Creo realmente en la capacidad de la memoria de guardar cosas. En ese guardar escenas, guardar narraciones, hay una conexión con algo que yo siempre creí, que es que en la vida hay arte. Roberto Appratto

Es jueves. “Ya pasaron como 25 minutos y no hablamos nada de literatura”, dice Roberto Appratto mientras se acomoda en la silla. Ceba el primer mate, espumoso, humeante. Comienza a hablar de Faulkner. Lo elogia. Busca uno de sus libros —Luz de agosto— y lee un fragmento. Tiene mocasines grises de gamuza, no se ven medias, jean azul, camisa blanca por dentro que deja ver el cinturón marrón, las mangas dobladas a la altura del codo y desprendida en el cuello. El pelo corto y blanco. Alrededor de la mesa sus alumnos lo escuchan con atención. Habla de los adjetivos en los textos. Sergio trajo sándwiches mixtos y convida. En la mesa de madera ovalada hay una computadora, un rollo de papel de cocina, un termo, un mate, portalápices, cuadernos abiertos y libretas. Mencionan a Stephen King, hablan de su libro Mientras escribo. El ojo derecho de Margarita llora. Roberto se da cuenta y pregunta, Margarita dice que se está poniendo efatracina. Adelita escucha con atención su cuento leído por Roberto, que explica cuándo va punto y coma y cuándo dos puntos. Al terminar dice que le hizo algunas correcciones pero que está muy bien. Malú dice que sí con la cabeza. Luis destaca una frase de un cuento escrito por Sergio: “Sintió la geometría sagrada de la oportunidad”. Coinciden todos en que es una frase borgeana. La clase termina. Ya en la vereda, los talleristas se despiden y desaparecen en una noche de brisa suave.

Así, todos los jueves.

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Hijo de José Antonio, médico, y de Noemí Davison, ama de casa, Roberto Appratto nació el 28 de agosto de 1950 en Montevideo, cuando ya habían nacido sus dos hermanos. Es poeta, narrador, docente, crítico de cine, ensayista. Dirá después: “Yo me siento más docente que otra cosa”.

Estamos sentados en el estar de su apartamento, un primer piso de un edificio antiguo de Pocitos. No hay mucha luz. Roberto está sentado en una bergère de cuero marrón. Contra una de las paredes hay libros ubicados en tres bibliotecas de madera dispuestas en orden de altura, como una fila de escolares. Cuadros colgados. Un televisor como una mancha negra. Al avanzar aparece la mesa en la que se hacen los talleres.

Trae café y empieza:

—Nací por acá, en Obligado y Rivera. Mi infancia fue muy linda, de jugar a la pelota, de ir a la playa, la escuela 81. Mi contacto con la lectura empezó con las revistas de chistes, de aventuras; lo asocio mucho a mi infancia. Leía Toby, La pequeña Lulú, La zorra y el cuervo. Después llegó la televisión y me gustaban las series. Hice los cuatro años de liceo en el Elbio Fernández. Luego hice preparatorio en el Iudep [Instituto Uruguayo de Estudios Preparatorios] y en el IAVA [Instituto Alfredo Vásquez Acevedo]. Después ingresé en la Facultad de Derecho pero me di cuenta de que no era para mí, y ahí empecé a preparar el examen de ingreso al IPA para ser profesor de Literatura. Entré en el 69 y terminé en el 74 el profesorado de Literatura. Di clases durante dos años y con la dictadura estuve 11 años destituido. El mismo año en que me recibí entré a trabajar de visitador médico y alternaba este trabajo con las clases.

Comenzó a escribir en el liceo. Poesía y alguna obra de teatro, aunque dice que de esos escritos no rescata nada, que empezó a escribir en serio luego de recibirse, que desde ahí no paró más. Sus primeros libros son de poesía: Bien mirada (1978), Cambio de palabras (1983), Velocidad controlada (1986). En 1990 publica Antología crítica de la poesía uruguaya y en 1991, Mirada circunstancial a un cielo sin nubes (poesía).

—Mi vida ha sido una vida de irrupciones. Lo que me salía era una cosa distinta a lo habitual. Siempre traté de hacer algo distinto. Mi manera de expresarme y de hacer docencia no era de seguir la pauta de lo que ya estaba. Eduardo Milán [poeta, ensayista, crítico literario] y yo marcamos un camino. Leíamos a otros autores. Nuestra poesía hizo un quiebre con lo que se escribía hasta ese momento.

¿En qué se diferenciaba?

