El bisabuelo trabajaba en radioteatro en Montevideo, su papá siempre fue mago y presentador de un circo, y durante una gira por Argentina con su asistente y esposa nació Ruben, hoy director del Circo Latino. Es el decimosegundo año en que el trabajo, la familia y la vida toda suceden sobre ruedas, planificando y gestionando la siguiente parada. Y así, sobre la marcha, sabiendo lo único seguro: que de donde están, se van.
Cada artista-trabajador es dueño y responsable de su casa rodante y de todo lo que en ella suceda. También de su seguridad social, seguro de salud y educación de sus hijos. Por eso Dolores, de 14 años, además de dominar el arte del monociclo, va de nómade por los liceos de Argentina y Uruguay rindiendo exámenes para pasar de año. Su mamá, mientras prepara algodón de azúcar para vender en la siguiente función, cuenta que en Argentina existe el Plan Golondrina para los estudiantes que cambian de lugar donde viven, lo que asegura el acceso a la educación. Víctor, su hermano, ya es mayor de edad y tiene su casa propia; es malabarista y hace el impactante número de las motos en el globo de la muerte.
El Circo Latino tiene un maestro de ceremonias, un locutor presentador y un cuerpo de baile que hace de separador entre una atracción y otra. El staff también es itinerante, cada artista es libre de seguir en el circo o tomar otro camino, y así como unos se van, muchos se suman. Thiago, un talentoso payaso moderno, de los que no asustan a los niños, también hace el número del diábolo. Su hermano, de 9 años, baila el malambo presentado y elogiado por su propio abuelo, que también anuncia a la ganadora de Got Talent Uruguay en el hula hula. Todos autodidactas, supliendo a alguien que se fue, imitando a un artista de su preferencia, ensayando muchas horas. Y así, en esa elección, con la convicción y la pasión que llevan en su interior, se van autoconstruyendo artistas. Y así, su vida. El alma y el cuerpo son inquietos, gritan ¡movámonos, vamos por más historias para contar!
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