Una semana antes de que la generación de Maracaná comenzara a defender su invicto en el mundial de fútbol de Suiza, otra selección uruguaya jugó su primera copa del mundo. No de fútbol, sino de hockey sobre patines. Al contrario que aquellos campeones, estos amateurs llegaban como las cenicientas del torneo. Tan precaria era su condición que no tenían ni técnico. Los anfitriones españoles les "prestaron" uno al llegar a Barcelona. El míster los recibió en el campo de entrenamiento y les pidió que se cambiaran. No podía creer lo que estaba viendo. En pleno 1954, ese grupo de sudamericanos todavía jugaba con los viejos patines de ruedas de madera. Con menor resistencia y maniobrabilidad que los calzados con rodamiento de aluminio, resultaban impensables para la competencia internacional. Suspendió la práctica y al otro día les consiguió equipamiento nuevo para todos.

Antes del debut les dio el pronóstico del futuro. Conocedor de las 15 selecciones presentes, les dijo con exactitud con cuáles perderían, con cuáles sería empate y a cuáles podrían ganarles. Se equivocó sólo con una. Dijo que perderían con Suiza y a Suiza la vencieron. Fue uno de los cinco partidos que ganaron en el mundial. Otro fue contra Inglaterra, creadora de las reglas y dominante hasta que España y Portugal se volvieron potencias. Fueron los ingleses los que trajeron los patines y el palo a América del Sur. Pero ese juego, inventado para jugar cuando no había hielo, no caló en la población en ese primer momento. Salvo en el puerto de Valparaíso, donde los chilenos de clases populares idearon unas plataformas con ruedas a las que ataban los botines de fútbol. Con las huinchester, bautizadas así porque "andaban como un rifle", empezaron a imitar a los marineros británicos.

Uruguay, que tenía una federación nacional desde 1928, tuvo que esperar hasta los años cuarenta para que este deporte se popularizara. Algo han de haber tenido que ver los catalanes que venían escapando de la dictadura de Francisco Franco que se instaló en España en 1939, ya que Barcelona era el corazón del hockey sobre patines español. Lo sigue siendo. Tanto que es el deporte que le dio a Cataluña su único título oficial del mundo. Gracias a una combinación de talento en la cancha y viveza en los escritorios, en 2004 lograron colarse en el mundial B de Macao, que ganaron de punta a punta. Clasificados al siguiente mundial A, la diplomacia española logró bajarlos del fixture, en el que, para más morbo, les había tocado en la misma serie. En esa España de 2005, a la postre campeona, la mayoría de los jugadores, al igual que el técnico, eran catalanes.

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En el equipo uruguayo de 1954 se destacaba Luis Koch, "elemento rápido, batallador, efectivo y con una perfecta visión de la jugada, [cuyo] juego se aproxima al europeo más que al americano", según El Faro de Vigo. Es el mismo Luis Koch que abre el linaje de patinadores —y patinadoras— que es el eje de esta historia. La relación entre familias y deporte en los barrios montevideanos es el último hilo suelto de la túnica vareliana. Al contrario que en otros países, donde la educación física recayó casi exclusivamente en la escuela o el liceo, en Uruguay ese cometido se desplegó sobre todo en los clubes de barrio.1 Cancha multiuso y sede social todo el año, tablado improvisado en carnaval, eran el lugar para encontrarse consigo mismo y con el otro. Poco extraña, entonces, que en el mismo club en que se practicaba el deporte se dieran también los noviazgos y se empezara a tejer la familia del patín.

Gustavo Kock en el Delta Patín Club.

Gustavo Kock en el Delta Patín Club.

Aunque Luis Koch comenzó en el Modelo y siguió en el Sisley, su club de siempre sería el Delta de Aires Puros. Con esa camiseta blanca con una uve azul y roja estampada cerca del cuello jugaba al hockey y corría las carreras de velocidad.

