Hay años rápidos y años lentos. No se trata de aquel axioma del tiempo corriendo más de prisa a medida que las décadas se acumulan sobre los hombros de quien lo vive. Este juego de variantes ocurre en una misma etapa vital, cualquiera que sea. De forma inexplicable, a un calendario cansino le puede seguir otro veloz. Se ha dicho que la intensidad con la que se suelen vivir estos años liebre compensa la sensación de fugacidad que dejan como huella. No es un mal momento para comprobarlo.
Apenas ayer estábamos discutiendo sobre la necesidad de prohibir la pirotecnia en las fiestas decembrinas y ya nos encontramos, tan olímpicos, en el ecuador del año al que llamábamos nuevo. En lo que le resta, la acumulación de eventos “importantes” augura una aceleración todavía mayor.
Junio vendrá con elecciones internas y Copa América de fútbol, julio y agosto traerán los Juegos Olímpicos de París, los suburbios de octubre estarán empapelados de campaña electoral para que su domingo final sea el momento de votar presidente (o presidenta), plebiscito y Parlamento. Pronóstico cierto de año rápido, ideal para abordar en nuestra revista con el pausado paladear del periodismo impreso.
Por eso este número de Lento avanza sobre esos acontecimientos. Las internas son visitadas a través de un ensayo ficción sobre un elemento enigmático de los sobres electorales: la tirilla. Cuenta la leyenda (rural, en este caso) que el origen de esta hilacha, clave del sistema de controles de nuestra democracia, estuvo en algunas alpargatas que se solían entregar como pago por el voto en tiempos más que idos. La casi simultánea Copa América es observada con el prisma del bielsismo para cronometrar un nuevo tuteo con la gloria o el fracaso. Los Juegos Olímpicos llegan acompañados de la abandonada costumbre de incorporar las artes como disciplina, lo que supo dar adelantados frutos casi olvidados por la estadística deportiva.
Todo eso correrá por delante de nuestra percepción. Lo hará mediado por las pantallas, verdadero acelerador y fragmentador de los acontecimientos. Un artículo aborda esa marca de nuestra era y otro la espeja con la decimonónica tradición de los mirones. Formas de enfocar lo que se desenfoca por sí solo.
El resultado de la superposición virtual de lo que quizá sea lo real (o no) afecta el mismísimo principio de realidad. Tanto, que la enramada que alguna vez trepó de los libros a la megapantalla de los cines para regocijarnos, en los comienzos del siglo XXI, con batallas épicas entre criaturas imaginarias, ahora baja de nuevo al inframundo y fogonea el cosplay ideológico de la derecha más rancia. Tolkien no tiene la culpa, pero sobre él se montan las nuevas mascaradas tanto en Argentina como en Italia, la bota más porteña de Europa. ¿Antídotos? Para algunos, detener la aceleración con la lentitud de viejos rituales renovados, como el teatro. Para otros, arriesgarse a quedar a media micra de la paranoia, como enseñó el olvidado filósofo vietnamita que casi cierra este número. Un número que habíamos abierto por el borde afilado de un genocidio en curso. En las aldeas abandonadas de Palestina ya no hay años rápidos ni lentos. Apenas tiempo girando en el loop permanente de la ocupación.