cubren buena parte de la orilla, zarzamoras y eucaliptus, que desplazan a los árboles autóctonos. Muchas veces se debe recurrir a la tala selectiva para tratar de reconstruir los montes originales.
Lamentablemente, los problemas no se limitan a la tierra firme, y también en el agua hay señales de alarma, ya que buena parte del río presenta un estado eutrófico, es decir, con un excedente de nutrientes, principalmente por desechos químicos de actividades industriales y agropecuarias. Por esto, sumado al vertido de aguas servidas urbanas en varios tramos del río y en sus afluentes, presenta una regular o mala calidad del agua, que se traduce en el surgimiento de floraciones de cianobacterias.
A pesar de los parámetros del agua, aún se mantienen las poblaciones de peces y los pescadores que se acercan a probar suerte en la orilla cerca del puente. Dependiendo de la altura del año, pueden encontrar carpas, tarariras, bogas y algún bagre amarillo.
Algunas especies de peces no son fáciles de ver. Siempre cerca del fondo se encuentran los limpiavidrios del género Ancistrus, con su cuerpo duro y especialmente diseñado para moverse entre piedras y troncos sumergidos. Pasan ocultos buena parte del día y se mueven con mas confianza después del atardecer. Estos peces se alimentan de algas y materia vegetal, lo que explica su nombre, ya que si están en una pecera, mantendrán completamente limpios sus vidrios. Para esto, utilizan sus dientes especializados, que funcionan como cepillos, para arrancar las algas mientras recorren las superficies permaneciendo adheridos a piedras y troncos gracias a su boca con forma de ventosa. El macho se distingue fácilmente de la hembra por sus “bigotes”, unas protuberancias filamentosas que le dan una apariencia muy peculiar. Mas allá de su curiosa imagen, el macho es muy buen padre y es el que se encarga, una vez puestos los huevos, de cuidarlos, cubriéndolos con su cuerpo hasta que las crías comiencen a nadar.
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A lo largo del río se pueden ver todo tipo de aves acuáticas como patos, gallinetas y biguás. Pero en la orilla, en unos arbustos ubicados sobre la corriente, llamaba la atención una pareja de piojitos azulados, que se lanzaban en vuelos cortos y vertiginosos para atrapar algún insecto en vuelo, volviendo luego a la rama de la que habían despegado. De esta manera, recorrían río abajo la vegetación, usando las ramas como base para sus frenéticos vuelos de captura de moscas, libélulas y efímeras. Se podía distinguir al macho por su antifaz oscuro sobre el pico y ojos.
El río San José, como otros del país que cruzan en su camino zonas con poblaciones importantes, emprendimientos industriales, tambos y áreas de cultivos, está afectado por cambios en su entorno físico y de los parámetros del agua. Las actividades humanas con vertido de químicos en la corriente, la tala del monte y el establecimiento de plantas y árboles exóticos que compiten con las especies autóctonas son elementos que modifican y empobrecen la biodiversidad de estos ecosistemas.
Los problemas ambientales muchas veces se van arrastrando, y si no se los corrige a tiempo, degradan las condiciones físicas del entorno, en el caso del río, principalmente del agua. Esto, a su vez, causa la disminución o desaparición de especies animales y vegetales. Corregirlos por supuesto que supone un rol activo del Estado, pero también la conducta acorde de los particulares que producen y trabajan en el área. No es fácil ni se hace en un día, pero dejar pasar el tiempo y posponerlo no hace sino agravar el problema. El río San José, de largo e interesante recorrido, ya ha sido afectado en buena parte de su trayecto. Todavía tiene muchas riquezas naturales para rescatar. Es importante ponerse en acción lo antes posible para detener y revertir el daño, y evitar que el equilibrio del ecosistema se nos vaya aguas abajo.
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