No parecía poesía, era algo raro, era experimental. Mucha gente me dijo que les parecía fría, muy intelectual. Tuve muchos detractores.

Lucía Delbene, profesora, poeta y ensayista, dice sobre la primera etapa de la poesía de Roberto en el programa La máquina de pensar, de Radio Cultura: “Cuando salen sus primeros libros, a muchos periodistas, críticos y teóricos les llama la atención esa nueva forma de decir. Hay un quiebre frente a lo que era la obra poética hasta ese momento, que era más política, más comunicante. También se ve en su obra un cambio en la musicalidad, es como el fin de la musicalidad lírica, de todo aquello más rimado de la poesía más tradicional”. Lee un poema de Bien mirada: “Empezaremos / primeramente por las cosas / que son primeras / (poética, uno) / así diciendo / es aliento entre puntos / que repite, igual a uno / oscuro lienzo: livianas / al comienzo, cosas de aliento / (canciones) para ubicar los puntos / se hace poética (primera)”.

Además de profesor de Literatura y visitador médico, Roberto fue crítico de cine.

—Me lo propusieron en el año 83 y agarré viaje para trabajar en el semanario Aquí. Antes había estado como crítico en el boletín del Cine Universitario. Luego empecé a escribir alguna nota sobre literatura para Jaque. Después concursé y entré en el IPA para dar clases de Teoría Literaria.

Dice el profesor Horacio Botta en La máquina de pensar: “Los estudiantes veníamos con entusiasmo por la literatura y apareció Roberto Appratto para darnos Teoría Literaria 1, para abrirnos el panorama de lo que era el aspecto teórico de la literatura. Era elegante en su decir, muy preciso en su decir. Su escritura se parece a su forma de hablar. Hay algo de laboratorio en su escritura”.

Foto del artículo 'El tiempo recordado'

—Trabajé en el suplemento cultural del diario El País con Homero Alsina Thevenet. Escribí algún guion y di clases sobre guion en la Universidad Católica y luego en Bellas Artes, en carreras de narración audiovisual. Fui de los primeros en hacer talleres de escritura. Digamos que alterné la literatura con el cine. En medio de eso me casé, en 1978, con Laura Broitman, tuve tres hijos, la mayor, Micaela, de 43, y los mellizos, Juan Luis y Mora, de 37. Luego me divorcié, me volví a casar, me divorcié, me volví a casar y me divorcié. Hoy estoy en pareja desde hace 11 años. Cada uno en su casa.

Sus tres hijos viven en el exterior. Micaela, en Italia, tiene un hijo de casi 10 años, Matteo; Mora vive en Israel, tiene dos hijas, Mila de 3 y Naya de 4 meses; Juan Luis está en Noruega.

Tener memoria

En 1993 publica su primera novela, Íntima.

—Se me ocurrió escribir sobre mi padre y no pude hacerlo en un poema. Me di cuenta de que necesitaba otra cosa, pero el tema, que era mi padre, forzó el cambio de enfoque. Comencé a redactar. Yo nunca había escrito en prosa.

Habla sobre la presencia de la memoria en su escritura.

—Para mí la memoria es fundamental. Creo realmente en la capacidad de la memoria de guardar cosas. En ese guardar escenas, guardar narraciones, hay una conexión con algo que yo siempre creí, que es que en la vida hay arte. En la realidad más inmediata y en la recordada hay elementos artísticos que vale la pena recordar y que se pueden trabajar desde la escritura. Uno pone en relación el tiempo de lo recordado con el tiempo de la evocación, el presente. Cuando uno escribe sobre el pasado hace viajes. Conectar y ver qué queda del pasado, por qué te impactó, por qué te importa y cómo se conecta una imagen que recordás con otra de otro tiempo, que es lo más fascinante. Eso es el montaje, la puesta en relación de una cosa con otra y la adquisición de significado, porque se evoca una cosa en función de otra. De entrada, yo sitúo por la memoria, la memoria es como un detector.

¿Y la memoria colectiva?

—También influye, porque te acordás de haber leído diarios, de haber escuchado noticias en la televisión, te acordás de comentarios, de cosas que pasaban en determinados momentos; eso es memoria colectiva, cuando te juntás con los recuerdos de toda una comunidad, y en esos recuerdos hay cosas que son triviales y otras que no. Uno después selecciona. Tengo muy buena memoria.

