Una cronista televisiva encara en la calle de sopetón a un hombre, cualquier hombre, y le pregunta si está en pareja o no. O si está en el mundo de las citas o no. No, no está: ni en uno ni en otro. «¿Por qué?», pregunta ella. «Malas experiencias», responde él, seco, anodino, vencido. «¿¡No me digas!? ¡Contame!», le tira entusiasmada la movilera rascándole la herida al hombre, a ese hombre cualquiera, que enseguida yergue su mirada en el vacío, como la vaca que mira la ruta, el verde campo, pero en realidad no mira nada, porque conoce su irremediable destino de carne picada, chorizo y asado de tira.
«Los hombres hoy están sometidos a instrucciones contradictorias: se les dice que tomen las riendas, que sean responsables, que demuestren iniciativa; pero, al mismo tiempo, se les advierte que su versión de la masculinidad podría exhibir privilegios o incluso ser tóxica. Alentar la independencia sin respaldo, hacer de todo hombre una isla, responsabilizarlo exclusivamente por cualquier cosa que le ocurra, equivale a crear un ser angustiado para quien los pasos en falso, ya sean sexuales o sociales, son campos minados», escribe la escritora y filósofa inglesa Nina Power en su libro ¿Qué quieren los hombres? La masculinidad y sus críticos.
Buena pregunta, Nina: ¿qué quieren los hombres? ¿Dónde anidan su deseo? ¿Cuáles son sus búsquedas y pretensiones? ¿Cambiaron sus configuraciones metafísicas? ¿Cuánto sacudió la búsqueda de lo «chad», como se bautizó en internet a una suerte de «hombre alfa»? ¿Dónde obtienen una verdadera validación? ¿Es en el trabajo, en la pareja o en la familia? ¿Cuánto impactaron las redes sociales en el imaginario del hombre y sus anhelos? ¿La pornografía es la educación sexual integral? ¿La frustración juega su propio partido? ¿Y los vientos políticos? ¿Y el bolsillo? ¿Qué pasa por la cabeza del hombre cuando la compostura quedó demodé y el Zeitgeist epocal reverbera entre el profundo individualismo y la obscena ostentación?
Son muchos pensamientos para una sola cosa: de ese escenario esperpéntico y cambiante, el avance de algunas subculturas sedicentes, obsesivas, puritanas, pastorales y hasta espiritualmente rotas. «Estamos frente a un colapso silencioso de la intimidad», señala el tecnólogo Santiago Bilinkis en su video «¿Por qué ya nadie quiere hacerlo?», refiriéndose a la merma sexual mundial como consecuencia, entre otras líneas multicausales, del abuso de las redes sociales (y de sus respectivas angustias).
Según el informe State of American Men 2025 - Economic Anxiety is the New Masculinity Crisis, realizado por Equimundo (Centro para las Masculinidades y la Justicia Social), el aislamiento provocado por las redes sociales trajo «consecuencias fatales» y más del 53% de los hombres estadounidenses afirman sentir que «nadie los conoce de verdad», un sentimiento estrictamente ligado a la salud mental. «Los hombres de la generación Z son particularmente susceptibles a los problemas de salud mental y al suicidio», continúa el reporte.
Pero hay más (porque hay menos): en Japón, por ejemplo, casi la mitad de los menores de 34 años nunca tuvo sexo con otra persona. Y en Estados Unidos, tres de cada cuatro jóvenes no se acostaron con nadie durante el último año. No obstante, nunca hubo tanta oferta y tan poco contacto, tan poca demanda. En medio, el hombre contemporáneo, que surfea hackeos al concepto de «padre de familia» y que, por los vientos de cambio, pone en crisis algunos viejos mandatos de su masculinidad.
