No entreno para ser más grande, ni más fuerte, ni para colgarme una absurda medalla del cuello; mucho menos para la adulación de gente que no me entiende y a la que no quiero entender. Lo hago para poder coexistir en esta sociedad loca y enferma sin perder la cabeza, sintiéndome al menos... un pasito más lejos del infierno. Joaquín Pagliasso

Cuando empieza a oscurecer y las garras del síndrome de domingo atrapan todo lo que encuentran a su paso, Joaquín entrena. Cuando una triste música de lunes comienza a penetrar en los oídos desprevenidos, Joaquín entrena; como siempre, como si fuera el último entrenamiento de su vida.

“En general, el domingo estás más descansado, fundamentalmente de la cabeza”, dirá después. Entrena piernas en una máquina llamada Hack. Vestido con pantalón deportivo rojo, la camiseta verde con las costuras a punto de explotar, calzado gris, sus brazos tatuados. Empuja con la planta de los pies hasta llegar bien arriba, se detiene una fracción de segundo y baja; así diez veces. Se queja cada vez más utilizando sólo vocales: aaaaaaaa... uuuuuuuu... Termina las tres series con 160 kilos de carga; camina, expulsa el aire con fuerza; cuando ya puede hablar, dice: “Hoy estoy motivado”. Trabaja piernas dos veces por semana: una vez cuádriceps, la otra, resistencia.

Foto del artículo '17 latas de atún'

Foto: Camilo dos Santos

Joaquín hace entrenamiento con pesas desde los 14 años. Comenzó en un pequeño gimnasio casero de un profesor conocido: “Después de que entrené por primera vez, me di cuenta de que era lo mío. Pasó un año y medio para que faltara por primera vez, porque me enfermé. En esos años había pocos gimnasios y menos gimnasios grandes. Siempre me gustó, de niño, uno nace con eso. Los dibujitos que miraba eran siempre de gente con músculos: Superman, Popeye. Si jugaba a las maquinitas, siempre elegía a los personajes más grandes”.

Años después escuchó en un seminario algo que lo marcó para siempre: “Si pido que levanten la mano los que les gustan los perros grandes, todos la van a levantar; si pido que levanten la mano los que les gustan los autos con motores potenciados, todos la van a levantar; los que les gustan las peleas de vale todo, etcétera... ¿Saben por qué? Porque nosotros somos de la misma raza”. Lo dijo Antonio Osta, uno de los grandes del culturismo en Uruguay, fallecido a los 43 años en México. Joaquín agrega: “Ahí me terminó de cerrar algo que nítidamente sabía, que es un perfil determinado”.

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Joaquín nació en Montevideo en 1986. Sus padres, Ricardo y Silvia Galán, son ambos enfermeros. Luego llegaron sus hermanos: Florencia, Juliana y Gerónimo. A los siete se mudó con su familia a la Ciudad de la Costa y no se fue más. Tuvo su primer gimnasio en El Pinar: Kraken, que luego mudo a Médanos de Solymar. Después volvió a El Pinar y abrió Hydra, un gimnasio con máquinas negras, pisos blancos y mucho espacio verde, mucho. Joaquín explica el nombre que eligió: “Para mantener la línea de las criaturas mitológicas. Hydra era una de ellas que, como característica, cuando le cortaban la cabeza, le crecían dos más, entonces no la podían matar así de fácil”.

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Foto: Camilo dos Santos

Es morocho, lleva el pelo bien corto, lentes, apenas barba y bigote; “ponele que mido 1,67, 1,68, y el peso varía según el período del año: lo máximo que pesé en volumen fue 110 y definido, sin grasa, cerca de 90”. Los bíceps como adoquines, los pectorales como escudos, los aductores, los cuádriceps, los femorales...

Una tarde de un día de semana Joaquín engancha los talones en una dorsalera. Con la capucha del canguro puesta, comienza a balancearse hacia atrás y hacia adelante con el movimiento preciso del péndulo de un reloj antiguo. Por momentos coloca los brazos en la espalda y cierra los ojos; entrena los femorales, los músculos que están atrás del fémur. Cerca, una chica joven vestida de negro comienza a pedalear en una bicicleta fija; conversa con otra chica que, recostada en una pelota azul de pilates, trabaja los abdominales. El gimnasio late al ritmo de los fierros, pum, pum, clash, clash; de los quejidos sentidos de mujeres y hombres que entrenan duro, aaaaaaaa, uuuuuuuu, nnnnnnnn; de la música que sale de parlantes negros como rocas. Suena La Renga:

No te escapes, ven a mí,
desnúdate y enfrenta mis dientes,
yo soy el rey, el león,
ven a saber lo que se siente...