Es escritor y crítico literario Elvio Gandolfo agrega en el programa La máquina de pensar: “El primer libro en prosa de Roberto, que a mí me partió la cabeza, fue Íntima. Mientras espero es una obra maestra. Tiene un manejo muy estricto, de él, que no lo tiene nadie más. Es un gran observador, ve algo y lo empieza a desarticular. Me parece que quedan unas cuantas cosas por descubrir de Roberto en el futuro”.

En el mismo programa de radio dedicado a Appratto el crítico Pablo Rocca dice: “El quiebre se da con Íntima. Me parece que en los distintos géneros en los que ha incursionado Roberto está el problema de la reflexión acerca de cómo se escribe, no solamente lo que se escribe para ser leído. Roberto se ha adaptado a las nuevas formas. Cuando se habla de Appratto o de otros escritores como él, hay que pensar en términos de escritura como una fuerza que engloba distintas variantes”.

—Cuando me metí en narrativa comencé con la escritura autobiográfica, que nadie hacía. Desde Íntima para adelante, yo escribo así. Cuento una cosa y desarrollo esa cosa, la convierto en una escena, pero eso remite a otra cosa, una película, un libro, y por ese lado voy. Me cuesta mucho salir de lo real. La ficción, ficción de inventar cosas, no es lo que me gusta más. Me gusta leerlo pero no producirlo, me cuesta un Perú. En cuanto a la extensión, soy de terreno corto: 100 páginas, 110, hasta ahí llego.

Foto del artículo 'El tiempo recordado'

¿Ponerte a escribir te ayuda a recordar imágenes que están difusas en tu cabeza?

—Sí, por supuesto, pero cuando me siento a escribir es porque ya tengo la punta de eso; a ver si me explico: yo tengo una imagen, pero si no tengo qué decir de esa imagen no hay salida. Yo creo que hay una etapa de la escritura sin escritura, que es cuando uno lo tiene más o menos claro en su cabeza y le baja la ficha. No sólo con la narrativa autobiográfica, también me pasa con la poesía; la poesía es un trabajo con la memoria.

“Cuando, a los 21 años, entré en terapia, mi principal enemigo era mi padre, y así lo presenté; no sé lo que dije, todo lo que dije, a lo largo de años, delante del psicoanalista y del resto del grupo: dominante, egoísta, indiferente, reaccionario, simplote, hipócrita: enemigo. Cuando terminé de largar, desde una posición de víctima intelectual, sin verdadera relación con la gente, un desgraciado, por culpa del padre, todas las quejas posibles, me encontré con que todo eso que yo decía era, simplemente, resultado de mi incapacidad para entenderlo como lo que era: un tipo macanudo que no me había reprimido tanto, al fin y al cabo, y que me podía dar mucho más de lo que yo creía”.

Fragmento de Íntima.

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En los años noventa publica los libros de poesía Cuerpos en pose (1994) y Arenas movedizas (1995). Además de la novela Bárbara (1996). Entre 1998 y 1999 traduce los tres tomos de Enrique VI, de William Shakespeare, para la editorial Norma de Colombia. En 2004 publica Después (poesía) y la novela La brisa. En 2005, Levemente ondulado (poesía).

—Cuando me dediqué a la literatura mis padres no me apoyaron mucho. Querían que fuera médico o abogado. A mi viejo sólo le gustaba la música y a mi madre, el cine, las lecturas, la vida cultural. Mi hermano, nueve años mayor, me legó el tango. Mi hermana, Carmen, que falleció hace unos años, era seis mayor que yo, me dejó el rock. Ella era profesora de Historia.

En su obra narrativa hay una fuerte presencia de la familia más cercana. En 2007 aparece Se hizo de noche, 18 y Yaguarón en 2008, ambas novelas; Lugar perfecto (poesía) e Impresiones en silencio (textos narrativos-críticos) en 2011; Sin palabras (poesía), La ficcionalidad en la literatura y en el cine (ensayo) y Como si fuera poco (novela) en 2014.

Roberto dice sobre Como si fuera poco:

—Ahí cuento el período desde que me separo de la madre de mis hijos hasta que me separo de la segunda mujer. 1998 a 2004, ponele. Me separo y al poco tiempo se van mis hijos. Es un período difícil, es como una superproducción de desastres, una cantidad de cosas juntas, y ninguna buena. Lo único bueno es que seguí escribiendo y dando clases. Me parece que es lo que hay que hacer: lo que uno sabe, transmitirlo.

¿Dónde está el valor literario de contar cosas de tu vida?