Por eso, en este momento de transición, emergen nuevas configuraciones que mezclan con nuevas fórmulas las viejas búsquedas del deseo: los criptobros buscan plata, los gymbros buscan muscular, los incels buscan vengarse de un mundo en el que las mujeres no los eligen, los herbívoros buscan pasividad ante todo, los del Movimiento No Fap buscan no eyacular jamás, los varones deconstruidos buscan vaya a saber qué. Cada quien, su lucha. «Confirmo que estamos en una transición, pero tampoco hay algo que venga a reemplazar lo anterior», afirma Martín Rieznik, director de LevantArte, la escuela de seducción para hombres más antigua de Sudamérica.
Sigue: «Todo este cambio ocurre por la influencia de las redes y la transformación social que estamos viviendo. Ya no está todo tan centralizado: no hay una forma de vivir, hay mil. No hay una forma de tener una relación, hay mil. Con la masculinidad pasa lo mismo. Hay muchas en disputa sin que haya una que sea realmente hegemónica». Rieznik viene trabajando con hombres desde hace casi 20 años y lleva escritos tres libros: El juego de la seducción, La ciencia de la seducción y La brecha orgásmica. «Por ahí la que más se impone y más ruido hace en las redes es la de los criptobros y los incels, que sostienen los valores del ‘macho alfa’ y son profundamente biologicistas», observa.
Empatía versus machos alfa
La polémica miniserie británica Adolescencia se teje sobre la premisa de que el 20% de los hombres tiene la atención del 80% de las mujeres. Y el dato, salmodiado por Christian Rudder, matemático fundador de la aplicación de citas OK Cupid, en su libro Dataclismo, una investigación irreverente sobre el comportamiento humano, evidencia cómo internet modificó los enfoques del deseo y cómo los likes predicen quirúrgicamente sexualidades, inteligencias y hasta devenires de la vida.
¿Qué pasa, entonces, con ese 80% de los hombres que no reciben la atención deseada? ¿Cómo reman esos tipos los menesteres de la seducción? ¿Cómo hacen para no caer en absorbentes y pesimistas agujeros de conejo? ¿Será por eso, acaso, que «gurúes» de la guita, el físico y el «cambio» como Amadeo Lladós, Jordan Peterson, El Temach o Andrew Tate ganaron tanto terreno ante la caída de la «figura paterna»? ¿Faltan papás? ¿Sobran papás? ¿Qué pasa con papá?
«Yo, a esos tipos, los veo muy retrógrados. Demasiado. Sostienen que el hombre es testosterona y poligamia; y la mujer es estrógeno y monogamia. Estos tipos vienen y se ganan un lugar a fuerza de biologicismo», despeja el experto en seducción. Y, por caso, ¿qué buscan los hombres que se acercan a sus cursos? «Yo veo en ellos un deseo de compañía real, de conexión y de vínculos presenciales. Hay mucho aislamiento. Mucho sentimiento de que solo los pueden valorar por la guita o por el físico. En ese sentido, son hombres que se sienten decepcionados. Y que quieren ser valorados por lo que son, pero que no logran conectar con las mujeres. Que tienen algunos problemas de autoestima y que se sienten invisibles», revuelve Rieznik.
Desde LevantArte, donde acompañan desde a introvertidos muchachos granudos hasta a ejecutivos de alto nivel recién divorciados, advierten en ese nudo la influencia de las redes sociales. En cómo PornHub o XVideos, portales dedicados al consumo de XXX, tienen las mismas horas de visualización que plataformas audiovisuales como YouTube. Entre Labubus, histeria y mercantilización de aquello que solíamos llamar amor, se yerguen hombres perdidos en los caireles de la idealización, la pifia y la frustración.
Por ahí y por allá asoman nuevos miedos facturados a la medida de lo que internet hizo con tooodos nosotros. «Muchos hombres establecen vínculos con chicas de Only Fans. Es una práctica que está muy masificada y que está sostenida meramente en una fantasía. Eso no puede no afectar la forma en que los hombres ven las relaciones y la seducción», completa Rieznik.
