Desde lo alto del barranco, el río Uruguay se abría en una amplia curva y se perdía después en el horizonte. Sobre la orilla se recostaba una ancha franja de pajonales y matorrales que suelen inundarse regularmente con las crecidas del agua y en momentos de lluvias intensas. Una sucesión de arenales apenas cubiertos por matorrales daba paso luego al bosque ribereño que seguía las curvas del curso del río, mientras una serie de islas largas y delgadas se combinaba en el medio del cauce y generaba una serie de canales y pasadizos entre ellas. A la vista del visitante se desplegaban, en una misma perspectiva, los múltiples paisajes que tienen para ofrecer los esteros de Farrapos.
Esta extensa zona del Sistema Nacional de Áreas Protegidas abarca una superficie de más de 6.000 hectáreas. En buena parte está compuesta de bañados que se despliegan como una extensa franja recostada junto al río, entre las ciudades de San Javier y Nuevo Berlín.
Cuando llegamos, en el peor momento de la sequía y después de varios meses sin que cayera una sola gota de lluvia, esta zona, donde lo distintivo es siempre la presencia del agua, mostraba una cara muy cambiada. Los humedales donde suelen refugiarse centeneres de especies de aves estaban secos. La mayoría de los chajás, cisnes y cuervillos se habían trasladado hacia el río para estar cerca del agua y permanecían en las orillas o en los bancos de arena de alguna isla.
Justamente algo distintivo de la zona son las islas fluviales que se extienden sobre ambos lados del río Uruguay. Entre canales serpenteantes la progresiva sedimentación de restos y ramas fue formando con el paso del tiempo 24 islas e islotes de diversos tamaños. Algunas pueden tener incluso pequeñas lagunas escondidas en su interior.
En estas islas, si bien están deshabitadas, se han instalado algunos apicultores que tienen allí sus colmenas, donde las abejas pueden elaborar miel a partir de la flora del monte y a la vez están tranquilas, lejos de la presencia humana, como para cumplir sus ciclos sin ser molestadas. Cada tanto, los apicultores van en lancha a recolectar la miel, pero la mayor parte del tiempo las abejas quedan como dueñas y guardianas de las islas. Sin embargo, la influencia de nuestras actividades puede llegar a causar un impacto negativo aun a distancia y se dio el caso, en algún momento, de que el glifosato y otros agroquímicos llegaban a contaminar la miel al ser ingeridos por las abejas cuando tomaban agua de corrientes donde desaguaban ciertos cultivos.
***
Junto al río Uruguay se despliega el monte ribereño, tupido, pero que en muchos tramos permite pasear entre los sauces, ceibos y sarandíes. Pero el árbol que domina el paisaje de las orillas es el ingá, con sus flores blancas y algodonosas.
En el monte hay una alta diversidad de aves que lo recorren en busca de comida, lugar para anidar o simplemente un descanso en la sombra de sus ramas. Al haber visitado el paisaje en pleno momento de sequía, eran muchos los pájaros que trataban de obtener en lo más profundo del follaje algo de aire ante el fuerte sol del verano. Naranjeros, celestones y carpinteros se hacían oír entre los árboles. Pero las voces que destacaban por su volumen e insistencia eran los llamados de varias urracas, que recorrían el monte manteniendo un contacto vocal permanente.
Las urracas son aves muy sociables que suelen moverse en grupo, saltando de rama en rama por el monte en busca de oportunidades para comer. Cada bandada tiene su territorio, que recorre regularmente para alimentarse. También colaboran para reproducirse, poniendo los huevos en nidos comunes donde varios individuos se turnan para empollar. La alimentación de los pichones también es una cuestión grupal. Tienen un muy amplio repertorio de cantos, chillidos y graznidos para comunicarse. A veces roban huevos o pichones de nidos de otras aves y puede que algunos miembros del grupo se dediquen a distraer y alejar a los padres, mientras otras urracas roban el botín cuando el nido está descuidado.
***
A pocos kilómetros de San Javier se encuentra Puerto Viejo, un lugar donde hay cabañas para hospedarse y un extenso espacio para acampar junto al río. En los árboles que bordean la orilla, muchas veces centenarios, se encuentra una gran cantidad de aves y por las mañanas se genera en este lugar uno de los más ricos conciertos sonoros naturales de nuestro país. Por allí andaba temprano un rey del monte, buscando comida entre las ramas de una pitanga. Su pico oscuro mostraba que se trataba de un juvenil, ya que, al madurar, este toma un color naranja que identifica a la especie desde lejos, junto con su ceja blanca.