Joaquín termina la serie. Se baja de la máquina con movimientos lentos. Comienza a caminar, sereno; habla, da indicaciones, gesticula, corrige. La chica joven vestida de negro aumenta la intensidad del pedaleo. Ahora se arregla el pelo. Lleva 15 minutos. Llega un muchacho. Pregunta en recepción el precio de la cuota. Le dicen que son 1.900 pesos en efectivo o 1.580 con tarjeta pagando 12 meses juntos. Que puede probar unos días sin pagar. Que después decide. Hacia el fondo, un hombre calvo y con una barba importante respira agitado apoyado en uno de los fierros de una máquina. La chica apoyada en la pelota azul de pilates termina. La chica de la bicicleta mantiene la intensidad apoyada con las dos manos en el manubrio. Lleva 30 minutos desde que comenzó. Joaquín todavía camina. Alguien sube la música. El muchacho nuevo recorre las instalaciones. Los que descansan entre serie y serie revisan con avidez los teléfonos celulares. Ahora Camila, la chica de la bicicleta, lleva 50 minutos de ejercicio, saca las manos del manubrio y las deja caer a los costados del cuerpo. Hay 25, tal vez 30 personas entrenando; los espejos hacen que parezcan cientos. Camila tiene 24 años, hace el último esfuerzo, le queda poco para completar su rutina de 60 minutos; coloca las manos en la cintura, mira hacia adelante concentrada en un punto fijo y sigue. Entrena de lunes a viernes. Viene desde hace un año. Camila termina. Antes de bajarse, respira hondo mientras le da una mirada al teléfono. Los cuerpos tensos, sudorosos, el olor a físicos en acción. Ahora heavy metal: suena Pantera.

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Foto: Camilo dos Santos

En Hydra hay un ambiente jovial, de caras sonrientes. En Hydra se entrena en serio, se trabaja en serio; cuando en algún momento esto se ve interrumpido, el gimnasio se para. Joaquín para el gimnasio. Ocurre cada tanto, pero ocurre. Joaquín cuenta así uno de esos momentos: “Un muchacho tenía que hacer piernas y no quería. Me cuestionaba. Le expliqué. Paré la música y le dije: ‘Hacé piernas o andate’. Ahí escuché a otros que decían, pensando que yo no escuchaba, que era un botón, que le podía cambiar de día. Paré todo y hablé para todos: ‘Acá se trata de que cada uno tiene que hacer el trabajo que tiene que hacer y no lo que se le canta, porque así no vamos a progresar’”. Todos escucharon. Esa noche se siguió entrenando en silencio.

Prefiero mil veces que mis comentarios causen antipatía a brindarle un falso halago al trabajo que aún es pobre y escaso para mi estándar… que es, indudablemente, muy superior al de las larvas que se dicen “bestia” entre sí cuando su físico es playero en el mejor de los casos, de modo que quizá mis palabras (o yo mismo) sean desagradables, pero nunca falsas, porque después se terminan dando un golpe de realidad espantoso cuando se suben a un escenario y parecen una tira de asado pintada con Pro Tan o van a un gimnasio serio y cualquier hijo de vecino calienta con sus máximos.

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Poco antes de terminar el liceo hizo su primer curso de instructor.

Ingresó a la Facultad de Ciencias a estudiar Bioquímica y Biología. “Ahí algunas cosas me fueron cerrando. Yo lo relacionaba todo con el entrenamiento, leía y lo relacionaba aunque no tuviera nada que ver: el ADN, la herencia genética. Hice un par de años y me cambié a Nutrición, porque veía que tenía más que ver con lo mío. Lo disfruté mucho”.

En esa época comenzó a competir en levantamiento de potencia, que consiste en tres movimientos básicos: sentadilla, pecho, peso muerto; tres levantamientos de cada uno con el mayor peso posible. El mejor intento válido de cada movimiento suma para el total. El que logra más puntaje gana. “Era bueno, batí récords, estaba muy preparado”.

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Foto: Camilo dos Santos

Luego de terminar el curso de instructor pasó a trabajar en el gimnasio en el que entrenaba; el primer trabajo. No terminó Nutrición, pero ese tiempo de estudio le sirvió de mucho, aunque se decepcionó porque en la carrera casi no se hablaba de deporte. “Todo lo asociaba al deporte. Leía, leía, buscaba, leía... porque me apasionaba. Yo para saber cómo corre la sangre por las venas me leí un libro así” (enfrenta las palmas de las manos, una encima de la otra, con una separación de 15 centímetros). “¿Y aprendiste?”. “Más o menos”.

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Entrena todos los días. A las seis se levanta, toma un café con edulcorante y pedalea 60 minutos en la bicicleta fija. A las siete come 250 gramos de suprema de pollo hecha en la freidora sin aceite, un tomate y tres galletas de arroz. Así cada tres horas. Puede cambiar el tomate por brócoli, el pollo por pescado. Si tiene tiempo se prepara una ensalada con chauchas, arvejas, palmitos, champiñones, zapallo...

Compra cuatro bolsas de diez kilos de supremas congeladas por mes. “En la freidora que tengo ahora llevo hechas más de 2.000 supremas”, afirma seguro.

Dice que lo que vas a comer está en función del objetivo planteado. En estos meses, su objetivo es perder la mayor cantidad de grasa y, a la vez, mantener toda la masa muscular posible: “Ahora no fallo nunca en la dieta. Cuando estoy en etapa de quemar grasa no como nada extra; cuando estoy en etapa de buscar volumen sí lo hago, pero no todos los días. En estos momentos consumo pocos carbohidratos, por eso la glucosa es poca y me canso más, me cuesta enfocarme y concentrarme”. A veces, la dieta que cumple le hace pasar hambre: “Me imagino el horror de la gente que pasa hambre por necesidad”, dice.