Facebook, Twitter, Instagram y TikTok. Badoo, Tinder, OK Cupid, Happn y Bumble. Antes, el bar, el restaurante, el boliche, la discoteca, el trabajo, la universidad, la vida. Hoy, los bytes, los ceros y los unos. Hubo un cambio gigante a partir de la irrupción de las redes sociales. Definitivamente —y esto ya no supone tanta novedad— se modificaron las reglas del juego y, sin abrazarse a tendencias neoluditas, sino únicamente a título descriptivo, el deseo comenzó a codificarse de maneras impensadas y laberínticas. «No es lo mismo el chat y las redes sociales, desde avatares desconocidos, a cómo era estar enfrente de otra persona, cara a cara. Era lo contrario al anonimato. No me caben dudas de que el deseo y la seducción se desvirtuaron. Y a eso sumale la pandemia», advierte el director de la escuela. Expertos en coaching, liderazgo y seducción como Rieznik aventuran una vuelta a lo presencial, al encuentro.
Durante este último tiempo, desde LevantArte han acompañado a consultantes de 18 años criados al calor del aislamiento preventivo y pandémico. Jóvenes que han pasado los años más importantes de su formación social encerrados en sus casas. «Antes podías aprender un poco de seducción a partir de la tradición, de la historia familiar de tus padres y abuelos. La seducción siempre existió. El lenguaje no verbal, lo corporal. Hoy no. Es muy difícil que un padre le dé un consejo a un hijo porque directamente hablan otro idioma. Ahora no tenés mucho de dónde aprender», confirma el experto, ahí donde se hace grande.
Entonces, a fin de cuentas, el hombre busca conexión y entroniza su victoria en ciertos ideales de liderazgo. Allí es donde trabaja Rieznik, en el discurso, en la humildad, en la autocrítica. «Son hombres que buscan aprender de otros hombres. En mis libros no figura ni una vez la palabra macho alfa y, sin embargo, la palabra empatía está mil veces. Yo veo en general hombres buenos que están buscando alguna compañera y buscan conexión genuina, y dejaron de culpar hacia afuera. Por eso empiezo el curso felicitándolos. Es un paso adelante enorme porque asumen que tienen que enfrentar algún cambio para salir de esa situación». No obstante, en la conversación pública digital sí se usa con frecuencia el concepto de macho alfa. Para ello, basta con pegarle una revisada veloz a ciertas burbujas de esa «manósfera» que late en Twitter, Instagram, blogs y foros, y que promueve la masculinidad enfatizada y cierta hostilidad hacia las mujeres.
En ese sentido, el deseo masculino del hombre de a pie (no necesariamente rancio, no necesariamente deconstruido) también se topó de frente con un fuerte fenómeno social, político y filosófico como el feminismo. «Muchos hombres se sienten confundidos ante el feminismo. Y son los mejores», puntualiza Rieznik. Y va más allá: «Los más caraduras y psicópatas siguieron en la misma. Los más empáticos y cuidadosos quedaron desorientados y con mucha tendencia a la pasividad». Así las cosas, en su libro Modern Romance, el comediante estadounidense Aziz Ansari exploró esa pasividad que quedó por default y la categorizó como «hombres herbívoros». Es decir, hombres que renunciaron al deseo, al intento de compañía y al sexo.
Entretanto, la periodista especializada en género Florencia Alcaraz hace un punto identificando a esta época, a esta precisa hora de la historia, como un momento de «recesión sexual». «Paradojalmente», dice Alcaraz, «nunca habíamos conquistado tantas libertades sexuales en términos políticos, de derechos y de identidades. Tampoco se había hablado tan libremente sobre sexualidad y sobre sexo. Ni habíamos tenido acceso tan democráticamente a la pornografía. Sin embargo, hay informes que vienen registrando, a lo largo de los años, una baja de la frecuencia sexual en casi todas las edades. Y estos estudios dan cuenta de una pérdida del deseo».
A la sazón, esta «pérdida del deseo» está vinculada a diversos factores, como la hiperproductividad capitalista, la exigencia económica y el uso y abuso que hacemos de las pantallas, aquellas que dan tantas gratificaciones como frustraciones. «Hay muchas frustraciones en la humanidad en general y hay muchas personas que también están usando la tecnología y sus posibilidades para poder desarrollar sus deseos sexuales y su intimidad», se expande Alcaraz. En este preciso instante, la Organización Mundial de la Salud está desarrollando un informe sobre desconexión social y estrategias sanitarias para volver a conectar con la humanidad. Seguiremos de cerca los acontecimientos.