—Las tres horas a la americana se corrían en parejas. Corría una vuelta uno y le pasaba la posta al otro. Una vuelta de 2 kilómetros cada uno. El que hacía par con mi padre en un momento ya no podía más físicamente y le dijo: "Perdoná, pero abandono". Y abandonó. Así que mi padre quedó solo durante la última hora reloj. Como los demás hacían una vuelta y paraban, venían mucho más descansados. Pero igual no podían pasarlo. Cuando llega el final venía cabeza a cabeza con otro corredor. Mi padre siempre recordaba: "Yo lo venía mirando, lo venía mirando y me dije: “Si no me tiro, me gana por un patín”". Así que se tiró en una paloma. Se sacó un churrasco del muslo por la caída, pero ganó.

Quien cuenta esto es Gustavo Koch. Influenciado por su padre, empezó a correr carreras de patín a los 8 años y dominó su categoría. Como novicio, a los 17 ganó todas las competiciones que disputó pese a que daba la ventaja de correrlas con los mismos patines de jugar al hockey, "de un kilo y medio de peso", mientras que algún "hijo del comisario" quedaba siempre segundo en ese 1977, a pesar de los patines profesionales de 400 gramos. Lo del novicio Gustavo Koch, preparado desde temprano en esa teología con rulemanes, era todo a pulmón y piernas. Como en un microcosmos familiar, su entrenador era su padre y su kinesiólogo y equipier, el padre de su novia y futuro suegro. Cuando dejó la velocidad y se concentró en el hockey, dio enseguida el salto a la selección uruguaya. En 1981, con 21 años, jugó el sudamericano que se disputó en el Campus de Maldonado y en 1999 fue técnico de Uruguay en los panamericanos de Winnipeg, Canadá. A nivel de clubes fue monoteísta del Delta, donde jugó hockey hasta el año 2000. La edad y su empleo como chofer de ambulancias, con turnos muchas veces de madrugada, lo hicieron dejar el deporte. No fue apostasía sino un paréntesis. En 2017 se volvió a calzar los patines para integrar la selección de veteranos, con la que en 2024 jugó el campeonato mundial máster +50 y +60 en San Juan, Argentina. Pese a los diez campeonatos uruguayos en su haber, conoce sus limitaciones.

—Yo siempre dije: "Yo pido la cuarta parte de lo que jugaba mi padre". No la mitad, la cuarta parte. Con eso, hubiera sido un fenómeno.

Mientras hace ese pedido imaginario al dios del hockey, hojea el álbum de recortes y fotos del viejo crack, ya fallecido. Es el momento de prender el grabador.

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Me llama la atención la cantidad de gente en la tribuna.

Es que era la época de oro del patín. En hockey había 17 cuadros. Por algo teníamos una selección uruguaya competitiva. Por algo fueron al mundial de Barcelona en el 54.

¿Qué edad tenía tu padre cuando fue al mundial de Barcelona?

23 años.

¿23?

¿Viste que no parece? En esa época parecían mucho mayores. Aparte del hockey, el tipo corría carreras de fondo de patín y carreras de 1.500 metros. Tenía todos los récords. Mirá este diploma: "Récord en 3 minutos y 28 segundos, 31 de octubre de 1953". Era una cosa de locos. Mirá acá: "Luis Koch el mejor corredor del año". Y después se ponía la camiseta para jugar al hockey y la rompía también. Un fenómeno.

Gustavo Koch en el Delta Patín Club.

Gustavo Koch en el Delta Patín Club.

Se acerca la esposa de Gustavo Koch, Adriana Zapata, hija del equipier de su padre y exdirectivo del Delta, hija y madre de patinadoras. La entrevista, en una casa de la costa de Canelones, se vuelve pronto un intercambio familiar. Como si reprodujeran, alrededor del parrillero, las sobremesas del club.

—Esta es tu madre cuando eran novios.

—Sí, y este es el papá de Ingrid, el Bubby —acota Koch, y deja de importar que esos nombres signifiquen algo más que los tubos enredados de un andamiaje colectivo en miniatura—, que no era gran jugador, pero era un muy buen defensa.