—No en que lo hayas vivido; está en convertirlo en algo que le interese a alguien más que a mí, o sea, convertirlo en una escritura independiente de mí. No contar los hechos en sí, sino mi relación y mi experiencia con esos hechos. Todo pasa por el tamiz del lenguaje. El padre de todo esto es Proust, en relación con comenzar a escribir sobre lo real como si fuera una cosa estética. Lo estético tiene mucho que ver.

Vuelve a mirar la hora y dice: “Todavía tengo tiempo. Más tarde tengo que estar en un lugar”. Ya no queda café en su jarro. Cuenta que no tiene una rutina de escritura, que nunca la tuvo, que escribe cuando le sale, cuando se le ocurre que hay que aprovechar el momento, porque de lo contrario se te congela y no podés hacer nada; que para escribir le gusta más el silencio, que lo hace en su casa, pero que puede escribir en cualquier lado, que tiene seis talleres entre escritura, lectura y cine; que el próximo año tiene la idea de hacer uno de lectura y escritura de poesía; que le gustan el jazz y el tango. Le pregunto si se lee poca poesía en Uruguay.

—Muy poca. La gente tiene como miedo, como que no la entiende. Hace falta meter la poesía. La poesía está cada vez más reducida.

Sobre sus autores preferidos, no duda: Circe Maia, Eduardo Milán, Enrique Fierro, Julio Herrera y Reissig, Nicanor Parra, Ezra Pound, Oliverio Girondo, Fernando Pessoa, Augusto de los Campos.

Foto del artículo 'El tiempo recordado'

“Veo la tarde en que lloramos, mis hijos y yo, dos horas antes de que saliera el avión que nos separaría por mucho tiempo. Algo se me quebró adentro: me di cuenta de lo que pasaba, de lo que iba a pasar, del tamaño inconmensurable de los tres mientras los abrazaba. Algo se vaciaba en esa misma plenitud, sin que pudiera decirse nada. Y, al mismo tiempo, es preciso hablar para sacarles a las cosas su condición de tema, para verlas directamente en ese carácter de indefensas que tienen cuando no se insertan en ningún marco. Eran mis hijos, mis tres hijos, adolescentes, que se iban del país y de mí cuando tenía tantas cosas para decirles, para darles; cuando los necesitaba. No había nada que decir, o no se podía decir nada, no se podía hacer nada salvo llorar, los cuatro juntos, y esperar a ver qué pasaba. No es para siempre, dijo mi hija mayor, y yo dije no, claro que no, sin creerlo del todo, más preocupados por lo que estábamos sintiendo, que de repente estalló: los cuatro nos pusimos a llorar, sin parar, sin poder comer las hamburguesas que había comprado, ni decir ni una palabra más”. Fragmento de Como si fuera poco.

Elvio Gandolfo cuenta: “Nos encontrábamos con Roberto en las salas de cine, los dos éramos críticos de cine. A mí me asombraba siempre lo bien que se vestía; lo que pasa es que desconocía que era visitador médico. Nos hicimos amigos muy rápidamente y siempre disfruté mucho su obra; durante un largo tiempo, como poeta, después, de a poco, como prosista tanto como ensayista. Nos vemos a menudo para tomar un café y charlar y siempre me cuenta lo que está escribiendo o lo que está por escribir. Roberto es incansable, es como el Llanero Solitario. Es un gran amigo, yo lo sé no sólo por mí, sino que lo he visto funcionando con otros amigos suyos, ¿viste? Es de esos que, si vos llegaste a Montevideo desde un país lejano para estar tres o cuatro días, va a estar como un fierro ahí con el auto. Yo le tengo un gran aprecio”.

En 2016 publica la novela Mientras espero; en 2018 La carta perdida (novela) y Los límites del control (poesía). En 2020 El origen de todo (novela) y Mi versión de los hechos (poesía). En 2023, Es otro cantar (poesía).

—Llevo 13 libros de poesía más nueve novelas. No me quiero repetir. Cuando me doy cuenta de que hago lo mismo de siempre, dejo y vuelvo después. Escribir es experimentar. Los temas no son el problema de la escritura, es el cómo lo fundamental. Alsina Thevenet me enseñó a ordenar mi escritura. Cuando le entregaba un texto me decía: “Es hasta acá. Si hacés más, eso excede la capacidad del lector”. Él miraba todo y se daba cuenta cuando te estabas repitiendo, cuando estabas exagerando con una manera de redactar.

El origen de todo es sobre su madre.

¿Por qué escribir sobre tus padres?