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Tal vez resultara extraño hace unos años, pero para hablar del deseo en la actualidad hay que nadar en océanos digitales, en cómo se fueron tallando y armando nuevas identidades y subjetividades, en cómo los hombres resuelven dilemas, en la búsqueda de asistencias, en dónde se escapa la frustración cuando se convierte en resentimiento. «Los estudios dicen que las mujeres son las que más piden ayuda a tiempo cuando aparecen fantasmas, soledades, resentimientos, dolores o broncas. Y también dicen que las subjetividades son muy cambiantes y que es difícil capturarlas y darlas a conocer. Estamos delante de un choque de placas tectónicas: se están transformando los paradigmas», completa Alcaraz.
Entre los consultantes de Rieznik está Marcos Rodo, realizador audiovisual, estudiante de filosofía y exparticipante del reality show Cuestión de peso. Rieznik dice que no «ganaba» por lo «físico»: no se tenía confianza y tuvo que desarrollar otras técnicas de conquista. ¿Sus deseos? Fueron mutando entre buscar aventuras, y tener una pareja estable y formar una familia. Y lo hizo: hoy es padre de gemelas. «Buscaba un método, un coacheo para obtener un acercamiento directo. Cuando vas aprendiendo el método, lo tenés que estudiar, lo tenés que practicar y te vas dando cuenta de que el que tiene que mejorar es uno mismo. El curso te da herramientas para mejorar como persona, pero conseguís las cosas por vos mismo», devela Rodo.
En esa línea, la historia de Damián Quilici, conocido en las redes como El Freud de la Villa, parte desde un barrio humilde de Tigre, en la Provincia de Buenos Aires. Quilici pensaba que solo podía relacionarse con «gente de su clase social». ¿Su anhelo? Vincularse y relacionarse con todo el mundo, sin que importara demasiado el punto de origen de cada quien. «Me pude mudar del barrio y lo sentí como un cambio brusco pero motivador. No digo que vivo en la gloria, pero nada que ver a lo que viví hace unos años». A veces el deseo está motorizado por el progreso concreto y palpable, aquel que —inevitablemente— puede ayudar a que aparezcan nuevos escenarios.
En el caso de Arturo Montejo Rocha, médico colombiano que pasó por los cursos, buscaba estar «más fino» en el «arte» de «cómo aproximarse a las mujeres». Montejo Rocha necesitaba «herramientas blandas» que le otorgaran «más confianza a la hora de entablar relaciones». Así, después de entregarse a mejorar, perfeccionó su diálogo con las mujeres de su entorno y, dice, le sirvió para «entenderlas más». Cada hombre busca vehículos para resolver su deseo y ningún deseo termina siendo idéntico al anterior: hay tantos deseos como hombres en la Tierra.
A contrapelo de la lógica resultadista, de la recompensa rápida y de la búsqueda del disfrute instantáneo, una aproximación ecuánime se cocina probablemente por fuera de la caja, saltando algunos vicios interneteros y coyunturales. «La búsqueda del goce y, fundamentalmente, de la conexión, chocan con la idea hegemónica en la que todo está mediado por la productividad y evaluado con la lógica del mercado», empuja Rieznik. «Incluso el amor y el goce». El hombre hace lo que puede con su deseo. El deseo, que sopla al compás de esta brisa cínica, está haciendo lo que quiere con los hombres.
Hernán Panessi (Lanús, Argentina, 1986) es un periodista argentino especializado en cultura popular. Escribe a diario desde una cafetería del Centro de Buenos Aires. Publicó cuatro libros y un fanzine. Tiene un canal de YouTube. Además, es parte del staff del suplemento NO de Página 12 y desde hace más de una década colabora con la diaria y Lento.