Camino mucho en la ciudad y suelo detenerme a sacar fotos. Lo que más fotografío son casas en ruinas, ochavas, carteles arrancados, partes de atrás de edificios con paredes descascaradas, ropa tendida y construcciones en obra con sus andamios. Entre tanta fachada, me gusta la fragilidad, la idea de escenografía, algo que podría desmontarse fácilmente. Cuando planeábamos este número, inmediatamente apareció el tiempo, tanto en su dimensión sincrónica como en la histórica. En las producciones audiovisuales es común representar las ciudades usando efectos de timelapse: en un abrir y cerrar de ojos se nos fue el día. Y así como se nos fue el día, pasó medio siglo y aquella ciudad en la que nos criamos, las calles en las que jugamos, las casonas que admiramos, los parques donde paseamos se fueron transformando en otra cosa, o, en el peor de los casos, desaparecieron y allí pusieron otro edificio más. Sobre esta dimensión histórica, patrimonial e identitaria trata la entrevista de Ángeles Blanco al arquitecto Alfredo Ghierra, director del documental Montevideo inolvidable, una suerte de historia de la capital uruguaya, resultado de años de investigación y militancia por la preservación de nuestra arquitectura frente a la especulación inmobiliaria y la desidia estatal.

Estos grandes males de nuestra época aparecen también, de forma más extrema, en “Nos quitaron el sol”, la crónica del periodista mexicano Israel Fuguemann sobre los fenómenos de gentrificación y turistificación en la tentacular Ciudad de México y cómo estos atentan no sólo contra las tradiciones ancestrales y los lazos comunitarios, sino lisa y llanamente contra la vida de las clases más empobrecidas. Del otro lado de la frontera, en Los Ángeles, la misma avidez capitalista disfrazada de desarrollismo fue responsable, en gran parte, de los incendios inauditos que arrasaron la ciudad en enero de este año. El fotoperiodista uruguayo Agustín Paullier, radicado allí, escribió “Soleada y salvaje”, una crónica del desastre ¿natural? en la que reflexiona sobre los lados be y ce de una ciudad construida a base de sueños de gloria.

Sobre el reverso de la postal escribe también Laura Petrecca en “Síndrome, belleza, fantasía”, un retrato personalísimo de París, ciudad en la que la historia y el legado poético asoman en cada esquina, pero también la mugre, la desigualdad y el racismo.

Y mucho más lejos, en el lado exótico del mundo para nosotros, la capital de Nepal aparece como un caos entre las ruinas, la grandeza y la espiritualidad en la crónica “Viva, mágica, Katmandú”, de Pablo Trochón. Las ciudades son arrasadas por el tiempo, pero su presencia arrambla, a su vez, con lo que existía antes. En el caso de Uruguay, la ancestralidad charrúa pugna por hacerse reconocer en el presente y para eso debe dejar la ciudad. De eso trata el fotorreportaje de Pablo Albarenga “Cuando la tierra devuelve el nombre”.

Además del tiempo, nos preguntamos sobre la influencia de las ciudades en nuestras subjetividades y viceversa. El arte se impuso. El cuento “Electricidad”, de Cristian Godoy, tiene como escenario un parque de diversiones y habla de cómo ese lugar deja una marca indeleble en la protagonista. En “El hombre antena”, Federico Medina retrata al artista Víctor Hugo Andrade, personaje montevideano si los hay. “En busca de un Solari” es un ensayo de Laura Federici sobre el pintor uruguayo Luis Alberto Solari y el lugar de Fray Bentos en su obra. Y Manuela Aldabe escribió “Pulsa el arte la ciudad”, una crónica sobre los significados del grafiti en Oaxaca. Y ensamblando arte, memoria e identidad, abre el número “Crece desde el pie”, la crónica de Eduardo Delgado sobre el barrio Alfredo Zitarrosa, una cooperativa de viviendas donde las calles se convirtieron en canciones.