—Porque me lo debía. Me di cuenta de que les debía mucha cosa, porque me habían formado en mucha cosa. Con mi vieja no lo tenía tan claro, lo empecé a ver varios años luego de su muerte. Comencé a recordar, me vinieron cosas a la cabeza, frases de ella... Una cosa que me da mucha alegría es cuando recuerdo algo literalmente, por ejemplo, cuando empecé a recordar el nombre de las películas que veía mi madre. La memoria se junta con la inteligencia, con la capacidad de asociar, con la sensibilidad. A partir de los nombres de las películas surgen recuerdos sobre mi madre. Una cosa se une con otra, se va armando una bola de nieve y eso es lo que llega al papel.

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Se escucha el sonido de vasos, platos, cucharas que chocan entre sí. Se escuchan risas y el murmullo de voces que se mezclan una mañana nublada de febrero en el bar Expreso Pocitos. Roberto y su hermano, Eduardo, acostumbran desde hace un tiempo a encontrarse los domingos para conversar. Piden huevos revueltos y cortados.

—No siempre fue acá. Al inicio fueron almuerzos que se hacían invariablemente en El Mera, en Garibaldi y 8 de Octubre. Murió nuestra hermana en 2006, habían muerto nuestros padres, entonces queríamos cultivar nuestra relación. Casi todos los domingos nos juntamos a compartir un rato de charla. Conversamos del pasado reciente, del pasado remoto. Hablamos de temas familiares, tratamos de interpretar, de enterarnos de cosas que el otro no sabía. Hablamos de los hijos, de los nietos —dice Eduardo Appratto, médico pediatra jubilado.

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Sobre Roberto, cuenta:

—Él a los 3 años sabía leer y nuestro padre lo llevaba por ahí para mostrarle a la gente que tenía un hijo de 3 años que sabía leer. Nuestro abuelo se encargó de enseñarle, igual que a mí, a los 4 años. Roberto hablaba solo, inventaba historias, y lo primero que leí tuyo fue un cuento que escribiste para... no recuerdo... ya te lo voy a decir...

—La Alianza Uruguay-Estados Unidos, yo tenía 15 años y pidieron escritores, y mandé un cuento en inglés —dice Roberto.

—Ahí está, exacto, yo leí ese cuento, claramente influido por Poe, y dije: “Acá hay algo”. La aparición de Íntima fue un momento conmovedor, lo mismo El origen de todo. En relación con Íntima, yo viví cosas que él vivió. Con respecto a El origen de todo sí hay cosas que vos viviste y yo no.

—Lo que ocurre es que yo me quedé más tiempo con mamá.

—Claro, Roberto fue el hijo de padres más grandes, de padres que ya tenían dos hijos. Hubo cosas que descubrí con respecto a lo que vos decís de mamá, cosas que hago que ella nos transmitió.

—Esos dos libros los escribí, cada uno a su tiempo, porque me di cuenta de la cantidad de cosas que yo, sin querer, asumí de los dos. Me había puesto en contra, claramente, de ellos en su momento, y no me daba cuenta de que al final iba a terminar con una cantidad de herencia de los dos. Primero con mi padre, que fue muy notorio, además mi padre se hacía ver mucho. Mi madre era más callada, se hacía ver menos, pero varios años después de su muerte decía: “Pah, pero esto lo saqué de ahí”. Y eso que ella decía designa una experiencia mía de ahora. Eso lo puedo ver ahora, cuando tengo esta edad. Es increíble eso. Ante ese asombro fue que escribí.

Eduardo asiente. Piden la cuenta. Se preparan para ir a la librería pegada al bar. Roberto quiere comprar La salvación de lo bello, del filósofo coreano Byung-Chul Han.

Mientras Eduardo comienza a mirar la oferta literaria, Roberto pide el libro del coreano y Relatos reales, de Javier Cercas, para regalárselo a su hermano.

Salimos de la librería y las nubes desaparecieron. Roberto se aleja caminando abrazado por el sol del mediodía.

—Cuando me encuentro con mi hermano también está la memoria, hay mucho de recomponer la historia en común.

En El origen de todo Roberto escribió: “Ella decía que yo era un loco manso y, considerando su capacidad de análisis de las personas, me puedo sentir contento con su afirmación. Veía que había algo de locura en mí, más bien bastante, porque hablaba solo desde siempre y tenía salidas que eran muy difíciles de entender; con el paso de los años, eso no disminuyó, y tampoco el amor. Lo que veo ahora es la semejanza entre ella y yo, así como hace veintipico de años vi la semejanza con mi padre. Uno es lo que tiene al lado”.

Diego Guardado es visitador médico y escribe crónicas y perfiles. Es colaborador de Lento.