—Sin embargo, el hijo era muy bueno —valora Zapata.

—Exacto. En la época nuestra el hijo fue el mejor jugador de hockey que tuvo el Delta, por lejos.

—La generación siguiente a la de tu padre —reafirma Zapata.

—Este es el Pocho Porta —continúa Koch, que habla al mismo tiempo para la mesa familiar y para la entrevista—, que también jugó en la selección uruguaya en los cincuenta. Si bien el juego de él no brillaba, jugaba de back y tenías que pasarlo. El loco jugaba fuerte. No con alevosía, pero el hockey es un deporte... de contacto. El hijo también jugó conmigo. Los hijos de esa generación jugamos juntos casi todos.

—Este era mi abuelo —dice la esposa señalando una foto de la página siguiente en la que hay varios hombres de traje.

—Este era un cuadrazo —retoma Gustavo Koch y sigue pasando las páginas del álbum—. La selección uruguaya, prácticamente y sin prácticamente, era el Delta. Mi padre, Porta, Walter Chirioni de arquero, los Caprile, el Bubby. "En hockey el Delta está tomando características de conjunto invencible", dice acá. Por eso era la selección uruguaya. Ahí tenés.

A ver la fecha. 17 de noviembre del 54.

El periodista intenta reconducir los recuerdos al terreno de los datos, pero los datos no importan. Imaginariamente, Koch y Zapata volvieron al Delta, donde se conocieron. A tres pasos, su hija Johanna, también patinadora federada en su infancia y adolescencia, juega en el patio de la casa de la costa canaria con su hijo, que gatea.

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Hoy el Delta ya no tiene patín. Por eso Gustavo Koch entrena con los veteranos en el Centro Social Peñarol, que se llama así no por el club aurinegro, sino por el barrio. Quizá para mantener la diferencia todos le dicen ceeseopé, casi como si CSOP fuera un nombre que se construye mientras se vocaliza, para no dejarlo confinado a la frialdad de una sigla. Allí está, actualmente, la cancha de hockey sobre patines más estable del país, con la baranda armada desde hace diez años, algo que no es fácil en un deporte que hoy apenas practican cuatro equipos: Platense, Pinamar, Cedepar y desde 2021 Peñarol, ese sí el de los aurinegros, con un total de 99 jugadores y jugadoras entre todas las instituciones. El presidente del CSOP, Luis Rodríguez, preside, a la vez, la Federación Uruguaya de Patín y Hockey. Sabe bien lo que es una tradición familiar, sólo que en su caso, en vez de provenir de una gloria de antaño, se proyectó hacia adelante. Empezó en el club del barrio como padre de dos niñas patinadoras que ahora son directoras técnicas. El 25 de agosto fue fecha patria y también fiesta para el CSOP. Cumplía 89 años y estrenó la grabación de la canción que le hizo Gerardo Dorado, El Alemán, novio de una antigua patinadora, compañera de una de las hijas de Luis Rodríguez en la pista de patín artístico. Todo está conectado. La grabaron en la usina del Ministerio de Educación y Cultura ubicada donde fuera la casona del ferrocarril inglés. Otra vez: el barrio y los clubes atravesando las historias familiares y formando la trama social del país.

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“'Cuadro de hockey superó al argentino 4 × 2 en un cortejo recio'. Acá otro recorte del mismo partido: 'Notable victoria logró Uruguay en el Sudamericano de hockey, le ganó a Argentina. Uruguay 4, Argentina 2'. Mirá: 'Souto, Albano, Ferrín, Koch y Núñez'. Ese era el equipo". Gustavo Koch continúa con su evocación de arqueólogo.

Gustavo Koch en el Delta Patín Club.

Gustavo Koch en el Delta Patín Club.

Tenía un lugar importante en la prensa.