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Foto: Camilo dos Santos

A la alimentación le agrega suplementación deportiva: multivitaminas, glutamina, enzimas digestivas.

Te cuento un secreto: en las fotos de Instagram los discos no pesan, el hambre no marea y el dolor es sólo un concepto vacío. Lo único que hace falta para hacerse el campeón es escribir siete letras… Eso sí, después se apaga el teléfono y sos sólo lo que sos... El hierro nunca miente.

No toma alcohol, no le gusta. No le gusta ver a gente borracha. No le gusta la idea de las drogas sociales. Si aparece alguien en el Hydra con una remera con dibujos de hojas de marihuana, le explica que eso va en contra de lo que hace en el gimnasio.

La dieta tan estricta, a veces, le hace pasar momentos de malestar. Una tarde llegué al gimnasio y Joaquín se sentía mal: le dolía la cabeza y estaba mareado. Le pregunté si sabía el motivo de sus molestias. Me respondió que sí, que se imaginaba, y agregó: “Lo que pasa es que entre ayer y hoy me comí 17 latas de atún”.

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Un martes a la tarde, Joaquín alienta a una muchacha que entrena piernas en la prensa y llora. Joaquín le pide cinco más, cuatro más... y luego, dale, dale, dale... Termina el ejercicio. Se queda inmóvil. Cierra los ojos y apoya las manos en la frente en busca de alivio. Ya no llora. “Para ganar hay que sufrir. A mí me gustan esos deportes”, dice Joaquín en referencia al ciclismo, uno de los deportes más sacrificados, del que ve videos motivacionales, y agrega: “La gente juega al fútbol, al básquetbol, al rugby, pero nadie juega al culturismo, porque el culturismo no es un juego. Acá necesariamente tenés que pasar mal”.

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Foto: Camilo dos Santos

Sentado en una pelota de pilates, responde que mientras entrena siente sensaciones diferentes: recuerdos olfativos, dolor, satisfacción, miedo; a veces, todo junto.

Reflexiona, piensa, se expresa. Le gustan la astrofísica y la astronomía. Lee cuentos, novelas, material sobre deporte. Realiza entrenamientos personalizados. Hace unos días estuvo en Salto acompañando a un atleta entrenado por él que compitió en culturismo y obtuvo el segundo lugar. Entrena a deportistas a distancia, uruguayos que están en Australia, en Nueva Zelanda: “Les marco el trabajo y la dieta; entrenan, se graban y después les hago los ajustes correspondientes”.

¿Querés saber lo que es el ego? Cuando tenía 20 o 21 años, hacía tres horas de viaje entre ida y vuelta en ómnibus para ir a entrenar a un lugar sólo porque había gente mucho más grande y más fuerte que yo. Al principio ni me devolvían el saludo (lo que no está bueno, desde luego), pero miraba con respeto, aprendía en silencio. Me llenaba de motivación ver a gente con más de 100 kilos de peso corporal moviendo cargas imposibles para mí en ese momento. Era un espectáculo a mis ojos, me ilusionaba y alimentaba mi deseo de mejorar. Nunca necesité que alguien me pusiera en mi lugar, tenía los huevos para hacerlo yo solo. Hoy en día se esconden en gimnasios de plástico, entrenando a tres, cuatro palomas que no ofenden su distorsionado y ridículo sentido de qué es ser grande. Quieren ser especiales pero no se lo quieren ganar con trabajo ni paciencia: eso es arrogancia, no decirle principiante a un principiante.

Le digo que no entiendo la última parte de esta reflexión. Me explica: “Me refiero a aquellos que entrenan y son arrogantes porque están en su círculo. La arrogancia los lleva a no ir a lugares donde hay gente mejor que ellos. A mí me dicen arrogante porque le digo principiante a un principiante”.

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“Mis viejos siempre me apoyaron. Sabían cada cosa que hacía. Esta actividad me dio amigos, me dio a mis parejas. Hay gente mal agradecida que sé que habla mal de mí. No tengo enemigos. Siempre tuve claro que si mi opinión no te gusta, que no te guste. Siempre me inspiró más el sacrificio: hay un inglés, Dorian Yates, que tenía que ir a entrenar y su casa estaba tapada de nieve. No quería perder el entrenamiento. Logró salir por una ventana y fue. [...] ¿Qué cambió con el pasar de los años? Lo que cambió es que, con las redes sociales, los más jóvenes piensan en entrenar para competir, para aumentar la visibilidad o la popularidad en ellas. Antes nadie entrenaba para competir.

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Foto: Camilo dos Santos

La competencia es la consecuencia de vivir de determinada manera, seguir determinado estilo de vida; es algo que está en el camino, pero no es el fin. ¿El futuro? Mi objetivo es armar un curso y dedicarme más a la parte de formación. Cuando hago las cosas, me gusta hacerlas en serio. Yo siempre digo que nací para esto. Así lo siento y así lo viví siempre”.