En torno al parador del puerto se disponen algunos canteros con árboles que no son autóctonos, sino que fueron plantados allí por motivos estéticos. Entre ellos destacaba un palo borracho, cargado con sus flores, llamativas por su forma y color. Esta especie es interesante ya que, si bien se la encuentra en zonas de Brasil y Argentina, no tiene en nuestro país poblaciones silvestres, sino que los ejemplares que se puede encontrar han sido plantados con fines ornamentales. Los colibríes del lugar no parecían considerar esto un problema y se alimentaban en forma constante del néctar de sus flores, persiguiéndose unos a otros entre las ramas. No estaban dispuestos a compartir el alimento, a pesar de que pareciera alcanzar para todos. El canto agudo y zumbante de al menos dos especies de colibríes se escuchaba como fondo permanente en esta zona del parque.
Alejándose del río y pasando el monte ribereño, se desarrollan los bañados, tierras casi sin elevación que se inundan con las crecidas del río o las lluvias y en donde entre pajonales y caraguatás buscan refugio garzas, chajás, chorlitos y otras aves adaptadas a entornos acuáticos. Vistos muchas veces como terrenos inútiles e improductivos, se ha ido aceptando su importante función en la prevención y el control de inundaciones, la protección de las costas del río Uruguay y como sitio de cría de especies valiosas y de valor comercial.
También los peces pueden entrar a los bañados cuando las aguas crecen lo suficiente, pero cuando llegamos al lugar se veía una tierra seca y cuarteada, con alguna vaca tratando de encontrar algo de pasto para comer. La sequía había obligado a las aves a refugiarse en recodos más o menos ocultos del río. Sin embargo, en una breve lengua de agua que entraba tierra adentro apenas una decena de metros encontramos sobre la vegetación un nido de espátula con dos pichones solos, seguramente esperando que algún adulto volviera con algo de alimento. Después de unas cuatro semanas de ser alimentados por sus padres, los pichones abandonarán el nido, aunque se mantendrán en el área cercana y continuarán recibiendo comida de la pareja hasta que sean completamente independientes. La vista de este nido nos hizo pensar en la fuerza de la vida animal para abrirse paso aun en condiciones adversas. La falta de lluvias había hecho cambiar el paisaje y seguramente los lugares de alimentación de los adultos, pero a pesar de esto habían logrado reproducirse.
***
Muy cerca, sobre una rama rota que colgaba a poca distancia del agua, una culebra descansaba pero mantenía la mirada atenta por si aparecía una presa. Se trataba de la culebra “papapintos”, de cuerpo verdoso brillante con flancos amarillentos que crean un interesante contraste. Esta especie justamente se encuentra presente en los departamentos que bordean el río Uruguay. Es muy buena trepadora y entre las ramas caza ranas arborícolas, aunque cada tanto alguna lagartija y aves pequeñas son incluidas en su dieta. No es un animal peligroso, pero sí tiene un carácter nervioso; si se siente amenazado, puede realizar primero movimientos ondulantes de su cuerpo y abrir la boca como forma de intimidar, y luego intentar morder.
Ya casi al irnos, bajando al río, en unas rocas junto a la orilla encontramos una pareja de garzas chiflón. Estas aves suelen andar en ambientes de bañado o entornos ricos en agua. Tienen una dieta muy variada, que incluye insectos, peces, cangrejos, renacuajos, culebras y arañas. Cazan caminando lentamente y usando su aguda visión para encontrar a sus presas, a las que atrapan lanzando un vertiginoso picotazo. Pero cuando las encontré estaban simplemente tratando de refrescarse junto al agua para escapar del calor. Y yo también tuve que ir al agua para refugiarme de los más de 30 grados.
Farrapos es un lugar difícil de abarcar. Una enorme superficie y tantos ambientes en un mismo paisaje lo convierten en un desafío para poder conservar sus valores naturales en equilibrio con las actividades productivas y el paso de los visitantes. Incluso en momentos de intensa sequía, mostró una gran diversidad de flora y fauna y la capacidad de mantener tantos rincones ocultos e inexplorados. Para el amante de la naturaleza, siempre será un desafío al que se añora volver con mucho tiempo y una cámara a mano.