Claro que tenía. Fijate una cosa: nosotros en mi generación nunca le pudimos ganar a Argentina ni a ningún cuadro argentino. Jamás en la vida. Jamás. Porque ellos son una potencia2 y tenemos una distancia enorme. Cuando ellos en una localidad como San Juan tienen diez estadios y 50 cuadros, nosotros somos cuatro. No podemos competir. Pero en ese tiempo competían. Y se les ganaba. Mirá acá este otro recorte: "Uruguay 3, Brasil 2". Se le ganaba a Brasil también. No dice la fecha. "Uruguay será finalista. En brusco encuentro le ganó a Brasil". "Brusco encuentro". ¿Viste lo que te decía? Se jugaba fuerte. "Uruguay encabeza segundo Sudamericano de hockey" [esa generación obtuvo en 1954 y 1956 el mejor puesto de Uruguay en un Sudamericano, medalla de plata en San Pablo y Santiago de Chile, respectivamente]. Era otra historia.3

—Acá tenemos otro de tu padre —interviene una amiga de la familia que se arrima a la mesa, entusiasmada—. Distancia 4 × 200. Otro récord.

—En 2 minutos y 41 segundos, el 31 de... ¡El mismo día que el otro récord en otra distancia! El mismo día batió dos récords —se asombra el hijo, que después de esa exclamación sigue reconstruyendo la historia que pasa ante sus ojos, ahora ya sin asombrarse, casi con objetividad notarial—. Acá tengo otro. Diploma de campeón nacional. De 1948, 1.500 metros. Acá otro. Mil metros. Récord. Categoría... en primera. Ya no corría en juveniles. Año 53. Ese año ganó todo. Campeón del 55 en hockey también. "Ataque celeste. Koch fue el mejor jugador de la cancha". Lo decía el diario.

—Mamá ganó una carrera y 15 años después se enteró de que había batido un récord —vuelve a intervenir Adriana Zapata.

—¿Tu madre patinaba también? —le pregunta la amiga que se había sumado a la charla.

—Sí, claro. Acá tenés una foto que es histórica. Mamá cuando gana esa carrera está acá —señala—, vienen todos a saludarla. ¿Ves el señor que tiene la mano sobre el hombro de mi mamá? ¿Sabés quién es? El padre de él. Mil años después, nosotros casados.

La familia del patín. Mil años después, ellos casados. Las tres hijas también se deslizarán sobre ruedas. Las dos mayores serán promisorios prospectos en el patín artístico. La menor seguirá en el hockey, pero en la variante de césped.

—Yo tengo la número 4 de mi padre. Por eso siempre pido la 4 para jugar y Julieta [su hija menor] también. Todos pedimos la 4 —dice Gustavo Koch.

***

La hija mayor, Johanna, hizo patín artístico desde los 6 años y la del medio, Jéssica, desde los 4. Siempre en el Delta. Johanna Koch, docente y adscripta de Secundaria, conoce de primera mano la importancia de los clubes de barrio para el sentido de pertenencia de los jóvenes.

—Hacían que te unieras, que te juntaras con quienes vivían en otras cuadras. Yo sentí la pérdida, en los noventa, cuando empezaron a dejar de ser lo que eran. Desaparecía un club y desaparecían los amigos.

Los noventa fueron, a nivel general, años de vuelco hacia la privatización de lo público, no sólo lo estatal. El acento en los resultados más que en la construcción social hizo que muchos clubes de barrio languidecieran, se fusionaran o se volvieran otra cosa, lejos de aquellas ligas barriales que, aunque siguen existiendo, no tienen la masividad de la primera mitad del siglo pasado, cuando convocaban a miles de personas en la fiesta colectiva del amateurismo.4

Jéssica Koch, Gustavo Koch, Julieta koch y Johanna Koch, en su casa del barrio Prado.

Jéssica Koch, Gustavo Koch, Julieta koch y Johanna Koch, en su casa del barrio Prado.

Antes de ese final, para Johanna Koch estuvo el gusto por el patín artístico y el miedo al hockey ("por los líos que se armaban en los partidos entre el Delta y el Platense"). O la necesidad de mentirle a la profesora de ballet, que no quería que patinara porque los ejercicios de ese deporte parece que forman el pie en el sentido opuesto al que necesita la danza clásica. O más tarde, cuando estuvo preparándose para la alta competencia, la contradicción entre mantener el peso para el ballet y comer más para fortalecerse para el patín. Tanto ella como su hermana Jéssica suplían con doble horario las dificultades del equilibrio entre tradición familiar e intereses personales. Johanna con el ballet, Jéssica con la gimnasia olímpica. Siempre orbitando en la galaxia del Delta, pero sin saber, por mucho tiempo, que una de sus estrellas principales estaba en su casa.

—De la trayectoria de mi abuelo —dice Johanna Koch— no me enteré hasta que era adolescente. A lo sumo me había dicho alguna vez: "No sabés lo que tuve que hacer para ir a España, 40 días en barco", pero sin aclarar por qué había ido. Hasta que mi madre, en una reunión familiar, le dijo: "No puedo creer que nunca les hayas contado a tus nietas, contales, traé las fotos". Y recién ahí nos enteramos.

***

—Acá está. Un poquito amarilla en alguno de los rincones, pero no la quiero lavar, porque es la 4 original —dice Gustavo Koch.

Como la número 5 de Obdulio Varela que está en el Museo del Fútbol, esta camiseta de Luis Koch, que se guarda en este museo familiar improvisado, parece haberse achicado con el tiempo.

En esta foto son como la selección de fútbol que ganó en el 50, todos tienen menos aspecto de atletas que ahora.

—Eran más contundentes —dice la amiga.

—Es que mi padre tenía unas morras bárbaras. Miralo en esta foto, es la única vez que jugamos juntos. Ese año habían dado autorización para que cada club jugara con dos veteranos. Mi padre tenía 40, y con lo buen jugador que había sido, no fumaba, no tomaba, podía jugar y quería jugar. Así que se puso los patines de nuevo. El otro jugador mayor que teníamos en el Delta era Walter Capriles. Los demás teníamos todos 17 o 18 años. Salimos campeones y mi padre, que era el más veterano de todos los equipos, ganó la copa a mejor jugador del torneo. De no creer. O de sí creer.

Porque lo inusual siempre parte de una lógica. La época de oro del hockey sobre patines es hija del Uruguay clubista. El del segundo batllismo. El del optimismo de la posguerra, ese en el que todo era posible antes del despertar de la crisis del último tercio del siglo. El Uruguay de Maracaná, que se estancó en el barro del área de los húngaros que frenó la pelota de Juan Alberto Schiaffino, esa que llevaba destino de gol y que, quizá, nos hubiera dado otra copa del mundo de fútbol en 1954. De no creer. O de sí creer.

Roberto López Belloso (Maldonado, 1969) es periodista y escritor. Fue editor de Lento y actualmente dirige la edición uruguaya de Le Monde diplomatique.


  1. Ver Matilde Reisch, “Movimiento clubista y desarrollo deportivo en Uruguay”, Cuadernos de Historia, número 8, 2012. 

  2. La selección masculina de Argentina ganó seis mundiales A y fue nueve veces vicecampeona del mundo (incluido el último mundial, Novara 2024) y diez veces tercera. Desde 1991 faltó una sola vez al podio, en 2003, cuando salió cuarta. Obtuvo la medalla de oro en la única oportunidad en que el hockey sobre patines fue olímpico (deporte exhibición en Barcelona 1992). 

  3. Desde los años dos mil la selección uruguaya masculina alterna entre los mundiales B y C. Su torneo más reciente es el mundial C de Novara, Italia, donde salió segunda, lo que la situó décimo octava entre 27 selecciones del mundo. 

  4. Ver Luis Prats, “El increíble fenómeno de las ligas de barrio con multitudes”, El País, Montevideo, 8-9-2018.